martes, 21 de enero de 2014

Capítulo 37

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MARATÓN DE 5 CAPÍTULOS 
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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 37
—No puedo evitar lo que siento, Lali. Creo que lo que hiciste estuvo mal…
—Adiós.
Ella me puso una mano en el brazo para detenerme.
—No puedo perdonártelo, pero eres mi hija y te quiero. ¿No es eso suficiente?
Yo quería decirle que sí, que las cosas que  ella  había dicho  y  las  que  había  hecho  iban  a desvanecerse con el tiempo, pero no pude. Posé mi mano en la suya y la abracé, y después me aparté de ella.
—¿Me vas a llamar? —preguntó.
—Claro. Y tú también puedes llamarme a mí —le dije—. El teléfono tiene dos direcciones.
Aquello debió de golpearla en un sitio que no le gustó, porque se sobresaltó un poco.
—Por supuesto.
Lo que yo le había dicho era cierto, y, sin embargo, me di cuenta de que mi madre pensaba que se lo había  dicho  solo  para  molestarla. Y  eso  me  demostraba,  más  que  ninguna  otra  cosa,  que  las  cosas  no habían cambiado tanto entre nosotras como para que yo pudiera olvidar todo lo que había ocurrido.
—Adiós, mamá.
En el coche, agarré con fuerza el volante mientras esperaba a que ella entrara en casa. Sin embargo, mi  madre  permaneció  allí,  cruzada  de  brazos,  esperando  a  que  yo  saliera  a  la  calle  principal.  Me mantuve en silencio mientras recorríamos las calles oscuras. Peter puso la radio, y yo dejé que la música llenara el espacio.
Él no intentó sacar tema de conversación. Para mí, el viaje de vuelta a casa fue rápido, porque iba enfrascada en mis pensamientos. No podía dejar de recordar las cosas tal y como eran en el pasado; para cuando llegamos a Annville, tenía los dedos agarrotados y la mandíbula tensa, y me dolía la cabeza.
Perdí  la  compostura  cuando  él  posó  su  mano  en  mi  nuca,  mientras  yo  me  lavaba  las  manos  en  el fregadero de la cocina. Aquella caricia suave, y su calor, desmoronaron la barrera que yo había erigido contra las lágrimas, y se me cayó una en el dorso de la mano. Después, otra.
Cuando me hizo girar para ponerme cara a cara con él, apoyé la nariz contra su pecho y me eché a llorar.  Pensaba  que  iba  a  decirme  que  no  me  preocupara,  que  no  pasaba  nada,  pero  él  se  mantuvo  en silencio.  Me  acarició  la  espalda  y  me  estrechó  contra  sí,  pero  no  intentó  que  dejara  de  llorar.  No  me preguntó qué me ocurría.
—Vamos, ven conmigo —me dijo al cabo de unos minutos, y me llevó al sofá de la mano.
Allí, nos acurrucamos bajo la manta, en los cojines. Yo cerré los ojos sobre su pecho para que no se me cayeran más lágrimas, y estuvimos abrazados mucho tiempo. Cada parte de mí encajaba con una parte de él.
—Yo hace más de dos años que no veo a mis padres —dijo él, después de un rato—. Y llevo todo ese tiempo sin hablarme con mi padre. Mi madre me envió una tarjeta en mi último cumpleaños. Eso es todo.
Yo lo estreché entre mis brazos.
—¿Qué ocurrió?
—No importa.
Lo miré a la cara.
—Claro que importa.
Peter sonrió y me acarició el pelo.

—No, en realidad no.
Llevábamos meses acostándonos, y yo no lo conocía. O por lo menos, no como debería conocer a un
hombre  con  quien  pensaba  que  quería  pasar  el  resto  de  mi  vida.  Conocía  cada  una  de  las  partes  de  su cuerpo,  sabía  cuál  era  su  bebida  favorita  y  sabía  cuál  era  su  pizza  preferida.  Sin  embargo,  aquello  no eran más que detalles sin importancia.
—¿Fue muy horrible?
—No quiero hablar de eso, Lali —dijo Peter, y me apartó de sí, con suavidad, pero también con firmeza—. Es agua pasada. Ya se terminó.
—Sabes que puedes hablar conmigo de eso…
—He dicho que no quiero —respondió él, y se levantó del sofá—. Voy a beber algo. ¿Te apetece a ti también?
Vi  que  se  marchaba  hacia  la  cocina;  me  levanté  y  lo  seguí.  Se  sirvió  un  vaso  de  zumo,  se  tomó  la mitad y tiró el resto por el fregadero.
—Te compraré otra botella —dijo, al ver que lo miraba.
—Eso no me importa nada.
Se encogió de hombros y metió el vaso en el lavaplatos.
—De acuerdo.
Estábamos discutiendo, y yo no sabía exactamente por qué.
—¿Quieres que nos acostemos? Ya es tarde, y mañana tengo que trabajar.
—Creía que mañana podíamos ir a algún sitio —dijo Peter.
—Ya hemos salido hoy. Yo tengo que hacer un trabajo, y mañana es el único momento en que puedo hacerlo. Además, tengo que poner lavadoras y limpiar —dije, pero me quedé callada al ver la cara que estaba poniendo. Tenía el ceño fruncido—. ¿Qué ocurre?
—Nada. Solo pensaba que podíamos pasar juntos el fin de semana, sin trabajar.
Yo me sentí molesta.
—Bueno,  lo  siento,  pero  no  todo  el  mundo  se  ha  hecho  millonario  y  tiene  la  cuenta  corriente  tan saneada que puede permitirse el lujo de trabajar solo unas cuantas horas a la semana.
Su expresión se endureció.
—Yo he trabajado mucho para montar mi negocio, Lali.
—¡Y yo estoy trabajando para montar el mío! —exclamé yo—. Por el amor de Dios, Peter, ¿no crees
que  preferiría  quedarme  en  la  cama  todo  el  día,  viendo  películas  contigo,  en  vez  de  madrugar  para construirme una vida?
—Bueno, entonces será mejor que te deje tranquila. Acuéstate. Como has dicho, es tarde.
Me quedé completamente asombrada al ver que se dirigía hacia la puerta.
—No tienes por qué marcharte.
Él tardó unos segundos en girarse hacia mí.
—Yo  también  tengo  cosas  que  hacer  en  mi  apartamento,  de  todos  modos.  Además,  no  quiero mantenerte despierta.
—Por favor —dije—. Yo sí quiero que me mantengas despierta.
Él sonrió de mala gana. Entonces, yo me atreví a acercarme para que me diera un beso. Él abrió los labios  al  sentir  la  presión  de  los  míos,  y  me  puso  las  manos  en  las  caderas.  Sin  interrumpir  el  beso, enganché un dedo en su cinturón y tiré de él hacia mi cuarto.      
Me quité la camisa mientras atravesábamos la puerta, y comencé a desabotonar la suya. Lo empujé hacia la cama; él cayó sobre el colchón, riéndose, y me arrastró con él. Rodamos entre las sábanas y las almohadas.
Me besó, recorriendo mi cuerpo hacia abajo con los labios, hasta que llegó a la cintura del pantalón y me la desabotonó con los dientes. Deslizó la mano dentro y me acarició.
Peter,  que  también  se  había  desabotonado  el  pantalón,  se  arrodilló  en  la  cama  y  me  deslizó  el pantalón hacia los muslos… donde se atascaron. Forcejeamos un poco con ellos, entre besos y risas. Yo me retorcí y, por fin, conseguí librarme de ellos con ayuda de Peter, y los aparté de una patada.
Él se quedó mirándome fijamente cuando me quedé inmóvil en ropa interior, ante sus ojos. Recorrió cada centímetro de mi cuerpo y, por primera vez, sentí timidez. Tuve ganas de cubrirme con la sábana.
—¿Qué? —le pregunté.
—Eres preciosa —me dijo Peter.
¿A quién no le gusta oír eso, sobre todo cuando está medio desnudo? Sin embargo, me sonó un poco falso, como si no fuera lo que pretendía decir. Me apoyé sobre los codos y posé un pie sobre su muslo, y le acaricié.
—¿Y tú? ¿No vas desnudarte?
Asintió, y yo lo vi bajarse el pantalón y los calzoncillos a la vez. Tenía el miembro casi erecto. Se sentó un segundo, para desnudarse del todo, y después volvió a colocarse entre mis rodillas.
—Date la vuelta.
Yo me puse a gatas. El colchón se hundió ligeramente cuando él se colocó detrás de mí. Pasó la mano sobre  mis  nalgas  cubiertas  de  satén.  Después  comenzó  a  acariciarme  entre  las  piernas,  y  me  bajó  las braguitas.
—Eleva el trasero.
Yo  posé  la  frente  en  el  colchón  y  cerré  los  ojos.  Oí  la  rasgadura  del  paquete  del  preservativo  y, después, un suave gruñido de Peter mientras se lo colocaba. Me puse tensa,  esperando  que  me  llenara.
Peter se tomó su tiempo para excitarme, sin dejar de acariciarme.
Cuando  comenzamos  a  hacer  el  amor,  yo  estaba  muy  cerca  del  clímax,  y  lo  alcancé  a  las  pocas acometidas. Él no duró mucho más. Fue una relación corta, pero intensa. Yo me tumbé boca arriba y me tapé la cara con un brazo. Peter se levantó, fue al baño, volvió al dormitorio y apagó la luz. Se sentó al borde de la cama.
Yo posé una mano en su cadera.
—Ven conmigo —susurré.
Pensaba  que  iba  a  marcharse.  Él  se  tensó  bajo  mi  mano,  y  suspiró.  Sin  embargo,  después  se  metió entre las sábanas y tomó la almohada que había pasado a ser suya. Se colocó de espaldas a mí, en vez de abrazarme como hacía siempre.
En  el  taco  de  fotografías  que  le  había  enseñado  a Peter,  había  muchas  de  Pippa  y  muy  pocas  de  mí durante el embarazo. Yo no había documentado aquella etapa de mi vida como hacía con todo lo demás. Aquellos nueve meses habían sido una pesadilla.
Decidí  tener  un  parto  natural,  sin  medicamentos.  La  niña  había  sido  concebida  de  la  forma  más natural  y  despreocupada  posible;  solo  dos  personas  manteniendo  una  relación  sexual  sin  pensárselo demasiado. Yo  me  sentía  como  si  debiera  hacer  un  esfuerzo  por  recordar  algo  sobre  el  embarazo  y  el parto, ya que no había hecho ningún esfuerzo en la concepción.
Rompí aguas una tarde, dos días antes de la fecha. Mi vientre se tensaba con las contracciones. Fui al baño y descubrí lo que la matrona me había descrito que iba a ser un «puñetero espectáculo». Mi cuerpo había  comenzado  el  proceso  de  expulsión  de  aquella  nueva  vida,  pero  mi  mente  no  había  asimilado todavía la realidad.
Sarah me llevó al hospital. En aquel momento compartíamos apartamento, porque mi padre no quería admitir  que  yo  estuviera  embarazada  y  soltera,  y  mi  madre…  bueno,  mi  madre  y  yo  llevábamos  una temporada de malas relaciones. Mis hermanos vivían demasiado lejos, y Pablo y yo no nos hablábamos.
Devon  y  Steven  acudieron  al  hospital,  esperándome  para  el  ingreso  y  para  ocuparse  de  toda  la información del seguro. No entraron conmigo en la sala del parto; yo les pedí que no lo hicieran, aunque no les di mis razones. Ni siquiera yo misma estaba segura de saber cuáles eran.
Había  tenido  a  aquella  niña  durante  nueve  meses  dentro  de  mí;  me  había  alimentado  bien,  había tomado vitaminas, había hecho ejercicio y me había abstenido del sexo y los baños de agua caliente. No me había perdido ni una sola cita del médico y me había puesto todas las inyecciones. Había hecho todo lo que había podido para asegurarme de que aquella niña naciera sana. Todo, salvo quererla.
Pensaba que era una descerebrada. Todas las madres querían a sus hijos, ¿no? ¿Incluso aquellas que querían  darlos  en  adopción  para  que  los  criaran  otras  personas?  Yo  siempre  había  hallado  consuelo pensando  que  mi  madre  biológica  me  había  querido  lo  suficiente  como  para  darme  a  una  familia  que pudiera cuidar de mí mejor de lo que podía ella. Mis padres nunca me habían dicho aquello, nunca me habían convencido de que ella lo hubiera hecho por amor, y no por lo mismo que yo lo estaba haciendo en aquel momento: porque no quería ser madre.
No quería ser madre; por lo menos, de aquella niña. Aquello había sido un accidente. Nunca había pensado  en  abortar;  para  mí,  la  única  opción  era  la  adopción.  Pensé  que  tenía  sentido,  y  que  estaba haciendo lo mejor.
Cuando  la  tuve  entre  mis  brazos,  cuando  vi  sus  ricitos  negros  y  su  boca  pequeña  y  rosada  que reconocía de mis fotos de bebé, supe que no había cometido un error con nada de lo que había decidido.
Nunca olvidaría aquello.
Lo  malo  sucedió  un  poco  después,  durante  una  visita  de  mi  madre.  Yo  todavía  tenía  el  vientre hinchado y llevaba una bolsa ensangrentada de hielo entre las piernas para calmar el dolor de los puntos, y  tenía  las  hormonas  enloquecidas.  No  estaba  en  el  mejor  momento  para  recibir  a  mi  madre.  No  lloré hasta que la vi, pero cuando empecé, ya no pude parar.
Al  principio  ella  me  agarró  de  la  mano,  después  me  abrazó  y  me  acarició  el  pelo,  una  y  otra  vez, como hacía cuando yo era niña. Me meció.
Y entonces, dijo:
—Todavía no es demasiado tarde para que cambies de opinión.
Mi  madre  siempre  me  había  enseñado  a  ser  firme,  a  valerme  por  mí  misma,  a  tomar  mis  propias decisiones, a llevarlas a cabo y a asumir las consecuencias, fueran cuales fueran. Sin embargo, en aquel momento,  me  estaba  diciendo  que  no  respetara  un  compromiso  que  había  hecho,  que  decepcionara  de aquel modo a Devon y a Steven, que habían pagado todo mi embarazo.
Mi madre quería que me quedara a mi hija.
No estaba de humor para palabras suaves y amables. Le solté todo lo que llevaba dentro desde hacía mucho tiempo; años de frustración y desilusión. Pus de una herida.
Después, las cosas habían estado muy mal entre nosotras, aunque habían ido mejorando poco a poco.
Y  ahora  había  conocido  a  Peter.  Para  mí,  aquello  era  lo  más  importante  de  todo.  ¿Por  qué  lo  había llevado a casa de mi madre?
Porque  quería  que Peter  viera  de  dónde  venía  yo.  De  quién  venía.  Quién  era.  Porque  cuando  lo miraba, veía un futuro. Veía hijos. Veía una familia.
No quería pelearme con él.
—¿Peter?
—Ummm…
—Te quiero —susurré en la oscuridad, como si me diera menos miedo decir aquello.
U oírlo.
—Yo también te quiero.
Sin embargo, cuando me desperté por la mañana y alargué el brazo para acariciarlo, Peter se había marchado.

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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

8 comentarios:

Amor y Paz :D
Si te gusta comenta y sino tambien :D