Acá les dejo otro capítulo.
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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 44
Peter exhaló un suspiro y
me besó con fuerza. Yo había visto la mirada de sus ojos antes de cerrar los míos
para recibir su beso; era de alivio. Lo aparté suavemente para poder observar
el anillo.
—¿Pensabas que iba a decir
que no? —le pregunté en voz baja, mientras movía la mano hacia delante y hacia
atrás, para hacer brillar los diamantes. Después lo miré a él.
Peter se alisó el pelo, y
después se metió las manos en los bolsillos.
—Sí.
Tuve que abrazarlo y
besarlo por aquella sinceridad.
—¡Pero me lo has pedido de
todos modos!
Él me abrazó.
—Por supuesto.
—¿Y por qué pensabas que
iba a decir que no?
—Porque no creía que
pudiera tener tanta suerte de que dijeras que sí.
—Oh, Peter —dije. Tuve
ganas de soltar un resoplido, pero por su expresión, supe que lo decía muy en
serio—. ¿Cómo es posible que pensaras eso?
Él no respondió; se limitó
a besarme de nuevo.
—Te quiero —le dije.
Y, abrumada por todo lo que
había ocurrido aquella noche, me eché a llorar. Peter no se alarmó. Me secó las
lágrimas con los pulgares y me besó de nuevo. No me preguntó por qué lloraba, y
yo no sentí que tuviera que explicárselo.
Respiré profundamente y
pestañeé para aclararme los ojos, para poder fijarme en los botones de su camisa.
Uno, dos, tres. Él esperó pacientemente mientras le abría la camisa y deslizaba
las manos por su pecho cálido. Se estremeció, aunque yo no tenía frías las
manos. Se le endurecieron los pezones, tentando a mis labios. Le lamí cada uno
de ellos, y oí que suspiraba.
Le desabroché
el cinturón y le bajé
la cremallera. Me
puse de rodillas
ante él, y
le bajé los pantalones y
los calzoncillos por
las caderas. Su
miembro se liberó
de la tela
y yo se
lo sujeté por la
base mientras deslizaba la boca por él. Cuando gruñó, yo sonreí y lo miré.
Él también
me estaba mirando.
Me acarició el
pelo, y cuando
abrí la boca
para tomarlo profundamente, se le
cerraron los ojos durante un segundo. Después volvió a abrirlos, y se humedeció
los labios. Yo succioné con suavidad, y noté el pulso de la sangre de su
miembro en la lengua.
Lo acaricié
con la mano
unas cuantas veces;
después me levanté,
lo llevé a
la cama e
hice que se
tumbara; me
quité el pantalón
del pijama y
me coloqué sobre
él a horcajadas.
Él todavía llevaba
la camisa, aunque abierta, y yo todavía llevaba mi camiseta. Se me subió
por los muslos mientras yo frotaba mi
clítoris por su
erección. No me
había recortado el
vello púbico desde
hacía unos días,
y los rizos espesos y fuertes nos hicieron
cosquillas a los dos y aumentaron el placer. Él me puso las manos en las caderas.
Entonces, yo me estiré
hacia la mesilla de noche, donde tenía la cámara que él me había regalado.
—Creo que deberíamos hacer
una fotografía para conmemorar el evento.
Él se echó a reír y me
acarició.
—Por supuesto.
Subí la
cámara y apoyé
la cabeza junto
a la de él en
la almohada: las
fotografías salieron desenfocadas,
nuestras cabezas cortadas, nuestras bocas unidas, un disparo tras otro. Yo no
me preocupé de mirarlas mientras las hacía. Puse la mano del anillo sobre mi
rostro, y el flash le arrancó brillos a los diamantes.
Le di
la cámara a Peter
y ella se
convirtió en sus
ojos mientras yo
le hacía el
amor. Me saqué
la
camiseta por
la cabeza para
estar totalmente desnuda
con él. Puse
la mano sobre
la lente, y
después aparté la cámara para poder verlo, y que Peter pudiera verme sin
nada entre nosotros.
Él se
hundió en mi
cuerpo, y movió
las manos sobre mí
para encontrar todos
los lugares que ya
conocía, pero como sucedía con todo lo demás, aquella noche sus caricias me
parecieron distintas. Las palmas de sus manos me rozaron los pezones y me
hicieron gritar, cuando nunca había ocurrido; la suave presión de su pulgar en
mi clítoris me causó una tensión nueva que me llegó a cada uno de los músculos del
cuerpo.
Tardé un tiempo en llegar
al orgasmo, pero no demasiado. Los segundos se convirtieron en minutos, pero yo
perdí la cuenta.
Me moví con
lentitud, con las
palmas de las
manos apoyadas sobre
su pecho, sintiendo los latidos
de su corazón.
Él me ayudó a moverme con
las manos, pero no me urgió a ir más rápido ni más despacio. La luz se reflejó
en el diamante de mi dedo, y eso fue lo que estaba mirando cuando sentí el
primer espasmo de placer. Crispé los dedos, y él gimió al notar que le clavaba
ligeramente las uñas en la carne.
El sonido me empujó hacia
el orgasmo, y me eché a temblar de placer. Apreté sus costados con los muslos, y
mi cuerpo apretó
su miembro viril.
Entonces, él levantó
las caderas y
me embistió con
más fuerza, y el placer ascendió de nuevo hasta que caí hacia delante
exhausta.
Más tarde,
cuando estábamos tumbados
uno junto al
otro, mirando los
colores que el
anillo proyectaba en el techo, yo tomé la cámara para ver las
fotografías que habíamos hecho.
—Oh, Dios —murmuré—. Así no
es como quiero recordarme a mí misma.
Tenía la cara lavada, sin
una gota de maquillaje, y el pelo suelto y despeinado. Mi único consuelo era que
en la mayoría de las imágenes, mi cara estaba borrosa o girada. Por supuesto,
Peter estaba perfecto, como siempre.
—Estás guapísima
—dijo él—. Y todo ha
salido bien. Créeme,
me había imaginado
que sería un poco más… fácil.
—Lo tenías todo planeado,
¿eh?
Él asintió.
—Iba a darte una copa de
vino antes. Y flores. Tengo flores ahí fuera, para ti.
Yo pensé
en la imagen
de aquella proposición
de matrimonio perfecta,
pero no lamenté
habérmela perdido. Un buen
encuentro sexual y
toda aquella excitación
me mantenían abiertos
los ojos, pero
yo estaba muy cansada.
—Nunca me lo hubiera
imaginado.
—Lo sé —dijo él.
Un bostezo interrumpió mi
carcajada.
—El anillo es precioso.
—Lo compré en Filadelfia,
en la joyería de un amigo mío.
Yo pestañeé, y le dibujé el
corazón con el dedo índice sobre el pecho.
—Entonces, ¿no tenías una
reunión de negocios esta noche?
—No.
Yo entrecerré
un poco los
ojos, pensando que
algunas veces era
posible perdonar una
mentira. Le acaricié la cara, y
él me besó la palma de la mano. Pensé en que tenía que decir algo más, algo
profundo, pero me quedé dormida antes de poder hacerlo.
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Estábamos comprometidos.
Por segunda vez en mi vida,
llamé a mis padres, a mis hermanos y a mis abuelos para contarles, con la voz
temblorosa, que me iba a casar. Sarah recibió la noticia con un grito de
alegría, y con exigencias para
hacer una fiesta
de despedida de
soltera, aunque ni
siquiera había fecha
para la boda.
Cuando
terminé de
hablar por teléfono
con ella, solo
me quedaba una
hora para ducharme
y vestirme para
el trabajo.
Rápidamente, entré
en mi cuenta
de Connex, que
llevaba meses languideciendo, y subí
una
de las fotografías más decentes
de la noche anterior, en la que aparecía el anillo y mi mano ocultando nuestras
caras. Después, cambié mi estado de «soltera» a «comprometida».
Miré el perfil con una
sonrisa. De algún modo, era el haber puesto allí la noticia, para que todo el mundo
pudiera verla, y no el anillo, lo que hacía que fuera más oficial.
Las chicas
de Foto Folks
soltaron grititos al
ver el anillo,
que era el
doble de grande
que los que llevaban ellas. Si sintieron alguna envidia,
lo disimularon bien, o yo preferí no verla. Me pasé todo el día con una sonrisa
boba en la cara, mostrándoles el anillo a las clientas, e hice algunas de las
mejores fotos que hubiera hecho nunca en aquella tienda. Estaba flotando. ¡Me
había comprometido! ¡Iba a casarme!
Trabajé hasta la hora de
cierre, y rehusé una oferta para ir a tomar algo y celebrarlo. Les prometí que lo
haríamos en otra ocasión, y creo que ellas entendieron que quería ir a casa a
estar con Peter.
Había hecho un día muy
cálido, y era fácil imaginarse que el verano iba a llegar pronto, y me puse la chaqueta
sobre el hombro mientras iba hacia mi coche, que estaba en el pequeño
aparcamiento del centro comercial. Me puse tensa al ver que había alguien
esperando allí, pero me relajé al darme cuenta de que era Pablo.
—¿Podemos hablar? —me
preguntó.
Yo abrí el coche, pero no
entré.
—¿Sobre qué?
Esperé una muestra de ira,
pero Pablo solo frunció el ceño.
—No puedo creerme que no me
lo hayas contado tú misma.
Yo eché el bolso y la
chaqueta en el asiento trasero, sin apartar la vista de las llaves que tenía en
la mano.
—No hemos hablado nada
últimamente, Pablo.
—No puedo
creer que haya
tenido que enterarme
por tu página
de Connex. Yo, y
otros quinientos amigos tuyos.
Dios, La. Creía… Creía que era algo más para ti.
—Llevamos mucho tiempo sin
tener relación, Pablo.
—¡Unos meses! —replicó él—.
Nos peleamos, eso es todo. Y de repente, ¿ya no formo parte de la lista de
gente a la que tienes que llamar? ¿Qué demonios ha pasado con tantos años de
amistad?
—No creía
que te importara,
la verdad —le
dije. Sin embargo,
sabía que era
mentira. Yo sí había creído que a Pablo iba a importarle.
—¿Que no creías que me
importara? Demonios, La, ¿cómo puedes decir eso, cuando he tenido que enterarme
de que te vas a casar con ese imbécil…?
—¡Eh! ¡No le llames eso!
Pablo entrecerró los ojos y
apretó los labios.
—Estás cometiendo un error,
eso es todo.
—¿Como el que estuve a
punto de cometer contigo?
Pablo se estremeció.
—Él te va a hacer daño. No
quiero verte sufrir. Te quiero, La.
—Tú… —dije yo, con la voz
llena de veneno—. Cállate.
Pablo dio un paso atrás. Ya
había anochecido, y la luz de las farolas no le favorecía. Se levantó una brisa
fresca y sentí frío, y lamenté no haberme puesto la chaqueta. Sin embargo, no
la saqué del coche.
—Siempre te he querido. Tú
lo sabes —dijo él, y mi ira se mitigó con la fuerza de la nostalgia.
No quería odiarlo.
—Oh, Pablo. ¿No puedes ser
feliz por mí, del mismo modo que yo siempre he sido feliz por Teddy y por ti?
Él se estremeció de nuevo,
y bajó la mirada.
—Hemos roto.
—Oh, no. ¿Qué ha ocurrido?
Pablo alzó la cabeza y vi
que tenía una sonrisa forzada en los labios.
—Lo he estropeado todo, eso
es lo que ha pasado. Me acosté con otros tíos, y Teddy se enteró. Yo ya estaba
cansado de mentir, de ser el mentiroso. Y pensaba que me iba a perdonar, porque
Teddy siempre me perdonaba.
—Lo siento.
—Lo sientes —dijo él, y
soltó un resoplido—. No te imaginas lo que me pasa a mí —añadió, y me miró con
una expresión sombría—.
Y, entonces, me
entero de que
te vas a casar con
ese tal… Peter Lanzani… Oh, La. Te prometo que él no
es…
—Cállate, Pablo —le dije de nuevo—. Lo quiero.
—Antes me querías a mí
—replicó él—. ¿Qué ha pasado con eso?
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D
Muerooo
ResponderBorrarMaaass
asadsdkass
ResponderBorrarme encanta la nove
pero aun tengo el presentiiento de que algo lo va a estropear (soy un poquito negativa, ojala que me equivoque: )
mmmmmmmmmmmaaaaaaaasssss
ResponderBorrarsubi: http://mimundolaliter-adaptaciones.blogspot.com/2014/01/capitulo-23.html
aaaaaa que pesaado pablo! no dejai un minuto tranquila a lali! que pasai con este? amor eterno por lali y peter! que no sea huevon y no la lastimee
ResponderBorrarmasss nove! saludos desde bs as
ResponderBorrarK encimoso es Pablo ,ahora se quedó sin el pan ,y sin la torta ,y vuelve a molestar.
ResponderBorrarOMG OMG OMG OMG!!!!! SE VAN A CASAR!!!!!!!!!!!!!!!!!! OK ESTOY EMOCIONADA ME ENCANTA ESTA NOVE, POR FAVOR DIME QUE ES INFINITA Y QUE NUNCA TERMINARA C:
ResponderBorrarBESOOOO CIELOOO, MAÑANA TE RESPONDO, PORQUE DEJAME DECIRTE QUE YO TAMBIEN ESTOY MUERTA PASARON MUCHAS COSAS HOY, MAÑANA TE CUENTO...
BESO.
@AnglesCasi.
Que tarada que soy, pensé que el capítulo anterior era el último de la nove!! Pregunta, la cámara que le regaló Peter es la que a Ella le gustaba en el local?
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