MARATÓN DE 5 CAPÍTULOS
[3/5]
Oigan lectoras: se están equivocando jajaja, nada TAN MALO va a pasar, al contrario algo que puede ser medio bueno va a pasar jajajaja
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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 39
Cuando Peter se fue, me di
cuenta de que me sobraba tiempo que antes tenía ocupado. Lo utilicé bien; limpié
el apartamento y trabajé en el estudio. Hice turnos completos en Foto Folks
todos los días y me las arreglé para hacer también unas cuantas sesiones
privadas de retratos, además de un par de trabajos de publicidad. Los
negocios locales no
podían pagar mucho,
pero era mejor
que nada, y
yo me había
prometido que
iba a reinvertir
en mi propio
negocio hasta el
último centavo que
pudiera. Vivir para trabajar, trabajar para vivir.
También me puse al día con
la lectura. Unas cuantas novelas, sí, pero también libros que no eran de ficción.
El libro judío del porqué. Judaísmo para torpes . Y otros libros no
religiosos sobre el judaísmo, como Principios del judaísmo conservador.
Tenía que creer que había
un término medio, un lugar que estuviera entre la nada y el todo.
Pensaba encontrar el camino
hacia aquel lugar, paso a paso. No podía ser todo de repente, porque, ¿había
alguna cosa que ocurriera así, salvo el amor? Y, tal vez, ni siquiera el amor.
Echaba de menos a Peter.
No solo añoraba su boca y
sus manos, y el sexo con él. No solo su sonrisa y su sentido del humor. Echaba
de menos que llamara suavemente a la puerta del baño antes de entrar, aunque a
mí no me habría importado que pasara. Echaba de menos que parara en el
supermercado para comprarme el helado que
me gustaba,
y que se
acordara de sacar
el correo del
buzón, aunque nunca
abría mis cartas,
cosa que tampoco me habría
importado. Echaba de menos pequeños pedazos de él, y también el todo.
Peter no me llamaba, pero
me enviaba mensajes de texto sexys. No todos los días, pero suficientes.
—Te ha dado muy fuerte —me
dijo Sarah, mientras tomábamos unos bocadillos de atún que yo había comprado en
el J & S Pizza de mi calle.
—¿Qué?
—Me refiero a Peter —dijo
ella, y señaló mi bocadillo—. No estás comiendo.
Me di unas palmaditas en el
estómago.
—Demasiadas galletas,
gracias.
Ella se echó a reír.
—Me alegro de que alguien
se las coma. He horneado tantas bandejas de galletitas de mantequilla de cacahuete
que con solo olerlas me entran ganas de vomitar.
—Te ha dado muy fuerte
—repetí yo, sin saber a qué me estaba refiriendo.
Sarah se encogió de
hombros.
—Puede ser. Pero no importa.
Se ha terminado. Se ha terminado incluso antes de llegar a alguna parte.
Yo me sentí culpable. Había
estado tan ocupada con Peter que Sarah y yo habíamos pasado muy poco tiempo
juntas.
—¿Lo conozco?
—No. Demonios, apenas lo
conozco yo misma —dijo Sarah. Pasó un dedo por su bocadillo y se lo metió en la
boca—. Pásame las patatas fritas.
Le pasé una de las bolsas
de patatas que había pedido con los bocadillos. Entonces, ella negó con la cabeza
y me la devolvió.
—Cerdo —dijo.
—No —dije yo. Tomé la bolsa
y miré en su interior.
—¿Qué demonios? ¿Quién
sigue friendo las patatas con manteca de cerdo?
—Bah, no te preocupes —dijo
Sarah—. ¿Y las otras? Si tienen sal y vinagre, están bien.
Yo le di la otra bolsa y
observé la que tenía en la mano.
—Disculpa. Debería haber
comprobado con qué estaban hechas.
—No es responsabilidad tuya
vigilar que no me meta en la boca nada que me envíe directamente al infierno
—respondió Sarah, mientras abría la bolsa—. Si yo creyera en el infierno, de
todos modos.
Yo dejé a
un lado las
patatas fritas con
manteca. No observaba
la norma kosher, pero
la conocía perfectamente.
—Mi madre se habría dado
cuenta. Ella tampoco habría aceptado la bolsa si yo se la hubiera dado accidentalmente.
Sarah soltó un resoplido.
—Bueno, tu madre tiene sus
cosas, ¿no te parece? Como todos, amiga mía. Como todo el mundo.
Seguimos charlando
sobre lo que
íbamos a hacer
en el estudio,
sobre chicos, sobre
ropa, sobre televisión y libros,
hasta que el teléfono de Sarah sonó en su bolsillo. No lo miró, y fue tan
evidente, que tuve que comentarlo.
—¿Es él?
Sarah se encogió de
hombros.
—Puede ser.
—¿Y no vas a contestar?
—No. Solo me llama para que
me acueste con él. No soy su comodín.
—¿Quién hace una llamada de
ese tipo un sábado a las tres de la tarde?
—Un tipo que tiene ocupado
el resto del tiempo.
Me sentí un poco mal por el
hombre que había provocado la ira de Sarah. Era muy difícil enfadarla, pero
cuando se enfadaba, tardaba mucho en calmarse.
—¿Quieres que hablemos de
ello?
—En realidad,
sorprendentemente, no, no
quiero —dijo—. ¿Y
tú? ¿Quieres hablar
acerca de tu hombre perfecto y babear un poco?
—Oh, no te creas que es
perfecto. Nada más lejos de la realidad.
Sarah sonrió.
—Lo he visto, La, y es
bastante perfecto.
—Sarah —le dije
afectuosamente—, a ti te encantan los tíos. Todos los tíos. Quasimodo te gusta.
—Eh, los
tíos feos son
los que más
se entregan. Mejor
un tío feo
con una lengua
larga que un tío
bueno con un pene flácido.
Las dos nos echamos a reír.
—¿Cuándo vuelve? —me
preguntó ella.
—Mañana. Tengo que ir a
buscarlo al aeropuerto después de la fiesta de cumpleaños de Pippa.
—Oooh… Eso es amor. Ir a
recogerlo al aeropuerto. Eh, quiero ser tu dama de honor.
A mí se me cortó la carcajada.
—Sí, bueno, eso es
adelantarse un poco a los acontecimientos, ¿no crees?
Sarah se
detuvo en seco,
con las manos
llenas de servilletas
de papel. Se
encogió de hombros
y arrojó la basura en el cubo que había junto a la puerta.
—No lo descartes. Solo digo
eso.
—La verdad es que no creo
que llegue el caso.
El amor era una cosa; el
matrimonio, otra muy distinta.
—Eso es lo que decía mi
hermana, y mírala.
—¡Tu hermana se ha casado
cuatro veces!
Sarah me abanicó con las
pestañas y se agarró las manos junto al corazón.
—¡Y todas las veces ha sido
tan maravilloso!
—No es exactamente un
argumento a favor del matrimonio.
—Lo que
quiero decir es
que, a pesar
de haber fracasado
tres veces, ella
ha vuelto a
intentarlo.
Algunas personas
pensarán que es
tonta, pero a
mí me parece
que demuestra que
tienes que darle
una oportunidad al amor, aunque duela.
—Ya. ¿Incluyéndote a ti?
—Oh, mierda, claro que no
—dijo Sarah—. Yo huyo de eso todo lo más rápido que puedo.
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—Mira mis zapatos nuevos
—me dijo Pippa, señalándose los pies—. Me los ha comprado mi papá Devon. Y mi
papá Steven me ha comprado este vestido.
Giró sobre
sí misma, mientras
yo le hacía
fotografía tras fotografía
con la cámara
que me había regalado Peter. Mis manos se movían de
un modo distinto debido a la diferencia de peso con las demás, y eso hacía
que muchas de
las fotos salieran
desenfocadas. Y, algunas veces,
esas eran las
que más me gustaban.
Sin embargo, a Pippa no. Ella
me pedía que se las enseñara en la pantalla de la cámara, y fruncía el ceño si
no salía favorecida. Se cruzaba de brazos y agitaba la cabeza hasta que se le
movían los ricitos.
Un momento después volvía a
ser una niña dulce, y yo volvía a hacer fotografías.
—La —me
dijo Devon, y
me abrazó. Después
hizo que me
diera la vuelta,
tomándome por los hombros—. Quiero presentarte a unos
amigos.
«Unos amigos» resultaron
ser todos los invitados de la fiesta. Devon y Steven habían tirado la casa por
la ventana para celebrar el cumpleaños de Pippa; habían contratado a un
servicio de catering y habían alquilado
un castillo hinchable
que estaba en
el jardín. Después
de la ronda
de presentaciones, me acerqué a la mesa de la merienda y comí un
poco de pollo.
—Leah, esta es mi amiga Lali
—dijo Pippa, que se acercó a mí con otra niña pequeña de la mano.
Las dos me miraron. Leah
tenía el pelo negro y largo, los ojos castaños muy grandes y una preciosa piel
oscura. Llevaba un vestido muy bonito, pero lo tenía un poco arrugado, y
llevaba torcido el lazo del pelo. Tenía la boca manchada de chocolate.
—Hola, Leah.
Pippa asintió.
—Leah tiene dos padres.
Como yo.
Yo estaba muy segura de que
la mayoría de los niños de la fiesta tenían dos padres o dos madres. Sin embargo,
yo no sabía qué podía querer Pippa que le contestara a su amiga.
—Yo crecí en el estómago de
Lali —dijo Pippa, de repente, como si no fuera nada del otro mundo.
Yo me quedé boquiabierta.
—¿Qui-quién te ha dicho
eso?
—Mi papá
Devon me enseñó
una fotografía de
cuando yo estaba
ahí dentro —dijo,
señalando mi vientre.
Miré al otro lado de la
habitación, donde Devon charlaba con otros dos hombres. No vi a Steven.
—¿Y lo sabe tu papá Steven?
Pippa arqueó ambas cejas y
se puso las manos en las caderas.
—¡Será mejor que lo sepa!
Yo no crecí en su tripa, ¿sabes? Los hombres no tienen bebés, ellos solo pueden
donar el perma.
Leah escuchaba
todo aquello con
los ojos abiertos
como platos, y
no decía nada. Yo
me estrujé el cerebro para recordar las fotografías que
me habían hecho mientras estaba embarazada. Sabía que había algunas, pero no
creía que Devon pudiera tener ninguna. Salvo…
—¿Cómo era la foto, Pippa?
Pippa se había puesto a
bailar al son de la música de los altavoces, y se había alejado un poco. Yo la tiré
de la manga del vestido para llamar su atención.
Solo había una foto que
ella pudiera haber visto. Un retrato en blanco y negro que me había hecho yo misma
del vientre, unos días antes de dar a luz. En aquel momento me sentía enorme,
llena, a punto de explotar. Femenina, madura. Mis pechos, grandes como melones,
descansaban sobre la curva tensa de mi estómago. Se me había salido el ombligo.
Mi cuerpo nunca había vuelto a ser igual después de tenerla.__________________________________
+5 COMENTARIOS Y SUBO MAS
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D
Maaaaaaassssss ❤️👏☺️
ResponderBorrarMmqaaass
ResponderBorrarQue cosas buenas con peter?
ResponderBorrarMmass
Quiero mmass
ResponderBorrar(Resien llegue a cass por eso no estuve en los otros cap)
5, 5, 5, la la la ya estan los 5 comentarrriiiioos s ;)
ResponderBorrarSubi
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