Capitulo 35
Me había enamorado como una
loca.
Esperaba llevarme la gran
decepción, pero cada día que pasaba con Peter era tan maravilloso como el
anterior. En realidad, no vivíamos en una felicidad continua. Algunas veces, él
me molestaba con sus respuestas de listillo, y mi falta de puntualidad irritaba
a Peter. Pero aquellas cosas eran cosas normales
en una
pareja, y yo
aceptaba incluso las
pequeñas discusiones, porque
no nos hacían
descarrilar.
Podíamos superarlas. Lo que
había crecido entre nosotros no iba a desaparecer ni a disolverse. Lo que teníamos
era real.
Le hice docenas de
fotografías. Cientos. Se le daba muy bien posar, estaba cómodo con su cuerpo y con su
sexualidad. Yo había
ganado la cesta
de fotografía por
la que había
pujado en la
Feria del
Chocolate, y entre otros
regalos, incluía una plaza en uno de los talleres de fotografía de Scott
Church.
Iba a impartir la clase en
Filadelfia, y yo podía llevar un modelo. Por supuesto, llevé a Peter.
Tenía un
ejemplar del último
libro de Church
para que me
lo firmara, y Peter fue
mirándolo en el trayecto
desde Annville a
Filadelfia. La carretera
es larga y
recta, y atraviesa
campos y vecindarios apacibles. Es bonita.
—¿Y tengo que desnudarme
para estas fotos?
Yo lo miré de reojo.
—No tienes que hacer nada
que no quieras hacer.
Peter se rio con algo más
de azoramiento del que yo estaba acostumbrada en él.
—Supongo que no sería la
primera vez que estoy desnudo entre una multitud. Lo único que pasa es que no
estoy acostumbrado a que me fotografíen así.
Peter y yo habíamos hablado
de todo. De la vida, del universo, de la familia, de los amantes… Yo quería
saber por qué había estado desnudo entre una multitud de gente, pero no se lo
pregunté. Él me diría la verdad, y no estaba segura de querer saberlo.
—Te he fotografiado cientos
de veces —comenté.
—Pero es completamente
distinto.
—¿Tú crees? —le pregunté,
mirándolo un segundo, mientras tomaba el carril de la derecha para salir de la
autopista—. ¿Por qué?
—No me importa si tengo una
erección cuando tú me estás haciendo fotos. Y normalmente me sucede. ¿Qué pasa
si estoy programado para eso? —preguntó él. Parecía muy serio, pero estaba
sonriendo—. ¿Y si soy como uno de esos perros que se ponen a babear cuando oyen
la campana, pero en vez de babear, tengo una erección cuando se dispara el
flash?
Yo me eché a reír.
—Oh, Peter.
—Olivia, lo digo en serio.
¿Y si soy el único tío del taller que tiene una tienda de campaña entre las
piernas?
—Habrá chicas desnudas
posando. No creo que seas el único hombre que tiene una erección.
—Demonios, estoy vendido.
Como tenía
los ojos puestos
en la carretera
para asegurarme de
que tomaba la
salida correcta, no podía ver la expresión de su cara. Sin
embargo, no lo necesitaba. Podía leer su voz; al darme cuenta de eso, sonreí.
—Cariño, si pensara que te preocupa
mostrar tus encantos en público, nunca te habría pedido que me acompañaras. Pero
—dije, mientras tomaba
una calle lateral
y entraba en
el aparcamiento de
un viejo almacén— da
la casualidad de que sé
que no tienes
nada de lo
que avergonzarte. Para
esa gente, una erección será otro día de trabajo
rutinario. Te lo prometo.
—¿A ti no te molestaría?
—me preguntó él—. ¿De verdad?
—¿Que tuvieras
una erección porque
te excita estar
desnudo delante de
otra gente, o
porque hay chicas guapas y
desnudas con el estómago plano y sin estrías?
—Las dos cosas. Todo.
Lo tomé de la mano y le
acaricié los dedos.
—¿Debería?
—No, creo que no.
No habíamos
hablado de la
monogamia. Yo no tenía
tiempo para otro amante, pero
supuse que era posible que, durante mis horas de
trabajo, Peter hubiera conocido a otra persona con la que acostarse. No me lo
parecía, pero no era tan tonta como para pensar que iba a darme cuenta.
—Dos veces con la misma
piedra —murmuré.
—¿Eh?
Hice un gesto negativo con
la cabeza.
—Nada.
Él apretó los labios.
—Yo no soy Pablo, Olivia.
—Me encanta que seas tan
inteligente como para captar lo que digo incluso cuando soy tan imprecisa.
Él frunció los labios. No
era exactamente una sonrisa, pero por lo menos ya no tenía cara de pocos amigos.
—Tal vez quiera saber que
ibas a sentir celos, eso es todo.
Lo miré, y miré nuestros
dedos entrelazados. Entraron más coches al aparcamiento. De ellos salieron mujeres,
algunas muy poco vestidas. Yo le apreté la mano.
—Acabas de decir que…
Él también me la apretó.
—Sé lo que he dicho; y tú
no tienes nada de lo que sentir celos. Sin embargo, sería agradable saber que…
tal vez pudieras tenerlos.
—¿Es que quieres que me
enfade si tú haces algo que yo te he pedido que hagas?
—No. Sí. Mierda —dijo él—.
No, no que te enfades.
Aquella conversación estaba
dando giros extraños, y yo no estaba segura de poder seguirlos.
—Te he pedido que seas mi
modelo porque se te da muy bien posar, y porque como eres tan sexy,
Peter Lanzani, quería
presumir un poco de ti.
—¿Compartirme?
—¿Es que no quieres que te
comparta?
—Quiero —dijo Peter, con la
voz ronca—, que tú no quieras compartirme.
Yo me incliné hacia él, por
encima de la palanca de cambios, y tomé su cara entre las manos.
—No quiero
compartirte con nadie,
nunca jamás. Te
quiero solo para
mí. Soy avariciosa
y egoísta con respecto a ti,
Peter. Quiero que seas completamente mío.
Su sonrisa me acarició los
labios. Nos besamos, y él apartó un poco la cara.
—De acuerdo —dijo.
—¿Eso es lo suficientemente
celoso para ti? —le pregunté, pasándole el dedo pulgar por las cejas.
—Sí. ¿Le patearías el
trasero a una zorra por mí?
Me eché a reír.
—Por supuesto que sí.
Él sonrió aún más.
—Bien.
Arqueé una ceja.
—Entonces, ¿no quieres ser
mi modelo hoy? ¿De verdad? Podemos marcharnos.
—No —respondió
él. Observó el
almacén a través
de la ventanilla
del coche—. No
pasa nada. Quiero que tomes esta
clase. Llevas dos semanas sin hablar de otra cosa.
—No es cierto. El otro día
hablamos de Star Trek.
Él volvió a besarme.
—Pero tú quieres hacer
esto.
—Pero tú no tienes por qué
hacerlo si no quieres. Puedo entrar en clase sin llevar un modelo.
—Pero eso significa que
tendrás que tomar fotos de otra persona.
—Sí —dije lentamente,
recordando el último taller de fotografía al que había asistido.
Había hombres y mujeres
desnudos, todos ellos en una pila de carne desnuda, miembros entrelazados, caras
ensombrecidas. Había sido sensual, pero no erótico. Aquel día había aprendido
muchas cosas que podía usar en mi trabajo, que casi nunca tenía nada de sexual,
aparte de las fotos que le había hecho a
Peter.
—Pero eso no quiere decir
que…
—Sí —me dijo Peter con
firmeza—. Porque, Lali, ¿no se te ha ocurrido pensar, por un momento, que yo
también puedo ser un poco celoso.
Solo había unas cuarenta
personas en la habitación, entre fotógrafos y modelos. Algunas personas no habían llevado
a nadie. Tomamos
refrescos y comimos
algo mientras Church
preparaba la primera fotografía con ayuda de su ayudante,
Sarene. Él habló durante todo el tiempo, explicando la apertura de
diafragma y
la velocidad de
apertura, la iluminación
y las sombras.
Disparó las cámaras
frente a semblantes serios.
Algunas personas tomaron notas.
—Demonios, esto parece una
morgue —dijo Church de repente—. ¡Se
supone que tiene que ser divertido!
Todos nos
echamos a reír.
Él siguió hablando,
enseñándonos técnicas sencillas
para conseguir los mejores ángulos. Añadió modelos a la
escena. Peter no era el único hombre que había allí, pero fue uno de los
primeros a quienes eligió.
Con la cámara en el ojo, lo
vi poner las manos en las caderas de una chica de piel muy blanca, sin trasero,
pero con pechos grandes. Solo llevaba un par de zapatos de plataforma y un
tanga negro, aunque él todavía estaba
vestido. Posaron. Yo apreté
el disparador y
tomé la foto. A
través de la
lente de la cámara, no era real.
—No sé si me equivoco,
pero, ¿te conozco?
Yo me aparté la cámara del
ojo y me giré hacia la voz.
—Ah, hola. Nos conocemos,
sí. Soy Lali Esposito.
Scott Church me dio un
abrazo.
—Hiciste de modelo para mí,
¿no?
—He estado en tus clases
—dije.
—Vaya —dijo, y me pidió que
le mostrara la foto que había hecho—. Enséñamela.
Al verla, asintió. Después
cambió la configuración de mi cámara y enfocó al grupo de modelos.
—Prueba así.
Lo hice, y los dos
comprobamos lo que había fotografiado. En aquella ocasión, me hizo un gesto de aprobación
con los pulgares hacia arriba.
—¿Notas la diferencia?
—Sí. Gracias.
Él volvió a mirar.
—Quiero ver esta cuando
hayas terminado con ella, ¿de acuerdo? Es buena.
Yo sonreí.
—Muchas gracias. Significa
mucho para mí, viniendo de ti.
Él no tenía falsa modestia,
pero también sabía aceptar un cumplido con elegancia.
—Gracias a ti. Sigue así.
Estuvimos trabajando una
hora más. Los modelos fueron quitándose la ropa; yo me di cuenta de que unos
cuantos sentían timidez, al igual que algunos de los fotógrafos, pero el hecho
de estar desnudo tiene
algo extraño:
al principio provoca
azoramiento, pero después
de un rato,
es solo piel
contra piel, lo mismo que tenemos todos.
Al final del taller yo
había tomado unas doscientas fotos, y pensaba que había unas doce que merecía la
pena mostrar. Tal vez alguna más, cuando llegara a casa y pudiera mejorarlas
con el Photoshop. Había sido un gran día.
Church abrazó a las mujeres
y estrechó la mano a los hombres al despedirse.
—Vaya, se me había olvidado
mencionaros esto —dijo mientras nos marchábamos—: Voy a celebrar
una exposición
en la Galería
de Mulberry Street,
en Lancaster, el
mes que viene.
Venid a verla.
Seguramente colgaré algunas
fotos de este taller.
Yo me encontré con Peter en
la mesa donde estaba tomando una lata de refresco para el viaje; él se estaba poniendo
el chaquetón. Las
manos de otra
mujer le habían
revuelto el pelo,
y aunque yo
misma había sacado fotos
de ella al
hacerlo, en aquel
momento sentí una
punzada de celos
que me empujó a colocárselo.
Él sonrió.
—Ha sido divertido. Estoy
impaciente por ver las fotografías.
—Y no hay ninguna erección
en ninguna de ellas —dije yo, irónicamente, de camino hacia mi coche.
Él se echó a reír y me pasó
un brazo por los hombros.
—Hacía demasiado frío ahí
dentro.
—Ya. ¿No tenías calor,
apretado contra todos esos cuerpos? —le pregunté, mirándolo con una dureza fingida
mientras abría el maletero para meter la cámara y el resto de mis cosas.
Peter me empujó suavemente
contra el coche, puso las manos en mis caderas y me besó.
—No.
—Ummm… —yo metí la rodilla
entre sus piernas—. ¿Y ahora? Siento algo…
Él se rio junto a mi oreja,
y me presionó el vientre con la entrepierna.
—Eso es por ti. ¿No sabes
lo sexy que estás con una cámara en las manos?
—Cariño, todos teníamos una
cámara.
—Yo solo te estaba
prestando atención a ti.
Yo me reí, aunque se me
había entrecortado un poco la voz.
—Ya, claro.
Él se echó hacia atrás para
mirarme a los ojos.
—Eres distinta cuando
tienes la cámara, Lali.
—¿Diferente? ¿En qué
sentido?
Él cabeceó mientras buscaba
las palabras.
—No sé.
No puedo explicarlo.
Eres… más grande.
Lo que puedes
hacer es impresionante. Haces arte, y eso es muy sexy.
—Yo, y todo aquel que tiene
una cámara.
—No, no
todo el mundo.
Cualquiera puede tomar
una foto, eso
es cierto. Pero
lo que tú
haces es distinto. Y no me digas
que no —dijo, interrumpiéndome cuando yo abría la boca para hablar de nuevo
—. Acepta el cumplido.
—Gracias.
Nos besamos
durante unos minutos.
Entonces se abrió
la puerta del
almacén, y me
acordé de que, aunque ya no quedara nadie en el
aparcamiento, no estábamos solos. Yo sentía la erección de Peter contra el
vientre; tenía las braguitas calientes y húmedas, y los pezones endurecidos.
—Deberíamos irnos —susurré
contra sus labios.
—Sí.
No nos movimos. El viento
le revolvió el pelo y se lo metió en los ojos. Yo se lo aparté de la frente.
—Antes hablaba
en serio —dije
de repente—. Cuando
te dije que
soy avariciosa y
egoísta con respecto a ti. Te
quiero para mí sola.
Peter se enroscó uno de mis
rizos en el dedo y me apretó contra el coche.
—Bien.
—Te quiero —dije.
Pensaba que las palabras
iban a salir más fuertes, más firmes. Sin embargo, sonaron entrecortadas, y me
rasparon un poco la garganta.
Pero él las oyó de todos
modos.
—Yo también te quiero, Lali.
Me abracé a él con todas
mis fuerzas, con los ojos cerrados y la cara apretada contra su pecho. Olía bien,
y yo me sentía bien entre sus brazos. Y en aquel momento supe, sin duda alguna
y sin miedo, que iba a quererlo para siempre.
Él me acarició el pelo.
—¿En qué estás pensando?
Yo incliné la cabeza hacia
atrás para mirarlo.
—Estoy pensando… en que
quiero que conozcas a mi madre.
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D
:o mmasss me encanto la novela uq burno que no se separan por los s3cretos
ResponderBorrarAa me encantoo
ResponderBorrarMaaass
Maaaaaaaaassss me encantoooooo
ResponderBorrarJajajaja,no podía ser d otra manera ,todas somos celosas d nuestras parejas ,los queremos para nosotras en exclusividad.
ResponderBorrarMe encanto. Amo que no se peleen por sus secretos. Aunque con semejantes secretos es bastante difícil ambos están abiertos a que los dos tienen un pasado y eso me encanta.
ResponderBorrarmMaaaaaaaaaaaaaaaassss subi masssssss, es genial esta novela, la amo.
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