Capitulo 45
—Cállate, Pablo —le dije de nuevo—. Lo quiero.
—Antes me querías a mí
—replicó él—. ¿Qué ha pasado con eso?
—Ya sabes lo que pasó.
—En Nochevieja todavía me
querías. Eso fue hace pocos meses. No puedes dejar de querer a alguien tan
rápidamente.
—Puedes dejar de querer a
alguien en un segundo —dije yo.
Él dio un paso hacia mí.
—Siento haberte hecho daño,
La. Haría cualquier cosa por recuperar lo que teníamos.
Yo me eché hacia atrás y
sentí en la espalda el metal frío del coche.
—¿Me estás tomando el pelo,
Pablo?
—No, no. Sé que lo he
destrozado todo, y lo siento…
Yo le puse una mano sobre
el hombro.
—Yo siempre sentiré afecto
por ti, Pablo. Eso lo sabes. Siento lo que os ha ocurrido a Teddy y a ti, y sé
que ahora estás sufriendo. Sin embargo, lo que pasó entre nosotros es algo del
pasado. Yo no tengo resentimiento hacia ti.
Él se acercó más y se
colocó para recibir un abrazo. Al principio, yo no se lo di, hasta que solo
tuve esa opción si no quería empujarlo para apartarlo de mí. No duró mucho, y
como yo no me derretí contra él, debió de sentir mi reticencia. Entonces,
retrocedió.
—¿Crees que… que podrías…?
Me quedé mirándolo, y me
eché a reír. Eso le dolió más que ninguna otra cosa que le hubiera dicho hasta
el momento. Me di cuenta porque su boca se curvó hacia abajo, y frunció los
labios.
—¿Volver contigo? No me
estarás preguntando eso, ¿verdad, Pablo?
—Teddy me dijo que fue por
ti…
—¿Qué? ¿Que Teddy te ha
dicho que es culpa mía? ¿Y cómo puede ser eso?
—No, no que sea culpa tuya,
sino por ti. Por cómo fueron las cosas entre nosotros, y por lo que pasó en Nochevieja.
Teddy dijo que yo estaba
muy disgustado por lo que
ocurrió, y que
por eso estaba haciendo todas las tonterías que hice.
—Pues se equivoca.
Pablo se encogió de hombros.
—He pensado mucho en lo que
me dijiste aquella noche, La. He pensado mucho en cómo me sentí, en que me puse
celoso de otro hombre porque él había conseguido lo que yo había podido tener,
pero que no conservé cuando tuve la oportunidad.
Yo alcé una mano.
—No te creas que soy tu
segundo plato, ¿eh? Solo porque tú quieras acostarte con alguien, o quieras que
te consuelen, o lo que sea.
—No estoy interesado solo
en el sexo.
Me quedé mirándolo con
estupefacción.
—Entonces, ¿ya no te gustan
los hombres? ¿Has vuelto a las mujeres? ¿O solo a mí?
Pablo abrió la boca para
hablar, pero después la cerró. No tenía nada que decir. Bajó la cabeza. Era la
primera vez que lo veía avergonzado.
Esperé a que hablara, o a
que se diera la vuelta para poder irme. Él habló.
—Yo sería mejor contigo de
lo que es él.
—¿Y cómo lo sabes?
—Nos conocemos desde hace
mucho más tiempo.
Me eché a reír.
—¿Y eso qué importa?
Por fin, me miró a los
ojos. Parecía decidido.
—No me
importa que sigas
viéndote con él.
Creo que deberíamos
intentarlo el uno
con el otro.
Admite, La, que tú siempre
te preguntarías cómo podían haber sido las cosas conmigo.
—¿Y que
tú te preguntarás
lo mismo sobre
mí? —pregunté con
incredulidad. Me asombraba
su audacia—. Tuviste una oportunidad hace mucho tiempo, pero no la
quisiste. No puedes hacer que me crea que la quieres ahora.
—Y yo no puedo creer que te
vayas a casar con él.
—¿Por qué?
—Tú ya sabes por qué —dijo
él.
Yo suspiré con cansancio.
—¿Sabes, Pablo? Peter nunca
me ha mentido sobre lo que es, ni sobre lo que ha hecho, que es mucho más de lo
que puedo decir sobre ti. Siento que hayan roto Teddy y tú, y siento que
nosotros ya no seamos amigos. De verdad, lo siento.
Él se cruzó de brazos.
—Sabes que me acosté con
él.
—Sí, Pablo. Sé lo que
hiciste con él.
Pablo se estremeció.
—Bueno, tal vez sea ese el
motivo por el que él te gusta tanto.
—No me gusta. Lo quiero
—dije, y me di la vuelta hacia mi coche—. Vete a la mierda, Pablo.
—Él puede ser parte de lo
nuestro, si quieres. Yo estaría dispuesto a acostarme de nuevo con él. Es muy
bueno en la cama.
—¿Cómo? —pregunté yo, con
una náusea en la garganta.
Pablo se estremeció de
nuevo. Yo intenté recordar cuánto lo había querido, y cuánto me hacía reír. Era
difícil acordarme de los buenos tiempos en aquel momento, con la verdad desnuda
ante la cara. Pero sí habían existido esos buenos tiempos, y Pablo había sido
mi amigo. Yo no conocía al hombre que tenía enfrente, y me pregunté si lo había
conocido alguna vez.
—No me utilices para
sentirte mejor —le dije—. Ni para demostrarte a ti mismo que eres algo que no eres.
Maldita sea, Pablo,
no te escondas
de ti mismo
porque creas que
es más fácil. Y
no intentes usarme. No soy tu
segunda oportunidad. Eso no es amor; es egoísmo.
Pablo se desmoronó ante mí.
—Lo siento, La. No sé por
qué he dicho nada de esto. Lo que ocurre es que te echo de menos con todas mis
fuerzas. Nunca había estado tanto tiempo sin hablar contigo. ¡Nunca quise que
dejáramos de ser amigos!
—Entonces, ¿te ofreces para
acostarte conmigo y con mi prometido?
Él se encogió de hombros y
se pasó la mano por la cara.
—Todo es un lío para mí. Ya
no sé lo que estoy haciendo, ni por qué.
Ya había oído antes aquella
historia, cuando me planté ante él con el anillo que me había regalado en la
palma de la mano.
—No puedo ayudarte, Pablo.
Lo siento. Tendrás que hacer esto sin mí.
Entonces, entré en el coche
y me marché.
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—Podría acostumbrarme con
toda facilidad a esta vida doméstica —dije, mientras tomaba un palito de
zanahoria para hundirla en el cuenco de hummus—. ¿Qué tal ha sido tu
día? —le pregunté a Peter, que estaba sentado frente a mí, cortando rebanadas
de pan.
—Muy bien. Toma, prueba
esto —me dijo, y empujó hacia mí un plato con aceite de oliva dorado—.
Es aceite con aroma a ajo.
—Ummm. ¿Dónde lo has
comprado?
—Lo he hecho yo —respondió,
y me
sonrió antes de
levantarse y volver
a la cocina,
donde estaba hirviendo la pasta.
Yo probé el pan mojado en
el aceite. Gemí.
—Vaya.
—¿Está bueno?
Peter echó la pasta en un
colador de metal que yo no había visto nunca.
—Delicioso —dije yo. Paseé
la mirada por el apartamento y me fijé en algunas cosas nuevas—. ¿Has ido de
compras hoy?
—Sí. He
ido a King
of Prussia —dijo,
mientras servía la pasta en
una fuente. Después
le añadió queso rallado, piñones
y aceite.
—¿Tienes hambre?
—Sí. Mucha. Hoy hemos
tenido tanto trabajo que ni siquiera he podido comer un sándwich. ¿Y por qué te
has ido hasta King of Prussia?
—Eh… Porque es el único
centro comercial al que merece la pena ir —dijo Peter, mientras ponía la pasta
sobre la mesa—. Toma la ensalada, por favor.
El cuenco de la ensalada
también parecía nuevo.
—¿De dónde es?
—De Ikea.
—¡Vaya, has
ido a todas
partes! —exclamé yo,
muerta de envidia—.
Hace siglos que
yo no voy a
Ikea.
—Podemos ir este fin de
semana, si quieres.
—Tengo que trabajar el
sábado, y todavía me quedan algunos encargos de clientes que terminar.
Él frunció el ceño.
—Vaya. ¿No puedes cambiar
el turno, o algo así?
—No. Tengo que trabajar los
sábados, ya te lo he dicho.
Me levanté para tomar la
cesta del pan y volví a la mesa.
Peter ya me había servido
pasta y ensalada en el plato, y yo me sentí afortunada. Era un gran cocinero, mucho
mejor que yo. Me incliné y le di un beso antes de sentarme en mi sitio.
—Gracias —dije.
—¿Por qué?
—Por ser tan maravilloso.
Él sonrió.
—Me parece
que ya sé
cuál es el
camino más corto
hacia tu corazón
—dijo—. A través
de tu estómago.
Yo le acaricié la
pantorrilla con el pie descalzo.
—Y a través de otros
lugares.
Él se rio.
—Bueno, gracias. A ti
tampoco se te da mal.
Comimos y charlamos sobre
lo que habíamos hecho aquel día. Su jornada, aparte de las compras, era corriente. Una
videoconferencia durante el
trayecto al centro
comercial, unos cuantos
correos electrónicos. Tenía más viajes previstos. El trabajo terminaría
dentro de un mes.
—Y entonces, ¿qué? —le
pregunté.
—Entonces… encontraré otro
proyecto, supongo.
Yo tragué un poco de pan
con queso y un trago de vino tinto que Peter no había probado.
—¿Tienes algo en
perspectiva?
Él se encogió de hombros y
se limpió los labios con la servilleta; después bebió agua. Mirar a Peter era
como ver una película. Todo lo que hacía era tan fluido y tan perfecto… Yo me
había echado aceite en la pechera. A él ni siquiera le brillaban los labios.
—Tal vez se queden conmigo,
quién sabe —dijo.
—Es agradable ver que te lo
tomas con tanta despreocupación.
Él hizo una pausa y me
dedicó toda su atención.
—Sé cómo tengo que trabajar,
Lali.
—Ya lo
sé. No he
dicho que no
sepas. Solo quería
decir que no
parece que te
preocupe mucho no encontrar otro trabajo. Yo estaría
angustiada.
—Yo tengo dinero.
—Sé que
tienes dinero —respondí
pacientemente—. Pero de
todos modos… deberías
tener un trabajo.
—Si no trabajo, podré
quedarme en casa todo el día y ser tu chico para todo —dijo. Pasó un dedo por
el aceite de su plato y después lo lamió de una forma sugerente.
Me estaba tomando el pelo,
pero aquel pequeño gesto hizo que yo sintiera calor por todo el cuerpo.
—Ah, ¿de veras?
—Sí, claro. Tú vendrás a
casa a cenar todas las noches, y yo seré una mamá perfecta.
Nunca habíamos hablado de
tener niños, ni siquiera cuando yo le había contado lo de Pippa. La idea de
tener un hijo con mis rizos y los ojos grises de Peter me parecía increíble y
lejana, pero una vez que había pensado en ello, era imposible no desearlo.
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D
Geniaaa, tus noves son geniales x eso las leemos siempre!
ResponderBorrarMaass novee
Q boludi pablooo
Maaaaaaassss!! accion laliterrr!!!
ResponderBorrarE·spero más!!!!1.
ResponderBorrarParece k LAli cambió d opinión.
Laaargo Pablito ,fuiste!!!!
Hola! Hace mucho Que no firmó porque ahora me gasta el crédito Internet desde el celu pero igual leo todos los capítulos entro una vez a la semana! Besos Naara
ResponderBorrarMe encanta la novela !!!
ResponderBorrarMmmmaasssz
ResponderBorrarGracias por comentar siempre en mi blog :D
Soy Maríaa! ME ENCANTA!!! Quiero máaaaas!!!!
ResponderBorrarTq!!!!
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