sábado, 11 de enero de 2014

Capítulo 31

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 31
—Tenías razón. Merecía la pena venir —dije, mirando por aquel enorme salón medio vacío.
Las otras veces que yo había ido al Festival del Chocolate, el recinto estaba abarrotado. En aquella
ocasión,  sin  embargo,  la  gente  pululaba  cómodamente  y  probaba  las  cosas  que  se  ofrecían  en  los cincuenta puestos que había alineados en diferentes pasillos.
Eran cosas ricas. No solo había galletas y tartas, sino dulces hechos por las diferentes pastelerías y
tiendas  de  gourmet  del  pueblo,  y  fuentes  de  chocolate  que  burbujeaba,  y  en  las  que  podías  mojar pedacitos de fruta. El champán era corriente, pero estaba muy frío, y los aperitivos eran buenos.
—Para ti, solo lo mejor —dijo Peter con galantería.
Yo  puse  los  ojos  en  blanco  con  resignación,  aunque  sus  palabras  fueron  más  dulces  que  ningún chocolate  que  hubiera  probado  en  aquella  feria.  Él  me  dedicó  una  sonrisa  y  me  estrechó  contra  sí mientras  caminábamos.  Los  dos  estábamos  resplandecientes  de  satisfacción  sexual.  Yo  me  había arrodillado delante de él en el vestíbulo de mi apartamento y había tomado su miembro en mi boca, y le había succionado con fuerza hasta que él llegó al clímax. El chocolate no podía borrarme el recuerdo de su sabor.
Y yo no quería que me lo borrara.
Tenía a Peter por todo mi cuerpo. Su olor, su esencia, todo. Él no tenía que tocarme para que yo lo sintiera.
Nos  miraron,  por  supuesto. Aunque  Estados  Unidos  hubiera  elegido  a  un  presidente  negro,  la  gente seguía  fijándose  en  el  color  de  la  piel.  No  parecía  que Peter se  diera  cuenta  de  ello,  pero  yo,  aunque había vivido toda mi vida con ello, seguía notándolo.
Pasamos por delante de varias tartas decoradas para el concurso. La gente admiraba las creaciones de  azúcar,  pasta  de  almendras  y fondant.  La  que  más  me  gustó  fue  una  tarta  que  reproducía  un  lago
helado;  el  hielo  estaba  hecho  de  caramelos  derretidos  y  la  nieve  de  azúcar  y  nubes.  Había  diminutas figuras de fondant patinando sobre el lago. Era un diseño sencillo si se comparaba con otras tartas, pero ejecutado con maestría.
Yo avancé por el pasillo sin dejar de mirar la tarta, y como no estaba prestando atención, me choqué contra Peter y le pisé porque él se había parado de repente.
—Ay —dijo suavemente, mirando la escena que había ante él.
Yo me eché a reír y me tapé la boca rápidamente.
—Perdón.
—Debe de haber un tema —dijo él, señalando con la cabeza las tres siguientes tartas—. Pero a mí me parece que no está bien comerse un trozo de la cara de Jesucristo.
Las tres tartas eran recreaciones de la cabeza de Jesús, con su consiguiente corona de espinas y con el semblante lleno de angustia. Les habían cortado pequeños pedazos, supongo que para que los jueces del concurso pudieran probarlas.
—¿Por qué iba a querer alguien encargar una tarta así? —pregunté yo, mientras las observaba.
Peter se rio.
—¿Tal vez para una Primera Comunión?
Me estremecí.

—No, gracias.
—¿Tú  la  hiciste?  —me  preguntó,  mientras  dejábamos  las  tartas  atrás  e  íbamos  hacia  el  centro  del salón, donde se exhibían los premios de la rifa y los objetos de la subasta.
—No, ¿y tú?
—Yo sí.
—Buen chico católico —bromeé—. ¿Y cuándo fue la última vez que te confesaste?
—Hace  mucho  tiempo.  Eh,  mira  esa  —dijo  él,  y  señaló  una  cesta  llena  de  marcos  de  fotos  y  otros artículos de fotografía—. ¿Quieres que pujemos por ella?
Yo miré la cesta. Estaba envuelta en papel de celofán y tenía una tarjeta.
—Ah, qué bien. Conozco a Scott Church. Fui a unas cuantas clases suyas.
Peter miró el contenido de la cesta.
—Una cámara digital. Yo debería comprarme una. Ah, un vale para una sesión fotográfica. Ja. Yo no necesito eso.
Me rodeó la cintura con un brazo y me atrajo hacia sí para darme un beso.
—Prefiero que me hagas tú las fotografías.
—Creo que eso podemos hacerlo muy bien.
—¿La?
Yo alcé la vista al oír mi nombre, justo cuando una pequeña figura se abrazaba a mis rodillas con un gritito. Riéndome, la separé de mí antes de que me tirara al suelo.
—Hola, Pippa. Ten cuidado. Hola, Devon.
Devon miró a Peter con curiosidad, y después le tendió la mano.
—Hola. Devon Jackson.
—Y yo soy Pippa —dijo la niña. Llevaba un vestido de volantes y una coleta con un lazo a juego—. Tengo un vestido muy bonito.
—Pues  claro  que  sí  —dijo Peter,  inclinándose  un  poco  para  admirarlo.  Después  se  incorporó  y  se presentó— Peter Lanzani.
—¿Dónde está Steven? —pregunté.
—En casa, con un resfriado. Me dijo que nos marcháramos de casa de una vez —contó Devon con una sonrisa—. Tengo amigos que trabajan en la Agencia de Adopción Nuevos Horizontes. Me pidieron que viniera al festival a encargarme un rato de la taquilla.
—Puedes hacer una tarjeta para el Día de San Valentín —dijo Pippa—. ¡Con purpurina, pegamento y lacitos!
—Tendremos que pasar por allí a verlo —le dije yo.
Ella miró a Peter con picardía.
—Tú puedes hacer una para Lali. Si es tu novia. ¿Es tu novia?
Peter me rodeó de nuevo la cintura con un brazo.
—Claro.
Pippa se echó a reír y se puso a bailar.
—¿Os besáis? ¿Os besáis? ¡Ja, ja! ¡Eso es divertido!
Devon también se rio, y agitó la cabeza mirándola.
—Pippa, vuelve a la taquilla y pon orden allí.

Pippa se lanzó a mis brazos riéndose, para que yo le diera un abrazo y un beso, y se marchó corriendo entre la gente.
La mirada de escrutinio de Devon hacia Peter no fue tan descarada como la de Pippa, pero yo me percaté.
Él observó la cesta.
—¿Vais a pujar por ella?
—Es por una buena causa. Sí, creo que sí —dijo Peter, y me apretó un poco la cadera con los dedos antes de alejarse—. Lali, voy a comprar unos tickets, ¿de acuerdo? Ahora mismo vuelvo.
—Te espero aquí —dije.
Lo vi alejarse, y me di cuenta de que algunas cabezas se giraban a mirarlo aunque yo no fuera de su brazo. Me volví hacia Devon, que tenía los labios fruncidos.
—¿Qué?
Él se rio y me frotó el hombro durante un instante.
—Chica,  no  te  enfades  conmigo.  Ese  hombre  ha  dicho  que  tú  eres  su  novia,  eso  es  todo. Y  te  mira como si pensara que eres más deliciosa que cualquiera de los dulces que hay en este salón. Y tú…
—¿Yo, qué? —le pregunté yo, en un tono glacial que no lo intimidó.
—Tenemos vínculos, ¿no? —Dijo él con preocupación—. Somos familia.
—Bueno, Peter y yo estamos saliendo juntos, nada más. Lo conocí hace un par de meses. Le he alquilado el apartamento.
—¿El de tu edificio? —me preguntó Devon, frunciendo el ceño.
—Sí.
Él soltó un silbido.
—Vaya. Entonces la cosa es seria.
—Eso no lo sé.
Él  se  giró  para  mirar  hacia  la  taquilla  de  los  tickets,  donde  Peter  estaba  dejando  embobada  a  la voluntaria encargada en ese momento.
—Pues parece que él sí.
Antes de que yo pudiera contestar, Peter se encaminó hacia nosotros con una ristra de tickets.
—He comprado para los dos —me dijo, cuando llegó a mi lado.
Devon asintió.
—Bueno, me marcho a la taquilla antes de que Pippa haga todas las tarjetas de San Valentín y no deje para nadie más. Nos vemos en otro momento. La, llámame, ¿de acuerdo?
—Sí, te llamaré.
Cuando Devon se alejó, Peter me entregó los tickets.
—¿Qué quieres intentar ganar?
Yo terminé repartiendo mis tickets por todas las cestas, mientras que Peter puso todos los suyos en la cesta de fotografía.
—No tengo cámara —dijo él, cuando me reí de su elección—. Necesito una.
—Pues cómpratela. No puedo creer que no tengas una.
Él se encogió de hombros.
—Tenía una, pero no era digital. Se me rompió hace mucho, y después no volví a comprarme ninguna.

—Bueno, tal vez tengas suerte y ganes la cesta, entonces.
Él sonrió y me tomó de la mano.
—Se me ocurre una idea mejor.
Cuando ponía aquella cara, a mí me daban ganas de abalanzarme sobre él, pero me contuve, porque no estábamos a solas.
—¿Ah, sí?
—Tú puedes aconsejarme cuál comprar.
Yo me eché a reír.
—Eso es cierto. Está bien. ¿Cuándo quieres comprarla?
Él me llevó hacia la cola del guardarropa para que recogiéramos nuestros abrigos.
—Cuando quieras.
Me ayudó a ponerme la chaqueta, y se puso su chaquetón marinero, con el que estaba guapísimo. Lo miré mientras se enroscaba su larga bufanda de rayas. Tenía un estilo natural del que carecía la mayor parte de los hombres con los que yo había salido.
—¿Hoy mismo? —le pregunté, pensando en visitar Cullen’s Cameras. No había vuelto por la tienda desde hacía mucho tiempo, y allí siempre había algo que yo quería comprar.
—Claro. Vamos.
_______________

—Bueno, ¿y qué tipo de cámara andas buscando? ¿Una de enfocar y disparar, o algo más caro? —le pregunté, mientras dejaba el coche en el aparcamiento de la tienda de cámaras y apagaba el motor.
—Lo que tú me recomiendes —dijo Peter, sonriéndome—. Tú eres la experta.
—¿Cuánto dinero has pensado gastarte?
—El dinero no es problema.
—Vaya, eso debe de ser agradable —dije yo.
La sonrisa de Peter no se alteró, pero sus ojos se entrecerraron un poco.
—Sí —dijo.
—Bueno, entonces, vamos.
Entramos  en  Cullen’s  Cameras,  una  pequeña  tienda  metida  entre  las  viviendas  de  un  vecindario.
Nunca supe cómo mantenía Lyle Cullen aquel negocio, porque no hacía publicidad, y la tienda no estaba en  una  zona  comercial.  Sin  embargo,  la  familia  la  conservaba  desde  hacía  años,  y  yo  pensaba  que  se trataba más de un amor ciego por la fotografía que de una cuestión de dinero.
Peter  me  cedió  el  paso  con  caballerosidad,  y  cuando  entré,  percibí  el  olor  a  polvo  del  local,  y  el calor que irradiaban los viejos radiadores de hierro. También olía a los químicos del cuarto de revelado.
Peter estornudó.
Mi primera cámara la tuve a los tres años. Fue un regalo de cumpleaños; era grande y aparatosa, y tenía una pantalla que mostraba animales de granja cuando se apretaba el botón del flash. Nadie me dijo que no fuera algo real.
No  importaba.  Las  fotos  que  hacía  cuando  miraba  a  través  del  pequeño  visor  de  plástico  no  tenían que existir para que yo las viera. Recuerdo que hablé con mi abuelo de la dama con el vestido largo que había en un rincón; le pregunté si era un ángel. Mi abuelo solo vio el granero cuando miró. Y mi abuela y mis padres, y todos aquellos a quienes se lo pregunté. Después, cuando hubo otros juguetes con los que jugar, dejé de preguntar por ella. No la olvidé. Simplemente, continué adelante.
A lo largo de mi infancia, mis padres me regalaron algunas cámaras para niños, hasta que se dieron
cuenta  de  que  iba  en  serio  y  comenzaron  a  regalarme  cámaras  con  lentes  mejores.  Mi  padre  me  dio  su Nikon  de  los  años  setenta,  con  su  correa  para  colgar  del  cuello  de  color  naranja  y  marrón,  y  después descubrí varias cajas de carretes en el calcetín de Santa Claus, en Navidad.
La mejor cámara que tenía, la que todavía usaba, era una Nikon D80 que me había comprado con el primer  cheque  que  cobré  en  Foto  Folks.  Me  había  parecido  el  mejor  uso  que  podía  darle  al  dinero, aunque tuve que cancelar el contrato de los canales de televisión por cable durante unos meses. No eché de menos los programas de la tele, y sin embargo, usaba la cámara casi todos los días. Lo consideré un buen cambio.
—Lali,  hola  —dijo  Lyle  Cullen,  sonriéndome,  mientras  salía  del  cuarto  de  revelado. Apoyó  las manos sobre el mostrador de cristal en el que exhibía las cámaras, sobre un paño de terciopelo azul—. ¿Me presentas a tu amigo?
—Peter Lanzani  —dijo Peter, y le tendió la mano.
—¿Has venido por una cámara, Peter?
—Sí, señor. Exacto.
Lyle sonrió aún más.
—Bien, bien. Te voy a enseñar algunos modelos estupendos. Cuéntame un poco qué es lo que quieres hacer con ella.
Alex lo siguió a una vitrina que había en la pared, y yo escuché distraídamente las preguntas de Lyle acerca  de  lo  que  estaba  buscando.  El  resto  de  mi  atención  se  centró  en  la  Nikon  D3  expuesta  en  una vitrina individual y que brillaba como una joya. Lo que era, en mi opinión. Además, podía haber sido un rubí  o  un  diamante,  por  el  precio  que  tenía.  Yo  nunca  podría  permitírmela,  y  la  miré  con  melancolía mientras intentaba convencerme de que en realidad no iba a sacar mejores fotos con ella, y que siempre tendría miedo de romperla o perderla cuando la utilizara.
—¿Lali? —me preguntó Peter, mostrándome una sencilla cámara digital—. Es sumergible. Y filma vídeo.
Si Lyle se la había sugerido, eso significaba que era una buena elección. Lyle nunca intentaba vender algo que no conviniera al comprador. Asentí y me acerqué para mirarla.
—Está muy bien.
—El señor Cullen dice que es buena para llevársela a esquiar o a la playa —dijo Peter, y miró por el visor—. Sonríe.
Tengo costumbre de estar al otro lado de la lente, pero eso no significa que no sepa posar. Sonreí y me puse un dedo bajo la barbilla. Él se echó a reír y me mostró la foto que había sacado. No estaba mal.
—Me la llevo.
—Bien, bien. Voy a buscar una al almacén —dijo Lyle—. ¿Y tú, Lali? ¿Quieres algo hoy? ¿Tal vez esa D3?
Lyle sabía que yo deseaba aquella cámara, y también sabía que seguramente no podía permitírmela, pero siempre me lo preguntaba.
—Me estás tentando, Lyle. Pero hoy no.
—¿Qué es la D3? —preguntó Peter, cuando Lyle entró en la trastienda.

—Mira —dije, y se la mostré—. Es magnífica, ¿eh?
Él se mantuvo en silencio, demostrándome que no veía la diferencia entre la cámara de mis sueños y cualquier otra cámara. Después, respondió:
—Claro.
Yo me eché a reír.
—Es una buena cámara. La mejor de su gama. Y, claro, demasiado cara para mí.
—¿Cuánto cuesta?
—Demasiado —dije yo, mientras Lyle regresaba con la cámara de Peter en la mano.
Peter pagó la cámara, además de un montón de accesorios, una funda, una batería extra, un cargador para el coche y una tarjeta de memoria. Yo no pude evitar sentir algo de envidia al ver cómo gastaba el dinero,  como  si  no  fuera  nada.  Su  entusiasmo  resultaba  contagioso.  Empezó  a  sacar  fotos  en  cuanto salimos de la tienda.
Me colocó delante del coche, me pasó un brazo por los hombros y alejó la cámara para retratarnos a los dos. Se rio, al ver que se había cortado la parte superior de la cabeza. Después me fotografió sentada al volante, y se fotografió a sí mismo en el asiento del pasajero, y después fotografió accidentalmente su regazo.
—Otra  para  borrar  —dije,  cuando  me  la  enseñó—.  Vaya.  No  puedo  imaginarme  cómo  es  no  tener cámara.
—Yo no puedo imaginarte sin ella.
Cuando llegamos a casa, Peter ya había hecho más de cincuenta fotos, de mí, del coche, del paisaje.
De sí mismo. La mayoría eran borrosas y no valían, pero algunas eran buenas, y él se lo pasó muy bien.
Cuando llegamos a casa me acorraló contra el coche para sacarnos una foto en la que nos cortó a ambos la cabeza.
—Tal vez debería dejar que tú te encargues de esto —dijo.
—Ya mejorarás.
Fuimos hacia la puerta trasera tomados de la mano, y allí vimos un cubo de plástico que no estaba cuando nos habíamos marchado. Lo reconocí al instante porque estaba con Pablo cuando compró un set de cubos como aquel en Costco. Solté la mano de Peter y me agaché para tocarlo.
—¿Qué demonios?
Abrí la tapa. Un par de guantes y una bufanda. Mi cajita de tapones para los oídos. Una camiseta para dormir.  El  BalderDash,  el  juego  de  mesa  que  yo  había  llevado  para  jugar  en  Nochevieja.  Aparté  un paquete de galletas y sentí una punzada en el corazón.
Pablo me había enviado la foto que yo les había sacado a Teddy y a él. Aquello era horrible. Peor que horrible. Aunque hiciéramos las paces, aunque consiguiéramos superar aquello, él había estropeado el  regalo  que  yo  había  elegido  con  tanto  cuidado.  Nunca  podría  devolvérselo,  y  tampoco  iba  a  poder quedármelo  para  mí.  Siempre  me  recordaría  a  la  pelea.  Habría  sido  mejor  que  Pablo lo  tirara  a  la basura en vez de devolvérmelo.
Peter me apretó el hombro.
—¿Estás bien?
Yo negué con la cabeza.
Él suspiró y me abrazó.

—Es un cretino. No permitas que te haga esto.
Ni  las  palabras  suaves  ni  los  besos  pudieron  cambiar  lo  que  sentía.  Tomé  el  cubo  y  lo  tiré  al contenedor de basura que había en la acera. Peter me observó en silencio.
—Vamos dentro —le dije, zanjando el tema.

__________________________________
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar 
ESTE CAPÍTULO SE LOS DEDICO A: 
http://abetterworldlaliter.blogspot.com.ar/ que se traumo con leer mas :P
- y a Nara que siempre está ahí firmando :) gracias
Espero que les guste la novela! :D 

7 comentarios:

  1. que pesado pablo ¬¬
    mmasss me encantaaaa¡¡¡


    http://mimundolaliter-adaptaciones.blogspot.com/2014/01/capitulo9.html SUBI

    ResponderBorrar
  2. Infnatil k es Pablo .
    Jajaja,me encanta la fotografía ,me sentí identificada con Peter ,y sus ansias d hacer fotos a todo.

    ResponderBorrar
  3. definitivamente no soporto a pablo que le pasa? Me encanta peter y estoy empezando a entenderlo lo que me cuesta un poco es ver la relación de lali y pipa... Bueno vamos a ver que pasa con ellas también... Gracias por el capítulo! Te banco siempre =) besos Naara

    ResponderBorrar
  4. Subii mas y en el otro tambien por fa

    ResponderBorrar

Amor y Paz :D
Si te gusta comenta y sino tambien :D