martes, 21 de enero de 2014

Capitulo 41

+10 COMENTARIOS Y SUBO UNO DE REGALO PORQUE AHORA SE VIENE LO LINDO jajajaja

MARATÓN DE 5 CAPÍTULOS
[5/5] ULTIMO 
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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 41
El Aeropuerto Internacional de Harrisburg es pequeño, y, sin embargo, no conseguía ver a Peter entre
las  personas  que  bajaban  las  escaleras  hacia  la  zona  de  recogida  de  equipaje.  Había  viejecitas  con
camisetas  de  Las  Vegas  abrazando  a  nietos  chillones,  y  hombres  de  negocios  en  traje  consultando  su BlackBerry. Yo los odiaba a todos por no ser él.
Por fin, lo vi en la parte superior de la escalera, y estuve a punto de gritar su nombre. Di unos cuantos pasos y, al final, salí corriendo hacia él.
Peter me tomó en brazos y giró conmigo, como las parejas empalagosas de las películas románticas.
Escondió la cara en mi cuello y me mordisqueó. Me estrechó contra sí. Yo me eché un poco hacia atrás para mirarlo. Solo había pasado una semana, pero estaba distinto. Estaba un poco bronceado, y tenía el pelo  revuelto.  En  vez  de  la  bufanda  larga  de  rayas,  llevaba  otra,  mucho  más  colorida,  tejida  con  unos dibujos mexicanos.
—Es para ti —me dijo.
Yo  me  la  puse  sobre  los  hombros. Aquel  primer  beso  después  de  estar  una  semana  separados  fue suave, después duro, rápido y después lento. Yo sentía hambre de aquella comida, de su boca. Su lengua.
Estábamos dando el espectáculo, pero no parecía que le importara a nadie.
—Demonios, te he echado de menos —dijo él.
—Yo también te he echado de menos. ¿Qué tal México?
—Mucho tequila y Dos Equis.
—Oh, vaya tortura. ¿Y qué tomaste?
—Tequila y Dos Equis.
No parecía que lo dijera en broma, y yo lo miré atentamente. Nunca lo había visto beber, y nunca le había preguntado por qué no bebía. En aquel momento me arrepentí de no haberlo hecho.
—Y, aun así, me pasé dos días con diarrea, pero creo que fue por culpa de un taco de pescado.
Yo arrugué la nariz.
—Vaya. Lo siento.
Peter sonrió y me estrechó contra sí.
—Bueno, por lo menos tenía mi propia habitación.
—¡Peter!
Los  dos  nos  dimos  la  vuelta.  Vi  que  se  acercaba  un  hombre  rubio  con  el  uniforme  azul  de  la aerolínea, agitando la bufanda de rayas. Atravesó la zona del equipaje y le entregó la bufanda a Peter.
—Se te ha olvidado en el avión.
—Gracias —dijo Peter—. Ni siquiera me había dado cuenta.
El  rubio  y  yo  nos  miramos  de  arriba  abajo  antes  de  que  él  retrocediera. Yo  me  di  cuenta  de  que estaba flirteando con mi novio, y él se dio cuenta de que debía retirarse.
Miró con pena a Peter, que se había dado la vuelta después de tomar la bufanda. Después se volvió
por  donde  había  venido,  subiendo  las  escaleras  de  dos  en  dos.  Se  detuvo  otra  vez  en  la  barandilla  de arriba, y nos miró. Yo lo saludé con la mano.
—Ha sido muy amable —dije.
Peter se rio.
—Sí. Aunque me da igual; puedo comprarme todas las bufandas que quiera en Abercrombie & Fitch.


Yo no le había oído nunca hablar así. Era petulante y brusco. No me gustó.
—A mucha gente le disgustaría perder una bufanda de cincuenta dólares.
Él miró hacia atrás, pero el rubio había desaparecido.
—Pensé que se la quedaría. Le gustó mucho.
—Seguramente no les permiten quedarse las cosas que se dejan en el avión los pasajeros.
—Tienes razón. Aunque seguramente, tampoco les permiten ofrecer trabajos manuales en el baño en vez de café con leche.
Yo fruncí el labio superior y me alejé un paso de él. Al instante, me miró con arrepentimiento. Me agarró antes de que pudiera alejarme más.
—Nena, lo siento. No tenía que haberte dicho eso. Ha sido muy feo.
—¡Pues sí!
—Lo siento —dijo él, con su sonrisa de «sé que soy irresistible». Yo llevaba una buena temporada sin verla, y no la había echado de menos—. No acepté su oferta.
Aparté la mano de un tirón.
—No pensaba que fueras a aceptarla.
Él me agarró de nuevo, y me atrajo hacia sí. Su tono se suavizó, y su sonrisa se convirtió en algo más familiar y más dulce.
—Lo siento. Era una broma. Una broma pesada. Soy idiota.
Nunca  es  fácil  ver  a  alguien  a  quien  quieres  menos  que  brillante,  aunque  él  mismo  lo  admita. Yo asentí de mala gana. Él me besó. Yo le devolví el beso.
—Ah, Lali, te he echado tanto de menos… —me susurró aquellas palabras al oído, y su calor me llegó a todo el cuerpo—. Ni siquiera me he masturbado una sola vez.
Yo le rodeé el cuello con los brazos y acerqué mis labios a su oído.
—Yo me he masturbado todos los días pensando en ti.
Todos sus músculos se tensaron contra mí.
—¿De verdad?
—Sí.
—Dios —dijo Peter—. Dios, eso es muy excitante.
Yo no lo había hecho, pero le dije una pequeña mentira piadosa.
—Llévame a casa y te enseñaré cómo lo he hecho.
No  llegamos  a  casa.  Peter  me  masturbó  en  el  asiento  delantero  de  mi  coche,  sin  salir  del aparcamiento.  El  coche  se  llenó  de  olor  a  sexo  y  de  nuestros  gruñidos.  Hacía  demasiado  bueno  como para que los cristales se empañaran, y yo había aparcado en medio de una fila larga de coches junto a la que tenía que pasar todo aquel que quisiera salir del garaje.
Nos  quedamos  allí  sentados,  fingiendo  que  charlábamos;  él  metió  la  mano  entre  mis  piernas,  de  un modo que nadie pudiera verlo; metió los dedos dentro de mis braguitas, por debajo de la falda. Yo no
podía  llegar  a  su  miembro  sin  que  fuera  evidente,  desde  fuera,  lo  que  estaba  ocurriendo,  así  que  él  se agarró el pene con la mano y se masturbó lentamente, bajo la bufanda. Sus movimientos no nos delataban.
Abrí  las  piernas  y  murmuré  su  nombre  cuando  metió  los  dedos  en  mi  cuerpo,  al  mismo  tiempo  que dibujaba  círculos  en  mi  clítoris  con  el  pulgar.  Me  volvió  loca.  Cuando  terminé,  y  cuando  él 


tuvo  un orgasmo bajo la suave bufanda, me besó.
—Me alegro de que hayas vuelto a casa.
—Te quiero —dijo Peter.
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Mi  teléfono  móvil  sonó  por  la  tarde,  cuando  estaba  viendo  la  televisión  y  leyendo  mi  correo electrónico. Yo había tenido un turno temprano en Foto Folks, y Peter había salido a algún sitio. Estaba pensando en darme una ducha caliente para quitarme el olor a maquillaje barato, y las plumas de boa del pelo. No reconocí el número, pero respondí de todos modos.
—Hola, ¿hablo con Lali?
—Sí, soy yo.
—Hola,  Lali,  soy  Elle  Stewart.  Conociste  a  mi  hermano  Chad  en  una  fiesta  el  fin  de  semana pasado.
—Ah, sí. Lo recuerdo bien —dije. Me erguí en el sofá, olvidándome del correo electrónico.
—Espero que no te importe que él me haya dado tu número. Me dijo que tuvisteis una conversación interesante.
—Ummm… Sí, es cierto.
Un silencio embarazoso.
—Bueno, me gustaría invitarte a mi casa para el Seder, la Pascua judía, si te interesa —dijo ella con tacto—. No me ofenderé si me dices que no, y sé que es muy extraño que te invite una persona a quien no conoces… Y tal vez tengas planes con tu familia…
—Pues no, en realidad no. Pascua. Eso llega pronto, ¿no?
—Sí. Es la semana que viene. He invitado a mucha gente, así que no te verás sentada en medio de una
familia  a  la  que  no  conoces  —dijo  ella,  y  añadió  en  tono  divertido—:  Aunque  tampoco  quiero  que pienses que la invitación no es especial.
Me  eché  a  reír.  Hablaba  de  una  forma  muy  parecida  a  Chad,  aunque  su  voz  era  más  aguda  y  más suave.
—Muchas gracias por la invitación. Tengo que consultar mi agenda.
—No  te  preocupes,  no  tienes  que  decírmelo  ahora  mismo.  Pero  a  Dan  y  a  mí  nos  encantaría  que vinieras.  Dan  es  mi  marido.  A  él  le  encanta  tener  invitados,  y  Chad  dijo  que  pensaba  que  tal  vez  te interesara venir.
—Pues sí.
—Bien —dijo ella, y se rio de nuevo—. Mi hermano es un encanto. Siempre lo tiene que apañar todo.
Yo  estaba  pasando  las  páginas  de  la  agenda  mientras  hablábamos;  todavía  no  estaba  segura  de  si debía aceptar su invitación.
—¿Soy como un pajarito que se ha caído del nido y que se ha encontrado en el suelo?
—Algo por el estilo, me parece. Lali, si quieres traer a algún acompañante, sería estupendo. Así te sentirías más cómoda.
—Oh, muchas gracias —dije, y abrí la página de la fecha que me había dicho—. Me encantaría ir. Con un acompañante. ¿A qué hora?
Apunté la información que me dio, y colgué. Me acomodé de nuevo en el sofá, pensando en darme una ducha caliente. Pensando en que necesitaba tanto que me arreglaran que hasta un extraño se había dado cuenta.
No estaba segura de si quería pedirle a Peter que me acompañara a la casa de los Stewart. Hacía años que  yo  no  iba  a  una  celebración  de Seder,  pero  la  última  había  sido  una  pesadilla.  Duró  horas,  hubo demasiados rezos y me vi entre gente desconocida que hacía que me sintiera estúpida por no saber seguir la ceremonia. Yo no quería que él tuviera que someterse a eso por algo que formaba parte de mi viaje personal.  Sin  embargo,  cuando  me  dijo  que  aquella  noche  tenía  que  salir  del  pueblo  por  trabajo,  me quedé desilusionada.

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+10 COMENTARIOS Y CAPÍTULO DE REGALO
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

11 comentarios:

Amor y Paz :D
Si te gusta comenta y sino tambien :D