martes, 21 de enero de 2014

Capítulo 38

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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 38
—Tengo que salir de la ciudad. Es por trabajo —añadió Peter—. Lo siento. Es algo de último minuto.
Estábamos comiendo sándwiches de Allen Theater, una cafetería de mi calle. Peter había comprado una mesa para la cocina. Era enorme, con el tablero de latón y las patas muy gruesas, de madera tallada.
Encajaba perfectamente con el apartamento.
Yo  me  detuve  con  el  sándwich  de  pavo  y  aguacate  a  medio  camino  hacia  la  boca,  y  lo  dejé  en  el plato. Sentí una punzada de miedo. No habíamos hablado de por qué se había marchado aquella noche de hacía una semana, y las cosas no iban exactamente bien. Había algo entre nosotros, y yo no sabía lo que era.
— ¿Adónde vas? ¿Cuándo vas a volver?
—Voy a visitar una de las fábricas que Hershey tiene en México. Estaré de viaje más o menos una semana —dijo Peter—. ¿Quieres venir conmigo?
—Ojalá pudiera, pero tengo que trabajar esta semana.
Él asintió, con el sándwich entre las manos.
—Sí, me lo imaginaba —dijo, y le dio un mordisco.
Yo fruncí el ceño.
—Entonces, ¿por qué me has pedido que fuera contigo?
Peter miró hacia arriba, todavía masticando. Se tomó su tiempo para responder, tragando el bocado de sándwich con ayuda de un sorbo de Coca cola.
—Otras veces me he equivocado, Lali.
Yo no podía dejar de fruncir el ceño. Aparté el sándwich.
—Siento desilusionarte. Tal vez, si me hubieras avisado antes…
—Me  enteré  ayer  —dijo  él  suavemente,  pero  en  un  tono  de  amargura—.  Y  es  trabajo.  No  voy  a pasarme todo el día en la playa, si es lo que piensas.
Yo me levanté y recogí el envoltorio de mi sándwich. Se me había formado un nudo en el estómago.
Tiré el envoltorio y la comida a la basura, lo empujé al fondo del cubo y me giré para lavarme las manos.
Me froté con más fuerza de la necesaria, y usé agua más caliente de la necesaria. Me hice daño, y solté un silbido.
—Eh, eh —dijo Peter; abrió el grifo del agua fría y me tomó las manos—. Ten cuidado. Se me había olvidado decirte lo del agua caliente. Deberíamos mirarlo.
— ¿Me lo dices como casera, o como novia?
Él me envolvió las manos en un trapo, pero no me las sujetó.
—¿Qué significa eso?
—Nada.
—No  digas  «nada»  si  significa  algo  —replicó  él,  y  me  siguió  desde  la  cocina  hasta  el  comedor, donde yo empecé a recoger los platos—. Lali, ¿qué demonios te pasa?
Yo me giré con un plato en cada mano.
—¡He dicho que nada! ¡Ve a divertirte a México!
—No voy a… Ya te lo he dicho —respondió Peter, siguiéndome de nuevo a la cocina—. No es un viaje de placer, sino de trabajo.
Yo metí los platos en el lavaplatos y lo cerré, y me giré para mirarlo.
—¿Vas a volver?
Él se quedó con la boca abierta.
—¿Cómo?
—Que  si  vas  a  volver  —le  pregunté  lentamente,  con  la  barbilla  alta,  intentando  que  no  se  me quebrara la voz.
—Por supuesto que voy a volver —dijo—. ¡Acabo de comprarme una mesa para la cocina!
Mi carcajada nos sobresaltó a los dos. Él estaba sorprendido. Yo me tapé la boca y aparté la mirada.
—Lali… Mierda, se me da tan mal esto…
Me  abrazó,  y  yo  se  lo  permití.  Suspiró  contra  mi  mejilla. Yo  no  quería  separarme  nunca  de  él,  no quería que se marchara ni a México, ni a ningún otro sitio.
—¿El qué? —le pregunté.
—Ser esto. Hacer… esto.
Yo pensé durante un minuto, mientras seguíamos abrazados.
—Te refieres a tener una relación.
—Sí.
Yo froté la mejilla contra su camisa, e inhalé su olor.
—A todas las personas se les dan mal las relaciones.
Él me agarró por la nuca e hizo que inclinara la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—Yo pensaba que sería más fácil.
—¿Que qué?
—Que no tener ninguna.
Pasé los dedos por los botones de su camisa, suavemente.
—¿Cuántas has tenido?
—Como esta, ninguna.
Su respuesta no consiguió que me sintiera mejor.
—Debería sentirme halagada —dije.
Peter no me respondió, pero siguió abrazándome. Sin embargo, yo me aparté de él.
—Yo he tenido algunas relaciones —le dije—, y ninguna fue igual que la anterior. Ninguna fue como esta. Y ninguna fue fácil, tampoco. Si tú… Si quieres a alguien, tienes que esforzarte, trabajar en ello. No puedes salir huyendo.
—Yo no estoy huyendo. Se trata de un viaje de trabajo, eso es todo.
—La otra noche te marchaste y no me dijiste que te ibas —le reproché, por fin—. ¿Por qué?
—No me sentía bien. Quería dormir en mi propia cama. No quería despertarte.
—¿Te encontrabas mal? —le pregunté, con una punzada de preocupación.
Él vaciló.
—No.
—Pero  no  te  sentías  bien.  ¿Era  por  mi  culpa?  —le  pregunté,  mientras  me  cruzaba  de  brazos.
Detestaba todo aquello.
—No. Era porque… demonios, no lo sé —dijo, y se pasó la mano por el pelo con exasperación—. Necesitaba estar a solas, eso es todo. ¿Te parece bien?


—Sí,  me  parece  bien.  Por  supuesto  que  me  parece  bien.  ¡No  soy  una  loca  que  no  puede  dejarte  un minuto a solas!
Su mirada se volvió fría.
—Yo nunca he dicho que lo fueras. No me atribuyas palabras que no he pronunciado.
—Lo siento.
—¿Por qué nos estamos peleando otra vez?
Yo suspiré.
—No lo sé.
—Mierda —susurró Peter, como si no pudiera comprenderlo.
—Esto pasa, cariño —dije con tristeza—. La gente se pelea. Incluso cuando se quiere.
Yo no me esperaba el beso, y me cortó el aliento. Sus besos siempre me dejaban sin respiración, pero aquel  fue  diferente.  No  era  de  deseo,  ni  de  pasión.  Era  una  necesidad  diferente.  Me  estrechó  contra  su cuerpo, y aunque él era más alto, y era quien me estaba abrazando, yo era la que estaba sujetándolo.
—¿Me quieres? —preguntó, contra mi pelo.
—Sí, Peter. Te quiero.
—¿Por qué?
—No lo sé. Sucedió así. No sé por qué, pero creo que ocurrió la primera vez que me besaste.
Él se echó a reír.
—Eso es una bobada. Nadie se enamora tan rápidamente.
Yo me aparté para mirarlo a la cara.
—¿Y si sucede, qué?
—Si  eres  capaz  de  enamorarte  tan  rápidamente,  entonces  también  eres  capaz  de  dejar  de  estar enamorada con la misma rapidez.
—¿Tienes miedo de que pase eso?
Él me estrechó durante un segundo más, y después se alejó.
—No lo sé. Sí. No.
Yo  quería  saber  de  quién  había  estado  enamorado  él,  y  por  qué  había  terminado. Y  cuánto  tiempo había tardado en superarlo. Y cuántas veces le había sucedido. Pero no se lo pregunté.
Se giró.
—Cuando te conocí, estabas enamorada de Pablo.
Aquello no era una acusación; era la verdad, y yo todavía me sentía mal por ello.
—Querer a alguien no es lo mismo que estar enamorado.
—Semántica —replicó Peter con una expresión sombría—. ¿Sigues queriéndolo?
—¡Hace meses que no hablo con él, Peter! ¿De veras te preocupa eso?
—No —dijo. Y yo lo creí, porque hasta el momento no había adivinado ni una sola mentira en él.
—Te quiero —le dije—. No sé cómo ni por qué sucedió. Dios sabe que no eras exactamente el tipo de hombre con el que estaba dispuesta a arriesgarme —añadí, y alcé una mano antes de que él pudiera responder—. Pero sé que no eres Pablo. Sé que con nosotros es diferente, y te creo cuando me dices que no mientes.
—Yo nunca he dicho que no mienta. Miento todo el tiempo. Lo que he dicho es que a ti no te mentiría.
—¿Y qué es lo que me hace diferente?


—No lo sé —respondió Peter—, pero eres diferente. Supongo que es porque yo quiero que lo seas.
—Y eso tiene que ser suficiente. Claro.
Nos miramos el uno al otro, sin tocarnos. Los pocos centímetros que nos separaban me parecían una distancia mucho mayor. Él se movió primero, y me tomó de la mano. Sus dedos largos y fuertes apretaron los míos.
—Quiero que esto funcione.
Sonreí.
—Yo también.
—Tengo  que  irme  a  hacer  la  maleta  —dijo  él,  después  de  unos  minutos.  Nos  habíamos  besado  y abrazado, y habíamos acabado la pelea—. ¿Quieres ayudarme?
—No necesitas que te ayude.
—Eso es cierto. Pero podrías hablar conmigo mientras lo hago.
Me puse de puntillas y le besé la comisura de los labios. Pocos días antes le habría dicho que sí y habría ido con él, y habría hecho el amor con él entre pilas de ropa. Sin embargo, en aquella ocasión me puse de puntillas, le estrujé las nalgas y lo empujé suavemente.
—Tengo cosas que hacer aquí. Llámame cuando hayas terminado.
Él era demasiado inteligente como para no saber lo que estaba haciendo yo, pero no me lo discutió.
Me besó una vez más.
—¿A qué hora te marchas mañana por la mañana?
—Temprano. Tengo que estar a las seis en el aeropuerto.
—Te llevo —le dije—. Así no tendrás que dejar allí el coche.
—No tienes por qué hacerlo. Pero, de acuerdo —dijo él, y sonrió. Después me robó otro beso.
—Debe  de  ser  el  amor  lo  que  me  hace  querer  levantarme  antes  de  que  amanezca  por  ti.  Lo  sabes, ¿no?

—Lo sé —respondió Peter.

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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

8 comentarios:

Amor y Paz :D
Si te gusta comenta y sino tambien :D