jueves, 31 de octubre de 2013

Capítulo 11

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 11
Pablo  era  verdaderamente  distinto  con  sus  nuevos  amigos,  y  con  su  nuevo compañero. Tal vez aquel Pablo fuera el verdadero Pablo, pero su tontería también era parte de él.
Había pasado el tiempo, y las heridas se habían curado. En muchos sentidos, Pablo y yo estábamos más unidos de lo que habíamos estado cuando éramos pareja. Yo sabía perfectamente que si hubiéramos seguido  adelante  y  nos  hubiéramos  casado,  habríamos  sido  infelices  y  nos  habríamos  divorciado  en menos  de  un  año,  o  peor  todavía,  habríamos  sido  infelices  y  no  nos  habríamos  divorciado.  Yo  me alegraba de que Pablo hubiera encontrado su lugar en el mundo, junto a alguien que lo quería, y yo no andaba por ahí triste y deprimida, esperando a que apareciera mi príncipe azul. O al menos, lo intentaba.
—Por lo menos, no te olvides de mí —me dijo él.
—Oh, Pablo. Como si pudiera olvidarme —dije. Me puse en pie y le di un abrazo y un beso que no se merecía, pero que no podía negarle—. Ahora, vete. Tengo que trabajar.
—Llámame.
—¡Sí, sí! ¡Vete!
—La…
—¿Sí, querido mío? —pregunté. Las palabras eran dulces, pero mi tono era un poco amargo.
—Nada. No importa —dijo. Salió y cerró la puerta.
Yo  me  giré  hacia  el  ordenador  y  me  concentré  en  el  trabajo.  Era  mejor  que  pensar  en  ninguna  otra cosa.
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A mí no me habían criado como a una tonta.
Por el contrario. Tanto mi padre como mi madre eran de la generación del sexo, las drogas y el rock and roll. Seguidores de Grateful Dead. Y yo tenía dos hermanos mayores que no se habían preocupado demasiado de esconder las películas que veían ni la música que escuchaban. Yo sabía lo que era el sexo.
Después  de  que  mis  padres  se  divorciaran,  cuando  yo  tenía  cinco  años,  mi  padre  había  vuelto  a casarse  enseguida.  Su  nueva  esposa,  Marjorie,  era  una  ferviente  devota  de  la  Iglesia  Católica  del Sagrado Corazón, y tenía dos hijas, Cindy y Stacy, ambas un poco mayores que yo. Mi madre se había quedado soltera, y casi nunca tenía citas. Mis padres eran cordiales el uno con el otro, y nunca me habían hecho  elegir  entre  los  dos,  y  aunque  existía  cierta  tensión  con  mi  padre  sobre  el  lugar  que  yo  debía ocupar en su nueva casa, la completa indulgencia de mi madre conmigo lo compensaba con creces. Mi madre y yo éramos muy amigas.
Tuve mi primer novio de verdad a los catorce años, e hice mi primera masturbación a un chico un año más tarde. La mayoría de mis amigas habían perdido la virginidad a los dieciséis, pero yo esperé un año más  para  mantener  relaciones  sexuales  con  mi  novio,  en  el  sótano  de  su  casa,  durante  la  fiesta  de graduación de su hermano mayor. Para mí, aquella primera vez no fue traumática. Yo sabía lo que era un preservativo, y mi novio era habilidoso en las cuestiones sexuales. Aquella primera vez estuvo bien.
Mi vida cambió durante mi último año de instituto. De repente, mi madre dejó sus costumbres hippys y  se  volvió  muy  religiosa.  Empezó  a  leer  libros  sobre  el  judaísmo  y  a  observar  estrictamente  sus mandatos.  Y  entonces,  todo  lo  que  ella  y  yo  habíamos  hecho  siempre  juntas,  como  una  familia, desapareció. Se fue a la basura, junto a toda la ropa y la comida que ya no servía.


Ella guardó la mitad de los platos, los cubiertos y los vasos durante un año, el tiempo necesario para que se volvieran kosher. La otra mitad los purificó sumergiéndolos en agua hirviendo, y manteniendo la casa completamente libre de productos cárnicos. De repente, éramos judías y vegetarianas. Mi madre siempre había sido una carnívora entusiasta. Yopodía soportar las cenas de los viernes por la noche, las velas encendidas y la preparación del challah. Pero, ¿renunciar a las hamburguesas con queso? No, de ninguna manera.
Me  fui  a  vivir  con  mi  padre  y  su  esposa,  que  me  acogió,  pero  no  sin  que  pareciera  que  yo  era  una carga. Una vez le oí contarle en voz baja a una amiga suya que era su deber. Su deber cristiano. A ella le molestaba  más  que  no  estuviera  bautizada  que  el  hecho  de  que  fuera  negra,  lo  cual  era  bueno,  porque siempre existía la posibilidad de que yo me salvara aceptando a Jesús como salvador, pero no existía la posibilidad de que me cambiara el color de la piel.
Yo quería a mi padre, y no me importaba tener que compartir el baño con mis hermanastras ni tener una  habitación  pequeña  y  oscura  en  el  sótano.  No  me  importaba  tener  que  rezar  antes  de  las  comidas, porque al menos, me daban mucho bacón. Oh, bacón. Todas las mañanas, huevos con bacón. Y tampoco me importaba tener que ir a misa, porque los monaguillos eran muy monos.
A  mi  madre  no  le  gustaba  nada  de  aquello,  pero  estaba  inmersa  en  su  propio  viaje,  y  dejó  pasar muchas  cosas.  Siempre  y  cuando  yo  estuviera  con  ella  durante  las  fiestas  que  quería  celebrar,  no  le importaba lo que hiciera el resto del tiempo. Si estaba allí para encender la menorah,  no  le  importaba que fuera a casa de mi padre y colgara las medias en la chimenea. Yo no le hablaba del grupo juvenil católico  en  el  que  me  había  apuntado  Marjorie,  ni  en  que  mi  padre  había  estado  diciéndome  que  sería buena idea bautizarme.
Me  escapé  de  la  salvación  yéndome  a  la  universidad. Allí,  en  mi  primer  año,  conocí  a  Pablo.  Él vivía en mi residencia, y la primera vez que me sonrió, aquella sonrisa se me quedó grabada. Era alto, rubio, rubicundo… y católico. Me enamoré.
A mí me gusta pensar que la vida es un rompecabezas infinito que tiene tantas piezas que, las encajes como  las  encajes,  la  imagen  nunca  se  termina.  El  conocer  a  Patrick  fue  la  culminación  de  cientos  de elecciones. Él era el final de uno solo de aquellos caminos, pero era el camino que yo había elegido. No importaba cómo pudiera terminar; él era la opción que yo había elegido, y aunque siempre había pensado que  no  iba  a  perder  el  tiempo  en  arrepentirme  por  ello,  estaba  empezando  a  creer  que  tal  vez  sí  lo hiciera.
Creí que sabía lo que era el amor, con un novio muy guapo que besaba muy bien. Creí que sabía lo que era durante tres años de universidad, incluso cuando todas mis amigas estaban fornicando como locas y el atractivo de la castidad estaba empezando a deteriorarse. El amor es paciente, el amor es bondadoso, ¿no? El amor lo perdona todo.
Eso era lo que yo creía entonces. Ahora ya no estaba tan segura.
En nuestro último año de universidad, Pablo se arrodilló ante mí y me pidió que me casara con él mientras me daba un anillo de diamantes con una mano y un ramo de rosas rojas con la otra. Fijamos una fecha. Planeamos la boda.
Y, dos semanas antes de que recorriéramos el camino al altar, descubrí que Pablo me había estado mintiendo todo el tiempo.




No me habían educado como a una estúpida, pero terminé sintiéndome tonta.
Transcurrió  una  semana.  Oí  el  sonido  de  unas  voces  al  pasar  junto  a  la  puerta  del  apartamento  de Peter, y vi su coche ir y venir, pero no lo vi a él. Terminé viendo Orgullo y prejuicio  a solas, y culpando a Pablo por ello.
La semana anterior a Navidad es muy ajetreada para la gran mayoría de la gente, aunque no celebren esas  fiestas,  y  yo  tenía  una  lista  de  tareas  muy  larga.  No  había  puesto  árbol  de  Navidad,  pero  había comprado regalos. Iba a pasar el día con mi padre y su familia, aunque mis hermanos, sus mujeres y sus niños  no  estarían  allí.  También  había  aceptado  un  encargo  de  última  hora  para  la  promoción  de  las rebajas posteriores a la Navidad, y unas cuantas sesiones de retratos para amigos.
La  niña  a  la  que  estaba  enfocando  con  la  cámara  no  tenía  alas,  pero  era  un  angelito.  Tenía  cuatro años, una melena rizada y negra, una boquita pequeña y roja y un par de brazos cruzados. Era una versión en miniatura y en malvado de Shirley Temple, incluyendo el vestido y el lazo de la cintura.
—¡No!  ¡No,  no,  no!  —exclamó,  y  dio  una  patada  en  el  suelo.  Hizo  un  mohín.  Me  fulminó  con  la mirada.
—Pippa, cariño. Sonríe para la foto, ¿quieres?
Pippa miró a su padre Steven y volvió a protestar.
—¡No me gusta este vestido! ¡No me gusta esta diadema!
Se  quitó  la  diadema  y  la  tiró  al  suelo,  y  para  que  todos  supiéramos  lo  mucho  que  la  odiaba,  la pisoteó.
—Es culpa tuya —me dijo el otro padre de Pippa, Devon.
Yo arqueé una ceja.
—Vaya, gracias.
Devon se echó a reír mientras Steven se agachaba a recoger la diadema para ponérsela de nuevo.
—Es muy obstinada, eso es todo. Se parece mucho a ti.
—Pippa, cariño, por favor…
—Ah,  ¿y  lo  mucho  que  la  miman  sus  padres  no  tiene  nada  que  ver  con  eso?  —murmuré  yo, concentrada en la escena que se estaba desarrollando delante de mí. Enfoqué y disparé. Clic, clic. Capté toda la batalla entre el padre y su hija con solo apretar un dedo.
—¡No saques fotos de esto! —me dijo Steven.
Pippa, riéndose, se escapó y echó a correr por el estudio. Corría muy rápido, como yo cuando tenía su edad.
Devon  se  rio  y  se  apoyó  en  el  respaldo  de  la  silla,  cabeceando.  Yo  hice  foto  tras  foto.  Pippa corriendo. Steven agarrándola, sujetándola cabeza abajo, con la falda vuelta del revés y sus rizos negros tocando el suelo. Después, dos padres con su hija, y el amor que había entre ellos como algo tangible que yo no podía editar ni controlar, sino solo capturar.
—Pippa, hazlo por papá —dijo Steven—. Quiero una foto bonita de ti para poder mandársela a los abuelos.
Pippa frunció de nuevo los labios, pero al final, suspiró.
—Está bien.
Steven la puso sobre la caja de madera del suelo y le arregló el pelo y el vestido, y después se echó hacia  atrás. Yo  enfoqué  la  cámara  y  tomé  la  foto.  Perfecta.  Sin  embargo,  mientras  inclinaba  la  cámara para  enseñarle  la  imagen  a  Devon,  era  consciente  de  que  aquella  no  era  la  que  yo  iba  a  pulir  para regalársela y que pudieran ponerla en su pared.

Continuará...
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

Ohh gracias a todas las que me desearon feliz cumple :D lo pase genial muchas gracias besitos a todas

miércoles, 30 de octubre de 2013

Capítulo 10

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 10
—Hace muchísimo que no nos vemos  —dijo Pablo, con cara de pocos amigos—. Nunca me devuelves las llamadas, y te he enviado cientos de mensajes por Connex, y también me has ignorado ahí.
Yo  jugueteé  con  la  cámara  e  hice  algunas  fotografías  a  nada  en  particular,  para  asegurarme  de  que estuviera bien ajustada.
—He  estado  muy  ocupada  trabajando.  Ni  siquiera  he  entrado  en  Connex  últimamente.  ¿Qué  querías decirme?
—Te  he  invitado  a  nuestra  fiesta  de Año  Nuevo. A  Teddy  le  parece  que  estoy  loco  por  hacer  otra fiesta tan pronto después de la anterior. Pero, ¿qué puedo decir? Me gustan las fiestas. Además, no quiero salir  esa  noche,  y  nadie  nos  ha  invitado  a  nada  —dijo  Pablo,  y  se  encogió  de  hombros—.  Tú  vienes, claro.
—¿Y si tengo planes? Gírate un poco hacia la izquierda, y sube la taza. Vamos, Pablo, que parezca que estás disfrutando —dije, mirándolo a través de la lente, para encuadrar la imagen que se suponía que iban  a  usar  para  el  anuncio  de  un  café  del  pueblo—.  Te  he  visto  más  entusiasmado  mientras  veías reposiciones de Lawrence Welk.
—¿Qué quieres que haga, que parezca que quiero tirarme a la taza? —preguntó Pablo y, el con ceño fruncido, esbozó una sonrisa forzada—. ¿Te parece mejor así, eh, Olivia? Oooh, café, cómo me pones…
Yo hice un par de fotos solo para poder molestarlo más tarde, cuando viera lo ridículo que estaba.
—Deja de hacer el tonto. Necesito esto para mañana.
—No  hay  nada  como  ir  con  retraso  en  una  entrega  —dijo  Pablo,  y  lamió  la  taza  con  sus  bonitos labios.
Yo le hice otra foto, y pensé en que aquella iba a enmarcarla para regalársela.
—Es un trabajo que me han encargado en el último momento, y no puedo permitirme rechazarlo.
Entonces, él me miró y se decidió a colaborar.
—¿Te parece mejor así?
—Un poco menos estreñido, pero sí. Está bien —dije.
Por fin había conseguido algo que podría valer. No era arte, pero tendría que bastar. Pablo dejó la taza en la mesa mientras yo pasaba las fotos al ordenador.
—Vas a venir, ¿no? Y a la cena del viernes. No has vuelto a casa desde la fiesta —dijo, y hojeó el álbum en el que yo había reunido mis mejores fotografías para mostrárselas a posibles clientes—. Oh, me gusta mucho esta. ¿Por qué no haces más de estas, La? Son buenísimas.
Yo miré la fotografía. Era un desnudo que había hecho en un taller de fotografía al que había asistido hacía un año.
—Porque no soy fotógrafa erótica, y no me sirven de mucho los desnudos.
—Es muy guapa.
—Sí, claro. Es modelo.
Él siguió mirando las páginas.
—Está también me gusta mucho.
Era  un  paisaje.  Nada  especial.  Podía  añadírsele  texto,  y  tenía  las  dimensiones  más  adecuadas  para ser usada en folletos o en páginas web. Me encogí de hombros.
—No aceptas demasiado bien los cumplidos.


Yo me reí.
—Quiero ganarme la vida haciendo esto, Pablo.  No  tengo  planes  de  convertirme  en  una  artista famosa. El trabajo es bueno, sí, lo entiendo. Pero no voy a poner una tienda para vender mis fotos.
—Podrías hacer una exposición en una galería. Tu obra es muy buena, tan buena como algunas de las cosas que he visto en el centro de la ciudad. Ya sabes que conozco al amigo de un amigo que…
—No —dije con firmeza—. Pablo, te quiero, pero no voy a hacer ninguna exposición. Además, yo también conozco a gente. Si quisiera, podría conseguir algo.
—Entonces,  ¿por  qué  no  lo  haces?  —me  preguntó,  y  se  apoyó  contra  una  cómoda  que  yo  había rescatado de un callejón.
Pensé  en  advertirle  que  iba  a  mancharse  los  pantalones  vaqueros  de  diseño  si  los  frotaba  contra  la madera vieja, pero me callé. Por muy maniático que fuera Pablo, a veces le gustaba fingir que no lo era, sobre  todo  cuando  estábamos  solos  y  nos  comportábamos  como  cuando  éramos  pareja.  Cuando  se comportaba del modo que a él le parecía más masculino.
—Porque no quiero —dije.
—De todos modos deberías hacerlo.
Entonces, me volví hacia él y lo miré fijamente.
—¿Sabes? Ya puedes marcharte.
Pablo, mi novio, nunca me habría mostrado el dedo corazón estirado hacia arriba.
—Eso no es propio de ti.
Él soltó un resoplido y se puso en pie.
—Vas a venir a cenar.
Los dos últimos viernes los había pasado viendo películas con Peter.
—Tal vez tenga otros planes.
—¿Qué  vas  a  hacer  el  viernes  por  la  noche,  que  pueda  ser  mejor  que  comer,  beber  y  jugar  en  mi casa? —preguntó él, e hizo una pausa—. ¿Tienes una cita?
—No,  pero,  seguramente,  mi  inquilino  y  yo  vamos  a  ver  toda  la  serie  de Orgullo y prejuicio   de  la BBC. La versión de Colin Firth.
Pablo soltó un jadeo y dio un paso atrás.
—¿Cómo? ¿Tú… con él? Pero…
Se quedó tan horrorizado y tan dolido que yo no debí reírme, pero lo hice.
—Él no la ha visto.
—¡La!
—¡Pablo! —exclamé yo, burlonamente.
Él agitó la cabeza, frunció el ceño y clavó sus ojos azules en mí.
—Sabía que no iba a ser bueno que le alquilaras el apartamento.
—¿Qué tiene de malo?
Peter se había portado estupendamente. Había sacado la basura varias veces, me había hecho la cena dos  noches  la  semana  anterior,  y  había  ido  a  mi  apartamento  a  ver  películas  antiguas  conmigo.  Tenía mucho  sentido  del  humor  y  no  ponía  la  música  demasiado  alta.  Además  le  gustaba  hacer  yoga,  y  sin camiseta,  lo  cual  era  un  plus. Yo  casi  no  podía  dormir  pensando  en  él,  pero  no quería  que  Pablo  lo supiera.


Creo  que  hablaba  con  demasiada  efusividad,  que  estaba  demasiado  contenta,  pero  estaba concentrada en la pantalla del ordenador y no en su tono de voz. El silencio de Pablo me avisó de que me estaba delatando, y me volví a mirarlo.
—No seas así —le dije.
—Bueno,  es  que  no  me  has  llamado  en  una  semana  —dijo  él—.  Pensaba  que  ibas  a  venir  a  ver Supernatural en la superpantalla.
—Tengo  que  trabajar,  Pablo.  No  puedo  desatender  mis  obligaciones  —protesté  yo.  Intenté  ser dulce, pero mi tono fue de molestia. Seguramente, porque estaba bastante molesta.
Pablo  me  fulminó  con  la  mirada.  Estaba  celoso. Al  darme  cuenta,  se  me  escapó  una  carcajada  de incredulidad. ¿No había tenido celos de ninguno de los tres chicos anteriores con los que yo había salido, y tenía celos de Peter?
—Vamos, Pablo.
Nos conocíamos muy bien, así que había ciertas cosas que no necesitábamos decirnos. Él frunció el ceño y arrastró un pie por el suelo.
—Entonces, ¿vas a pasar la Navidad con él?
—¿En vez de pasarla contigo?
Él se cruzó de brazos con una expresión agria.
—Tengo  familia,  Pablo.  Mi  padre  me  ha  invitado  a  su  casa  con  Marjorie  y  él.  Y  mis  hermanos también me han invitado.
—¿Y vas a ir?
—Creo que sí. No los veo mucho.
Mis hermanos me habían invitado a pasar la última fiesta, pero yo no había ido a su casa, porque no quería  viajar  a  Wyoming  ni  a  Illinois  en  pleno  invierno. Yo  los  creí  cuando  me  dijeron  que  me  iban  a echar de menos, pero también estaba segura de que no se habían quedado destrozados. Todos habíamos crecido, y ellos tenían familia. Hijos. Nuestra familia no estaba tan unida como otras ni era tan distante como otras. Lo que teníamos funcionaba, al menos para nosotros.
—¿Y tu madre?
—Mi madre no celebra la Navidad, ¿no te acuerdas?
Él suspiró.
—No puedo creer que me vayas a dejar tirado por otro.
—Fuera —dije, y señalé hacia la puerta, pero no antes de que Pablo se acercara y me diera un beso. Yo  no  quería  sonreír  ni  reírme,  pero  no  pude  evitarlo—.  ¡Fuera!  ¡Tengo  que  trabajar!  ¿No  te  está esperando Teddy?
—Teddy siempre me está esperando.
—Y seguro que te ha preparado la cena para cuando llegues a casa. No llegues tarde. Vamos, fuera, fuera  —dije,  haciéndole  gestos  para  que  se  marchara.  Él  intentó  agarrarme  de  la  mano,  pero  no  lo consiguió.

Me gustaba así, haciendo el tonto, como cuando estábamos juntos, antes de que el sexo se interpusiera en  nuestro  camino  y  él  creyera  que  tenía  que  ser  algo  que  no  era. Ahora  era  distinto.  Los  dos  éramos distintos.  Sin  embargo,  Pablo  era  verdaderamente  distinto  con  sus  nuevos  amigos,  y  con  su  nuevo compañero. Tal vez aquel Pablo fuera el verdadero Pablo, pero su tontería también era parte de él.

Continuará...
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 
OOHHH ESTOY FELIZ :D MAÑANAA ES MI CUMPLEE! :D 

martes, 29 de octubre de 2013

Capítulo 9

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 9
Peter era alto, pero no grande. Era delgado, pero ocupaba mucho espacio. Estiró un brazo y tocó el techo, y las líneas de su cuerpo cambiaron. Se le bajó una cadera y se le dobló una rodilla. Una vez más, me lo imaginé en un catálogo. Tenía una cara con la que podría convencer a cualquiera de que comprara cosas que no podía permitirse y que no necesitaba.
—Bueno, será mejor que vuelva ya —dijo, después de unos instantes.
—¿Tienes muchas cajas que deshacer? —le pregunté, mientras me seguía por las escaleras.
—Ummm… No. No tengo muchas cosas.
—Pero tienes un coche nuevo. Lo he visto aparcado detrás.
Peter se rio.
—Sí. Es como un abejorro. ¿Qué puedo decir? Mi primer empalme fue con los transformers.
—Bueno, supongo que eso es mejor que con Rainbow Brite. O con los pitufos.
Nos reímos, y él volvió a echar un vistazo por mi apartamento. La distribución era distinta a la del suyo; había más espacio abierto y los techos eran más altos, además del loft. También tenía más luz.
—Es muy bonito.
—Gracias.  No  es  mérito  mío.  Cuando  lo  compré,  los  apartamentos  ya  estaban  hechos.  ¿Te  gustaría tomar un té? Acabo de comprar chai.
—Sí, me encantaría.
Dejé que se pusiera cómodo mientras yo calentaba el agua y guardaba la compra. No dudaba que iba a sentirse como en casa, y como yo era bastante reservada en cuanto a mi privacidad, me sorprendió que no me importara. Cuando salí de la cocina con un par de tazas de té humeante, él ya había hecho un tour por mi apartamento.
—¿Todas  estas  fotos  las  has  hecho  tú?  —preguntó Peter.  Tomó  la  taza  sin  apartar  la  mirada  de  las fotografías que yo tenía enmarcadas y colgadas en la pared.
—Sí.
Las  observamos  juntos.  Él  dio  un  sorbo  al  té.  Después  estuvo  tanto  rato  callado  que  yo  me  puse nerviosa.  Como  si  quisiera  hablar.  Tenía  que  hablar.  Me  mordí  la  lengua;  no  quería  preguntarle  qué  le parecían.
—Esa —dijo, y señaló una foto en la que aparecíamos Pablo y yo, y que estaba colgada en la parte más alejada de la pared—. Esa no la hiciste tú.
—Ah. No, esa no.
La  había  colgado  allí  porque  era  una  de  mis  favoritas,  una  imagen  de  cuando  éramos  felices. Parecíamos una pareja normal.
—Supongo que debería quitarla.
Entonces, él me miró.
—¿Por qué?
—Bueno, porque… es mentira. Esa foto no es real. Nunca lo fue.
Peter me dio la taza y yo la tomé automáticamente. Cuando descolgó la fotografía a mí se me escapó un inesperado sonido de protesta. Él me miró y dio un solo paso hacia la mesa del comedor. Puso allí la foto, boca abajo.
—Ya está. ¿Te sientes mejor?
—No —dije yo, aunque me reí un poco—. Pero gracias.
—Eh, ¿tienes plan para esta noche? Sé que es viernes. Seguramente tendrás algo que hacer.


Yo tenía que trabajar en el primer turno de la mañana siguiente en Foto Folks.
—No, en realidad no.
—He alquilado unas películas. Y, como soy un poco bobo, no me acordaba de que todavía no tengo televisión.
—Ah, así que quieres utilizar la mía, ¿no es eso?
—Me avergüenza decir que sí, pero es la verdad.
Yo tomé un sorbo de té mientras fingía que pensaba en ello.
—¿Qué has alquilado?
—La última película de los transformers. Y Harold y Maude.
—Vaya, es lógico. Son dos películas muy del estilo —dije yo con una carcajada—. Pero no he visto Transformers, y hace mucho que no veo Harold y Maude. Está bien. Te dejo que uses mi televisión.
—Yo invito a la pizza, ¿te parece bien?
—Es un buen plan.
Quedamos para más tarde, y Peter apareció a las seis de la tarde con una enorme pizza de la pizzería del final de mi calle en una mano, y con varios DVD en la otra. Yo me había limitado a cambiarme de ropa  y  me  había  puesto  la  de  quedarme  en  casa  los  viernes  por  la  noche,  unos  pantalones  cómodos  de algodón  y  una  camiseta,  pero  él  se  había  duchado  y  afeitado,  y  entró  por  la  puerta  en  una  maravillosa nube de ajo y colonia. Me pregunté si tal vez no debería haberme esforzado más.
—¿Cena a la luz de las velas? —me preguntó, mientras dejaba la pizza en la mesa.
—¿Eh? Ah… no. No son para crear ambiente —dije.
Encender  velas  era  algo  que  yo  hacía  los  viernes  por  la  noche  cuando  estaba  en  casa.  Era  una costumbre  de  la  niñez;  mi  madre  encendía  velas  los  viernes,  aunque  no  hiciera  casi  nada  más  para prepararse para el sabbat. Muy distinto al momento presente, en el que toda su vida giraba en torno a él.
Peter me miró con desconcierto.
—¿Eres judía?
No debería haberme sorprendido por el hecho de que lo dedujera; había viajado por todo el mundo, y debía de haber conocido a bastantes judíos por el camino.
—En realidad no. Más o menos.
—Bueeeno…
Yo me eché a reír un poco azorada.
—Es complicado.
—No te preocupes. No es asunto mío —dijo él, y miró las velas—. De todos modos, son muy bonitas.
—Gracias —dije. Me las había regalado mi madre, aunque yo nunca le había dicho que las usaba—. ¿Qué te apetece beber?
—Agua, por favor.
—¿Seguro? Tengo vino tinto. Y es de botella, no de tetrabrick.
Él negó amablemente con la cabeza.
—No, muchas gracias.
—¿Y te importa si yo bebo un poco?
Mi pregunta le sorprendió.


—No, claro que no. Es tu casa.
Él había sido tan considerado como para no presionarme con el asunto de la religión, así que yo hice lo mismo con el alcohol. Repartimos la pizza en los platos y comimos frente a la televisión, mientras los transformers  destrozaban  muchas  cosas  y  Harold  se  enamoraba  de  Maude.  Nos  reímos  mucho,  y hablamos durante las películas. Estábamos sentados en los extremos del sofá, pero nuestros pies estaban en el centro, y se tocaban a menudo.
Fue la noche más agradable que había pasado desde hacía mucho tiempo, y se lo dije.
—Vamos, vamos —dijo Peter, agitando la mano.
—¡Te lo digo en serio!
—Bueno, está bien. Me alegro.
Después de unas copas de vino, yo me sentía lánguida y relajada.
—Es muy agradable estar contigo, Peter. No hay presión. No hay tiranteces.
Él  se  quedó  en  silencio  durante  unos  segundos,  mientras  los  créditos  de  la  película  pasaban  por  la pantalla.
—Gracias. También es agradable estar contigo.
Yo bostecé, tapándome la boca con la mano.
—Pero es tarde, y mañana tengo que madrugar.
—¿Trabajo?
—Sí. Acuérdate de mí mientras estés acurrucado debajo de las mantas, por la mañana.
Él se rio y se levantó, y me tendió la mano para ayudarme a hacer lo mismo.
—Oh, ten por seguro que lo haré.
Habíamos entrelazado los dedos, pero él me soltó en aquel momento. Sacó el DVD del reproductor y lo guardó en su funda. Me pilló mirándolo al darse la vuelta.
—Deberíamos repetir esto —dije—. Ha sido muy divertido.
No  estaba  borracha,  pero  estaba  cansada  y  un  poco  confusa.  No  podía  entender  su  sonrisa,  ni  su mirada… En ellas había algo que parecía diversión. Y algo más allá de eso, algo que estaba demasiado profundo como para descifrarlo.
—Sí, me gustaría. Buenas noches, Lali —dijo Peter, pero no se dirigió hacia la puerta.
Aquel  era  el  momento  de  la  noche  en  que  yo  habría  inclinado  la  cara  para  recibir  un  beso.  Sin embargo, los dos nos echamos a reír al mismo tiempo, y Peter se alejó. Si de verdad había habido alguna tensión, se disipó.
—Buenas noches, Lali. Hasta otro día.
—Buenas noches —dije yo, mientras él salía—. Hasta mañana.
La puerta se cerró. Yo metí en la nevera lo que había sobrado de pizza, y después me di una ducha caliente  para  no  tener  que  madrugar  tanto  a  la  mañana  siguiente.  Normalmente,  el  vapor  y  el  agua  me relajaban mucho, y cuando me acostaba, me quedaba dormida enseguida. Sin embargo, aquella noche no.
Me  pasé  las  manos  enjabonadas  por  la  piel.  Tenía  los  pezones  endurecidos,  y  un  dolor  entre  las piernas. No iba a provocarme un orgasmo pensando en Peter, en su cuerpo largo y delgado… en el sonido de sus gemidos. No me iba a pasar las manos por el pecho y los muslos pensando que eran las suyas. No iba a tenderme en la cama con las piernas separadas, acariciándome para llegar al éxtasis pensando que era él quien lo hacía.
Bueno, sí. Era imposible evitarlo. Era guapo y sexy, y lo más cercano a una cita que yo había tenido desde hacía meses. Si no había salido apenas con hombres era por decisión mía, puesto que muchos me lo pedían, pero pocos me impresionaban. Y a Peter no le gustaban las mujeres. Yo misma lo había visto, y Pablo me lo había advertido.
Sin  embargo,  mi  cuerpo  reaccionaba  al  pensar  en  él,  por  mucho  que  mi  mente  me  dijera  que  me estaba equivocando, y que era algo estúpido y sin sentido. Mi cabeza intentaba imponer el sentido común, pero a mi cuerpo no le importaba. Deslicé los dedos en mi interior, en la carne resbaladiza y caliente, y sentí una contracción de los músculos internos mientras llegaba al orgasmo.

Al  final,  pensé  una  vez  más  en  su  voz,  y  en  mis  recuerdos,  su  gruñido  de  placer  se  fundió convenientemente con mi nombre. Y, mientras giraba en la espiral de calor y placer, deseé con todas mis fuerzas oír el sonido de su voz al oído.

Continuará...

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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

GRACIAS por los  comentarios de ayer :D se que algunos dirán que no es mucho pero para este blog es demasiado asi que muchas gracias :D