domingo, 19 de enero de 2014

Capítulo 35

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 35
Me había enamorado como una loca.
Esperaba llevarme la gran decepción, pero cada día que pasaba con Peter era tan maravilloso como el anterior. En realidad, no vivíamos en una felicidad continua. Algunas veces, él me molestaba con sus respuestas de listillo, y mi falta de puntualidad irritaba a Peter. Pero aquellas cosas eran cosas normales
en  una  pareja,  y  yo  aceptaba  incluso  las  pequeñas  discusiones,  porque  no  nos  hacían  descarrilar.
Podíamos superarlas. Lo que había crecido entre nosotros no iba a desaparecer ni a disolverse. Lo que teníamos era real.
Le hice docenas de fotografías. Cientos. Se le daba muy bien posar, estaba cómodo con su cuerpo y con  su  sexualidad.  Yo  había  ganado  la  cesta  de  fotografía  por  la  que  había  pujado  en  la  Feria  del
Chocolate, y entre otros regalos, incluía una plaza en uno de los talleres de fotografía de Scott Church.
Iba a impartir la clase en Filadelfia, y yo podía llevar un modelo. Por supuesto, llevé a Peter.
Tenía  un  ejemplar  del  último  libro  de  Church  para  que  me  lo  firmara,  y Peter fue  mirándolo  en  el trayecto  desde  Annville  a  Filadelfia.  La  carretera  es  larga  y  recta,  y  atraviesa  campos  y  vecindarios apacibles. Es bonita.
—¿Y tengo que desnudarme para estas fotos?
Yo lo miré de reojo.
—No tienes que hacer nada que no quieras hacer.
Peter se rio con algo más de azoramiento del que yo estaba acostumbrada en él.
—Supongo que no sería la primera vez que estoy desnudo entre una multitud. Lo único que pasa es que no estoy acostumbrado a que me fotografíen así.
Peter y yo habíamos hablado de todo. De la vida, del universo, de la familia, de los amantes… Yo quería saber por qué había estado desnudo entre una multitud de gente, pero no se lo pregunté. Él me diría la verdad, y no estaba segura de querer saberlo.
—Te he fotografiado cientos de veces —comenté.
—Pero es completamente distinto.
—¿Tú crees? —le pregunté, mirándolo un segundo, mientras tomaba el carril de la derecha para salir de la autopista—. ¿Por qué?
—No me importa si tengo una erección cuando tú me estás haciendo fotos. Y normalmente me sucede. ¿Qué pasa si estoy programado para eso? —preguntó él. Parecía muy serio, pero estaba sonriendo—. ¿Y si soy como uno de esos perros que se ponen a babear cuando oyen la campana, pero en vez de babear, tengo una erección cuando se dispara el flash?
Yo me eché a reír.
—Oh, Peter.
—Olivia, lo digo en serio. ¿Y si soy el único tío del taller que tiene una tienda de campaña entre las piernas?
—Habrá chicas desnudas posando. No creo que seas el único hombre que tiene una erección.
—Demonios, estoy vendido.
Como  tenía  los  ojos  puestos  en  la  carretera  para  asegurarme  de  que  tomaba  la  salida  correcta,  no podía ver la expresión de su cara. Sin embargo, no lo necesitaba. Podía leer su voz; al darme cuenta de eso, sonreí.
—Me estás tomando el pelo, Lali. ¿Por qué? —me preguntó, como si estuviera triste. Pero yo oía su sonrisa—. Eso no está bien.
—Cariño, si pensara que te preocupa mostrar tus encantos en público, nunca te habría pedido que me acompañaras.  Pero  —dije,  mientras  tomaba  una  calle  lateral  y  entraba  en  el  aparcamiento  de  un  viejo almacén—  da  la  casualidad  de  que  sé  que  no  tienes  nada  de  lo  que  avergonzarte.  Para  esa  gente,  una erección será otro día de trabajo rutinario. Te lo prometo.
—¿A ti no te molestaría? —me preguntó él—. ¿De verdad?
—¿Que  tuvieras  una  erección  porque  te  excita  estar  desnudo  delante  de  otra  gente,  o  porque  hay chicas guapas y desnudas con el estómago plano y sin estrías?
—Las dos cosas. Todo.
Lo tomé de la mano y le acaricié los dedos.
—¿Debería?
—No, creo que no.
No  habíamos  hablado  de  la  monogamia. Yo  no  tenía  tiempo  para  otro  amante,  pero  supuse  que  era posible que, durante mis horas de trabajo, Peter hubiera conocido a otra persona con la que acostarse. No me lo parecía, pero no era tan tonta como para pensar que iba a darme cuenta.
—Dos veces con la misma piedra —murmuré.
—¿Eh?
Hice un gesto negativo con la cabeza.
—Nada.
Él apretó los labios.
—Yo no soy Pablo, Olivia.
—Me encanta que seas tan inteligente como para captar lo que digo incluso cuando soy tan imprecisa.
Él frunció los labios. No era exactamente una sonrisa, pero por lo menos ya no tenía cara de pocos amigos.
—Tal vez quiera saber que ibas a sentir celos, eso es todo.
Lo miré, y miré nuestros dedos entrelazados. Entraron más coches al aparcamiento. De ellos salieron mujeres, algunas muy poco vestidas. Yo le apreté la mano.
—Acabas de decir que…
Él también me la apretó.
—Sé lo que he dicho; y tú no tienes nada de lo que sentir celos. Sin embargo, sería agradable saber que… tal vez pudieras tenerlos.
—¿Es que quieres que me enfade si tú haces algo que yo te he pedido que hagas?
—No. Sí. Mierda —dijo él—. No, no que te enfades.
Aquella conversación estaba dando giros extraños, y yo no estaba segura de poder seguirlos.
—Te he pedido que seas mi modelo porque se te da muy bien posar, y porque como eres tan sexy,
Peter Lanzani, quería presumir un poco de ti.
—¿Compartirme?
—¿Es que no quieres que te comparta?
—Quiero —dijo Peter, con la voz ronca—, que tú no quieras compartirme.
Yo me incliné hacia él, por encima de la palanca de cambios, y tomé su cara entre las manos.
—No  quiero  compartirte  con  nadie,  nunca  jamás.  Te  quiero  solo  para  mí.  Soy  avariciosa  y  egoísta con respecto a ti, Peter. Quiero que seas completamente mío.
Su sonrisa me acarició los labios. Nos besamos, y él apartó un poco la cara.
—De acuerdo —dijo.
—¿Eso es lo suficientemente celoso para ti? —le pregunté, pasándole el dedo pulgar por las cejas.
—Sí. ¿Le patearías el trasero a una zorra por mí?
Me eché a reír.
—Por supuesto que sí.
Él sonrió aún más.
—Bien.
Arqueé una ceja.
—Entonces, ¿no quieres ser mi modelo hoy? ¿De verdad? Podemos marcharnos.
—No  —respondió  él.  Observó  el  almacén  a  través  de  la  ventanilla  del  coche—.  No  pasa  nada. Quiero que tomes esta clase. Llevas dos semanas sin hablar de otra cosa.
—No es cierto. El otro día hablamos de Star Trek.
Él volvió a besarme.
—Pero tú quieres hacer esto.
—Pero tú no tienes por qué hacerlo si no quieres. Puedo entrar en clase sin llevar un modelo.
—Pero eso significa que tendrás que tomar fotos de otra persona.
—Sí —dije lentamente, recordando el último taller de fotografía al que había asistido.
Había hombres y mujeres desnudos, todos ellos en una pila de carne desnuda, miembros entrelazados, caras ensombrecidas. Había sido sensual, pero no erótico. Aquel día había aprendido muchas cosas que podía usar en mi trabajo, que casi nunca tenía nada de sexual, aparte de las fotos que le había hecho a
Peter.
—Pero eso no quiere decir que…
—Sí —me dijo Peter con firmeza—. Porque, Lali, ¿no se te ha ocurrido pensar, por un momento, que yo también puedo ser un poco celoso.
Solo había unas cuarenta personas en la habitación, entre fotógrafos y modelos. Algunas personas no habían  llevado  a  nadie.  Tomamos  refrescos  y  comimos  algo  mientras  Church  preparaba  la  primera fotografía con ayuda de su ayudante, Sarene. Él habló durante todo el tiempo, explicando la apertura de
diafragma  y  la  velocidad  de  apertura,  la  iluminación  y  las  sombras.  Disparó  las  cámaras  frente  a semblantes serios. Algunas personas tomaron notas.
—Demonios, esto parece una morgue  —dijo Church de repente—. ¡Se supone que tiene que ser divertido!
Todos  nos  echamos  a  reír.  Él  siguió  hablando,  enseñándonos  técnicas  sencillas  para  conseguir  los mejores ángulos. Añadió modelos a la escena. Peter no era el único hombre que había allí, pero fue uno de los primeros a quienes eligió.
Con la cámara en el ojo, lo vi poner las manos en las caderas de una chica de piel muy blanca, sin trasero, pero con pechos grandes. Solo llevaba un par de zapatos de plataforma y un tanga negro, aunque él  todavía  estaba  vestido.  Posaron. Yo  apreté  el  disparador  y  tomé  la  foto. A  través  de  la  lente  de  la cámara, no era real.
—No sé si me equivoco, pero, ¿te conozco?
Yo me aparté la cámara del ojo y me giré hacia la voz.
—Ah, hola. Nos conocemos, sí. Soy Lali Esposito.
Scott Church me dio un abrazo.
—Hiciste de modelo para mí, ¿no?
—He estado en tus clases —dije.
—Vaya —dijo, y me pidió que le mostrara la foto que había hecho—. Enséñamela.
Al verla, asintió. Después cambió la configuración de mi cámara y enfocó al grupo de modelos.
—Prueba así.
Lo hice, y los dos comprobamos lo que había fotografiado. En aquella ocasión, me hizo un gesto de aprobación con los pulgares hacia arriba.
—¿Notas la diferencia?
—Sí. Gracias.
Él volvió a mirar.
—Quiero ver esta cuando hayas terminado con ella, ¿de acuerdo? Es buena.
Yo sonreí.
—Muchas gracias. Significa mucho para mí, viniendo de ti.
Él no tenía falsa modestia, pero también sabía aceptar un cumplido con elegancia.
—Gracias a ti. Sigue así.
Estuvimos trabajando una hora más. Los modelos fueron quitándose la ropa; yo me di cuenta de que unos cuantos sentían timidez, al igual que algunos de los fotógrafos, pero el hecho de estar desnudo tiene
algo  extraño:  al  principio  provoca  azoramiento,  pero  después  de  un  rato,  es  solo  piel  contra  piel,  lo mismo que tenemos todos.
Al final del taller yo había tomado unas doscientas fotos, y pensaba que había unas doce que merecía la pena mostrar. Tal vez alguna más, cuando llegara a casa y pudiera mejorarlas con el Photoshop. Había sido un gran día.
Church abrazó a las mujeres y estrechó la mano a los hombres al despedirse.
—Vaya, se me había olvidado mencionaros esto —dijo mientras nos marchábamos—: Voy a celebrar
una  exposición  en  la  Galería  de  Mulberry  Street,  en  Lancaster,  el  mes  que  viene.  Venid  a  verla.
Seguramente colgaré algunas fotos de este taller.
Yo me encontré con Peter en la mesa donde estaba tomando una lata de refresco para el viaje; él se estaba  poniendo  el  chaquetón.  Las  manos  de  otra  mujer  le  habían  revuelto  el  pelo,  y  aunque  yo  misma había  sacado  fotos  de  ella  al  hacerlo,  en  aquel  momento  sentí  una  punzada  de  celos  que  me  empujó a colocárselo.
Él sonrió.
—Ha sido divertido. Estoy impaciente por ver las fotografías.
—Y no hay ninguna erección en ninguna de ellas —dije yo, irónicamente, de camino hacia mi coche.
Él se echó a reír y me pasó un brazo por los hombros.
—Hacía demasiado frío ahí dentro.
—Ya. ¿No tenías calor, apretado contra todos esos cuerpos? —le pregunté, mirándolo con una dureza fingida mientras abría el maletero para meter la cámara y el resto de mis cosas.
Peter me empujó suavemente contra el coche, puso las manos en mis caderas y me besó.
—No.
—Ummm… —yo metí la rodilla entre sus piernas—. ¿Y ahora? Siento algo…
Él se rio junto a mi oreja, y me presionó el vientre con la entrepierna.
—Eso es por ti. ¿No sabes lo sexy que estás con una cámara en las manos?
—Cariño, todos teníamos una cámara.
—Yo solo te estaba prestando atención a ti.
Yo me reí, aunque se me había entrecortado un poco la voz.
—Ya, claro.
Él se echó hacia atrás para mirarme a los ojos.
—Eres distinta cuando tienes la cámara, Lali.
—¿Diferente? ¿En qué sentido?
Él cabeceó mientras buscaba las palabras.
—No  sé.  No  puedo  explicarlo.  Eres…  más  grande.  Lo  que  puedes  hacer  es  impresionante.  Haces arte, y eso es muy sexy.
—Yo, y todo aquel que tiene una cámara.
—No,  no  todo  el  mundo.  Cualquiera  puede  tomar  una  foto,  eso  es  cierto.  Pero  lo  que  tú  haces  es distinto. Y no me digas que no —dijo, interrumpiéndome cuando yo abría la boca para hablar de nuevo
—. Acepta el cumplido.
—Gracias.
Nos  besamos  durante  unos  minutos.  Entonces  se  abrió  la  puerta  del  almacén,  y  me  acordé  de  que, aunque ya no quedara nadie en el aparcamiento, no estábamos solos. Yo sentía la erección de Peter contra el vientre; tenía las braguitas calientes y húmedas, y los pezones endurecidos.
—Deberíamos irnos —susurré contra sus labios.
—Sí.
No nos movimos. El viento le revolvió el pelo y se lo metió en los ojos. Yo se lo aparté de la frente.
—Antes  hablaba  en  serio  —dije  de  repente—.  Cuando  te  dije  que  soy  avariciosa  y  egoísta  con respecto a ti. Te quiero para mí sola.
Peter se enroscó uno de mis rizos en el dedo y me apretó contra el coche.
—Bien.
—Te quiero —dije.
Pensaba que las palabras iban a salir más fuertes, más firmes. Sin embargo, sonaron entrecortadas, y me rasparon un poco la garganta.
Pero él las oyó de todos modos.
—Yo también te quiero, Lali.
Me abracé a él con todas mis fuerzas, con los ojos cerrados y la cara apretada contra su pecho. Olía bien, y yo me sentía bien entre sus brazos. Y en aquel momento supe, sin duda alguna y sin miedo, que iba a quererlo para siempre.
Él me acarició el pelo.
—¿En qué estás pensando?
Yo incliné la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—Estoy pensando… en que quiero que conozcas a mi madre.

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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

6 comentarios:

  1. :o mmasss me encanto la novela uq burno que no se separan por los s3cretos

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  2. Maaaaaaaaassss me encantoooooo

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  3. Jajajaja,no podía ser d otra manera ,todas somos celosas d nuestras parejas ,los queremos para nosotras en exclusividad.

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  4. Me encanto. Amo que no se peleen por sus secretos. Aunque con semejantes secretos es bastante difícil ambos están abiertos a que los dos tienen un pasado y eso me encanta.

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  5. mMaaaaaaaaaaaaaaaassss subi masssssss, es genial esta novela, la amo.

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Amor y Paz :D
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