jueves, 30 de enero de 2014

Capítulo 48

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 48
Sarah tenía cara de cansada. Jugueteó con su ensalada, pero no comió. Bostezó y dejó el tenedor en el plato.
—Ah, no me apetece.
Yo  había  devorado  mi  medio  sándwich  y  un  tazón  de  sopa,  y  pensaba  ir  al  mostrador  a  pedir  un pedazo  de brownie. Entonces me puse una mano en el estómago, calculé las horas que tendría que pasar haciendo ejercicio para quemar el postre y decidí tomarme un té helado.
—Me gusta este —dijo Sarah, señalando el folleto que yo había sacado de mi bolso. Ella estaba en el descanso de su trabajo, y yo estaba de camino al centro comercial para cubrir mi turno de Foto Folks—.
Me gustan los gráficos.
—A mí también me gusta este —dije. Observé la primera página, y después le di la vuelta—. Tengo algunas fotos buenas que se pueden usar para la parte trasera, pero si tienes algún rato libre esta semana, me gustaría hacer unas cuantas más. ¿Sarah?
Ella no me estaba escuchando. Estaba mirando hacia la fila de gente que había en el mostrador, con los ojos muy abiertos.
—Mierda —dijo en voz baja.
Yo me giré para ver qué ocurría, pero ella me dijo que no lo hiciera.
—¿Qué te pasa? —le pregunté.
Apretó los labios y se tapó la cara con las manos.
—Mierda —repitió.
—Sarah,  ¿qué  te  pasa?  —insistí,  y  me  giré  en  el  asiento  aunque  ella  me  había  dicho  que  no.  Sin embargo, no pude averiguar qué era lo que la había disgustado.
Sarah me miró.
—Es él.
—¿Quién?
Frunció el ceño y movió su silla hacia detrás de la columna, para bloquear su campo de visión.
—Un tío con el que he estado saliendo. No es importante. Tal vez se vaya.
—¿El que aparecía en tu página de Connex?
—Ya no.
—Demonios, Sarah, me has estado ocultando cosas.
Ella sonrió.
—Tú  has  estado  un  poco  ocupada,  cariño.  No  quería  desconcentrarte.  Además,  no  hay  nada  que contar. Ya me conoces. Un tío, otro tío, y otro más.
—No es cierto.
Sarah tenía muchas citas, y no siempre iba en serio. Era solo… amigable. No era una mojigata, pero tampoco se acostaba con nadie a la ligera.
—Se llama Jack —me dijo.
Se le quebró la voz, y eso me dio a entender muchas cosas.
—Ah, nena. ¿Y qué ha pasado?
Se encogió de hombros, y se pasó las manos por los ojos.
—Nada. Ese es el problema. Que no pasa nada.


En  aquel  momento,  una  mujer  de  caderas  anchas  con  un  vestido  de  flores,  con  joyas  vistosas  y  un
maquillaje  exagerado,  pasó  junto  a  nuestra  mesa  acompañada  de  un  hombre  mucho  más  joven,  que  iba tras  ella.  Él  llevaba  una  gorra  de  béisbol  y  una  camisa  de  manga  larga  que  ocultaba  sus  tatuajes,  pero Sarah lo miró de un modo que me lo dijo todo. Él se detuvo en seco al verla.
—Sarah —murmuró. Su tono era de anhelo, pero ella fingió que no lo había oído.
Él  me  miró  durante  un  segundo,  y  ambos  nos  quedamos  azorados.  Siguió  caminando  como  si  no hubiera  hablado.  Lo  vi  charlando  con  la  mujer,  que  le  puso  la  mano  en  la  espalda  y  lo  devoró  con  los ojos. Ella no miró hacia nuestra mesa, pero asintió y siguió caminando hacia el otro extremo del local. Se metieron detrás de un tabique, y no pudimos verlos más.
—¿Quieres que nos marchemos? —le pregunté.
Ella volvió a juguetear con su ensalada.
—No. No voy a permitir que ese idiota me estropee la comida.
Ya se la había estropeado, pero yo no dije nada.
—¿Quieres que hablemos de ello?
—Jack —me dijo Sarah— es prostituto.
—Oh, Dios mío. Entonces, no me lo dijiste en broma.
—No. Se acuesta con mujeres por dinero.
—Oh. Vaya.
Sarah bebió con enfado, y empezó a desmenuzar un pedazo de pan.
—Al  principio  no  le  di  importancia.  Era  solo  un  trabajo.  Yo  tampoco  soy  virgen,  ni  nada  por  el estilo. Me he acostado con tipos a los que no quería.
—Bueno, creo que eso lo hace todo el mundo, algunas veces.
Ella cabeceó, sin dejar de mirar el desastre de su plato.
—Y no me importa que lo hiciera, La. De verdad que no me importa. Lo que me importa es que siga haciéndolo.
Se le quebró la voz de nuevo, y yo tuve ganas de consolarla. Sarah necesitaba un abrazo, pero tuve que conformarme con agarrarle la mano y apretársela.
—Lo siento.
Ella me devolvió el apretón, y después se soltó para quitarse las migas de la palma. Me miró. Tenía la máscara de pestañas corrida, y eso hacía que pareciera más cansada aún.
—Conozo a muchas mujeres que ni siquiera le perdonarían que lo hiciera en el pasado, ¿sabes?
Yo pensé en la primera vez que había visto a Peter.
—Sí. Lo sé perfectamente.
—Sí —dijo ella, asintiendo—. Así que no es que tenga que perdonarle nada, porque no pienso que hiciera nada malo. Pero no puedo estar con él si sigue haciéndolo, ¿entiendes?
—Perfectamente.
Sarah sonrió.
—Sé que me entiendes.
—¿Y  por  qué  no  me  habías  contado  antes  todo  esto,  sos  boba?  ¿Cuánto  tiempo  llevas  así?  —le pregunté,  y  la  observé  con  atención—.  Tienes  muy  mal  aspecto,  a  propósito.  No  quería  decírtelo,  pero ahora que nos hemos puesto sinceras…
—Que te den, Lali —me dijo ella, riéndose. Sus mejillas habían recuperado un poco de color, y mordió un


pedacito de pan—. No lo sé. No quería agobiarte. No quería hablar de esto porque… No lo sé. Con él es diferente, eso es todo.
Estaba muy triste, muy empequeñecida.
—O, por lo menos, yo creía que podía ser diferente.
Sarah me había hablado de otras relaciones fallidas, pero nunca la había visto así.
Ella suspiró.
—No pasa nada. Voy a olvidarme de él, aunque solo sea por molestarlo.
Nos echamos a reír. Cuando nos marchamos, intenté atisbar al hombre que le había roto el corazón a mi amiga, pero él debía de haber salido por otra puerta.
_______________________________

Mi  madre  llegó  la  semana  siguiente,  con  varias  bolsas  de  comida  en  tarteras  que  metió  en  mi congelador. Yo me eché a llorar cuando me dio un frasco de caldo de pollo casero, porque era el mismo que me hacía siempre cuando estaba en la universidad, para que me lo llevara a la residencia.
Mi madre me abrazó y me acarició la espalda como siempre había hecho. Había llevado sus propios platos y sus propios cubiertos, pero no dijo nada acerca de que mi microondas no fuera kosher. Se quedó durante tres días.
No sé por qué me sorprendía tanto que se llevara tan bien con Peter. Yo sabía que él era encantador. Llegaba  a  casa  todos  los  días  esperando  encontrármelo  en  su  apartamento  del  piso  de  abajo,  donde estaba  durmiendo  durante  la  visita  de  mi  madre,  y  a  mi  madre  con  cara  de  pocos  amigos  a  punto  de echarme un sermón. Sin embargo, mi madre lo adoraba.
Una de aquellas noches entré por la puerta, pensando en sugerirles que fuéramos al cine o a dar un paseo, puesto que ella se iba al día siguiente. Me los encontré en la cocina, junto al fuego. Mi madre le estaba enseñando a hacer caldo a Peter.
—Es el seltzer —explicaba mi madre—. Eso es lo que hace que crezca. Ah, La, cariño. Ven aquí a probar el guiso.
Tomó caldo con el cucharón, y una enorme bola de matzo. Lo sopló para enfriarlo, y me lo ofreció.
Yo miré a Peter, que tenía una sonrisa de orgullo y estaba apoyado en la encimera.
—¿Lo has hecho tú? —le pregunté.
—Pues sí —dijo mi madre—. Yo solo le he ayudado un poco. Pero es un buen cocinero.
—Sí,  ya  lo  sé  —respondí.  Tomé  el  cucharón  y  mordí  la  bolita  de  masa,  que  estaba  muy  blandita  y tenía un delicioso sabor a especias—. Ummm… Es de los que flotan, definitivamente.
Mi madre sonrió.
—Vamos, saca unos platos. Tenemos que tomarnos la sopa antes de que se enfríe.
Cenamos,  y  después  jugamos  a  las  cartas.  Después,  mi  madre  se  disculpó  para  darse  su  ducha nocturna, y nos avisó con un guiño de que iba a tardar un rato.
—¿Lo ha dicho para que no aporreemos la puerta? —me preguntó Peter.
Yo me eché a reír mientras recogíamos la cocina.
—No. Es para que podamos achucharnos.
—Ah —dijo él, y me atrapó entre sus brazos—. No sabía que podíamos hacer eso.
Yo le besé la barbilla, y se la mordisqueé.
—No tenemos tiempo ni para uno rápido.
—Hace tres días —dijo él, murmurándome las palabras al oído—. Sería muy rápido, es cierto.
Un suspiro, un beso, una caricia. Para nosotros era suficiente. Una llama. Me apoyé en él; oí el grifo del baño y supe que mi madre estaba en la ducha. Pensé en arrodillarme ante Peter y hacerle una felación rápida, pero solo el hecho de estar abrazada a él era tan dulce, tan perfecto, que no quise moverme.
—Quiero ir a casa —dijo él, contra mi pelo.
—¿Ahora?  De  acuerdo  —respondí,  acurrucándome  todo  lo  posible  contra  su  pecho—.  Solo  espera hasta que ella salga de la ducha para despedirte.
—No, Lali. No me refiero abajo. Me refiero a casa, a Ohio.
Yo me aparté de él.
—¿A casa de tu familia?
—Sí. Creo que debería presentártelos, ¿no?
A mí se me encogió el corazón.
—Sí. Supongo que tengo que conocerlos antes de que nos casemos.
Él se echó a reír, pero no parecía muy feliz.
—¿Te parece bien el fin de semana del Memorial Day? Podríamos salir el viernes y volver el martes.
Rápidamente, calculé el tiempo mientras lo besaba. Peter sabía lo que estaba haciendo, y me permitió que lo besara. Después se apartó lo suficiente para preguntarme:
—¿Cuándo fue la última vez que te tomaste unas vacaciones?
—Ah, entonces, ¿una visita a tu familia son unas vacaciones?
Peter contuvo una sonrisa.
—Bueno, será todo un viaje, eso sí puedo asegurártelo.

__________________________________
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

miércoles, 29 de enero de 2014

Capítulo 47

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 47
Tenía un anillo en el dedo, pero no tenía fecha para la boda, ni idea de cómo iba a ser el vestido, ni la  ceremonia,  ni  la  fiesta.  El  matrimonio  en  sí  me  parecía  más  importante  que  la  boda,  y  eso prácticamente ya lo teníamos.
No  vivíamos  juntos,  pero  las  puertas  del  edificio  estaban  cerradas,  y  las  de  nuestros  apartamentos
estaban  siempre  abiertas,  de  modo  que  nos  movíamos  de  arriba  abajo  como  si  todo  fuera  la  misma vivienda, tal y como yo había soñado que podía ser un día.
Casi  todos  los  días,  cuando  volvía  de  trabajar,  me  encontraba  la  comida  hecha,  o  algún  plan  para salir. Peter siempre  me  invitaba,  y  era  agradable  que  me  cortejara  así.  Flores,  cenas,  regalitos  para hacerme sonreír… Nunca había tenido un novio tan atento.
—No tienes por qué —le dije un día, cuando me entregó un precioso camisón de seda que yo había visto en un catálogo.
—Solo dame las gracias —dijo Peter.
Yo lo acaricié con los dedos, pensando en que tenía que irme a trabajar en mi página web, a colgar algunas fotografías en el blog y a editar algunas imágenes que había tomado en el taller de trabajo. Había hecho dos turnos en Foto Folks para sustituir a una compañera a quien habían sacado la muela del juicio.
Estaba cansada y excitada a la vez, y tenía hambre. Quería hacer el amor, comer algo y acurrucarme con Peter delante de la televisión.
—Póntelo —me sugirió él.
No tuve la fuerza de voluntad necesaria para resistirme a él. Me quité la ropa y dejé que el camisón se me deslizara por el cuerpo. Di una vuelta, y la seda me acarició la piel.
Yo no creía que él hubiera ido a trabajar aquella mañana, pero de todos modos, llevaba una camisa y unos pantalones de vestir. No llevaba corbata, y tenía los dos primeros botones desabrochados. Se había peinado hacia atrás. Me estaba mirando con una sonrisa mientras yo movía las caderas.
Me  quité  las  braguitas,  y  le  brillaron  los  ojos. Peter se  sentó  en  una  butaca  de  cuerpo  y  me  miró mientras yo bailaba lentamente, al son de la música que él había puesto en el iPod.
Yo no aparté la mirada de sus ojos.
Empezó una canción más rápida, y yo empecé a agitarme, a mover el trasero y el pecho. Me senté en
su  regazo  y  me  froté  contra  su  erección;  el  hecho  de  que  a  él  le  pareciera  provocativo  aquel  bailecito medio tonto y medio sexy me excitaba aún más que el propio baile. Me subí un poco el camisón por los muslos, para mostrarle mi sexo, y después me giré para mirarlo por encima de mi hombro. Me ahuequé el pelo y saqué el trasero. Hice un par de poses de actriz porno y los dos nos echamos a reír. Sin embargo, a él se le cortó la respiración.
Entonces  me  senté  en  su  regazo  y  apoyé  la  espalda  en  su  pecho,  la  cabeza  en  su  hombro.  Él  no  me había  tocado  ni  una  sola  vez;  supongo  que  me  estaba  siguiendo  la  corriente  en  aquella  fantasía  de stripper. Moví el trasero por su erección, lentamente, y me senté a horcajadas sobre sus muslos. La seda se me había subido por las piernas, y a cada movimiento de mis caderas, mi clítoris se frotaba contra él.
No guardamos silencio durante todo aquello. Él me decía lo sexy que estaba, y lo mucho que deseaba tocarme,  hacerme  el  amor.  Yo  le  dije  que  deseaba  saborear  su  miembro.  Eran  palabras  sexuales,  no siempre coherentes. No importaba que sonaran ridículas; para nosotros tenían valor.


Yo alcé el trasero.
—Desabróchate el cinturón. Sácatela.
Él obedeció. Yo me deslicé sobre él. La seda se me bajó de las caderas y le cubrió el regazo. Me incliné un poco hacia delante, con las manos apoyadas en sus rodillas y las piernas apretadas.
Su pene me rozaba el punto G en aquel ángulo, y, sin poder evitarlo, gemí.
—Acaríciame el clítoris.
Él  pasó  la  mano  hacia  delante,  tal  y  como  yo  le  había  pedido.  Entonces,  yo  empecé  a  empujarme
hacia  arriba  y  hacia  abajo,  lentamente,  al  ritmo  de  los  círculos  que  él  dibujaba  con  el  dedo.  Cerré  los ojos;  mi  cuerpo  ya  se  estaba  estremeciendo.  El  camisón  se  movió  y  dejó  mi  pecho  al  aire.  El  pelo  me cayó sobre la cara.
No podía pensar en un título para aquella sucesión de imágenes. No podía pensar en otra cosa que en el deseo que se estaba acumulando entre mis piernas. Me moví un poco más deprisa.
—Voy a correrme —me advirtió él—. Olivia…
—Un minuto más —le rogué, con la voz entrecortada.
Más deprisa. Más rápido. Su mano se movía a la perfección. Peter emitió un sonido gutural, y supe que iba a llegar al orgasmo. Al oírlo, yo lo acompañé.
Después,  mientras  el  placer  iba  desvaneciéndose  poco  a  poco,  fui  dándome  cuenta  de  que  tenía
calambres  en  los  dedos  de  los  pies,  y  de  que  me  temblaban  los  muslos,  por  haber  empujado  con  tanta fuerza  contra  el  suelo  de  madera.  Por  dentro  me  sentía  un  poco  dolorida  debido  al  ángulo  de  aquella posición, pero no de un modo desagradable. Me levanté de su regazo y me puse en pie.
Peter me sonrió. Su ropa apenas se había descolocado.
—Eso ha valido bastante más que un puñado de dólares.
Yo  le  arrojé  un  cojín  del  sofá  a  la  cara.  Él  lo  esquivó  en  el  último  segundo,  aunque  conseguí despeinarlo un poco.
—Listo.
—Ese soy yo.
Hice una mueca y me alejé hacia la cocina. Tomé un vaso de agua fría, y abrí la nevera para sacar comida. Peter se acercó por detrás de mí, e hizo chocar su entrepierna contra mi trasero.
—Ah, disculpa —dijo, sin sentirlo en absoluto—. No te había visto.
Yo me giré con las manos llenas de fiambre y mostaza. Él me abrazó de todos modos, y me besó, y a mí no me importó sentir la frialdad del frasco de cristal contra el vientre. Después me soltó; yo hice la comida, nos la comimos, y él lavó los platos mientras yo me duchaba. Entonces, ya no hubo manera de engañarme a mí misma pensando que iba a conseguir trabajar algo. No fui capaz de subir al estudio.
Así  pues,  mientras Peter se  duchaba,  tomé  mi  ordenador  portátil  y  me  senté  en  el  sofá.  Busqué  el perfil de Peter en Connex, pero no apareció nada. O no tenía, o lo mantenía en privado. Yo puse al día mi estado  con  un  «amor,  buena  comida  y  descanso».  Después  miré  el  perfil  de  Pablo,  que  no  había cambiado. Todavía decía que era la pareja de Teddy; por el contrario, Teddy había borrado su perfil.
Yo no iba a molestarme más por aquel drama. Miré algunos mensajes de amigos a quienes rara vez veía en persona, y busqué las últimas fotos de Sarah. Había varias de ella acompañada con un chico muy guapo,  moreno,  con  muchos  tatuajes.  Comenté  uno  de  ellos  con  un  signo  de  interrogación.  Ella  me entendería.


Después revisé mi correo electrónico, y encontré un mensaje de mi madre.
Lo  estaba  leyendo  por  segunda  vez  cuando Peter salió  de  la  ducha  con  una  toalla  alrededor  de  la cintura y otra en la cabeza. Tal vez quisiera resultar divertido, o aquello no tuviera nada de irónico. Esa era una de las cosas que más me gustaba de él: jamás se sentía absurdo, y jamás se disculpaba por nada de lo que hacía.
—¿Qué pasa? —me preguntó, con cara de preocupación.
Yo no me había dado cuenta de que tenía el ceño fruncido, y sonreí.
—Tengo un correo electrónico de mi madre. Quiere venir a visitarme.
—Ah, muy bien —dijo él. Se quitó la toalla de la cabeza y comenzó a secarse vigorosamente el pelo.
Después me miró con atención—. ¿Y eso es malo?
—No, no es malo. Solo… raro.
—Ah —dijo Peter. Se puso la toalla sobre un hombro, y las manos en las caderas—. Bueno, por lo menos no es malo.
—Ella  nunca  viene  aquí  porque  es  un  viaje  demasiado  largo  para  hacerlo  en  un  día,  o  al  menos siempre me ha dicho eso; y también porque no puede alojarse en mi casa, y porque no puede comer.
Él asintió, como si me entendiera, pero me preguntó:
—¿Y por qué no?
—No es kosher.
—¿Y no puedes prepararle algo kosher?
—Aunque  le  comprara  comida kosher,  los  platos  y  los  cubiertos  no  lo  son.  Supongo  que  el  aire tampoco —expliqué. Aquello era un punto de fricción, no solo conmigo, sino también con mis hermanos, que vivían lejos—. Para mi madre es muy importante.
Peter frunció el ceño y se colocó detrás de mí para ver el mensaje.
—¿Más importante que ver a sus hijos?
—Supongo que sí.
—Pues yo creo que a Dios le importa menos lo que comes que cómo tratas a tus seres queridos — dijo Peter—. Además, ella podría traerse su propia comida. Comer en platos de papel, ¿no?
—Sí, pero nunca lo ha hecho.
—Pero ahora quiere hacerlo, ¿no?
—No sé lo de la comida —dije yo, señalando la pantalla del ordenador—, pero dice que le gustaría venir a visitarme un día, o tal vez quedarse a dormir y estar un par de días aquí.
Él me apretó el hombro.
—Pues pregúntale que cuándo puede venir.
—No  sé.  Tendré  que  ver  si  puedo  conseguir  días  libres  en  el  trabajo,  pero,  realmente,  no  puedo permitírmelo, Peter.
—Lali, nena —me dijo al oído, antes de besarme la oreja—, no tienes por qué preocuparte de nada de eso. ¿Es por el dinero? Ya te he dicho que no te preocupes.
Me giré para mirarlo.
—Tengo que pagar las facturas.
Él sonrió y se encogió de hombros.
—¿Sabes? Cuando estemos casados…


—Pero todavía no lo estamos.
Él volvió a encogerse de hombros.
—Tu madre puede venir de todos modos. Yo estaré aquí mientras tú estés trabajando.
—¿De verdad? ¿Tú estarías dispuesto a entretener a mi madre?
—A mi futura suegra —dijo él—. Claro, ¿por qué no?
Yo me mordí el interior de la mejilla.
—Está bien.
Mientras tecleaba la respuesta a su mensaje, apareció un nuevo correo electrónico en mi bandeja de entrada. Me quedé boquiabierta al leerlo; era una invitación de Scott Church para que participara en su próxima exposición en una galería. Al principio pensé que era una invitación para todos los que habían ido a su último taller, pero luego me di cuenta de que él mencionaba una fotografía en concreto.
—Peter, mira esto.
Él ya se había puesto sus pantalones de Batman, y se inclinó sobre mi hombro.
—¡Vaya, es increíble! —exclamó.
—No lo entiendo…
—Quiere que expongas una de tus fotos en su exposición. Es estupendo —dijo Peter. Alzó un puño en el aire y me besó la coronilla—. Sabía que te iba a elegir.
—Un momento, ¿has sido tú el que le ha enviado una de mis fotos?
Él saltó por encima del respaldo del sofá y aterrizó a mi lado, sacudiendo el portátil.
—Sí. Vi el aviso en su blog.
—Un momento, un momento. ¿Tú lees el blog de Scott?
—Sí, claro.
Ah. A mí se me había escapado aquel detalle.
—¿Y qué decía el aviso del post que leíste, exactamente?
—Que  las  personas  que  habían  ido  a  alguna  de  sus  clases  podían  enviarle  una  fotografía,  y  que  él elegiría una de todas ellas para exponerla en la Galería de Mulberry Street. Es en septiembre u octubre.
—¿Y mandaste una de mis fotografías sin preguntarme?
Él se apoyó un poco en el respaldo del sofá.
—¿Te sienta mal?
—No  —dije,  y  miré  de  nuevo  la  invitación,  que  incluía  todos  los  detalles  de  la  exposición—.
Supongo que no, porque ha seleccionado mi fotografía. Pero hubiera preferido que me lo dijeras.
—Quería que fuera una sorpresa.
Arqueé una ceja.
—Bueno, pues lo ha sido. ¿Y cómo supiste qué foto debías enviar?
—Tú me diste un disco entero. Yo elegí mi favorita —dijo él, y se acarició el pecho—. Es una mía, por supuesto.
Me eché a reír, porque supe que lo decía en serio.
—Muy bien, señor Engreído.
—Tu trabajo se merece estar en una galería de arte, Lali.
Yo cerré el portátil y lo dejé sobre el taburete que tenía enfrente, para poder besar a Peter.
—Tú me quieres. Se supone que debes pensar esas cosas buenas de mí.


Peter me tomó la cara entre las manos.
—Yo no te lo diría si no fuera cierto —respondió, y yo lo creí. Entonces, me besó y me miró a los ojos—. Deberías dejar el trabajo de Foto Folks, y también ese otro trabajo. El de los equipos deportivos y los retratos escolares. Deberías trabajar más en tu obra. Deberías montar un negocio con tu propio arte.
Yo negué con la cabeza.
—Todavía no puedo dejar mi trabajo. Ahora no. No puedo permitir que tengas que mantenerme.
Él suspiró.
—Está bien. Pero, cuando nos hayamos casado, ¿lo pensarás?
—Cuando nos hayamos casado pensaré en un montón de cosas.

Él me tomó la mano y entrelazó sus dedos con los míos. Mi diamante relució. Peter lo acarició con un dedo. Sonreímos. Nos besamos. Pero ninguno de los dos sacó un calendario y habló de fijar una fecha.

__________________________________
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

lunes, 27 de enero de 2014

Capítulo 46

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 46
—Tú quieres tener hijos, ¿no? —me preguntó.
—Supongo que sí. ¿Y tú?
Peter dejó su tenedor en el plato y asintió.
—Me gustan los niños. Sí. Supongo que ya es hora, antes de que me haga más viejo.
Yo le arrojé un pequeño trozo de pan; él lo atrapó con facilidad y se lo metió a la boca.
—Tú no eres viejo.
Sonrió, masticó el pan y se lo tragó.
—No. Ya lo sé.
Me quedé callada durante un rato, mientras comíamos. Pensé en las acusaciones que me había hecho mi madre; sus palabras habían sido perversas, pero también tenían algo de razonable.
—¿Peter?
—¿Sí?
—¿A ti no te importa que nuestro hijo no sea el primero que tengo yo?
Él dejó de nuevo el tenedor, y me tomó de la mano.
—No, Lali. ¿Y a ti?
—No.
Me apretó los dedos.
—Admiro lo que hiciste.
—Mi  madre  me  dijo  que  ningún  hombre  iba  a  querer  casarse  conmigo  por  haber  tenido  una  hija  y haberla dado en adopción. Que los hombres querían hijos propios. A mí me pareció que era una tonta. Creo que ella lo pensaba porque yo era muy joven —dije—. Pero de todos modos, fue un argumento muy pobre.
—Fue una maldad decirte eso, y no me sorprende que estés enfadada.
—Bueno, ya no estoy enfadada.
Él me apretó los dedos.
—¿Ah, no?
Me eché a reír.
—Bueno, de acuerdo. Me duele. Pero… ¿a ti no te importa de verdad?
Peter apartó la silla de la mesa y tiró de mi mano hasta que me sentó en su regazo. Yo apoyé la cabeza en su hombro y jugueteé con uno de los botones de su camisa. Él me puso una mano sobre la rodilla, y yo noté su calidez.
—Te quiero —me dijo—. Hayas hecho lo que hayas hecho en el pasado, y hagas lo que hagas en el futuro.
Yo le desabroché un par de botones de la camisa para poder deslizar la mano dentro.
—Eso suena como una frase de novela romántica.
—He pasado mucho tiempo en aeropuertos y aviones, y he leído novelas románticas.
—¿Por  qué  yo?  —le  pregunté.  Estaba  pidiéndole  cumplidos  desvergonzadamente,  sí.  Pero  los necesitaba después de acordarme de las palabras de mi madre, y después de lo que había pasado en el aparcamiento después del trabajo.
Peter se cambió mi peso sobre las rodillas.
—Porque comiste empanadillas de pollo para desayunar.
Yo me eché un poco hacia atrás para mirarlo a la cara.


—Esa no es la respuesta que esperaba.
—Y porque eres una de las mujeres más guapas que he conocido —añadió—. Y porque tu talento me dejó  atónito  la  primera  vez  que  vi  tus  fotos. Y  porque  casi  me  ganas  en  el  Dance  Dance  Revolution.
Casi. Pero, en realidad, fue por las empanadillas de pollo.
Me eché a reír.
—¿Por qué?
—Me  he  pasado  mucho  tiempo  con  gente  que  piensa  que  su  valor  está  relacionado  con  su  masa corporal. Hombres obsesionados con el gimnasio, y mujeres que piensan que morirse de hambre es sexy.
Arqueé una ceja.
—Así que, en otras palabras, me estás diciendo que yo soy…
—Voluptuosa —me interrumpió él—. Neumática. Curvilínea. Espléndida.
Yo bajé la mirada hacia mi pecho y mis muslos.
—Ummm…
—Lo que quiero decir es que ninguna de las mujeres ni de los hombres con los que he estado durante los últimos años se habría comido una empañadilla de pollo para desayunar.
—Pues parece que has pasado mucho tiempo con la gente equivocada.
Él se encogió de hombros.
—No  tengo  muchos  amigos  de  verdad, Lali.  Pero  tengo  mucho  dinero,  y  antes  no  tenía  nadie  en quién gastármelo, solo en mí mismo. Es fácil dejarse atrapar en un estilo de vida.
—¿Gente que se preocupa por las marcas de la ropa, por ejemplo?
—Exacto. Para la gente con la que me relacionaba, Crate and Barrel sería de un barrio bajo.
—No encontrarás mucha gente de ese tipo en Annville.
Él sonrió y agitó la cabeza.
—Dímelo  a  mí.  Tengo  síndrome  de  abstinencia  por  un  buen  plato  de  comida  india  y  una  librería.
Vaya, creo que sería capaz de pegar a una vieja con una merluza por tener una buena librería cerca.
—Pegar a… —me quedé boquiabierta, y después me eché a reír.
Así eran las cosas con él. Estábamos hablando de los misterios de la vida, y, al minuto siguiente, me había provocado una carcajada.
—Bueno, en realidad no iría tan lejos. Pero me gustaría que hubiera una librería cerca. Y un Starbucks.
Yo arrugué la nariz.
—No sabía que te gustaban los Starbucks.
—No me gustan, pero todo el mundo tiene uno cerca.
—En Annville no.
—No. Pero Annville te tiene a ti.
Yo gruñí, aunque me encantaba lo que había dicho.
—¿De qué novela romántica has sacado eso?
—Oh, creo que se llamaba Pasión en el maizal, o algo por el estilo —dijo. Me guiñó un ojo y tomó un bocado de pasta. Después, me preguntó—: ¿Y por qué yo?
Yo  ya  había  estado  haciendo  una  lista.  No  podía  hacerle  aquella  pregunta  sin  pensar  que  también tendría que darle mi respuesta.
—¿Te he contado alguna vez que eres un TBPR?
Él se rio.


—¿Qué demonios es un TBPR?
—Un tío bueno de portada de revista.
Él agitó el tenedor.
—Vale, me gusta. Sigue.
—No puedo decirte solo una cosa. No hay un momento específico. Es como si… hubieras estado ahí
cuando  necesitaba  a  alguien,  y  yo  hubiera  averiguado  que  no  necesitaba  a  cualquiera,  sino específicamente a ti.
Peter se relamió el aceite de los labios.
—¿Aunque yo fuera todo lo que tú habías jurado evitar?
—Tal  vez  por  eso  mismo  —dije,  e  hice  girar  el  anillo  de  compromiso  para  que  reflejara  la  luz—.
Pero tenías razón al decir que no eras como Pablo. Yo no podía seguir pensando que todos los hombres eran como él. Es decir, creo que ni siquiera le habría dado una oportunidad a un hombre heterosexual.
Él pestañeó.
—Tienes que tener cuidado con esos hombres heterosexuales, Lali.
—Sí. Si es que existe tal cosa.
—Oh, están por ahí fuera —dijo Peter—. Pero son muy escasos.
Yo me estaba preguntando cómo podía sacar a relucir mi encuentro con Pablo. Aquel me pareció un buen momento.
—Esta noche he visto a Pablo. Me estaba esperando después del trabajo. Estaba enfadado porque yo no le hubiera contado personalmente que íbamos a casarnos.
La expresión de Peter se volvió reservada.
—¿De veras?
—Sí. Me lo echó en cara, como si yo le debiera algo.
—¿Y crees que se lo debes?
—¡No! Pablo y yo tenemos una historia en común, pero yo no le debo nada en absoluto.
Peter asintió. Yo mojé un poco de pan en el aceite de mi plato, pero no me lo comí. Bebí un sorbo de vino.
—Teddy y él han roto.
Peter se encogió de hombros.
—¿Te ha contado por qué?
—Dice que ha sido porque se ha acostado con tíos, pero Teddy y él tenían un acuerdo al respecto.
Peter entrecerró los ojos.
—No es infidelidad si una pareja está de acuerdo. Si no lo está, entonces es un engaño.
—Sí, supongo que sí. Yo nunca entendí ese acuerdo, pero no era asunto mío. De todos modos, me sorprendió.
Peter se encogió de hombros una vez más.
—Él… estaba muy disgustado. Dijo que Teddy le había dicho que Pablo estaba tan desquiciado por lo que había pasado conmigo…
Peter soltó una carcajada.
—¿Intentó echarte a ti la culpa?
—No te preocupes, le dije a Pablo que no tenía razón, que el pasado era el pasado y que no estaba interesada en analizar qué era lo que había salido mal.
Peter dejó su tenedor en el plato cuidadosamente.
—¿Quería que le dieras explicaciones? ¿De qué demonios va todo esto?
—Estaba  diciendo  tonterías,  Peter.  Está  muy  disgustado,  y  siempre  ha  habido  un  vínculo  entre nosotros. Creo que pensó que yo estaría ahí para apoyarlo una vez más, como siempre he hecho.
—Eso es de mala persona.
—Es cierto. Pero yo no estoy interesada. Aunque él me ofreció una fantasía del Playgirl: hacer un trío…
—¿Qué?
—Pablo pensó que, como tú y él… y él y yo…
—No. Ni hablar.
—No creo que lo dijera en serio, Peter.
—No me importa lo que dijera en serio o no. Es imposible. Yo no comparto. Con nadie.
—Está bien —dije—. Siento habértelo contado. Yo tampoco estaba interesada en nada por el estilo.
Él  me  miró,  y  su  expresión  se  suavizó  un  poco.  Me  tomó  la  mano  y  tiró  de  mí  para  besarme  con fuerza. Después me miró a los ojos.
—Te quiero —dijo—. Nada de jueguecitos. Solo tú.
Su respuesta me dio un poco de miedo, pero también me halagó. Lo besé con más suavidad de la que él me había besado a mí.
—Yo no deseo a nadie más, Peter. Solo a ti.
Él no sonrió.
—Si vuelve a acercarse a ti, le voy a dar una paliza.
No estaba segura de si Peter hablaba en serio, pero le acaricié la cara.
—¿Tienes celos? Antes no los tenías.
Él me besó la mano.
—Antes, él no te deseaba.

Entonces,  se  levantó  y  empezó  a  recoger  la  mesa,  y  yo  lo  seguí.  El  momento  pasó.  A  los  pocos minutos me había hecho reír otra vez, y a mí se me olvidó todo.

__________________________________
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D