__________________
Novela: "Al desnudo"
Capitulo 36
Peter pestañeó por la
sorpresa, y después se echó a reír.
—De acuerdo.
—Vive a menos de veinte
minutos de aquí.
Él asintió lentamente y se
apartó para que yo pudiera moverme.
—Claro. Muy bien. Si tú
quieres…
Yo respiré profundamente, y
sonreí.
—Sí. Quiero que te conozca.
—¿Y cómo es que no me lo
habías dicho antes? —me preguntó, cuando ya habíamos entrado al coche y
estábamos saliendo del aparcamiento del almacén.
Yo no aparté la vista de la
carretera. Era de noche, y no quería equivocarme de camino.
—No creía que fuéramos a
parar. No sabía cuánto iba a durar el taller, y es sabbat, de todos
modos.
Él hizo un ruidito, como si
tuviera miedo.
—¿Crees que tu madre va a
tener algún problema conmigo?
—Seguramente.
—Mierda —maldijo él, con
algo de asombro—. ¿De verdad?
—Mi madre tiene muchos
problemas con muchas cosas que no puede cambiar —dije yo. Agarré el volante con
demasiada fuerza, y tuve que obligarme a mí misma a relajar los dedos—. No te
preocupes por eso.
Se quedó callado durante un
minuto.
—Bueno, no será la primera
madre que me odie. Yo surto ese efecto en las madres, más o menos.
A mí se me escapó una
carcajada mientras recorría las calles del vecindario de mi madre. Pasamos por
delante de la sinagoga, y por los baños.
—¿Cómo es posible que
alguien te odie, Peter?
—Es un talento mío.
—Pues a mí no me lo has
mostrado.
—Tú estás cegada por el
amor.
No había coches ni delante
ni detrás de nosotros, así que aminoré la velocidad cuando nos quedaban dos
minutos para llegar a la casa.
—Mi madre no te va a odiar.
Tal vez no esté de acuerdo con la elección que he hecho, pero no te va a odiar
por ser tú.
Se quedó callado un minuto
más. Respondió cuando frené y comencé a aparcar.
—Es bueno saberlo.
Apagué el motor del coche y
lo miré.
—No tenemos por qué
quedarnos mucho tiempo. Solo quiero que se conozcan. Es lo correcto, ¿no? Cuando
vas en serio con alguien.
Sonrió.
—Entonces, vas en serio
conmigo, ¿eh?
—Sí.
Él miró hacia la casa,
donde se encendió la luz del porche.
—Creo que nos han visto.
Demasiado tarde para salir huyendo.
—No, ya no podemos.
Considéralo un ritual de iniciación. Vas a conocer a la familia loca.
Él miró por la ventanilla
mientras me apretaba la mano. Se abrió la puerta principal de la casa.
—No hay familia más loca
que la mía.
—¿Lali? ¿Eres tú?
—Sí, mamá. Soy yo —dije.
Atravesé el césped y subí
al porche para que ella pudiera abrazarme. Era el mismo abrazo que me había
dado siempre, pero me pregunté si alguna vez dejaría de parecerme diferente.
—Marianita, ¿qué estás
haciendo aquí?
Mi madre
utilizó aquella expresión
de cariño como
si la hubiera
usado siempre, aunque
había empezado a llamarme así hacía pocos años.
Yo lo odiaba.
—He asistido a un taller de
fotografía que se celebraba cerca de aquí, y pensé que, como estaba tan cerca…
—Pasa, pasa —me dijo mi
madre, y miró a Peter de arriba abajo al apartarse para dejarnos entrar—.Y
preséntame a tu amigo.
—Mamá, este es Peter
Lanzani.
Se me había olvidado
decirle que ella no le iba a estrechar la mano, así que él se la tendió, aunque
solo durante un par de segundos, no tanto tiempo como para que resultara
embarazoso. El marido de mi madre,
Chaim, salió de
la cocina con
la consabida camisa
blanca, la tripa
abultada y los
flecos de su tzitzit colgando por debajo de la
tripa. Le estrechó la mano a Peter y evitó la mía.
—Lali ha traído a un amigo
para presentárnoslo, Chaim —dijo mi madre, con una gran sonrisa—. Tienen hambre,
¿no? Vengan. Acabamos de terminar el Havdalah. Tengo ternera, challah…
Durante mi
infancia y adolescencia,
las cenas favoritas
de mi madre
eran comida para
llevar del McDonald’s, pero después,
ella se había convertido en el epítome del ama de casa. Una vez me dijo que cocinar las
comidas de su infancia le
recordaba el lugar
del que procedía.
Parecía que solo
se lo recordaba cocinar,
y no comer,
porque Chaim había
engordado mucho desde
la última vez
que yo lo había visto, pero mi madre seguía menuda
como un pajarito.
—Solo hemos pasado a
saludar…
—Tonterías —dijo
Chaim, con su voz grave
y resonante—. Se quedan a cenar. Así pueden
contarnos lo que han estado haciendo últimamente.
Tal vez Chaim no
pretendiera hacer que yo me sintiera culpable por no visitarlos tanto como
debiera, pero yo creo que sí. Según él, todo lo que había ocurrido entre mi
madre y yo era culpa mía. «Honra a tu padre y a tu madre», y todo eso. No
parecía que el hecho de que él no fuera mi padre tuviera importancia.
—Yo podría cenar perfectamente
—dijo Peter, olisqueando el aire—. Huele muy bien, señora…
Me miró, y yo le di la
respuesta.
—Kaplan.
A mi
madre se le
dibujó una sonrisa
resplandeciente en la
cara, y se
encaminó hacia la
cocina, indicándonos que la siguiéramos.
—¡Vengan, vengan!
Tenían visita. Era una
familia que yo no conocía, una pareja joven. La mujer llevaba el pelo cubierto con una redecilla de
ganchillo, y llevaba una ropa que no permitía ver ni un solo centímetro de su
piel. El hombre llevaba una camisa blanca y unos pantalones negros como los de
Chaim. Tenía una barba oscura y cerrada, y le colgaban dos tirabuzones de las
patillas. Su bebé estaba durmiendo en un carrito, y había un niño de unos dos
años apilando piezas de madera de juguete en el suelo.
—Tovi, Reuben, esta es mi
hija, Lali, y su amigo, Peter.
Reuben abrió
unos ojos como
platos. ¿Fue porque
llevaba una camiseta
negra ajustada, con
una calavera blanca en la pechera? ¿O fue por el color de mi piel o de
mi pelo? O tal vez fuera porque Peter me tomó posesivamente de la mano, y
ninguno de los dos llevaba alianza.
—Me alegro de conoceros
—dijo Tovi con claridad. Su marido reaccionó entonces y saludó con un movimiento
de la cabeza.
—Siéntense, siéntense —dijo
mi madre, mientras ponía platos y cubiertos para nosotros en la mesa.
No comimos
en silencio. Yo no conocía
a la gente
de la que
hablaron, pero mi
madre intentó incluirme en
la conversación tan a menudo
como pudo. Y
a Peter también. A
mí me resultó
muy interesante ver
que se comportaba
muy bien, que
limitaba sus flirteos
conmigo y que
hablaba con un lenguaje muy correcto y respetuoso.
Lo estaba haciendo por mí,
y al pensarlo, sentí un cosquilleo cálido por el cuerpo. Me resultaba más fácil comportarme
bien, porque no
quería hacerle pasar
vergüenza con mi
drama familiar. Además, me alegraba de poder comer en la mesa de mi
madre y no terminar en medio de un silencio frío, o gritando.
Era agradable sentirme de
nuevo parte de su familia.
—Bueno, háblame
de ese chico
—me dijo mi
madre, mientras la
ayudaba a recoger
la mesa. Sus invitados se habían ido ya, Peter se
había excusado para ir al baño y Chaim se había sentado frente a la
pequeña televisión
de la sala de estar
con el mando
a distancia en
la mano—. ¿Cuánto
tiempo llevaban juntos?
Si no me fijaba en sus
medias gruesas, en la falda larga ni en la peluca que cubría su cabello, al
oírla hablar así
yo podía engañarme
pensando que las
cosas no habían
cambiado. Era lo
mismo que me preguntaba siempre
en mi época
del instituto, cuando
llegaba a casa
después de haber
tenido una cita. Ella
siempre tenía ganas
de saber cómo
me había ido.
Me estaba hablando
como siempre me
había hablado mi madre,
y yo quería
responderle como siempre
había respondido. Sin
embargo, habían sucedido muchas
cosas, y yo me sentía muy cautelosa.
—Lo conocí en diciembre
—respondí.
Mi madre abrió uno de los
dos lavaplatos que había bajo la encimera y metió un plato.
—Usa este, que es fleishig.
El otro es milchig.
Uno para la carne y el otro
para los lácteos. Lo mismo que sus platos, los cubiertos, las cazuelas y las sartenes.
La madre que me había criado se habría reído de aquellas exageraciones, pero
ahora se sentía orgullosa de ser
tan frum, tan observante
de las normas.
Se aseguraba de
que no se
mezclaran ni una molécula
de carne y
leche, ni por
accidente, ni en
el lavaplatos, como
si aquello fuera
a enviarla directamente al Cielo.
—En diciembre —dijo,
después de una pausa.
La vi contar los meses que
yo había pasado con aquella persona antes de que ella lo supiera. Antes, yo la
habría llamado por teléfono en cuanto Peter me hubiera besado. Sin embargo,
ahora pasaban meses sin que habláramos, y el hombre a quien yo había llevado a
su casa era algo más que un amigo.
—Bueno —dijo ella, al ver
que yo no decía nada—. Parece muy agradable.
Peter apareció en la puerta
de la cocina.
—¿Puedo ayudar en algo?
Mi madre se dio la vuelta sobresaltada
con aquella intrusión masculina en aquellos dominios femeninos.
—Oh… No, gracias, Peter.
Vamos, ve al salón y ponte cómodo.
¿Dejarlo solo hablando con
Chaim, que era agradable, pero que no iba a tener ni idea de qué hablar con
aquel muchacho gentil? No, no quería eso para Peter. Me sequé las manos con un
trapo y di un paso hacia él.
—En realidad, mamá, creo
que vamos a marcharnos. Tenemos un buen trecho para llegar a casa, y es tarde.
Ella se volvió.
—Ah, ¿tienes que levantarte
mañana temprano? ¿Vas a la iglesia?
Yo suspiré.
—No, mamá. Es por trabajo.
En su cara se reflejaron
varias emociones, aunque ella tenía una sonrisa forzada en los labios. No le agradaba
que me marchara tan pronto, pero no podía disimular la satisfacción que le
causaba el hecho de saber que no iba a ir a misa por la mañana. Que ella
supiera, yo podía estar yendo a misa tres veces a la semana; yo podía haberle
dicho que había dejado de ir por completo, y tranquilizarla, pero había temas de
los que nunca hablábamos.
—Bueno, si tienen que irse,
tienen que irse —dijo con resignación, y se acercó a la bandeja de carne que
había en la isla de la cocina—. Deja que te ponga algunas sobras.
—No, mamá, de verdad…
Ella me interrumpió con una
mirada.
—Por favor. Aquí solo
estamos Chaim y yo, y no podemos comernos todo esto. Aunque lo congele, tendría
para diez. Esa Tovi come como un pajarito, y su marido no es mucho mejor.
Peter se dio unas
palmaditas en el estómago.
—Yo he hecho mi parte,
señora Kaplan. Espero que le haya parecido bien.
Ella se quedó sorprendida,
y después se echó a reír.
—Oh, sí, por supuesto que
sí. Lo has hecho muy bien, Peter, muy bien. Bueno, entonces tú sí quieres llevarte
algo de comida, ¿no?
—Sí —dijo él, aunque yo
estaba a punto de protestar—. Me encantaría llevarme un poco.
—Está bien —dije yo,
haciendo un gesto de rendición con las manos—. Son mayoría.
Mi madre me guiñó un ojo,
como hacía cuando era ella misma, cuando era como antes, y a mí se me formó un
nudo en la garganta.
—Sí, es verdad.
Me agarró
suavemente del brazo
en el patio,
mientras Peter guardaba en
el coche los
paquetes de comida que ella había
envuelto cuidadosamente en papel de aluminio.
—Es muy agradable, Marianita.
Yo miré a Peter.
—Sí, mamá. Es bueno.
—No es judío —dijo
melancólicamente. Alzó las manos antes de que yo pudiera responder—: Lo sé, lo
sé.
Yo fruncí el ceño y me
crucé de brazos.
—¿Sabes? No es que quiera
ser católica para hacerte daño.
—Sí, lo sé perfectamente.
—Y no es razonable que
esperes que solo salga con hombres judíos. Además de poco realista.
—¿Poco realista? ¿Por qué?
La tomé
de la mano
y entrelacé mis
dedos con los de ella.
Eran como las
rayas de un
tigre. Claro, oscuro, claro,
oscuro.
—Mamá. Vamos.
—Siempre te
he dicho que
el color de
tu piel no
tiene importancia, hija.
Lo que importa
es lo de dentro.
Yo la solté.
—Siempre y cuando sea igual
que tú por dentro, ¿no?
—Solo quiero lo mejor para
ti, Lali. Siempre lo he querido. Eres mi hija —dijo mi madre, y alargó la mano
de nuevo hacia mí; sin embargo, no me tocó—. A mí no me importa lo que haya
dentro.
—Sí, bueno… El caso es que
yo no estoy muy segura de lo que hay dentro.
—Bueno, entonces todavía
puedo tener esperanzas. No es poco realista, ni poco razonable.
Miré hacia su casa. Las
ventanas estaban iluminadas, y se oía débilmente la televisión.
—Tienes que dejar de
intentar encajarme en tu vida.
Ella frunció el ceño.
—Yo siempre intentaré
encajarte en tu vida.
Eso no
era cierto, y las dos
lo sabíamos, pero
seguramente, mi madre
había respondido sin
pensar bien lo que decía.
—Entonces, acepta mi parte
en ella, en vez de convertirla en algo que no es.
—¿Y qué es? —preguntó mi
madre. Solo me llega por la barbilla, pero tenía un aspecto tan fiero que yo di
un paso atrás.
—No lo sé —respondí
finalmente, justo cuando Peter cerraba el maletero.
A ella se le hundieron los
hombros.
—¿Nunca van a mejorar las
cosas entre nosotras?
—No lo sé, mamá. Lo siento.
Ella suspiró y cabeceó.
—No puedo evitar lo que
siento, Lali. Creo que lo que hiciste estuvo mal…
—Adiós.
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D
:/ que mala relacion que tienen
ResponderBorrarMmmaads
Si encantada con maraton de 5 capitulos
Masss
ResponderBorrarSiii hace la maraton
sí maratón Aunque ahora te soy sincera voy a podes emul una o dos veces por semana porque no tengo más promoción y me gasto todo el crédito en Internet sino pero voy a tratar de comentad Naara
ResponderBorrarSoy Maria amigaaa, esta nove tambien me encanta!!!!!
ResponderBorrarLa relacion con la madre es un poco extraña, parece como que estan bien pero en realidad no lo estan, y todo porque dio a su hija en adopcion ¿no? es su vida chee, ella tiene derecho a tomar sus decisioness! y Peter un tierno, que la apoya en todo.
Besos amiga me marcho que voy con un poco de prisasss
Novesdepeterylali.blogspot.com :)))
Oooo maaas
ResponderBorrarMARATONNNNNN
ResponderBorrarQue problema tiene la madre Con su religion... Amo A pitt pero todabia no lo entiendo jjksd QUEREMOA MAS CAP'★
ResponderBorrar