martes, 21 de enero de 2014

Capitulo 39

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MARATÓN DE 5 CAPÍTULOS
[3/5]
Oigan lectoras: se están equivocando jajaja, nada TAN MALO va a pasar, al contrario algo que puede ser medio bueno va a pasar jajajaja 
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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 39
Cuando Peter se fue, me di cuenta de que me sobraba tiempo que antes tenía ocupado. Lo utilicé bien; limpié el apartamento y trabajé en el estudio. Hice turnos completos en Foto Folks todos los días y me las arreglé para hacer también unas cuantas sesiones privadas de retratos, además de un par de trabajos de publicidad.  Los  negocios  locales  no  podían  pagar  mucho,  pero  era  mejor  que  nada,  y  yo  me  había
prometido  que  iba  a  reinvertir  en  mi  propio  negocio  hasta  el  último  centavo  que  pudiera.  Vivir  para trabajar, trabajar para vivir.
También me puse al día con la lectura. Unas cuantas novelas, sí, pero también libros que no eran de ficción. El libro judío del porqué. Judaísmo para torpes . Y otros libros no religiosos sobre el judaísmo, como Principios del judaísmo conservador.
Tenía que creer que había un término medio, un lugar que estuviera entre la nada y el todo.
Pensaba encontrar el camino hacia aquel lugar, paso a paso. No podía ser todo de repente, porque, ¿había alguna cosa que ocurriera así, salvo el amor? Y, tal vez, ni siquiera el amor.
Echaba de menos a Peter.
No solo añoraba su boca y sus manos, y el sexo con él. No solo su sonrisa y su sentido del humor. Echaba de menos que llamara suavemente a la puerta del baño antes de entrar, aunque a mí no me habría importado que pasara. Echaba de menos que parara en el supermercado para comprarme el helado que
me  gustaba,  y  que  se  acordara  de  sacar  el  correo  del  buzón,  aunque  nunca  abría  mis  cartas,  cosa  que tampoco me habría importado. Echaba de menos pequeños pedazos de él, y también el todo.
Peter no me llamaba, pero me enviaba mensajes de texto sexys. No todos los días, pero suficientes.
—Te ha dado muy fuerte —me dijo Sarah, mientras tomábamos unos bocadillos de atún que yo había comprado en el J & S Pizza de mi calle.
—¿Qué?
—Me refiero a Peter —dijo ella, y señaló mi bocadillo—. No estás comiendo.
Me di unas palmaditas en el estómago.
—Demasiadas galletas, gracias.
Ella se echó a reír.
—Me alegro de que alguien se las coma. He horneado tantas bandejas de galletitas de mantequilla de cacahuete que con solo olerlas me entran ganas de vomitar.
—Te ha dado muy fuerte —repetí yo, sin saber a qué me estaba refiriendo.
Sarah se encogió de hombros.
—Puede ser. Pero no importa. Se ha terminado. Se ha terminado incluso antes de llegar a alguna parte.
Yo me sentí culpable. Había estado tan ocupada con Peter que Sarah y yo habíamos pasado muy poco tiempo juntas.
—¿Lo conozco?
—No. Demonios, apenas lo conozco yo misma —dijo Sarah. Pasó un dedo por su bocadillo y se lo metió en la boca—. Pásame las patatas fritas.
Le pasé una de las bolsas de patatas que había pedido con los bocadillos. Entonces, ella negó con la cabeza y me la devolvió.
—Cerdo —dijo.
—No —dije yo. Tomé la bolsa y miré en su interior.
—¿Qué demonios? ¿Quién sigue friendo las patatas con manteca de cerdo?


—Bah, no te preocupes —dijo Sarah—. ¿Y las otras? Si tienen sal y vinagre, están bien.
Yo le di la otra bolsa y observé la que tenía en la mano.
—Disculpa. Debería haber comprobado con qué estaban hechas.
—No es responsabilidad tuya vigilar que no me meta en la boca nada que me envíe directamente al infierno —respondió Sarah, mientras abría la bolsa—. Si yo creyera en el infierno, de todos modos.
Yo  dejé  a  un  lado  las  patatas  fritas  con  manteca.  No  observaba  la  norma  kosher,  pero  la  conocía perfectamente.
—Mi madre se habría dado cuenta. Ella tampoco habría aceptado la bolsa si yo se la hubiera dado accidentalmente.
Sarah soltó un resoplido.
—Bueno, tu madre tiene sus cosas, ¿no te parece? Como todos, amiga mía. Como todo el mundo.
Seguimos  charlando  sobre  lo  que  íbamos  a  hacer  en  el  estudio,  sobre  chicos,  sobre  ropa,  sobre televisión y libros, hasta que el teléfono de Sarah sonó en su bolsillo. No lo miró, y fue tan evidente, que tuve que comentarlo.
—¿Es él?
Sarah se encogió de hombros.
—Puede ser.
—¿Y no vas a contestar?
—No. Solo me llama para que me acueste con él. No soy su comodín.
—¿Quién hace una llamada de ese tipo un sábado a las tres de la tarde?
—Un tipo que tiene ocupado el resto del tiempo.
Me sentí un poco mal por el hombre que había provocado la ira de Sarah. Era muy difícil enfadarla, pero cuando se enfadaba, tardaba mucho en calmarse.
—¿Quieres que hablemos de ello?
—En  realidad,  sorprendentemente,  no,  no  quiero  —dijo—.  ¿Y  tú?  ¿Quieres  hablar  acerca  de  tu hombre perfecto y babear un poco?
—Oh, no te creas que es perfecto. Nada más lejos de la realidad.
Sarah sonrió.
—Lo he visto, La, y es bastante perfecto.
—Sarah —le dije afectuosamente—, a ti te encantan los tíos. Todos los tíos. Quasimodo te gusta.
—Eh,  los  tíos  feos  son  los  que  más  se  entregan.  Mejor  un  tío  feo  con  una  lengua  larga  que  un  tío bueno con un pene flácido.
Las dos nos echamos a reír.
—¿Cuándo vuelve? —me preguntó ella.
—Mañana. Tengo que ir a buscarlo al aeropuerto después de la fiesta de cumpleaños de Pippa.
—Oooh… Eso es amor. Ir a recogerlo al aeropuerto. Eh, quiero ser tu dama de honor.
A mí se me cortó la carcajada.
—Sí, bueno, eso es adelantarse un poco a los acontecimientos, ¿no crees?
Sarah  se  detuvo  en  seco,  con  las  manos  llenas  de  servilletas  de  papel.  Se  encogió  de  hombros  y arrojó la basura en el cubo que había junto a la puerta.
—No lo descartes. Solo digo eso.
—La verdad es que no creo que llegue el caso.


El amor era una cosa; el matrimonio, otra muy distinta.
—Eso es lo que decía mi hermana, y mírala.
—¡Tu hermana se ha casado cuatro veces!
Sarah me abanicó con las pestañas y se agarró las manos junto al corazón.
—¡Y todas las veces ha sido tan maravilloso!
—No es exactamente un argumento a favor del matrimonio.
—Lo  que  quiero  decir  es  que,  a  pesar  de  haber  fracasado  tres  veces,  ella  ha  vuelto  a  intentarlo.
Algunas  personas  pensarán  que  es  tonta,  pero  a  mí  me  parece  que  demuestra  que  tienes  que  darle  una oportunidad al amor, aunque duela.
—Ya. ¿Incluyéndote a ti?
—Oh, mierda, claro que no —dijo Sarah—. Yo huyo de eso todo lo más rápido que puedo.
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—Mira mis zapatos nuevos —me dijo Pippa, señalándose los pies—. Me los ha comprado mi papá Devon. Y mi papá Steven me ha comprado este vestido.
Giró  sobre  sí  misma,  mientras  yo  le  hacía  fotografía  tras  fotografía  con  la  cámara  que  me  había regalado Peter. Mis manos se movían de un modo distinto debido a la diferencia de peso con las demás, y eso  hacía  que  muchas  de  las  fotos  salieran  desenfocadas. Y,  algunas  veces,  esas  eran  las  que  más  me gustaban.
Sin embargo, a Pippa no. Ella me pedía que se las enseñara en la pantalla de la cámara, y fruncía el ceño si no salía favorecida. Se cruzaba de brazos y agitaba la cabeza hasta que se le movían los ricitos.
Un momento después volvía a ser una niña dulce, y yo volvía a hacer fotografías.
—La  —me  dijo  Devon,  y  me  abrazó.  Después  hizo  que  me  diera  la  vuelta,  tomándome  por  los hombros—. Quiero presentarte a unos amigos.
«Unos amigos» resultaron ser todos los invitados de la fiesta. Devon y Steven habían tirado la casa por la ventana para celebrar el cumpleaños de Pippa; habían contratado a un servicio de catering y habían alquilado  un  castillo  hinchable  que  estaba  en  el  jardín.  Después  de  la  ronda  de  presentaciones,  me acerqué a la mesa de la merienda y comí un poco de pollo.
—Leah, esta es mi amiga Lali —dijo Pippa, que se acercó a mí con otra niña pequeña de la mano.
Las dos me miraron. Leah tenía el pelo negro y largo, los ojos castaños muy grandes y una preciosa piel oscura. Llevaba un vestido muy bonito, pero lo tenía un poco arrugado, y llevaba torcido el lazo del pelo. Tenía la boca manchada de chocolate.
—Hola, Leah.
Pippa asintió.
—Leah tiene dos padres. Como yo.
Yo estaba muy segura de que la mayoría de los niños de la fiesta tenían dos padres o dos madres. Sin embargo, yo no sabía qué podía querer Pippa que le contestara a su amiga.
—Yo crecí en el estómago de Lali —dijo Pippa, de repente, como si no fuera nada del otro mundo.
Yo me quedé boquiabierta.
—¿Qui-quién te ha dicho eso?
—Mi  papá  Devon  me  enseñó  una  fotografía  de  cuando  yo  estaba  ahí  dentro  —dijo,  señalando  mi vientre.
Miré al otro lado de la habitación, donde Devon charlaba con otros dos hombres. No vi a Steven.
—¿Y lo sabe tu papá Steven?
Pippa arqueó ambas cejas y se puso las manos en las caderas.
—¡Será mejor que lo sepa! Yo no crecí en su tripa, ¿sabes? Los hombres no tienen bebés, ellos solo pueden donar el perma.
Leah  escuchaba  todo  aquello  con  los  ojos  abiertos  como  platos,  y  no  decía  nada. Yo  me  estrujé  el cerebro para recordar las fotografías que me habían hecho mientras estaba embarazada. Sabía que había algunas, pero no creía que Devon pudiera tener ninguna. Salvo…
—¿Cómo era la foto, Pippa?
Pippa se había puesto a bailar al son de la música de los altavoces, y se había alejado un poco. Yo la tiré de la manga del vestido para llamar su atención.
Solo había una foto que ella pudiera haber visto. Un retrato en blanco y negro que me había hecho yo misma del vientre, unos días antes de dar a luz. En aquel momento me sentía enorme, llena, a punto de explotar. Femenina, madura. Mis pechos, grandes como melones, descansaban sobre la curva tensa de mi estómago. Se me había salido el ombligo. Mi cuerpo nunca había vuelto a ser igual después de tenerla.

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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

6 comentarios:

Amor y Paz :D
Si te gusta comenta y sino tambien :D