viernes, 29 de noviembre de 2013

Capítulo 24

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 24
Él abrió los ojos y me miró. Yo había hecho algún ruido, un gruñido, o algo así. Cuando sonrió, tuve ganas de maldecirlo, pero como era tan magnífico no pude.
—Estoy tan excitado… —dijo, acariciándose deliberadamente, y volvió a cerrar los ojos—. Quiero estar dentro de ti, Lali.
Yo separé un poco los dedos. Moví las manos y las posé sobre la frente, justo delante de mis ojos, aunque todavía podía verlo. Quería verlo.
—Eres muy injusto.
Él se rio, y después gruñó.
—Dios, esto es tan gozoso… Pero tú te sentirías aún mejor.
Mi clítoris volvió a latir, y sentí un vacío doloroso en el sexo.
—Estás  tan  húmeda  —prosiguió  él—.  Yo  podría  deslizarme  dentro,  muy  dentro,  y  después  hacia fuera…
Entreabrió un ojo para juzgar mi  respuesta. Yo  me  habría  echado  a  reír  si  hubiera  podido,  pero  no tenía aliento suficiente.
—Al cuerno —dije, después de un segundo, y me senté para agarrarlo—. Tú ganas.
Tiré de él y lo tendí sobre mí, y nos besamos ferozmente. Me quitó toda la ropa, y nuestros cuerpos desnudos se tocaron. Yo respiré profundamente. Todo mi cuerpo me pedía a gritos el clímax.
Él  se  incorporó  lo  suficiente  como  para  poder  sacar  un  preservativo.  Como  hombre  listo  que  era, había puesto la caja debajo de los cojines. Rasgó el paquetito y se lo puso, y después volvió a tenderse sobre  mí.  Me  besó  y  se  apoyó  con  una  mano  en  el  futón,  y  con  la  otra  se  guio  a  sí  mismo  hacia  mi interior…
Entró en mi cuerpo lentamente, y se detuvo cuando yo emití un pequeño gruñido de protesta. Entonces
me  puso  la  mano  bajo  la  nuca  y  metió  los  dedos  entre  mi  pelo,  y  unió  su  boca  a  la  mía.  Me  besó profundamente, hasta que se detuvo, con la respiración entrecortada.
Yo miré su rostro. Estaba tan cerca que podía contarle las pestañas. Dentro de mí, su miembro latía, y yo me moví un poco. Mi clítoris también latía, pero él no se movió. Yo me agité; no lo hice a propósito, pero no podía impedir que mi cuerpo quisiera encontrar su placer.
Él se hundió más en mí, y después, igual de lentamente, se retiró un centímetro. No era suficiente. Yo alcé las caderas y lo agarré por las caderas para moverlo.
Él se hundió en mí, y después salió. Empezó unas acometidas más fuertes, y nuestros dientes chocaron en  un  beso  duro,  pero  a  mí  no  me  importó.  Me  sentía  tan  bien  que  no  me  importaba  ninguna  otra  cosa.
Hicimos el amor fuerte, rápido, y cuando llegué al orgasmo, cerré los ojos y vi estallidos de color, como fuegos artificiales.
Peter llegó al clímax medio minuto después que yo. Gruñó mi nombre, y eso me sorprendió. Me encantó.
Pasó un minuto antes de que metiera la mano entre nosotros para sujetar el preservativo y salir de mi cuerpo. Se tumbó boca arriba con un suspiro. Yo miré al techo. Estaba tan saciada y tan relajada que no podía hablar.
—Lo siento —dijo él, después de otro minuto.
Yo había estado disfrutando, a punto de dormirme, en un lugar feliz.
En aquel momento me apoyé sobre un codo y lo miré.
—¿El qué?
Él  se  incorporó  y  se  sentó  al  borde  del  futón  para  quitarse  el  preservativo.  Después  me  miró  por encima de su hombro.
—Bueno, yo… ya te he dicho que hacía mucho tiempo que no…
Pensé que estaba bromeando. Estaba segura, de hecho, hasta que él se levantó para ir al baño y le vi la cara. Entonces me levanté y lo seguí.
—¿A qué te refieres?
Él se estaba lavando las manos.
—Me refiero a que… ha sido muy… rápido. Eso es todo.
—Ah —dije yo. Aquel era un terreno delicado—. Eh, mírame.
Él se giró hacia mí con una expresión neutral. Yo estaba acostumbrada a eso. Le puse una mano en la cadera, lo atraje hacia mí y lo abracé. Carne contra carne.
—Han sido las mejores relaciones sexuales que he tenido en mucho tiempo.
Él intentó contener la sonrisa.
—¿Cuánto tiempo hace que no has tenido relaciones sexuales?
—Hace  mucho,  mucho  tiempo  —reconocí  yo,  y  me  puse  de  puntillas  para  besarlo—.  Pero  eso  no significa que estas no hayan sido fantásticas.
Entonces, él me rodeó con los brazos. Me devolvió el beso. Se rio un poco.
—La próxima vez…
Yo le agarré el trasero y se lo apreté.
—La próxima vez. Sí.
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Pasamos todo el día desnudos, o casi desnudos, viendo película tras película de su colección gigante de DVD. Él no había llevado muchos muebles al apartamento, pero tenía suficientes películas como para abastecer  un  videoclub.  Comimos  pizza  de  su  congelador,  y  me  hizo  margaritas  con  un  tequila  Gran Patrón Platinum, con una etiqueta en la que figuraba un precio que me hizo toser, aunque la bebida en sí me bajó dulcemente por la garganta. Él no bebió nada, sin embargo.
—¿Estás segura de que no quieres salir? —me preguntó Peter.
Él  se  había  puesto  unos  calzoncillos  sueltos,  rojos,  y  me  había  prestado  una  de  sus  camisas. Habíamos  improvisado  una  mesa  sobre  una  maleta  dura,  y  habíamos  tomado  como  asientos  los  cojines del futón.
—Podríamos ir al Corvette. Allí tienen alitas de pollo y hora feliz de bebidas, además. Creo.
Yo ya estaba suficientemente animada con las margaritas, y negué con la cabeza.
—Dios, no. Estoy llena.
Él se inclinó para robarme un trozo de pepperoni que yo había apartado de mi pizza, y se lo metió en la boca.
—Tenías que habérmelo dicho, Lali. Habría hecho otra cosa.
Tardé un segundo en entender lo que quería decir.
—Ah, no. La pizza está muy bien. Yo no como  pepperoni, pero no porque no… Bueno, creo que es porque no lo he comido desde pequeña. No es que me ofenda por motivos religiosos.
En  realidad,  yo  no  había  pensado  nunca  en  eso,  en  el  motivo  por  el  que  había  dejado  de  comer
pepperoni y gambas, dos alimentos que mi madre rechazaba de plano. Por qué comía bacón de pavo y no
del  normal,  o  por  qué  comía  el  jamón  que  me  daba  mi  padre,  ya  guisado,  pero  nunca  lo  cocinaba  yo misma.
Él no me había preguntado nada, pero yo se lo conté de todos modos.
—Mis  padres  se  divorciaron  cuando  yo  tenía  cinco  años.  Mi  padre  es  católico,  mi  madre  es  judía.
Los dos volvieron a casarse. Mi padre ha sido muy activo en su iglesia durante mucho tiempo, pero mi madre decidió volver a la religión hace pocos años. Eso significa que sigue las normas de alimentación y respeta el sabbat.
—Entiendo lo que significa eso.
—La mayoría de la gente de por aquí no lo entiende.
Él se inclinó hacia mí y me besó.
—Se te olvida que soy un viajero internacional.
Yo le agarré por la nuca para que él no pudiera apartarse. Convertí su beso ligero en algo profundo. Excitante. Cuando lo solté, estaba sonriendo. Se estiró a mi lado.
—¿Tienes que trabajar mañana? —me preguntó.
Yo puse cara de horror.
—No me lo recuerdes. Sí. Tengo unos cuantos clientes a los que atender por la mañana, y después, a las cuatro, tengo una sesión con Foto Folks. ¿Por qué?
—Me preguntaba si tenías que acostarte temprano.
—Debería. Debería irme a casa pronto.
—No —dijo él, seriamente—. No te vayas.
Yo gruñí, y me tendí boca arriba, mirando al techo.
—Peter…
—Lali.
Me senté, flexioné las rodillas y me las rodeé con los brazos.
—No quiero que esto se vuelva raro.
Él me tiró de un rizo.
—No tiene por qué.
—Esto ha sido fantástico, Peter. Realmente fantástico. E inesperado.
—Estoy lleno de sorpresas.
De eso yo no tenía ninguna duda.
—Pero creo que debería irme ya.
Él entrecerró los ojos y apartó la mirada durante un segundo. Después volvió a mirarme.
—Ojalá no lo hicieras.
—Peter… —suspiré. No quería marcharme. Quería hacer el amor con él otra vez, pero eso solo iba a causarme problemas. Y, además, me lo habían advertido.
—Lali —dijo él de nuevo, pacientemente—, ¿tienes novio?
—¡Tú sabes que no!
—¿Te gustaría tenerlo?
Yo apoyé la barbilla sobre las rodillas, y lo observé durante unos segundos, en silencio. Él no apartó la vista. No se movió con incomodidad, ni vaciló. Se limitó a esperar mi respuesta.
—¿No crees que la mayoría de la gente quiere tener a alguien a su lado? —pregunté.
—Sí, creo que sí —dijo él—. ¿Así pues?
—¿Que si quiero un novio? ¿Es que te estás ofreciendo?

Continuará...
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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Capítulo 23

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 23
Tal  y  como  había  prometido, Peter había  dejado  la  puerta  abierta.  De  todos  modos,  llamé  antes  de abrir. Asomé la cabeza sin saber qué me iba a encontrar. ¿A Peter desnudo, esperándome? Ojalá.
No  estaba  desnudo,  pero  tenía  el  pelo  mojado,  así  que  él  también  se  había  duchado. Yo  me  había puesto unos pantalones vaqueros y una camisa, y él también llevaba vaqueros y una camisa que tenía el bajo  deshilachado.  Estaba  junto  a  la  encimera  de  la  cocina,  donde  había  puesto  un  cuenco  lleno  de galletitas saladas.
—¿Vas a darme de comer otra vez?
—Fuerza, Lali. Te lo dije.
A mí se me secó la garganta. Una cosa era saber cómo era una mujer moderna, segura de sí misma y de su sexualidad, y no darle demasiada importancia a una relación sexual pasajera. Otra cosa era ser esa mujer.
—Pero antes deberíamos hablar de una cosa  —dijo él con seriedad, antes  de  que  yo  pudiera responder.
—Oh, oh —dije, y di un paso hacia atrás—. Eso no suena bien.
Él no me dejó escapar. Me tomó de la mano y me llevó hacia el futón, donde las sábanas y los cojines estaban  muy  bien  ordenados.  Nos  sentamos.  Él  no  me  soltó  la  mano.  La  giró  hacia  arriba,  y  se  puso  a trazar las líneas de la palma hasta que me estremecí. Entonces me miró.
—No tenemos que hacer esto obligatoriamente.
Era lo último que esperaba oír. Casi tiré de la mano para que me soltara.
—Si no quieres…
—Claro que quiero. Por supuesto que quiero  —me aseguró él, y me  abrazó—. De verdad, Lali, quiero hacerlo.
Yo lo miré atentamente a la cara, pero no encontré ninguna señal que me ayudara a comprenderlo.
—Entonces, ¿por qué has dicho eso?
—Porque…
Se interrumpió y carraspeó. Se movió un poco, y yo vi su pecho desnudo por la abertura del cuello de su camisa. Percibí su olor. Olía muy bien. Me incliné ligeramente hacia él.
—¿Qué?
—Porque  no  he  estado  con  una  mujer  desde  hace…  Bueno,  desde  hace  tiempo  —respondió apresuradamente, como si le resultara un alivio confesarlo.
Había  dicho  «con  una  mujer».  Podía  haber  dicho  una  mentira,  pero  había  hecho  la  distinción.  Si hubiera dicho con «nadie», yo me habría marchado. Por lo menos, eso quería pensar: que si me hubiera mentido, yo me habría marchado.
—Yo tampoco —dije con ligereza.
Él me miró a los ojos, y sonrió.
—Eres graciosa.
—Algunas veces.
Siguió acariciándome la palma de la mano.
—Solo quería que lo supieras.
—Gracias.
Nuestras  rodillas  chocaron.  Yo  jugueteé  con  uno  de  los  botones  de  su  camisa.  Lo  desabroché,  y después desabroché el siguiente, y todos, hasta que pude abrirle la camisa y mirarlo.
Su risa se convirtió en un silbido cuando dibujé un círculo alrededor de uno de sus pezones. Él metió las manos entre mi pelo cuando lo besé en la boca. Me puse a horcajadas sobre su regazo, y seguimos besándonos hasta que yo tuve que parar para poder respirar.
Notaba su erección debajo de mí, y me balanceé sobre él. Mi clítoris se frotó contra la costura de mi pantalón  vaquero,  contra  el  estómago  de  Peter.  Yo  no  llevaba  sujetador  bajo  la  camisa,  y  la  tela  me rozaba los pezones. Yo quería que se rozaran contra su piel desnuda.
Él me soltó el pelo, me agarró de las nalgas y me estrechó contra su cuerpo. Entonces posó los labios en mi cuello, en mis clavículas. Su lengua me dejó un rastro húmedo en la piel mientras bajaba hacia mi pecho.
Me miró.
—¿Podemos deshacernos de esto?
Se refería a mi camisa.
—Solo si tú también te quitas la tuya.
—Quítamela tú.
Tenía  una  voz  muy  sexy,  ronca,  rasgada  en  aquel  momento,  pero  también  suave.  Yo  le  deslicé  la camisa por los hombros y por los brazos. Por un momento, sus manos quedaron atadas por la tela detrás de él, y yo no seguí quitándosela.
—No puedo usar las manos así —murmuró en mi boca.
Yo estaba deseando tirar de la tela, pero me detuve.
—Tal vez me guste así.
No era cierto. Yo nunca había atado a un hombre, ni me había dejado atar. Peter alzó la cabeza para mirarme a los ojos.
—¿De verdad?
—¿A ti te gusta así…?
—A mí me gusta de cualquier forma que pueda hacerlo.
No le quité la camisa todavía. Lo besé un poco más fuerte, pensando en aquello. Mis senos rozaron su pecho desnudo a través de mi camisa, y cuando dejé de besarlo, él tenía la respiración acelerada. Por lo que yo sentía a través de los pantalones vaqueros, los suyos y los míos, Alex estaba muy excitado. Tiré de la camisa, pero no del todo.
—¿Qué te gusta de esto?
Él pestañeó, y después entrecerró los ojos pensativamente.
—Algunas veces quieres dejarlo todo, ¿sabes?
A mí se me quebró un poco la voz al contestar.
—¿El qué?
—El control —susurró Peter, y cerró los ojos.
Exhaló un suspiro. Yo respiré profundamente. Él abrió los ojos.
—Claro que, algunas veces no quieres en absoluto.
Se quitó él mismo la camisa y me agarró de las caderas. Rodó conmigo, hasta que estuvo situado sobre mí, entre mis piernas, y su pene me presionaba deliciosamente, y yo notaba su estómago suave, duro y caliente allí donde la camisa se me había subido. Él me sujetó las muñecas y me colocó los brazos por encima de la cabeza, lentamente, y me mantuvo así mientras, con la mano libre, me desabrochaba el pantalón.
—Podría soltarme —dije yo.
—Podrías —respondió él—, pero no quieres.
No quería, así que no me moví mientras él deslizaba la mano por dentro de mis pantalones. La pasó sobre mis braguitas y me acarició el clítoris. A mí se me movieron las caderas involuntariamente.
Con  una  sola  mano, Peter consiguió  bajarme  el  pantalón  por  los  muslos.  Yo  no  podía  ayudarlo, porque mis brazos estaban por encima de mi cabeza, así que no sé cómo se las arregló para bajarlos del todo. Con un pie, finalmente, empujó por la costura del vaquero hasta que llegó a mis tobillos.
—Demonios —dijo en voz baja.
Yo me reí, y arqueé la espalda cuando su boca se posó en mi vientre.
Él me quitó el pantalón, me acarició la piel con la nariz y subió por mi cuerpo, hasta que se apoyó en mí y me miró a los ojos. Aflojó la mano con la que me estaba sujetando las muñecas.
—Pon las palmas de las manos juntas y entrelaza los dedos.
Él tenía el pelo por la frente, y estaba increíblemente sexy. No se había afeitado, y la sombra de su barba de dos días hizo que me estremeciera al pensar lo que iba a sentir cuando él me besara de nuevo. Obedecí.
A él se le cortó el aliento al ver mis manos unidas.
—Eso es… Es… Joder, Lali.
Me arqueé de nuevo, ofreciéndole mi cuerpo sin palabras, preguntándome qué iba a hacer. Y qué iba a hacer yo, también.
—No te sueltes —me ordenó—. Quiero ver cuánto aguantas.
Yo me sentí un poco alarmada, y dejé de moverme.
—¿Cuánto aguanto qué?
Su sonrisa me tranquilizó.
—Cuanto aguantas antes de tener que tocarme.
Entonces, sin decir una palabra más, Peter comenzó a bajar por mi cuerpo, hasta que puso los labios sobre mi clítoris cubierto por el encaje de las braguitas. Me besó ahí. Yo di un tirón sin poder evitarlo, pero no me solté las manos. Su suave carcajada exhaló un calor húmedo sobre mí, y separé un poco las piernas para él.
Él enganchó un dedo en la cintura de las braguitas y las deslizó hacia abajo, siguiendo el camino con la boca, beso tras beso. Primero en mi vientre, después en el muslo, después la rodilla. Los dos tobillos. Y después, hacia arriba por la otra pierna, hasta que se colocó de nuevo en el centro.
Yo me quedé inmóvil. Él tardó una eternidad en volver a poner la boca sobre mí, y cuando lo hizo, se me separaron los dedos. Solo un segundo. Volví a agarrarme las manos con fuerza.
—Sé que te gusta ganar —dijo él, hablando contra mi piel. Su lengua encontró mi clítoris e hizo un círculo, y yo noté que me acariciaba con un dedo—. ¿No?
—Esto no es Dance Dance… —mis palabras se convirtieron en un gruñido de placer.
Él  se  rio  contra  mí,  y  me  provocó  una  sensación  tan  deliciosa  que  me  apreté  contra  su  lengua.  Él deslizó un dedo en mi interior, y eso también fue delicioso. Peter me saboreó.
Me lamió y me acarició hasta que yo me puse a temblar, al borde del éxtasis, pero entonces, se apartó de mí. El futón se hundió cuando él se puso de rodillas. Yo no me había dado cuenta de que tenía los ojos cerrados, pero cuando él se detuvo, los abrí de golpe.
No estaba sonriendo. Se desabrochó el pantalón y se lo bajó para liberar su miembro. Se los quitó y volvió  a  arrodillarse  entre  mis  piernas;  entonces  comenzó  a  acariciarse  lentamente,  con  los  ojos cerrados.
Mis músculos internos se contrajeron, y mi clítoris latió. Todos los músculos de mi cuerpo estaban tensos, listos para deshacerse en el orgasmo; estaba al borde del clímax. Solo me hubiera hecho falta un beso, una caricia.
Él no me tocó. Siguió acariciándose a sí mismo, con un semblante serio. Se mordió el labio inferior y dejó caer la cabeza hacia atrás. Empujó las caderas hacia delante y se sujetó el miembro con el puño.

Era  una  visión  bella.  Incluso  atenazada  por  aquella  sensación  de  placer  que  me  tensaba  el  cuerpo, pude enmarcar la fotografía en mi mente. Clic, clic.

Continuará...
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domingo, 17 de noviembre de 2013

Capítulo 22

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 22
Es una ley de la naturaleza: cuando vas a comprar algo que te avergüenza, te encuentras con alguien conocido. Tampones, crema para la candidiasis… preservativos. Si le añadía la cara de felicidad post-orgasmo,  ropa  que  claramente  había  llevado  durante  dos  días  seguidos,  y  que  seguramente  olía  a  sexo ilícito, no había forma de salir del supermercado sin ser detectada.
Aquel día fue el padre Matthew, de St. Paul. Llevaba una cesta llena de productos para el catarro, y tenía la nariz muy roja. Pasó a mi lado por el pasillo de la farmacia. Hacía meses que yo no iba a misa, y nunca  había  acudido  a  la  iglesia  regularmente,  pero,  por  supuesto,  como  llevaba  una  caja  de preservativos en la mano, él tenía que reconocerme al instante.
—¡Lali! ¿Cómo estás? —me preguntó el padre Matthew, pestañeando detrás de sus gruesas gafas.
Tenía el pelo muy revuelto, y aspecto de que necesitaba guardar cama.
—Muy bien, padre, ¿y usted? ¿Tiene catarro? —pregunté. Tenía la sensación de que me ardía la caja que llevaba en la mano, y me arrepentí profundamente de pensar que no necesitaba ducharme para salir diez minutos de casa al supermercado.
Peter se rio detrás de  mí.  Hacía  solo  un  momento  había  estado  haciendo  el  tonto,  comparando  las marcas y calculando el precio por orgasmo. Yo no me atrevía a mirarlo.
El padre Matthew pestañeó de nuevo.
—Ah, sí, tengo un catarro muy malo. No voy a darte la mano.
Miró por encima de mi hombro a Peter, y después me miró a mí, esperando a que se lo presentara.
—Eh… Padre Matthew, este es mi… amigo, Peter Lanzani.
—Encantado de conocerlo, padre. Yo tampoco le daré la mano.
El cura se rio. Después estornudó y metió la mano en el bolsillo de su abrigo en busca de un pañuelo. Se sonó ruidosamente y suspiró.
—Me alegro de conocerte, Peter. Tengo que irme. Quiero llegar a casa y meterme en la cama.
—Eso parece muy buena idea —dijo Peter, y yo tuve ganas de pisarle para que se callara.
No podía hacerlo, así que sonreí de oreja a oreja  y  mantuve  los  preservativos  bien  cerca  de  mi muslo.
—Siento que no se encuentre bien, padre. Que se mejore pronto.
—Gracias, hija. Ah, y Lali, ya sabes que siempre eres bienvenida en misa —dijo el padre y sonrió. Su  mirada  cayó  momentáneamente  en  mi  mano,  y  después  en  Peter—.  Los  dos  podéis  venir.  ¿Eres católico, Peter?
—Sí, padre. En realidad sí.
Yo me sorprendí y me giré para mirar a Peter, que tenía una sonrisa de monaguillo.
—Llamándote así, pensé que lo eras. Ven a misa —le dijo el padre Matthew—. Nos encantará verlos por allí. ¡Feliz Año Nuevo!
No insistió más, ni esperó una respuesta por nuestra parte. Me caía muy bien aquel sacerdote. Y me habían gustado sus misas, también. Era el resto lo que no me gustaba.
Mientras el padre Matthew seguía su camino, Peter me atrajo hacia sí para acariciarme la oreja con la nariz.
—Vaya, no había estado tan a punto de que me pillaran desde el instituto.


Yo me eché a reír y le clavé el índice en el pecho.
—¿Qué pasó en el instituto?
—Estaba  en  la  farmacia,  comprando  condones,  cuando  mi  madre  apareció  en  el  pasillo  de  al  lado. Ella no estaba comprando gomas, gracias a Dios. Sales de heno —dijo. Se estremeció, y después imitó la voz de una mujer—: Peter Junior, ¿qué estás haciendo aquí?
—¿Y qué le dijiste?
—Que había ido a comprar chicles de menta.
—¿Y se lo creyó?
Él se encogió de hombros.
—No me hizo más preguntas.
Observé la caja que tenía en la mano, y después la tiré a la cesta que llevaba Peter.
—Vamos a salir de aquí antes de que aparezca el rabino. ¿Necesitas alguna cosa más?
Peter sonrió. Tomó otra caja de preservativos de la balda y la echó en la cesta. Después tomó un bote de lubricante. El tamaño grande. Yo arqueé una ceja.
—Vamos al pasillo cuatro —dijo él.
—¿Qué hay en el pasillo cuatro?
—Cosas de picoteo.
—¿Crees que vamos a necesitar… picotear? —pregunté, intentando mantenerme seria.
—Creo  que  vas  a  necesitar  picar  algo  entre  horas  para  conservar  las  fuerzas  —me  dijo,  con  otra sonrisa que me provocó una descarga de excitación líquida entre los muslos—. Por supuesto que sí.
Esperó a que hubiéramos vuelto al coche para preguntarme por el cura.
—¿Vas mucho a misa?
—No, en realidad no.
—Ah.
Yo lo miré.
—¿Ah, qué? ¿Tú vas a misa? ¿O es que le has dicho una mentira al padre Matthew y no eres católico?
Él se echó a reír.
—No, no le he mentido. Si es que le llamas «ser católico» a nacer en una familia católica, educarte en el catolicismo y confirmarte como católico.
—¿Pero ya no lo eres?
Peter se encogió de hombros.
—Ya no soy nada.
—Ah —dije yo.
Peter me miró con una sonrisa.
—¿Qué me dijiste tú antes? Es complicado. Pero de verdad, Lali, a mí no me importa lo que  tú seas.
Vi pasar las casas y los campos. Después de un minuto, él estaba entrando en el aparcamiento de mi casa. Cuando paró el motor, yo me quité una mota de polvo imaginaria de uno de los guantes.
—No sé lo que soy.
Peter se giró en el asiento para mirarme.
—Bueno, también me parece bien.


Me  besó  cuando  entramos  por  la  puerta  trasera.  Era  el  mismo  sitio  en  el  que  me  había  besado  la
noche  anterior,  y  seguía  haciendo  frío,  aunque  en  aquella  ocasión  contáramos  con  la  luz  del  día.  Sin embargo, Peter estaba caliente. Su boca y sus manos. Las bolsas crujieron entre nosotros.
—Tengo que ir a mi apartamento antes. Quiero darme una ducha.
—Bien, dejaré la puerta abierta.
Yo asentí, y dejé las bolsas en sus manos. Cuando entré en mi apartamento cerré los ojos, pero solo podía  ver su cara,  su  expresión  durante  el  orgasmo.  Sus  ojos  profundos,  grises,  indescifrables.  Su sonrisa.
Levanté el brazo y me pasé la nariz desde el codo a la muñeca. Tenía su olor en mí. Su sabor en los labios. Se me aceleró el corazón, y se me escapó un sonido de deseo.
Deseaba  a Peter,  y  nada  de  lo  demás  me  importaba,  ni  sus  razones,  ni  las  mías.  Era  cierto  que  no quería lamentar nada, pero sabía que en algún momento, iba a lamentarme.
Simplemente, no me importaba.

Continuará...

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viernes, 15 de noviembre de 2013

Capítulo 21

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 21
—Buenos  días  —dijo  él  contra  mis  labios,  y  la  mano  con  la  que  no  sujetaba  la  cuchara  se  posó cómodamente sobre mi trasero, que estrujó para atraerme hacia sí.
—Voy a entrar en tu baño un momento, ¿te importa?
Él me apretó un poco más. La mujer del dibujo estaba teniendo una erección.
—Por supuesto que no.
Aproveché para usar el inodoro y para meterme un poco de pasta de dientes de Peter en la boca, ya que no podía cepillármelos de verdad. Me vi en el espejo, y sonreí sin poder evitarlo. Tenía la máscara de pestañas un poco corrida, y el pelo revuelto, pero, demonios, ¡qué cara de satisfacción!
Peter había puesto un par de platos sobre la encimera y los había llenado de huevos revueltos, bacón y tostadas. Junto a ellos había una barra de mantequilla y un frasco de mermelada.
La tetera silbó, y él me echó agua hirviendo en la taza. Después me dio una bolsita de té.
—Vaya, esto sí que es un buen servicio —dije, y inhalé los estupendos olores del desayuno. Suspiré de felicidad.
—Yo vuelvo ahora mismo. No me esperes.
Peter entró  en  uno  de  los  dormitorios,  y  un  minuto  después  salió  con  unos  pantalones  cómodos.  En aquella ocasión de Batman. El delantal lo dejó sobre la encimera, hecho una bola, mientras se sentaba en un taburete, a mi lado.
—¿Está bueno? —me preguntó, mientras me miraba comer.
Yo  asentí  con  la  boca  llena.  Nuestros  pies  se  rozaron,  y  después,  nuestras  rodillas.  Él  me  estaba tocando a propósito, y no me importaba, porque la noche anterior habíamos estado desnudos, y aunque no habíamos mantenido relaciones sexuales propiamente dichas, habíamos hecho casi todo lo demás.
—¿Lali? —dijo él, con el ceño fruncido—. ¿Estás bien?
—Claro. ¿Y tú?
Peter asintió.
—Sí.
Yo  pinché  con  el  tenedor  lo  que  quedaba  de  huevo  en  mi  plato,  y  lo  terminé.  Después  respiré profundamente y me giré hacia él.
—Mira, con respecto a lo de anoche…
Peter me observó con solemnidad, sin decir nada, con una mirada impenetrable. Masticó lentamente y tragó. Yo vi moverse su garganta y recordé el sabor de su piel. Pensé en una habitación a oscuras, en su silueta y en la de un hombre que estaba de rodillas ante él. Recordé el sonido de su gruñido.
—Nunca  tuve  relaciones  sexuales  con  Pablo.  Estuvimos  cuatro  años  juntos  e  íbamos  a  casarnos, pero nunca nos acostamos —dije. Tomé con ambas manos la taza de té y carraspeé. Tenía que contarle aquello. Necesitaba contárselo todo antes de seguir adelante.
Peter asintió, pero esperó en silencio a que yo continuara.—Me dijo que era porque quería esperar. Porque era católico. Y yo me lo creí, porque lo quería. A él sí le gustaba practicar el sexo oral conmigo, de todos modos. Eso estaba bien —dije yo. Me reí, y me tapé la cara con las manos—. Dios. Ahora es todo tan evidente, que… Sin embargo, creo que entonces solo veía lo que quería ver.
—O tal vez es que él no quería admitir nada.
—Eso  también  —dije  con  un  suspiro—.  Unas  dos  semanas  antes  de  la  boda,  yo  estaba  guardando ropa limpia en un cajón de su cómoda, y me encontré una caja de preservativos.
—Ay.
Incluso en aquel momento, el recuerdo me revolvió el estómago. Sentí la traición. Al instante, supe que no eran para mí.
—Sí.  Así  que  le  pregunté  qué  significaba  aquello.  Pensé  que  tal  vez  lo  negara,  pero  no  lo  hizo.
También pensé que tal vez me hablara de alguna chica con la que trabajaba, o algo así. No esperaba que me dijera que estaba tirándose a toda la población gay de la ciudad.
—¿Te lo dijo así, sin más?
—Sin  más.  Me  dijo:  «Soy  homosexual,  Lali.  Me  gusta  acostarme  con  otros  hombres».  Parecía asustado cuando me lo contó, pero me lo contó de todos modos.
Peter pestañeó, y apartó la vista durante un instante.
—¿Y qué hiciste tú?
—No  lo  creí  durante  los  dos  primeros  segundos,  pero  entonces,  todo  encajó.  Y  yo…  perdí  los nervios. Me eché a llorar y le tiré la caja de preservativos. Se cayeron todos  por  el  suelo,  y  él  se arrodilló  para  recogerlos.  Lo  recuerdo  perfectamente…  Se  tiró  al  suelo  para  recogerlos  todos  como  si fueran lo más valioso del mundo. Entonces, le dije que la boda estaba cancelada y que quería romper con él.
Peter se quedó sorprendido en un principio. Después, no.
—Yo creía que él había roto contigo después de contarte la verdad.
Tal vez Pablo hubiera hablado con él sobre aquello. Yo negué con la cabeza.
—No. Eso es lo que cree todo el mundo. Pero lo que ocurrió de verdad es que Pablo me rogó que me casara con él de todos modos. Me dijo que su familia iba a rechazarlo. Que teníamos que casarnos. Y yo estaba enamorada de él, así que… al principio le dije que sí. Dije que mentiría por él. Que viviría una mentira por él.
—Pero no te casaste.
—No. Recogimos las cosas y guardamos la ropa… —yo tragué saliva al recordarlo todo. El olor de la colonia de Pablo. El sabor de sus lágrimas—. Entonces, él me besó y empezó a acariciarme. Intentó hacer el amor conmigo. Me dijo que quería demostrarme que podía ser un buen marido. Pero yo ya no podía mirarlo así, Peter. No podía soportar que me tocara. Lo que me había hecho… Solo podía pensar en que me había dicho que me quería más que a nada en el mundo, pero había estado mintiéndome durante todo el tiempo. Y tal vez a sí mismo también. Pero sobre todo, a mí.
Peter me acarició el hombro.
—Lo siento, Lali. Eso fue horrible por su parte.
Yo puse la mano sobre la suya, y se la apreté suavemente.
—Sí. Y fue todavía peor que le dijera a todo el mundo que yo lo había engañado.
—¿Y tú no dijiste la verdad?
—Le prometí que no lo haría. Pensaba que eso era justo, que era él quien debía contar su verdad. Y yo habría estado a su lado para apoyarlo, seguramente, si no hubiera estado tan enfadada…
—No era trabajo tuyo sujetarle la mano —dijo Peter, que también se había enfadado.
—Ahora lo sé, pero entonces lo habría hecho. Sin embargo, él le dijo a todo el mundo que era culpa mía que se hubiera cancelado la boda, y no contó nada sobre su homosexualidad hasta un año después.
Para entonces, yo ya había asumido la situación. O eso creía. Para entonces…
Para entonces, yo estaba embarazada de Pippa, de una niña que no podía criar, e iba a tenerla para una  pareja  que  sí  podía  educarla  y  que  quería  hacerlo.  Mi  madre  me  había  retirado  la  palabra,  no  por
quedarme  embarazada,  sino  porque  iba  a  dar  en  adopción  al  bebé.  Ella  pensaba  que  yo  debía quedármela.
—Bueno, entonces ya habían sucedido muchas cosas. Me enteré por unos amigos de que Pablo había salido del armario, y un día lo llamé y le pedí que quedáramos para cenar. Nos vimos. Lloramos uno en el  hombro  del  otro.  Él  siempre  había  sido  mi  mejor  amigo,  ¿sabes?  Es  difícil  estar  enamorada  de  tu mejor amigo cuando sabes que nunca va a ser nada más que eso.
—Sí, claro. Lo entiendo —dijo Peter.
Aquel  era  el  momento  en  el  que  debía  decirle  lo  que  había  visto  en  el  porche  y  lo  que  me  había contado  Pablo.  Tomé  aire,  pero  no  conseguí  reunir  el  valor  necesario  para  hacerlo. Peter  se  inclinó hacia delante y me besó. Cuando lo hizo, sentí su contacto en todas las fibras de mi cuerpo. Sí, es una frase muy manida, pero así fue.
—Peter… tengo que decirte una cosa.
Él se apartó un poco y me soltó.
—Está bien.
Y,  de  nuevo,  no  fui  capaz  de  decirle  la  verdad.  Tal  vez  fuera  culpa  de  mi  cuerpo,  que  él  había acariciado tan bien. Tal vez fuera culpa de mi corazón, que creía que podía dominar aquella situación.
—Creo que es necesario que compremos condones.
Peter pestañeó. Entonces se echó a reír.
—Creía que ibas a decirme… No importa.
Yo le acaricié la rodilla.
—¿Qué?
Se encogió de hombros y tomó un sorbo de su café.
—Creía que ibas a decirme que esto es un error, o algo así.
Tal vez lo fuera, pero hacía demasiado tiempo que no me acostaba con nadie y no iba a estropearlo lamentándome.  Si  lo  que  habíamos  hecho  había  sido  estupendo,  cuando  tuviéramos  relaciones  sexuales completas sería mucho más fabuloso.
Le acaricié el muslo, y le pregunté:
—¿Tú crees que ha sido un error?
—No.
—Bien —dije, y me sentí mejor—. Peter, mira, no sé qué es esto, ni lo que va a pasar, pero no me gusta arrepentirme de lo que he hecho cuando ya lo he hecho. Eso no tiene sentido.
Él asintió.
—Estoy de acuerdo.
—Muy  bien  —me  incliné  hacia  él,  sin  besarlo,  ofreciéndole  mis  labios  por  si  quería  tomarlos—. Entonces, ¿qué te parece si vamos a comprar preservativos?

Continuará...
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D