MARATÓN DE 5 CAPÍTULOS
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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 37
—No puedo evitar lo que
siento, Lali. Creo que lo que hiciste estuvo mal…
—Adiós.
Ella me puso una mano en el
brazo para detenerme.
—No puedo perdonártelo,
pero eres mi hija y te quiero. ¿No es eso suficiente?
Yo quería decirle que sí, que
las cosas que ella había dicho
y las que
había hecho iban a
desvanecerse con el tiempo, pero no pude. Posé mi mano en la suya y la abracé,
y después me aparté de ella.
—¿Me vas a llamar?
—preguntó.
—Claro. Y tú también puedes
llamarme a mí —le dije—. El teléfono tiene dos direcciones.
Aquello debió de golpearla
en un sitio que no le gustó, porque se sobresaltó un poco.
—Por supuesto.
Lo que yo le había dicho
era cierto, y, sin embargo, me di cuenta de que mi madre pensaba que se lo había dicho
solo para molestarla. Y
eso me demostraba,
más que ninguna
otra cosa, que
las cosas no habían cambiado tanto entre nosotras como
para que yo pudiera olvidar todo lo que había ocurrido.
—Adiós, mamá.
En el coche, agarré con
fuerza el volante mientras esperaba a que ella entrara en casa. Sin embargo, mi madre
permaneció allí, cruzada
de brazos, esperando
a que yo
saliera a la
calle principal. Me mantuve en silencio mientras recorríamos
las calles oscuras. Peter puso la radio, y yo dejé que la música llenara el
espacio.
Él no intentó sacar tema de
conversación. Para mí, el viaje de vuelta a casa fue rápido, porque iba enfrascada
en mis pensamientos. No podía dejar de recordar las cosas tal y como eran en el
pasado; para cuando llegamos a Annville, tenía los dedos agarrotados y la
mandíbula tensa, y me dolía la cabeza.
Perdí la
compostura cuando él
posó su mano
en mi nuca,
mientras yo me
lavaba las manos
en el fregadero de la cocina.
Aquella caricia suave, y su calor, desmoronaron la barrera que yo había erigido
contra las lágrimas, y se me cayó una en el dorso de la mano. Después, otra.
Cuando me hizo girar para
ponerme cara a cara con él, apoyé la nariz contra su pecho y me eché a llorar. Pensaba
que iba a
decirme que no
me preocupara, que
no pasaba nada,
pero él se
mantuvo en silencio. Me
acarició la espalda
y me estrechó
contra sí, pero
no intentó que
dejara de llorar.
No me preguntó qué me ocurría.
—Vamos, ven conmigo —me
dijo al cabo de unos minutos, y me llevó al sofá de la mano.
Allí, nos acurrucamos bajo
la manta, en los cojines. Yo cerré los ojos sobre su pecho para que no se me
cayeran más lágrimas, y estuvimos abrazados mucho tiempo. Cada parte de mí
encajaba con una parte de él.
—Yo hace más de dos años
que no veo a mis padres —dijo él, después de un rato—. Y llevo todo ese tiempo
sin hablarme con mi padre. Mi madre me envió una tarjeta en mi último
cumpleaños. Eso es todo.
Yo lo estreché entre mis
brazos.
—¿Qué ocurrió?
—No importa.
Lo miré a la cara.
—Claro que importa.
Peter sonrió y me acarició
el pelo.
—No, en realidad no.
Llevábamos meses
acostándonos, y yo no lo conocía. O por lo menos, no como debería conocer a un
hombre con
quien pensaba que
quería pasar el
resto de mi
vida. Conocía cada
una de las
partes de su cuerpo,
sabía cuál era
su bebida favorita
y sabía cuál
era su pizza
preferida. Sin embargo,
aquello no eran más que detalles
sin importancia.
—¿Fue muy horrible?
—No quiero hablar de eso, Lali
—dijo Peter, y me apartó de sí, con suavidad, pero también con firmeza—. Es
agua pasada. Ya se terminó.
—Sabes que puedes hablar
conmigo de eso…
—He dicho que no quiero
—respondió él, y se levantó del sofá—. Voy a beber algo. ¿Te apetece a ti también?
Vi que
se marchaba hacia
la cocina; me
levanté y lo
seguí. Se sirvió
un vaso de
zumo, se tomó
la mitad y tiró el resto por el fregadero.
—Te compraré otra botella
—dijo, al ver que lo miraba.
—Eso no me importa nada.
Se encogió de hombros y
metió el vaso en el lavaplatos.
—De acuerdo.
Estábamos discutiendo, y yo
no sabía exactamente por qué.
—¿Quieres que nos
acostemos? Ya es tarde, y mañana tengo que trabajar.
—Creía que mañana podíamos
ir a algún sitio —dijo Peter.
—Ya hemos salido hoy. Yo
tengo que hacer un trabajo, y mañana es el único momento en que puedo hacerlo.
Además, tengo que poner lavadoras y limpiar —dije, pero me quedé callada al ver
la cara que estaba poniendo. Tenía el ceño fruncido—. ¿Qué ocurre?
—Nada. Solo pensaba que
podíamos pasar juntos el fin de semana, sin trabajar.
Yo me sentí molesta.
—Bueno, lo
siento, pero no
todo el mundo
se ha hecho
millonario y tiene
la cuenta corriente
tan saneada que puede permitirse el lujo de trabajar solo unas cuantas
horas a la semana.
Su expresión se endureció.
—Yo he trabajado mucho para
montar mi negocio, Lali.
—¡Y yo estoy trabajando
para montar el mío! —exclamé yo—. Por el amor de Dios, Peter, ¿no crees
que preferiría
quedarme en la
cama todo el
día, viendo películas
contigo, en vez
de madrugar para construirme una vida?
—Bueno, entonces será mejor
que te deje tranquila. Acuéstate. Como has dicho, es tarde.
Me quedé completamente
asombrada al ver que se dirigía hacia la puerta.
—No tienes por qué
marcharte.
Él tardó unos segundos en
girarse hacia mí.
—Yo también
tengo cosas que
hacer en mi
apartamento, de todos
modos. Además, no
quiero mantenerte despierta.
—Por favor —dije—. Yo sí
quiero que me mantengas despierta.
Él sonrió de mala gana.
Entonces, yo me atreví a acercarme para que me diera un beso. Él abrió los labios al
sentir la presión
de los míos,
y me puso
las manos en
las caderas. Sin
interrumpir el beso, enganché un dedo en su cinturón y tiré
de él hacia mi cuarto.
Me quité la camisa mientras
atravesábamos la puerta, y comencé a desabotonar la suya. Lo empujé hacia la
cama; él cayó sobre el colchón, riéndose, y me arrastró con él. Rodamos entre
las sábanas y las almohadas.
Me besó, recorriendo mi
cuerpo hacia abajo con los labios, hasta que llegó a la cintura del pantalón y me
la desabotonó con los dientes. Deslizó la mano dentro y me acarició.
Peter, que también se
había desabotonado el
pantalón, se arrodilló
en la cama
y me deslizó
el pantalón hacia los muslos… donde se atascaron. Forcejeamos un poco
con ellos, entre besos y risas. Yo me retorcí y, por fin, conseguí librarme de
ellos con ayuda de Peter, y los aparté de una patada.
Él se quedó mirándome
fijamente cuando me quedé inmóvil en ropa interior, ante sus ojos. Recorrió cada
centímetro de mi cuerpo y, por primera vez, sentí timidez. Tuve ganas de
cubrirme con la sábana.
—¿Qué? —le pregunté.
—Eres preciosa —me dijo
Peter.
¿A quién no le gusta oír
eso, sobre todo cuando está medio desnudo? Sin embargo, me sonó un poco falso,
como si no fuera lo que pretendía decir. Me apoyé sobre los codos y posé un pie
sobre su muslo, y le acaricié.
—¿Y tú? ¿No vas desnudarte?
Asintió, y yo lo vi bajarse
el pantalón y los calzoncillos a la vez. Tenía el miembro casi erecto. Se sentó
un segundo, para desnudarse del todo, y después volvió a colocarse entre mis
rodillas.
—Date la vuelta.
Yo me puse a gatas. El
colchón se hundió ligeramente cuando él se colocó detrás de mí. Pasó la mano sobre mis
nalgas cubiertas de
satén. Después comenzó
a acariciarme entre
las piernas, y
me bajó las braguitas.
—Eleva el trasero.
Yo posé
la frente en
el colchón y
cerré los ojos.
Oí la rasgadura
del paquete del
preservativo y, después, un suave
gruñido de Peter mientras se lo colocaba. Me puse tensa, esperando
que me llenara.
Peter se tomó su tiempo
para excitarme, sin dejar de acariciarme.
Cuando comenzamos
a hacer el
amor, yo estaba
muy cerca del
clímax, y lo
alcancé a las
pocas acometidas. Él no duró mucho más. Fue una relación corta, pero
intensa. Yo me tumbé boca arriba y me tapé la cara con un brazo. Peter se
levantó, fue al baño, volvió al dormitorio y apagó la luz. Se sentó al borde de
la cama.
Yo posé una mano en su
cadera.
—Ven conmigo —susurré.
Pensaba que
iba a marcharse.
Él se tensó
bajo mi mano,
y suspiró. Sin
embargo, después se
metió entre las sábanas y tomó la almohada que había pasado a ser suya.
Se colocó de espaldas a mí, en vez de abrazarme como hacía siempre.
En el
taco de fotografías
que le había
enseñado a Peter, había
muchas de Pippa
y muy pocas
de mí durante el embarazo. Yo no
había documentado aquella etapa de mi vida como hacía con todo lo demás. Aquellos
nueve meses habían sido una pesadilla.
Decidí tener
un parto natural,
sin medicamentos. La
niña había sido
concebida de la
forma más natural y despreocupada posible;
solo dos personas
manteniendo una relación
sexual sin pensárselo demasiado. Yo me
sentía como si
debiera hacer un
esfuerzo por recordar
algo sobre el
embarazo y el parto, ya que no había hecho ningún
esfuerzo en la concepción.
Rompí aguas una tarde, dos
días antes de la fecha. Mi vientre se tensaba con las contracciones. Fui al baño
y descubrí lo que la matrona me había descrito que iba a ser un «puñetero
espectáculo». Mi cuerpo había comenzado
el proceso de
expulsión de aquella
nueva vida, pero
mi mente no
había asimilado todavía la
realidad.
Sarah me llevó al hospital.
En aquel momento compartíamos apartamento, porque mi padre no quería admitir que
yo estuviera embarazada
y soltera, y mi madre…
bueno, mi madre
y yo llevábamos
una temporada de malas relaciones. Mis hermanos vivían demasiado lejos,
y Pablo y yo no nos hablábamos.
Devon y
Steven acudieron al
hospital, esperándome para
el ingreso y
para ocuparse de
toda la información del seguro.
No entraron conmigo en la sala del parto; yo les pedí que no lo hicieran,
aunque no les di mis razones. Ni siquiera yo misma estaba segura de saber
cuáles eran.
Había tenido
a aquella niña
durante nueve meses
dentro de mí;
me había alimentado
bien, había tomado vitaminas,
había hecho ejercicio y me había abstenido del sexo y los baños de agua
caliente. No me había perdido ni una sola cita del médico y me había puesto
todas las inyecciones. Había hecho todo lo que había podido para asegurarme de
que aquella niña naciera sana. Todo, salvo quererla.
Pensaba que era una
descerebrada. Todas las madres querían a sus hijos, ¿no? ¿Incluso aquellas que querían darlos
en adopción para
que los criaran
otras personas? Yo
siempre había hallado
consuelo pensando que
mi madre biológica
me había querido
lo suficiente como
para darme a
una familia que pudiera cuidar de mí mejor de lo que
podía ella. Mis padres nunca me habían dicho aquello, nunca me habían
convencido de que ella lo hubiera hecho por amor, y no por lo mismo que yo lo
estaba haciendo en aquel momento: porque no quería ser madre.
No quería ser madre; por lo
menos, de aquella niña. Aquello había sido un accidente. Nunca había pensado en abortar; para
mí, la única
opción era la
adopción. Pensé que
tenía sentido, y
que estaba haciendo lo mejor.
Cuando la
tuve entre mis
brazos, cuando vi
sus ricitos negros
y su boca
pequeña y rosada
que reconocía de mis fotos de bebé, supe que no había cometido un error
con nada de lo que había decidido.
Nunca olvidaría aquello.
Lo malo
sucedió un poco
después, durante una
visita de mi
madre. Yo todavía
tenía el vientre hinchado y llevaba una bolsa
ensangrentada de hielo entre las piernas para calmar el dolor de los puntos, y tenía
las hormonas enloquecidas.
No estaba en
el mejor momento
para recibir a
mi madre. No
lloré hasta que la vi, pero cuando empecé, ya no pude parar.
Al principio
ella me agarró
de la mano,
después me abrazó
y me acarició
el pelo, una
y otra vez, como hacía cuando yo era niña. Me meció.
Y entonces, dijo:
—Todavía no es demasiado
tarde para que cambies de opinión.
Mi madre
siempre me había
enseñado a ser
firme, a valerme
por mí misma,
a tomar mis
propias decisiones, a llevarlas a cabo y a asumir las consecuencias,
fueran cuales fueran. Sin embargo, en aquel momento, me
estaba diciendo que no respetara
un compromiso que
había hecho, que
decepcionara de aquel modo a
Devon y a Steven, que habían pagado todo mi embarazo.
Mi madre quería que me
quedara a mi hija.
No estaba de humor para
palabras suaves y amables. Le solté todo lo que llevaba dentro desde hacía mucho
tiempo; años de frustración y desilusión. Pus de una herida.
Después, las cosas habían
estado muy mal entre nosotras, aunque habían ido mejorando poco a poco.
Y ahora
había conocido a Peter. Para
mí, aquello era
lo más importante
de todo. ¿Por
qué lo había llevado a casa de mi madre?
Porque quería
que Peter viera de
dónde venía yo.
De quién venía.
Quién era. Porque
cuando lo miraba, veía un futuro.
Veía hijos. Veía una familia.
No quería pelearme con él.
—¿Peter?
—Ummm…
—Te quiero —susurré en la
oscuridad, como si me diera menos miedo decir aquello.
U oírlo.
—Yo también te quiero.
Sin embargo, cuando me
desperté por la mañana y alargué el brazo para acariciarlo, Peter se había marchado.
+5 COMENTARIOS Y SUBO MAS
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D
Subiii Maas
ResponderBorrarSubí otro
ResponderBorrarOtroo
ResponderBorrarQue Le Paso A Este(?) Otro!!
ResponderBorrarSEGILA♥
ResponderBorrarA pero que escuende este tipo que se enoja -.- MARATONNNN SI SI SI SI
ResponderBorrarMMMMMMMAS
ResponderBorrarLlorooo maaass
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