miércoles, 8 de enero de 2014

Capítulo 29

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 29
Teddy nunca me había visto así, y me di cuenta de que lo había dejado asombrado, y tal vez un poco enfadado,  también,  como  cuando  alguien  veía  que  sus  nobles  intenciones  habían  sido  pisoteadas.  Se irguió y soltó un pequeño resoplido.
—Siento que pienses así –dijo—. Creía que éramos amigos. Después de todo lo que…
Él mismo se interrumpió en aquella ocasión, tal vez porque la punzada de ira que sentí se me reflejó en la cara. Se quedó callado, y eso fue lo mejor que pudo ocurrir, porque a mí me caía muy bien Teddy,
pero  si  hubiera  intentado  hacerme  entrar  en  razón  diciéndome  lo  bueno  que  había  sido  conmigo,  yo  le habría respondido algo de lo que después me hubiera arrepentido.
—No le he dicho a Pablo que iba a venir a verte —dijo él—. Y creo que no se lo voy a decir.
—Seguramente, es lo mejor.
No  le  di  las  gracias,  y  nos  separamos  con  toda  la  dignidad  posible,  teniendo  en  cuenta  las circunstancias. Sin embargo, aquel encontronazo me había causado dolor de estómago. Tenía las palmas de las manos sudorosas.
—¿Estás bien? —me preguntó Mindy.
—Claro —dije. La mentira me dejó un sabor amargo en la boca.
Ya debería estar acostumbrada.
Puede  que  haya  algo  que  yo  deteste  más  que  levantarme  temprano  un  día  en  que,  técnicamente,  no tendría  por  qué  hacerlo.  Los  criaderos  de  perros.  Una  herida  en  la  lengua.  El  olor  a  alcantarilla.  Sin embargo, realmente odio madrugar cuando podría estar acurrucada bajo las mantas, soñando.
Pero no me quedaba más remedio que hacerlo. Había aceptado el encargo de diseñar una carta para una  cafetería  que  había  en  mi  calle.  El  dueño  quería  algo  sencillo,  pero  más  bonito  que  un  texto fotocopiado  en  papel  de  colores. Yo  tenía  que  hacer  las  ilustraciones  y  el  diseño,  y  encargarme  de  la impresión del trabajo y de los envoltorios, paquetes y bolsas del establecimiento, lo cual requería visitar algunas imprentas locales e investigar por Internet. Nada del otro mundo. Salvo que, por supuesto, seguía trabajando para Foto Folks y recibiendo llamadas de LaserTouch Studios, la empresa que me contrataba para hacer fotografías escolares y deportivas.
Moví el ratón, cambiando una vez más las especificaciones del documento para que se adaptara a los requisitos de la página web de impresión que había seleccionado el cliente, no por su calidad superior, por  supuesto,  sino  por  el  precio.  Dicha  página  web  no  entendía  la  superioridad  de  los  ordenadores
Apple, y aunque en el servicio de atención al cliente me habían asegurado varias veces que mis archivos debían cargarse sin problemas… sí había problemas.
—Ah, mierda —murmuré, cuando la subida del archivo se interrumpió de nuevo, a media carga, por séptima vez.
—¿Lali?
Yo me sobresalté y me di la vuelta.
—Hola, Peter. ¿Qué tal?
Él entró por la puerta del estudio; yo no me acordaba de que la había dejado abierta.
—He llamado a tu apartamento, pero al ver que no respondías, pensé que estarías aquí arriba.
—Pues sí —dije yo, sonriendo, e hice girar mi silla de oficina.


—¿Estás trabajando, o jugando?
—Trabajando —dije yo—. ¿Y tú, qué estás tramando?
Peter se dirigió hacia mí con una deliberada lentitud, y cuando me alcanzó, yo ya había separado los muslos para que él pudiera colocarse entre ellos. Incliné la cabeza hacia atrás para mirarlo. Él me apartó el pelo de los hombros y me besó con dulzura.
—He venido a ver si quieres acompañarme al Festival del Chocolate.
Yo arqueé una ceja y enganché los dedos en su cinturón para mantenerlo cerca.
—¿Es hoy?
—Sí. Tengo entradas para la jornada VIP. Todo el chocolate que puedas comer, más aperitivos, más champán y música en vivo.
—Hordas de gente. Hay que pegarse para conseguir un simple bocado de brownie de Sam’s Club. Es bastante absurdo.
—Nada  de  aglomeraciones  —me  prometió  él—.  Sé  de  buena  tinta  que  en  la  jornada  de  puertas cerradas no hay demasiada gente. Y hay champán, Lali.
Miré la pantalla del ordenador y suspiré.
—Si pudiera subir este endemoniado archivo, iría sin pensarlo.
—Entonces,  tendremos  que  conseguir  subir  ese  archivo  —dijo  él.  Se  le  dibujó  una  sonrisa  en  los labios, y la sonrisa le alcanzó los ojos y lo convirtió en un pirata. Astuto, sexy, con el pelo revuelto de un modo que me hizo pensar en él rodando por una cama.
—Concédeme unos minutos. Necesito intentarlo otra vez, ¿de acuerdo?
—Claro.
Él  no  me  preguntó  si  podía  curiosear,  sino  que  se  puso  a  pasear  sin  más  por  el  estudio,  mirándolo todo.  Yo  lo  observaba  por  el  rabillo  del  ojo  mientras  variaba  de  nuevo  las  especificaciones  del documento y comenzaba a subirlo a la página web una vez más. Yo no tenía allí ningún secreto que él no pudiera ver, pero, de todos modos, me sentí un poco rara al verlo tomar uno de los gruesos álbumes en los que conservaba copias de mis fotografías favoritas.
Sacó  uno  del  montón  y  se  lo  llevó  a  la  butaca  que  había  delante  de  los  ventanales  delanteros  del edificio. Se sentó allí y comenzó a pasar las páginas con los dedos, y seguramente, yo fui la única que sintió un cosquilleo.
—¡Sí!  ¡Gracias  a  Dios!  —exclamé  un  minuto  después,  cuando  por  fin  apareció  en  la  pantalla  una ventana que me avisaba de que la carga del documento se había completado con éxito.
Tecleé rápidamente la información del pedido del cliente, e hice una comprobación final del proceso.
Cuando, por fin, apreté la tecla «Enter», giré en la silla y solté un grito de alegría.
Peter alzó la vista desde el álbum, pero yo ya me había levantado y estaba haciendo una danza de la victoria.  Él  marcó  la  página  con  un  dedo  y  cerró  el  álbum,  y  yo  no  me  sentí  tonta,  aunque  se  estuviera riendo con ganas.
—¡Bum, bum, bum!
Meneé el trasero, me giré y me agité un poco más. Di unos saltitos.
—¿Vamos a mi habitación?
Yo me detuve en seco, con las manos plantadas en las caderas.
—¿No se suponía que ibas a llevarme a comer todo el chocolate que pudiera?
Peter se  levantó,  dejó  el  álbum  en  la  butaca,  me  tomó  la  muñeca  y  me  atrajo  hacia  sí.  Entonces 


me agarró  por  las  caderas  y  bailamos  un  poco,  lentamente,  no  moviendo  el  trasero,  como  había  hecho  yo, sino más bien frotándonos el uno contra el otro.
—Bailas muy bien —le dije.
—Ya lo sé.
Le di una palmadita en el hombro, pero cuando intenté separarme de él, se rio y me estrechó con fuerza.
—Se supone que tú tienes que decirme que yo también bailo muy bien —le reproché.
—De verdad, yo estaba admirando tus preciosos movimientos.
—Podríamos ir a bailar alguna vez —dije, mientras seguíamos girando suavemente.
—¿Hay buenos sitios de baile por aquí?
Yo bajé las manos hasta su estupendo y duro trasero, y se lo estrujé.
—Claro. En Harrisburg.
—Pero no en Annville —dijo Peter, y presionó suavemente su entrepierna contra la mía—.  Qué sorpresa.
Yo le apreté el trasero con más fuerza.
—Eh. Creía que habías dicho que iba a gustarte vivir en un pueblo pequeño.
Una  de  sus  manos  se  deslizó  hacia  arriba  y  se  posó  entre  mis  hombros,  y,  antes  de  que  me  diera cuenta, Peter me había inclinado tanto hacia abajo que mis rizos tocaron el suelo. Sin embargo, aunque aquello me tomó por sorpresa, no pensé ni por un momento que fuera a dejarme caer. Peter me mantuvo allí un segundo, hasta que volvió a enderezarme entre sus brazos.
—¿Lo decía en serio?
—No lo sé, Peter. ¿Lo decías en serio?
Él frunció los labios y agitó la cabeza pensativamente.
—Me suena más a lo típico que diría un tío que quiere impresionar a una guapísima casera para que le alquile un apartamento.
—Y yo que creía que no decías mentiras.
Dejamos de bailar y nos quedamos inmóviles. Sin embargo, a mí me daba vueltas la cabeza.
—Entonces, seré un chico de pueblo.
Yo me humedecí los labios. Se los ofrecí. Su mirada se clavó en ellos; después, me dio un beso que no parecía de un chico de pueblo.
Mi  teléfono,  que  estaba  sobre  la  mesa,  sonó.  Era  el  tono  de  Sarah,  así  que  de  mala  gana,  fui  a responder  la  llamada.  Peter me  persiguió  durante  todo  el  camino,  así  que  me  estaba  riendo  cuando contesté.
—¿Qué demonios te pasa? —preguntó Sarah.
—Eh… nada. ¿Qué tal?
—Pues parece que alguien tiene la mano metida en tus bragas.
—Ummm… no —dije, pero tuve que retorcerme para que Peter dejara de besarme la clavícula. Sin embargo, no lo remedié, porque cuando me di la vuelta comenzó a besarme la nuca.
Sarah soltó un resoplido.
—Ya. Saluda a tu novio de mi parte.
—Como si lo fuera —dije yo. Se lo habría hecho pasar mal, pero estaba distraída en aquel momento.
—¿Te hace cunnilingus?
—¿Cómo?
—Verás, siempre he pensado que los gais podían hacer el amor con una mujer, pero un cunnilingus es algo distinto. No creo que les cueste meterla en un sitio caliente y húmedo, pero ir a buscar perlas…
—¿Esta conversación tiene algún propósito? —le pregunté y, finalmente, conseguí zafarme de Peter, de sus manos y de su lengua, e incluso alejarme unos cuantos pasos.
Él sonrió desvergonzadamente.
—¿Aparte  de  mi  repentina  y  desesperada  necesidad  de  analizar  si  un  tío  puede  hacer  un  buen cunnilingus si la tía en cuestión no le gusta de verdad, o si puede fingir que le excita? ¿Aparte de todo eso?
—Sí,  aparte  de  tu  repentina  y  desesperada  necesidad  de  hablar  del  sexo  oral.  ¿Tiene  algún  otro propósito esta conversación?
Alex había vuelto a sentarse junto a la ventana y estaba mirando el álbum, pero me miró a mí cuando me oyó mencionar el sexo oral. Me giré hacia la pantalla del ordenador para no tener que ver su cara.
Revisé  el  estado  de  mi  pedido  y  comprobé  que  no  había  recibido  ningún  correo  electrónico  que necesitara mi atención en aquel momento.
Después empecé a cerrar el ordenador. Peter no me había dicho a qué hora debíamos marcharnos, pero yo necesitaba darme una ducha y cambiarme de ropa, y por cómo habíamos estado jugueteando un poco antes, pensé que tal vez todo aquello me tomara más tiempo de lo normal.
—En realidad, no.
—¿No? ¿Lo dices en serio? ¿Me has llamado solo para hacerme preguntas sobre tíos que hacen cunnilingus?
Aquello llamó la atención de Peter. Por gestos, le pregunté a qué hora teníamos que irnos. A las once. Me quedaban un par de horas hasta entonces, lo cual era tiempo de sobra para arreglarme… siempre y cuando no acabáramos en la cama.
—Sí —dijo Sarah.

Continuará...
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

5 comentarios:

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