Capitulo 31
—Tenías razón. Merecía la
pena venir —dije, mirando por aquel enorme salón medio vacío.
Las otras veces que yo
había ido al Festival del Chocolate, el recinto estaba abarrotado. En aquella
ocasión, sin
embargo, la gente
pululaba cómodamente y
probaba las cosas
que se ofrecían
en los cincuenta puestos que
había alineados en diferentes pasillos.
Eran cosas ricas. No solo
había galletas y tartas, sino dulces hechos por las diferentes pastelerías y
tiendas de
gourmet del pueblo,
y fuentes de
chocolate que burbujeaba,
y en las
que podías mojar pedacitos de fruta. El champán era
corriente, pero estaba muy frío, y los aperitivos eran buenos.
—Para ti, solo lo mejor —dijo
Peter con galantería.
Yo puse
los ojos en
blanco con resignación,
aunque sus palabras
fueron más dulces
que ningún chocolate que
hubiera probado en
aquella feria. Él
me dedicó una
sonrisa y me
estrechó contra sí mientras
caminábamos. Los dos
estábamos resplandecientes de
satisfacción sexual. Yo me había arrodillado delante de él en el
vestíbulo de mi apartamento y había tomado su miembro en mi boca, y le había
succionado con fuerza hasta que él llegó al clímax. El chocolate no podía
borrarme el recuerdo de su sabor.
Y yo no quería que me lo
borrara.
Tenía a Peter por todo mi
cuerpo. Su olor, su esencia, todo. Él no tenía que tocarme para que yo lo sintiera.
Nos miraron,
por supuesto. Aunque Estados
Unidos hubiera elegido
a un presidente
negro, la gente seguía
fijándose en el
color de la
piel. No parecía
que Peter se diera cuenta
de ello, pero
yo, aunque había vivido toda mi
vida con ello, seguía notándolo.
Pasamos por delante de
varias tartas decoradas para el concurso. La gente admiraba las creaciones de azúcar,
pasta de almendras
y fondant. La que
más me gustó
fue una tarta
que reproducía un
lago
helado; el
hielo estaba hecho
de caramelos derretidos
y la nieve
de azúcar y
nubes. Había diminutas figuras de fondant patinando
sobre el lago. Era un diseño sencillo si se comparaba con otras tartas, pero ejecutado
con maestría.
Yo avancé por el pasillo
sin dejar de mirar la tarta, y como no estaba prestando atención, me choqué
contra Peter y le pisé porque él se había parado de repente.
—Ay —dijo suavemente,
mirando la escena que había ante él.
Yo me eché a reír y me tapé
la boca rápidamente.
—Perdón.
—Debe de haber un tema
—dijo él, señalando con la cabeza las tres siguientes tartas—. Pero a mí me parece
que no está bien comerse un trozo de la cara de Jesucristo.
Las tres tartas eran
recreaciones de la cabeza de Jesús, con su consiguiente corona de espinas y con
el semblante lleno de angustia. Les habían cortado pequeños pedazos, supongo
que para que los jueces del concurso pudieran probarlas.
—¿Por qué iba a querer
alguien encargar una tarta así? —pregunté yo, mientras las observaba.
Peter se rio.
—¿Tal vez para una Primera
Comunión?
Me estremecí.
—No, gracias.
—¿Tú la
hiciste? —me preguntó,
mientras dejábamos las
tartas atrás e
íbamos hacia el
centro del salón, donde se
exhibían los premios de la rifa y los objetos de la subasta.
—No, ¿y tú?
—Yo sí.
—Buen chico católico
—bromeé—. ¿Y cuándo fue la última vez que te confesaste?
—Hace mucho
tiempo. Eh, mira
esa —dijo él,
y señaló una
cesta llena de
marcos de fotos
y otros artículos de fotografía—.
¿Quieres que pujemos por ella?
Yo miré la cesta. Estaba
envuelta en papel de celofán y tenía una tarjeta.
—Ah, qué bien. Conozco a
Scott Church. Fui a unas cuantas clases suyas.
Peter miró el contenido de
la cesta.
—Una cámara digital. Yo
debería comprarme una. Ah, un vale para una sesión fotográfica. Ja. Yo no necesito
eso.
Me rodeó la cintura con un
brazo y me atrajo hacia sí para darme un beso.
—Prefiero que me hagas tú
las fotografías.
—Creo que eso podemos
hacerlo muy bien.
—¿La?
Yo alcé la vista al oír mi
nombre, justo cuando una pequeña figura se abrazaba a mis rodillas con un gritito.
Riéndome, la separé de mí antes de que me tirara al suelo.
—Hola, Pippa. Ten cuidado.
Hola, Devon.
Devon miró a Peter con
curiosidad, y después le tendió la mano.
—Hola. Devon Jackson.
—Y yo soy Pippa —dijo la
niña. Llevaba un vestido de volantes y una coleta con un lazo a juego—. Tengo
un vestido muy bonito.
—Pues claro
que sí —dijo Peter,
inclinándose un poco
para admirarlo. Después
se incorporó y se
presentó— Peter Lanzani.
—¿Dónde está Steven?
—pregunté.
—En casa, con un resfriado.
Me dijo que nos marcháramos de casa de una vez —contó Devon con una sonrisa—.
Tengo amigos que trabajan en la Agencia de Adopción Nuevos Horizontes. Me
pidieron que viniera al festival a encargarme un rato de la taquilla.
—Puedes hacer una tarjeta
para el Día de San Valentín —dijo Pippa—. ¡Con purpurina, pegamento y lacitos!
—Tendremos que pasar por
allí a verlo —le dije yo.
Ella miró a Peter con
picardía.
—Tú puedes hacer una para Lali.
Si es tu novia. ¿Es tu novia?
Peter me rodeó de nuevo la
cintura con un brazo.
—Claro.
Pippa se echó a reír y se
puso a bailar.
—¿Os besáis? ¿Os besáis?
¡Ja, ja! ¡Eso es divertido!
Devon también se rio, y
agitó la cabeza mirándola.
—Pippa, vuelve a la
taquilla y pon orden allí.
Pippa se lanzó a mis brazos
riéndose, para que yo le diera un abrazo y un beso, y se marchó corriendo entre
la gente.
La mirada de escrutinio de
Devon hacia Peter no fue tan descarada como la de Pippa, pero yo me percaté.
Él observó la cesta.
—¿Vais a pujar por ella?
—Es por una buena causa.
Sí, creo que sí —dijo Peter, y me apretó un poco la cadera con los dedos antes
de alejarse—. Lali, voy a comprar unos tickets, ¿de acuerdo? Ahora mismo
vuelvo.
—Te espero aquí —dije.
Lo vi alejarse, y me di
cuenta de que algunas cabezas se giraban a mirarlo aunque yo no fuera de su brazo.
Me volví hacia Devon, que tenía los labios fruncidos.
—¿Qué?
Él se rio y me frotó el
hombro durante un instante.
—Chica, no
te enfades conmigo.
Ese hombre ha
dicho que tú
eres su novia,
eso es todo. Y
te mira como si pensara que eres
más deliciosa que cualquiera de los dulces que hay en este salón. Y tú…
—¿Yo, qué? —le pregunté yo,
en un tono glacial que no lo intimidó.
—Tenemos vínculos, ¿no? —Dijo
él con preocupación—. Somos familia.
—Bueno, Peter y yo estamos
saliendo juntos, nada más. Lo conocí hace un par de meses. Le he alquilado el
apartamento.
—¿El de tu edificio? —me
preguntó Devon, frunciendo el ceño.
—Sí.
Él soltó un silbido.
—Vaya. Entonces la cosa es
seria.
—Eso no lo sé.
Él se
giró para mirar
hacia la taquilla de
los tickets, donde
Peter estaba dejando
embobada a la voluntaria encargada en ese momento.
—Pues parece que él sí.
Antes de que yo pudiera
contestar, Peter se encaminó hacia nosotros con una ristra de tickets.
—He comprado para los dos
—me dijo, cuando llegó a mi lado.
Devon asintió.
—Bueno, me marcho a la
taquilla antes de que Pippa haga todas las tarjetas de San Valentín y no deje para
nadie más. Nos vemos en otro momento. La, llámame, ¿de acuerdo?
—Sí, te llamaré.
Cuando Devon se alejó, Peter
me entregó los tickets.
—¿Qué quieres intentar
ganar?
Yo terminé repartiendo mis
tickets por todas las cestas, mientras que Peter puso todos los suyos en la cesta
de fotografía.
—No tengo cámara —dijo él,
cuando me reí de su elección—. Necesito una.
—Pues cómpratela. No puedo
creer que no tengas una.
Él se encogió de hombros.
—Tenía una, pero no era
digital. Se me rompió hace mucho, y después no volví a comprarme ninguna.
—Bueno, tal vez tengas
suerte y ganes la cesta, entonces.
Él sonrió y me tomó de la
mano.
—Se me ocurre una idea
mejor.
Cuando ponía aquella cara,
a mí me daban ganas de abalanzarme sobre él, pero me contuve, porque no
estábamos a solas.
—¿Ah, sí?
—Tú puedes aconsejarme cuál
comprar.
Yo me eché a reír.
—Eso es cierto. Está bien.
¿Cuándo quieres comprarla?
Él me llevó hacia la cola
del guardarropa para que recogiéramos nuestros abrigos.
—Cuando quieras.
Me ayudó a ponerme la
chaqueta, y se puso su chaquetón marinero, con el que estaba guapísimo. Lo miré
mientras se enroscaba su larga bufanda de rayas. Tenía un estilo natural del
que carecía la mayor parte de los hombres con los que yo había salido.
—¿Hoy mismo? —le pregunté,
pensando en visitar Cullen’s Cameras. No había vuelto por la tienda desde hacía
mucho tiempo, y allí siempre había algo que yo quería comprar.
—Claro. Vamos.
_______________
—Bueno, ¿y qué tipo de
cámara andas buscando? ¿Una de enfocar y disparar, o algo más caro? —le pregunté,
mientras dejaba el coche en el aparcamiento de la tienda de cámaras y apagaba
el motor.
—Lo que tú me recomiendes
—dijo Peter, sonriéndome—. Tú eres la experta.
—¿Cuánto dinero has pensado
gastarte?
—El dinero no es problema.
—Vaya, eso debe de ser
agradable —dije yo.
La sonrisa de Peter no se
alteró, pero sus ojos se entrecerraron un poco.
—Sí —dijo.
—Bueno, entonces, vamos.
Entramos en
Cullen’s Cameras, una
pequeña tienda metida
entre las viviendas
de un vecindario.
Nunca supe cómo mantenía
Lyle Cullen aquel negocio, porque no hacía publicidad, y la tienda no estaba en una
zona comercial. Sin
embargo, la familia
la conservaba desde
hacía años, y
yo pensaba que se
trataba más de un amor ciego por la fotografía que de una cuestión de dinero.
Peter me
cedió el paso
con caballerosidad, y
cuando entré, percibí
el olor a
polvo del local,
y el calor que irradiaban los
viejos radiadores de hierro. También olía a los químicos del cuarto de
revelado.
Peter estornudó.
Mi primera cámara la tuve a
los tres años. Fue un regalo de cumpleaños; era grande y aparatosa, y tenía una
pantalla que mostraba animales de granja cuando se apretaba el botón del flash.
Nadie me dijo que no fuera algo real.
No importaba.
Las fotos que
hacía cuando miraba
a través del
pequeño visor de
plástico no tenían que existir para que yo las viera.
Recuerdo que hablé con mi abuelo de la dama con el vestido largo que había en
un rincón; le pregunté si era un ángel. Mi abuelo solo vio el granero cuando
miró. Y mi abuela y mis padres, y todos aquellos a quienes se lo pregunté.
Después, cuando hubo otros juguetes con los que jugar, dejé de preguntar
por ella. No la olvidé. Simplemente, continué adelante.
A lo largo de mi infancia,
mis padres me regalaron algunas cámaras para niños, hasta que se dieron
cuenta de
que iba en
serio y comenzaron
a regalarme cámaras
con lentes mejores.
Mi padre me
dio su Nikon de
los años setenta,
con su correa
para colgar del
cuello de color
naranja y marrón,
y después descubrí varias cajas
de carretes en el calcetín de Santa Claus, en Navidad.
La mejor cámara que tenía,
la que todavía usaba, era una Nikon D80 que me había comprado con el primer cheque
que cobré en
Foto Folks. Me había
parecido el mejor
uso que podía
darle al dinero, aunque tuve que cancelar el contrato
de los canales de televisión por cable durante unos meses. No eché de menos los
programas de la tele, y sin embargo, usaba la cámara casi todos los días. Lo
consideré un buen cambio.
—Lali, hola
—dijo Lyle Cullen,
sonriéndome, mientras salía
del cuarto de
revelado. Apoyó las manos sobre
el mostrador de cristal en el que exhibía las cámaras, sobre un paño de
terciopelo azul—. ¿Me presentas a tu amigo?
—Peter Lanzani —dijo Peter, y le tendió la mano.
—¿Has venido por una
cámara, Peter?
—Sí, señor. Exacto.
Lyle sonrió aún más.
—Bien, bien. Te voy a
enseñar algunos modelos estupendos. Cuéntame un poco qué es lo que quieres hacer
con ella.
Alex lo siguió a una
vitrina que había en la pared, y yo escuché distraídamente las preguntas de
Lyle acerca de lo
que estaba buscando.
El resto de
mi atención se
centró en la
Nikon D3 expuesta
en una vitrina individual y que
brillaba como una joya. Lo que era, en mi opinión. Además, podía haber sido un rubí o
un diamante, por
el precio que
tenía. Yo nunca
podría permitírmela, y
la miré con
melancolía mientras intentaba convencerme de que en realidad no iba a
sacar mejores fotos con ella, y que siempre tendría miedo de romperla o
perderla cuando la utilizara.
—¿Lali? —me preguntó Peter,
mostrándome una sencilla cámara digital—. Es sumergible. Y filma vídeo.
Si Lyle se la había
sugerido, eso significaba que era una buena elección. Lyle nunca intentaba
vender algo que no conviniera al comprador. Asentí y me acerqué para mirarla.
—Está muy bien.
—El señor Cullen dice que
es buena para llevársela a esquiar o a la playa —dijo Peter, y miró por el visor—.
Sonríe.
Tengo costumbre de estar al
otro lado de la lente, pero eso no significa que no sepa posar. Sonreí y me
puse un dedo bajo la barbilla. Él se echó a reír y me mostró la foto que había
sacado. No estaba mal.
—Me la llevo.
—Bien, bien. Voy a buscar
una al almacén —dijo Lyle—. ¿Y tú, Lali? ¿Quieres algo hoy? ¿Tal vez esa D3?
Lyle sabía que yo deseaba
aquella cámara, y también sabía que seguramente no podía permitírmela, pero
siempre me lo preguntaba.
—Me estás tentando, Lyle.
Pero hoy no.
—¿Qué es la D3? —preguntó
Peter, cuando Lyle entró en la trastienda.
—Mira —dije, y se la
mostré—. Es magnífica, ¿eh?
Él se mantuvo en silencio,
demostrándome que no veía la diferencia entre la cámara de mis sueños y cualquier
otra cámara. Después, respondió:
—Claro.
Yo me eché a reír.
—Es una buena cámara. La
mejor de su gama. Y, claro, demasiado cara para mí.
—¿Cuánto cuesta?
—Demasiado —dije yo,
mientras Lyle regresaba con la cámara de Peter en la mano.
Peter pagó la cámara,
además de un montón de accesorios, una funda, una batería extra, un cargador para
el coche y una tarjeta de memoria. Yo no pude evitar sentir algo de envidia al
ver cómo gastaba el dinero, como si
no fuera nada.
Su entusiasmo resultaba
contagioso. Empezó a
sacar fotos en
cuanto salimos de la tienda.
Me colocó delante del
coche, me pasó un brazo por los hombros y alejó la cámara para retratarnos a los
dos. Se rio, al ver que se había cortado la parte superior de la cabeza.
Después me fotografió sentada al volante, y se fotografió a sí mismo en el
asiento del pasajero, y después fotografió accidentalmente su regazo.
—Otra para
borrar —dije, cuando
me la enseñó—.
Vaya. No puedo
imaginarme cómo es
no tener cámara.
—Yo no puedo imaginarte sin
ella.
Cuando llegamos a casa,
Peter ya había hecho más de cincuenta fotos, de mí, del coche, del paisaje.
De sí mismo. La mayoría
eran borrosas y no valían, pero algunas eran buenas, y él se lo pasó muy bien.
Cuando llegamos a casa me
acorraló contra el coche para sacarnos una foto en la que nos cortó a ambos la
cabeza.
—Tal vez debería dejar que
tú te encargues de esto —dijo.
—Ya mejorarás.
Fuimos hacia la puerta
trasera tomados de la mano, y allí vimos un cubo de plástico que no estaba cuando
nos habíamos marchado. Lo reconocí al instante porque estaba con Pablo cuando
compró un set de cubos como aquel en Costco. Solté la mano de Peter y me
agaché para tocarlo.
—¿Qué demonios?
Abrí la tapa. Un par de
guantes y una bufanda. Mi cajita de tapones para los oídos. Una camiseta para dormir. El
BalderDash, el juego
de mesa que
yo había llevado
para jugar en
Nochevieja. Aparté un paquete de galletas y sentí una punzada en
el corazón.
Pablo me había enviado la
foto que yo les había sacado a Teddy y a él. Aquello era horrible. Peor que
horrible. Aunque hiciéramos las paces, aunque consiguiéramos superar aquello,
él había estropeado el regalo que
yo había elegido
con tanto cuidado.
Nunca podría devolvérselo,
y tampoco iba a poder quedármelo para
mí. Siempre me
recordaría a la pelea. Habría
sido mejor que
Pablo lo tirara a la basura
en vez de devolvérmelo.
Peter me apretó el hombro.
—¿Estás bien?
Yo negué con la cabeza.
Él suspiró y me abrazó.
—Es un cretino. No permitas
que te haga esto.
Ni las
palabras suaves ni
los besos pudieron
cambiar lo que
sentía. Tomé el
cubo y lo
tiré al contenedor de basura que
había en la acera. Peter me observó en silencio.
—Vamos dentro —le dije,
zanjando el tema.
Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar
ESTE CAPÍTULO SE LOS DEDICO A:
- http://abetterworldlaliter.blogspot.com.ar/ que se traumo con leer mas :P
- y a Nara que siempre está ahí firmando :) gracias
Espero que les guste la novela! :D
Ufff odio a pablooo maass
ResponderBorrarque pesado pablo ¬¬
ResponderBorrarmmasss me encantaaaa¡¡¡
http://mimundolaliter-adaptaciones.blogspot.com/2014/01/capitulo9.html SUBI
Infnatil k es Pablo .
ResponderBorrarJajaja,me encanta la fotografía ,me sentí identificada con Peter ,y sus ansias d hacer fotos a todo.
Massss
ResponderBorrardefinitivamente no soporto a pablo que le pasa? Me encanta peter y estoy empezando a entenderlo lo que me cuesta un poco es ver la relación de lali y pipa... Bueno vamos a ver que pasa con ellas también... Gracias por el capítulo! Te banco siempre =) besos Naara
ResponderBorrarNOVELA!!!
ResponderBorrarSubii mas y en el otro tambien por fa
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