lunes, 20 de enero de 2014

Capítulo 36

¿MAÑANA QUIEREN MARATÓN DE 5 CAPÍTULOS?
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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 36
Peter pestañeó por la sorpresa, y después se echó a reír.
—De acuerdo.
—Vive a menos de veinte minutos de aquí.
Él asintió lentamente y se apartó para que yo pudiera moverme.
—Claro. Muy bien. Si tú quieres…
Yo respiré profundamente, y sonreí.
—Sí. Quiero que te conozca.
—¿Y cómo es que no me lo habías dicho antes? —me preguntó, cuando ya habíamos entrado al coche y estábamos saliendo del aparcamiento del almacén.
Yo no aparté la vista de la carretera. Era de noche, y no quería equivocarme de camino.
—No creía que fuéramos a parar. No sabía cuánto iba a durar el taller, y es sabbat, de todos modos.
Él hizo un ruidito, como si tuviera miedo.
—¿Crees que tu madre va a tener algún problema conmigo?
—Seguramente.
—Mierda —maldijo él, con algo de asombro—. ¿De verdad?
—Mi madre tiene muchos problemas con muchas cosas que no puede cambiar —dije yo. Agarré el volante con demasiada fuerza, y tuve que obligarme a mí misma a relajar los dedos—. No te preocupes por eso.
Se quedó callado durante un minuto.
—Bueno, no será la primera madre que me odie. Yo surto ese efecto en las madres, más o menos.
A mí se me escapó una carcajada mientras recorría las calles del vecindario de mi madre. Pasamos por delante de la sinagoga, y por los baños.
—¿Cómo es posible que alguien te odie, Peter?
—Es un talento mío.
—Pues a mí no me lo has mostrado.
—Tú estás cegada por el amor.
No había coches ni delante ni detrás de nosotros, así que aminoré la velocidad cuando nos quedaban dos minutos para llegar a la casa.
—Mi madre no te va a odiar. Tal vez no esté de acuerdo con la elección que he hecho, pero no te va a odiar por ser tú.
Se quedó callado un minuto más. Respondió cuando frené y comencé a aparcar.
—Es bueno saberlo.
Apagué el motor del coche y lo miré.
—No tenemos por qué quedarnos mucho tiempo. Solo quiero que se conozcan. Es lo correcto, ¿no? Cuando vas en serio con alguien.
Sonrió.
—Entonces, vas en serio conmigo, ¿eh?
—Sí.
Él miró hacia la casa, donde se encendió la luz del porche.

—Creo que nos han visto. Demasiado tarde para salir huyendo.
—No, ya no podemos. Considéralo un ritual de iniciación. Vas a conocer a la familia loca.
Él miró por la ventanilla mientras me apretaba la mano. Se abrió la puerta principal de la casa.
—No hay familia más loca que la mía.
—¿Lali? ¿Eres tú?
—Sí, mamá. Soy yo —dije.
Atravesé el césped y subí al porche para que ella pudiera abrazarme. Era el mismo abrazo que me había dado siempre, pero me pregunté si alguna vez dejaría de parecerme diferente.
—Marianita, ¿qué estás haciendo aquí?
Mi  madre  utilizó  aquella  expresión  de  cariño  como  si  la  hubiera  usado  siempre,  aunque  había empezado a llamarme así hacía pocos años.
Yo lo odiaba.
—He asistido a un taller de fotografía que se celebraba cerca de aquí, y pensé que, como estaba tan cerca…
—Pasa, pasa —me dijo mi madre, y miró a Peter de arriba abajo al apartarse para dejarnos entrar—.Y preséntame a tu amigo.
—Mamá, este es Peter Lanzani.
Se me había olvidado decirle que ella no le iba a estrechar la mano, así que él se la tendió, aunque solo durante un par de segundos, no tanto tiempo como para que resultara embarazoso. El marido de mi madre,  Chaim,  salió  de  la  cocina  con  la  consabida  camisa  blanca,  la  tripa  abultada  y  los  flecos  de  su tzitzit colgando por debajo de la tripa. Le estrechó la mano a Peter y evitó la mía.
—Lali ha traído a un amigo para presentárnoslo, Chaim —dijo mi madre, con una gran sonrisa—. Tienen hambre, ¿no? Vengan. Acabamos de terminar el Havdalah. Tengo ternera, challah
Durante  mi  infancia  y  adolescencia,  las  cenas  favoritas  de  mi  madre  eran  comida  para  llevar  del McDonald’s, pero después, ella se había convertido en el epítome del ama de casa. Una vez me dijo que cocinar  las  comidas  de  su  infancia  le  recordaba  el  lugar  del  que  procedía.  Parecía  que  solo  se  lo recordaba  cocinar,  y  no  comer,  porque  Chaim  había  engordado  mucho  desde  la  última  vez  que  yo  lo había visto, pero mi madre seguía menuda como un pajarito.
—Solo hemos pasado a saludar…
—Tonterías  —dijo  Chaim,  con  su  voz  grave  y  resonante—.  Se quedan a cenar.  Así  pueden contarnos lo que han estado haciendo últimamente.
Tal vez Chaim no pretendiera hacer que yo me sintiera culpable por no visitarlos tanto como debiera, pero yo creo que sí. Según él, todo lo que había ocurrido entre mi madre y yo era culpa mía. «Honra a tu padre y a tu madre», y todo eso. No parecía que el hecho de que él no fuera mi padre tuviera importancia.
—Yo podría cenar perfectamente —dijo Peter, olisqueando el aire—. Huele muy bien, señora…
Me miró, y yo le di la respuesta.
—Kaplan.
A  mi  madre  se  le  dibujó  una  sonrisa  resplandeciente  en  la  cara,  y  se  encaminó  hacia  la  cocina, indicándonos que la siguiéramos.
—¡Vengan, vengan!
Tenían visita. Era una familia que yo no conocía, una pareja joven. La mujer llevaba el pelo cubierto con una redecilla de ganchillo, y llevaba una ropa que no permitía ver ni un solo centímetro de su piel. El hombre llevaba una camisa blanca y unos pantalones negros como los de Chaim. Tenía una barba oscura y cerrada, y le colgaban dos tirabuzones de las patillas. Su bebé estaba durmiendo en un carrito, y había un niño de unos dos años apilando piezas de madera de juguete en el suelo.
—Tovi, Reuben, esta es mi hija, Lali, y su amigo, Peter.
Reuben  abrió  unos  ojos  como  platos.  ¿Fue  porque  llevaba  una  camiseta  negra  ajustada,  con  una calavera blanca en la pechera? ¿O fue por el color de mi piel o de mi pelo? O tal vez fuera porque Peter me tomó posesivamente de la mano, y ninguno de los dos llevaba alianza.
—Me alegro de conoceros —dijo Tovi con claridad. Su marido reaccionó entonces y saludó con un movimiento de la cabeza.
—Siéntense, siéntense —dijo mi madre, mientras ponía platos y cubiertos para nosotros en la mesa.
No  comimos  en  silencio.  Yo  no  conocía  a  la  gente  de  la  que  hablaron,  pero  mi  madre  intentó incluirme  en  la  conversación  tan  a  menudo  como  pudo.  Y  a  Peter también.  A  mí  me  resultó  muy interesante  ver  que  se  comportaba  muy  bien,  que  limitaba  sus  flirteos  conmigo  y  que  hablaba  con  un lenguaje muy correcto y respetuoso.
Lo estaba haciendo por mí, y al pensarlo, sentí un cosquilleo cálido por el cuerpo. Me resultaba más fácil  comportarme  bien,  porque  no  quería  hacerle  pasar  vergüenza  con  mi  drama  familiar. Además,  me alegraba de poder comer en la mesa de mi madre y no terminar en medio de un silencio frío, o gritando.
Era agradable sentirme de nuevo parte de su familia.
—Bueno,  háblame  de  ese  chico  —me  dijo  mi  madre,  mientras  la  ayudaba  a  recoger  la  mesa.  Sus invitados se habían ido ya, Peter se había excusado para ir al baño y Chaim se había sentado frente a la
pequeña  televisión  de  la  sala  de  estar  con  el  mando  a  distancia  en  la  mano—.  ¿Cuánto  tiempo  llevaban juntos?
Si no me fijaba en sus medias gruesas, en la falda larga ni en la peluca que cubría su cabello, al oírla hablar  así  yo  podía  engañarme  pensando  que  las  cosas  no  habían  cambiado.  Era  lo  mismo  que  me preguntaba  siempre  en  mi  época  del  instituto,  cuando  llegaba  a  casa  después  de  haber  tenido  una  cita. Ella  siempre  tenía  ganas  de  saber  cómo  me  había  ido.  Me  estaba  hablando  como  siempre  me  había hablado  mi  madre,  y  yo  quería  responderle  como  siempre  había  respondido.  Sin  embargo,  habían sucedido muchas cosas, y yo me sentía muy cautelosa.
—Lo conocí en diciembre —respondí.
Mi madre abrió uno de los dos lavaplatos que había bajo la encimera y metió un plato.
—Usa este, que es fleishig. El otro es milchig.
Uno para la carne y el otro para los lácteos. Lo mismo que sus platos, los cubiertos, las cazuelas y las sartenes. La madre que me había criado se habría reído de aquellas exageraciones, pero ahora se sentía orgullosa  de  ser  tan frum,  tan  observante  de  las  normas.  Se  aseguraba  de  que  no  se  mezclaran  ni  una molécula  de  carne  y  leche,  ni  por  accidente,  ni  en  el  lavaplatos,  como  si  aquello  fuera  a  enviarla directamente al Cielo.
—En diciembre —dijo, después de una pausa.
La vi contar los meses que yo había pasado con aquella persona antes de que ella lo supiera. Antes, yo la habría llamado por teléfono en cuanto Peter me hubiera besado. Sin embargo, ahora pasaban meses sin que habláramos, y el hombre a quien yo había llevado a su casa era algo más que un amigo.
—Bueno —dijo ella, al ver que yo no decía nada—. Parece muy agradable.

Peter apareció en la puerta de la cocina.
—¿Puedo ayudar en algo?
Mi madre se dio la vuelta sobresaltada con aquella intrusión masculina en aquellos dominios femeninos.
—Oh… No, gracias, Peter. Vamos, ve al salón y ponte cómodo.
¿Dejarlo solo hablando con Chaim, que era agradable, pero que no iba a tener ni idea de qué hablar con aquel muchacho gentil? No, no quería eso para Peter. Me sequé las manos con un trapo y di un paso hacia él.
—En realidad, mamá, creo que vamos a marcharnos. Tenemos un buen trecho para llegar a casa, y es tarde.
Ella se volvió.
—Ah, ¿tienes que levantarte mañana temprano? ¿Vas a la iglesia?
Yo suspiré.
—No, mamá. Es por trabajo.
En su cara se reflejaron varias emociones, aunque ella tenía una sonrisa forzada en los labios. No le agradaba que me marchara tan pronto, pero no podía disimular la satisfacción que le causaba el hecho de saber que no iba a ir a misa por la mañana. Que ella supiera, yo podía estar yendo a misa tres veces a la semana; yo podía haberle dicho que había dejado de ir por completo, y tranquilizarla, pero había temas de los que nunca hablábamos.
—Bueno, si tienen que irse, tienen que irse —dijo con resignación, y se acercó a la bandeja de carne que había en la isla de la cocina—. Deja que te ponga algunas sobras.
—No, mamá, de verdad…
Ella me interrumpió con una mirada.
—Por favor. Aquí solo estamos Chaim y yo, y no podemos comernos todo esto. Aunque lo congele, tendría para diez. Esa Tovi come como un pajarito, y su marido no es mucho mejor.
Peter se dio unas palmaditas en el estómago.
—Yo he hecho mi parte, señora Kaplan. Espero que le haya parecido bien.
Ella se quedó sorprendida, y después se echó a reír.
—Oh, sí, por supuesto que sí. Lo has hecho muy bien, Peter, muy bien. Bueno, entonces tú sí quieres llevarte algo de comida, ¿no?
—Sí —dijo él, aunque yo estaba a punto de protestar—. Me encantaría llevarme un poco.
—Está bien —dije yo, haciendo un gesto de rendición con las manos—. Son mayoría.
Mi madre me guiñó un ojo, como hacía cuando era ella misma, cuando era como antes, y a mí se me formó un nudo en la garganta.
—Sí, es verdad.
Me  agarró  suavemente  del  brazo  en  el  patio,  mientras Peter  guardaba  en  el  coche  los  paquetes  de comida que ella había envuelto cuidadosamente en papel de aluminio.
—Es muy agradable, Marianita.
Yo miré a Peter.
—Sí, mamá. Es bueno.
—No es judío —dijo melancólicamente. Alzó las manos antes de que yo pudiera responder—: Lo sé, lo sé.
Yo fruncí el ceño y me crucé de brazos.
—¿Sabes? No es que quiera ser católica para hacerte daño.

—Sí, lo sé perfectamente.
—Y no es razonable que esperes que solo salga con hombres judíos. Además de poco realista.
—¿Poco realista? ¿Por qué?
La  tomé  de  la  mano  y  entrelacé  mis  dedos  con  los  de  ella.  Eran  como  las  rayas  de  un  tigre.  Claro, oscuro, claro, oscuro.
—Mamá. Vamos.
—Siempre  te  he  dicho  que  el  color  de  tu  piel  no  tiene  importancia,  hija.  Lo  que  importa  es  lo  de dentro.
Yo la solté.
—Siempre y cuando sea igual que tú por dentro, ¿no?
—Solo quiero lo mejor para ti, Lali. Siempre lo he querido. Eres mi hija —dijo mi madre, y alargó la mano de nuevo hacia mí; sin embargo, no me tocó—. A mí no me importa lo que haya dentro.
—Sí, bueno… El caso es que yo no estoy muy segura de lo que hay dentro.
—Bueno, entonces todavía puedo tener esperanzas. No es poco realista, ni poco razonable.
Miré hacia su casa. Las ventanas estaban iluminadas, y se oía débilmente la televisión.
—Tienes que dejar de intentar encajarme en tu vida.
Ella frunció el ceño.
—Yo siempre intentaré encajarte en tu vida.
Eso  no  era  cierto,  y  las  dos  lo  sabíamos,  pero  seguramente,  mi  madre  había  respondido  sin  pensar bien lo que decía.
—Entonces, acepta mi parte en ella, en vez de convertirla en algo que no es.
—¿Y qué es? —preguntó mi madre. Solo me llega por la barbilla, pero tenía un aspecto tan fiero que yo di un paso atrás.
—No lo sé —respondí finalmente, justo cuando Peter cerraba el maletero.
A ella se le hundieron los hombros.
—¿Nunca van a mejorar las cosas entre nosotras?
—No lo sé, mamá. Lo siento.
Ella suspiró y cabeceó.
—No puedo evitar lo que siento, Lali. Creo que lo que hiciste estuvo mal…
—Adiós.

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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

7 comentarios:

  1. :/ que mala relacion que tienen
    Mmmaads

    Si encantada con maraton de 5 capitulos

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  2. Masss
    Siii hace la maraton

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  3. sí maratón Aunque ahora te soy sincera voy a podes emul una o dos veces por semana porque no tengo más promoción y me gasto todo el crédito en Internet sino pero voy a tratar de comentad Naara

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  4. Soy Maria amigaaa, esta nove tambien me encanta!!!!!
    La relacion con la madre es un poco extraña, parece como que estan bien pero en realidad no lo estan, y todo porque dio a su hija en adopcion ¿no? es su vida chee, ella tiene derecho a tomar sus decisioness! y Peter un tierno, que la apoya en todo.

    Besos amiga me marcho que voy con un poco de prisasss

    Novesdepeterylali.blogspot.com :)))

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  5. Que problema tiene la madre Con su religion... Amo A pitt pero todabia no lo entiendo jjksd QUEREMOA MAS CAP'★

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Amor y Paz :D
Si te gusta comenta y sino tambien :D