lunes, 24 de febrero de 2014

Capítulo 52

ULTIMOS 2 CAPÍTULOS (sin contar el de hoy jajaja)
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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 52
La mañana del lunes, el Memorial Day, amaneció soleada y cálida. Al despertarme, oí de nuevo el agua  correr  en  el  baño,  pero  en  aquella  ocasión, Peter salió  a  la  habitación  con  una  sonrisa.  Yo  me acurruqué en la cama. Nos habíamos quedado despiertos hasta muy tarde, haciendo las cosas que la gente suele hacer en las habitaciones de hotel, y haciendo algunas de aquellas cosas dos veces.
—¡Vamos, perezosa! —exclamó él, y apartó las sábanas, dejando mi cuerpo expuesto al frío del aire acondicionado.
—Cinco minutos más.
—Vamos, Lali. Nos vamos a perder la fiesta.
Aparté la almohada de mi cara y lo miré. Se había repeinado hacia atrás, se había afeitado y se había puesto colonia. Todavía tenía gotas de agua brillantes en las pestañas.
—Estás muy alegre para ser un tipo que ha dormido tan pocas horas.
Me besó, aunque yo mantuve los labios cerrados para contener mi aliento mañanero.
—Tú, por otra parte…
Le pellizqué un pezón, y se echó a reír mientras me agarraba de la muñeca.
—Ten cuidado con lo que dices.
—Amor mío, eres un ángel de la mañana.
Yo refunfuñé durante unos segundos más, y después me incorporé.
—Si me quisieras, me traerías un café de Starbucks a la cama.
Peter arqueó una ceja.
—¿De verdad?
—De verdad.
Entonces, él se inclinó hacia mí. Yo me vi reflejada en sus ojos grises.
—Vuelvo dentro de cinco minutos.
Sonreí.
—Así me gusta. Un servicio rápido.
Peter se echó a reír mientras se ponía unos vaqueros y una camiseta.
—Levanta el trasero de la cama, Lali.
Cuando él se marchó de la habitación, obedecí. Fui al baño y me di una ducha. Después me envolví en una toalla y me lavé los dientes, y, finalmente, mirándome al espejo entre una nube de vapor, tuve que admitir que estaba más nerviosa por la perspectiva de conocer a los amigos de Peter que la de conocer a su familia.
Al  salir  del  baño,  me  encontré  con  que  Peter  ya  había  vuelto,  con  un  par  de  cafés  y  un  par  de magdalenas grandes. También había sacado mi ropa y la había colocado sobre la cama; bragas, sujetador, vestido e incluso unas sandalias, que estaban en el suelo.
—¿Qué es esto? —le pregunté. Tomé el café y di un sorbito.
—Quiero que te pongas esto —dijo.
Yo observé el atuendo.
—Es un poco arreglado para una barbacoa.
—Pero estás tan buena con ese vestido…


Era un vestido de color azul claro con flores bordadas en rojo y en dorado. Tenía manga corta y me llegaba por las rodillas. Me lo había puesto muy pocas veces, pero me gustaba cómo me quedaba con el color de mi piel y mis ojos. También me gustaban las sandalias. Eran planas, de tiras. Yo había pensado en ponerme unos pantalones y una camisa.
—¿Estás seguro? —le pregunté—. No es una fiesta elegante, ¿no?
—Lo dudo, pero, ¿qué importa? Vas a estar preciosa.
—¿Es que quieres presumir de mí?
—Pues claro —respondió—. ¿Quién no iba a querer?
Me eché a reír y comencé a ponerme la ropa interior. Después me metí el cuello del vestido por la cabeza y noté que la tela suave me acariciaba la piel. Cuando giré sobre mí misma, la falda flotó en el aire.
—Maravillosa  —dijo  Peter,  como  si  estuviera  admirando  una  pintura  o  un  jarrón,  en  vez  de admirarme a mí. Lo miré fijamente, para hacerle una advertencia, pero él no se dio cuenta.
—¿Cuánto hace que no ves a tu amigo? —le pregunté, sin darle importancia, mientras pasaba al baño para maquillarme.
—Un par de años —dijo Peter. Se quitó la camiseta y sacó su camisa rosa de la maleta.
Yo lo vi a través de la puerta del baño, mientras me pintaba. Se atusó el pelo. Se puso la camisa. Se la abotonó, y después se desabrochó algunos botones. Eligió un cinturón, lo pasó por las trabillas de la cintura del pantalón y se abrochó la hebilla. Se metió la camisa por el pantalón.
Me dio la impresión de que él también estaba más nervioso por ir a ver a sus amigos que a su familia.
Yo  me  puse  aceite  perfumado  en  los  pequeños  rizos  de  las  sienes  y  me  recogí  el  pelo  en  un  moño suelto.  Me  pinté  los  ojos  y  me  apliqué  brillo  en  los  labios.  Cuando  terminé  de  arreglarme,  él  todavía estaba mirándose al espejo del armario de la habitación.
Me acerqué a él y lo agarré de los hombros para que se girara hacia mí. Lo miré a los ojos y lo besé, no  porque entendiera su nerviosismo, exactamente, sino porque  no  tenía  por  qué  conocer  sus  razones.
Solo tenía que saber apoyarlo.
Apoyó su frente en la mía y cerró los ojos. No dijimos nada. Cuando volvió a abrirlos, estaba mejor.
Me  abrazó  y  sentí  sus  brazos  fuertes  a  mi  alrededor,  como  si  nunca  pudiera  suceder  nada  malo  entre nosotros.
—Vamos —dijo.
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Los  Kinney  vivían  en  la  casa  más  pequeña  de  una  hilera  de  viviendas  enormes  y  caras  que  había frente al lago. Su pequeño jardín daba a la orilla del agua, y eso debía de ser muy agradable en verano.
Desde  allí  se  divisaba,  al  otro  lado  del  lago,  el  parque  de  atracciones.  Gran  parte  del  patio  estaba ocupado por una barbacoa excavada en el suelo, y en cuanto salí del coche percibí el olor a carne asada.
Y oí la música y las risas. Ruidos de fiesta. Sonidos de verano. De repente, sentí vergüenza por no llevar nada, ni siquiera unas pastas que podríamos haber comprado por el camino. Peter me aseguró que
no tenía importancia, pero yo necesitaba  algo  que  sujetar  entre  las  manos  mientras  él  me  guiaba  por  el camino  de  gravilla  hacia  una  cocina  alegre  y  brillante.  Se  me  había  olvidado  la  cámara,  y  eso  era suficiente prueba de lo nerviosa que estaba.
—Jamie, tío, ¡cuántas ganas tenía de verte!


Yo nunca había oído a Peter hablar con tanto cariño a alguien. El hombre que debía de ser Jamie se
giró  desde  la  isla  de  la  cocina,  donde  estaba  preparando  una  bandeja  de  hamburguesas.  Mi  primera impresión fue que era guapo, mucho más guapo que Peter. Tenía los ojos azules y las cejas más oscuras que su pelo rubio, y los rasgos de la cara perfectamente alineados. Mi segunda impresión fue que podían ser hermanos, por la forma en que sus caras, que eran bien distintas, adoptaban expresiones idénticas.
¿Y mi tercera impresión?
Que Jamie, el amigo de Peter, su mejor amigo desde el instituto, no me esperaba en absoluto.
No fue el color de mi piel, sino mi presencia, lo que le hizo dar un paso atrás. Su enorme sonrisa se transformó  en  una  mueca  tan  breve  que  desapareció  antes  de  que  yo  pudiera  analizarla.  Volvió  a acercarse al instante, como si nunca hubiera retrocedido por la impresión. Entonces, le tendió los brazos a Peter.
Yo  fui  como  una  voyeur  observando  su  abrazo,  que  duró  un  poco  demasiado,  y  que  se  interrumpió con  brusquedad.  Jamie  estaba  sonrojado  cuando  se  separaron,  dándose  palmadas  en  los  hombros  y puñetazos en los bíceps como si fueran adolescentes. Yo no podía ver los ojos de Peter.
—Esta  es Lali  —dijo  él,  tomándome  de  la  mano  para  acercarme—.  Mi  prometida  —me  pasó  el brazo por los hombros, y añadió—: Lali, este es Jamie, mi mejor amigo.
—Lali —dijo  Jamie  con  solemnidad—.  ¿Cómo  demonios  ha  conseguido  este  desgraciado engañarte para que le digas que sí?
Y entonces, todo fue bien, por lo menos a mi entender. Lo que hubiera pasado entre ellos quedó ahí.
Jamie  me  estrechó  la  mano  amablemente  y  volvió  a  darle  palmadas  en  el  hombro  a Peter,  mientras intercambiaban insultos afectuosos.
—Ha venido todo el mundo —dijo Jamie—. Vengan, vamos al jardín a saludar.
—¿Todo el mundo? —preguntó Peter.
Jamie se echó a reír y le dio otra palmada en el hombro.
—Sí, hasta mi madre. Procura darle un abrazo.
Peter me miró.
—Su madre me adora.
—Exacto.
Yo me reí.
—¿Cómo no lo va a adorar?
Jamie volvió a mirarme con solemnidad.
—Exacto —repitió—, ¿cómo no lo va a adorar?
Fuera, en el porche trasero, había pequeños grupos de invitados con platos de comida en la mano, que nos  saludaron.  Todos  conocían  a Peter.  Ninguno  se  quedó  tan  sorprendido  como  Jamie  de  que  yo estuviera allí, ni de que fuera la prometida de Peter. También me dio la impresión de que aquella gente conocía a Peter, pero no tan bien como Jamie.
—Allí  está  Anne  —dijo  Jamie,  desde  detrás  de  nosotros,  mientras  Peter y  yo  bajábamos  el  corto tramo de escaleras y pisábamos el patio—. Está chapoteando con Cam.
La mano de Peter se tensó dentro de la mía.
—Voy a presentarte a la mujer de Jamie.


Anne Kinney no estaba prestándole atención a nada más que a su hijo, que daba patadas y salpicaba en  la  orilla  del  lago.  Ella  llevaba  unos  pantalones  vaqueros  desgastados,  que  podían  haber  sido  de  su
marido,  remangados  hasta  la  mitad  de  la  pantorrilla,  y  sujetos  a  la  cintura  con  un  pañuelo  de  colores.
Tenía el pelo rojizo recogido en una trenza que le colgaba por la espalda, y su camisa de cuadros estaba húmeda por los chapoteos de su hijo.
—Ve  con  la  abuelita  —le  dijo  mientras  nos  acercábamos,  y  el  pequeño  echó  a  correr  en  dirección contraria, hacia una mujer mayor que llevaba un sombrero de ala ancha para protegerse del sol, y que le tendió los brazos.
—Anne.
Ella se giró lentamente al oír la voz de Peter, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y, cuando lo vio, sonrió.
—Hola, Peter.
Al contrario que su marido, Anne no se quedó sorprendida al conocerme. Se secó las manos en los pantalones y nos miró a Peter y a mí. Arqueó una ceja.
—Esta es Lali —dijo Peter—. Mi… Vamos a casarnos.
—Enhorabuena —dijo Anne.
Parecía  que  lo  decía  con  sinceridad.  No  hizo  ademán  de  abrazarlo,  como  había  hecho  Jamie.
Tampoco le tendió la mano. No tocó a Peter en absoluto.
—Lali  —me  dijo  amablemente—,  ¿te  ha  dado  mi  marido  algo  de  comer  o  de  beber?  ¿No?  Vaya anfitrión. Vamos, te pondré un plato antes de que la plaga de langostas a la que llama familia se lo coma todo.
Y con aquellas palabras, me tomó del codo y me llevó hacia la casa.
—No  te  preocupes  por Peter.  Estará  con  James  —dijo  con  resignación—.  Esos  dos  juntos  son  una fuerza de la naturaleza. Es mejor apartarse de su camino.
En la cocina, sacó de la nevera unas botellas frías de Coca Cola y me dio una. Ella abrió la suya y dio un sorbo. Yo hice lo mismo, en silencio. No había hablado demasiado.
—Ha sido muy agradable que Peter te trajera —dijo Anne en voz baja.
Fuera, la música seguía sonando y la fiesta continuaba. La gente se reía. Yo oí el ruido de un motor y el  llanto  de  un  niño.  Miré  por  las  ventanas,  que  daban  al  porche.  Veía  a Peter  y  a  Jamie  juntos,  en  la barandilla, con una cerveza cada uno. El viento le apartó el pelo a Peter de la cara. Se estaba riendo. ¿Lo había visto alguna vez riéndose así? ¿Lo había visto alguna vez inclinándose hacia otra persona como yo pensaba que solo se inclinaba hacia mí?
—¿Son amigos desde hace mucho tiempo? —le pregunté, por fin.

—Sí, desde el primer año de instituto —respondió Anne, y miró por la ventana también—. Son muy, muy amigos.
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-Alexandra Cuevas: La verdad que sí, no es muy agradable el padre de Peter jajajaja
-Angie: Hola! La verdad amo la palabra CABRON jajaja y a el le queda perfecto -.- yo tambien le hubiese pegado jajajaja es que es tentador pegarle por su comportamiento :P es cabrón!
-Vsyasabs_Laliter: Y si hay padres así -.- viste? así como que odian a sus hijos y a otras personas -.- yo odio a los padres con hijos gays y que odian a sus propios hijos por elegir diferente a ellos -.- CADA UNO ELIGE LO QUE QUIERE -.- jajajajajjaa los odio ahhh
-Anonimo: Gracias por tu comentario (corazoncitos) te dire así xq siempre pones corazones jajajaja disculpa que tarde en subir es solo que andube de vacaciones :P
-Chari: :O NUNCA TE VI TAN ENOJADA jajajaja y ame tus palabras parecen sacadas de diccionario como: distintas formas de llamar al padre de peter ahhhh jajajajajaja


Hola!! Soy Cielo de: http://casijuegosca.blogspot.com.ar/ Espero que les guste la novela! 

domingo, 16 de febrero de 2014

Capítulo 51

Holaa quedan 3 capítulos más :D
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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 51
Yo tuve ganas de levantarme y enseñarle el colgante que me había regalado mi madre, y proclamar
que  era  judía,  solo  para  comprobar  si  eso  le  enfadaba.  Sin  embargo,  le  vi  la  cara  a Peter.  Él  tenía  una expresión  de  ira,  y  me  di  cuenta  de  que  si  proclamaba  quién  era  yo,  lo  que  era  en  realidad,  solo conseguiría causarle problemas. Seguramente, John diría algo increíblemente grosero y, por la expresión de Peter, pensé que tal vez se levantara y le diera un puñetazo en mitad de la cara a su padre.
—El puré de patatas está delicioso, señora Lanzani —dije, con tanta serenidad como pude.
Hubo un suspiro de alivio colectivo, pero John no debió de darse cuenta. Siguió con su retahíla de quejas contra la sociedad, y en aquella ocasión añadió chistes sobre distintos grupos étnicos. Al menos, no  utilizó  palabras  desdeñosas  para  designar  las  razas,  y  menos  la  raza  negra,  aunque  creo  que  todos estábamos esperando lo peor. Finalmente, no fue un chiste sobre negros lo que originó la reacción más fuerte, sino un chiste sobre gais. Estábamos tomando tarta de manzana con helado de postre. John ya se había comido un buen pedazo y había comenzado con el segundo.
El primer chiste sobre homosexuales lo deslizó entre quejas sobre el precio de la gasolina y sobre los impuestos del tabaco. A la segunda, yo miré a Peter. Él tenía la vista fija en el plato, en el helado que se deshacía sobre la tarta intacta. Tenía el pelo sobre la frente, y yo no le veía los ojos.
Nadie se había reído de ninguno de los chistes, pero John continuaba. La tercera broma fue sobre el matrimonio homosexual. Entonces, yo respondí.
—A mí no me parece gracioso.
Se hizo un silencio  sepulcral,  salvo  por  el  gritito  de  la  señora  Lanzani. Yo  no  alcé  la  vista  para mirar a Peter. Seguí mirando al señor Lanzani a la cara.
Él me observó fijamente, mientras yo me preguntaba por quién estaba haciendo todos aquellos chistes. Sus ojos brillaban con una inteligencia oscura y desagradable. Pensaba que tenía derecho a sentir lo que sentía acerca de los negros, los homosexuales, los extranjeros y los inmigrantes. No se daba cuenta de que él era otro estereotipo más, como aquellos que estaba denigrando con su lamentable sentido del humor.
—Bueno, bueno —dijo por fin, con una sonrisa desdeñosa—. Supongo que a mí tampoco me parecen graciosos los mariquitas.
Y lo dejó así.
En casa de los Lanzani eran las mujeres las que limpiaban después de la cena, mientras los hombres se retiraban al sótano a ver la televisión. Peter se quedó en el salón hasta que una de sus hermanas lo echó.
—Vamos, vete —le dijo sin miramientos—. Queremos conocer a tu Lali.
—¿Estarás bien? —me susurró al oído mientras me besaba.
—Sí —le dije—. No te preocupes.
—Lo siento —me respondió.
Estaba derrotado, agotado y pálido. Apenas había comido.
Yo le acaricié la mejilla.
—Cariño, hay todo tipo de gente en el mundo, y algunos son idiotas.
Él sonrió al oírlo, y volvió a besarme.
—Te quiero.
—Ya lo sé —dije yo. Lo empujé suavemente hacia el sótano—. Ve a estar con tu padre.


—Como  si  me  apeteciera  —dijo  él  con  una  expresión  sombría.  Sin  embargo,  se  marchó  hacia  las escaleras.
Lejos de su marido, Jolene Lanzani demostró que tenía sentido del humor, aunque no contara muchos chistes. Tenía una risa agradable. Dejó que sus hijas la sentaran en una butaca a jugar con sus nietos mientras ellas terminaban de recoger y limpiar. Yo participé en la limpieza, y averigüé que, aunque las hermanas de Peter hubieran sido muy ligeras de cascos en el instituto, eran buenas madres y buenas hijas.
Y querían a su hermano. Me contaron muchas cosas de él. Me dijeron que Peter siempre las ayudaba cuando necesitaban algo; dinero, un consejo, un viaje en coche.  Él  se  había  ido  de  casa  cuando  eran pequeñas,  pero  todavía  seguía  siendo  parte  de  sus  vidas.  Sus  historias  encajaban  a  la  perfección  en  el retrato del hombre a quien yo quería, y al mismo tiempo, me mostraban otra imagen de él.
Me disculpé para ir al baño, el único de la casa, que estaba en el piso de arriba. Cuando salí, John estaba esperando. Me aparté para dejarle pasar, pero él me bloqueó el paso.
A mí se me aceleró el corazón, pero no quise que se diera cuenta de que me intimidaba.
—Disculpe.
—Entonces, ¿vas a casarte con nuestro hijo?
—Esos son nuestros planes. Sí.
—¿En una iglesia?
Yo miré al padre de Peter, cuyos ojos se habían clavado en el colgante de mi cuello.
—Todavía no lo hemos decidido.
Me recorrió de pies a cabeza con la mirada.
—¿Sabes? No puedo decir que me sorprenda que te haya elegido a ti, La. Eres muy guapa para ser negra. Yo también he probado a un par de negras durante mi vida, aunque no se lo digas a Jolene.
Yo sentí el sabor amargo de la bilis en la boca, pero mantuve la cabeza alta.
—Disculpe.
Él no se movió.
—¿Eres negra del todo?
—¿Cómo?
—Que  si  eres  negra  del  todo  —me  repitió  él,  como  si  yo  fuera  idiota  o  sorda—.  Te  lo  pregunto porque tienes rasgos blancos. Y no eres tan oscura, ¿sabes?
Entonces miré fijamente a aquel hombre.
—Quiero a su hijo, y su hijo me quiere a mí. No tiene nada que ver con el color de la piel, asqueroso racista. Y ahora, déjeme pasar antes de que le dé una patada en las pelotas.
John pestañeó, y después sonrió, pero siguió sin moverse.
—Malhablada, ¿eh?
Yo me acerqué a él.
—Apártese de mi camino.
Él señaló mi colgante con el dedo índice.
—Bueno, ¿van a casarse en la iglesia, sí o no?
Pasé junto a él sin responder. John me siguió escaleras abajo. Peter estaba riéndose con Tanya. Era el momento en que yo lo había visto más relajado desde que habíamos llegado. Me sonrió, pero la sonrisa se le borró de los labios rápidamente.


—No me des la espalda —me espetó John.
La habitación quedó en silencio. Seguro que todos habían oído aquel tono de voz más veces, a juzgar por  sus  reacciones.  Johanna  se  quedó  pálida,  e  incluso  los  adolescentes  levantaron  la  vista  de  sus videojuegos y sus teléfonos móviles. Peter dio un paso hacia delante.
—Gracias  por  la  cena,  señora Lanzani—dije  yo  con  nitidez—.  Creo que es hora  de  que  nos vayamos.
—Chica, no me dejes con la palabra en la boca cuando te estoy hablando. Te he hecho una pregunta.
—Y yo ya he respondido —dije con calma, aunque me temblaran las rodillas—. Todavía no hemos hablado sobre ello, y, sinceramente, creo que es algo que nos atañe solo a Peter y a mí, no a usted.
—¿Qué ocurre? —inquirió Peter.
—Le  he  preguntado  a  tu  novia  si se van a  casar  en  la  iglesia,  y  no  me  ha  contestado.  Solo  quiero saberlo —dijo John—. ¿Es que un hombre no tiene derecho a saber si su hijo va a hacer las cosas bien o mal? ¿O es que debería darme por satisfecho con que te cases?
—¿Quieres decir que debes darte por satisfecho porque no sea un marica?
John se echó a reír.
—Ningún hijo mío es un chupapollas.
Yo miré a Peter para intentar transmitirle fuerzas, pero aquella no era mi lucha. Él miró a su padre con frialdad.
—Nos marchamos ya. Les avisaremos cuándo es la boda, pero no esperes que sea en una iglesia — dijo, y me miró—. Vamos, nena, salgamos de aquí.
Pensé que John iba a gritarnos, pero nadie dijo ni una palabra mientras nos marchábamos. Nadie nos dijo adiós. Nos fuimos en silencio, hasta que entramos al coche.
Entonces, Peter se desahogó.
—¡Es un cabrón y un desgraciado!
Arrancó  el  coche,  y  salimos  a  la  calle,  entre  el  tráfico.  Él  agarraba  con  tanta  fuerza  el  volante  que tenía los nudillos blancos. Yo no dije nada; dejé que se desahogara. No le hice notar que estaba hablando de forma muy parecida a su padre.
No se calló hasta que llegamos al aparcamiento del hotel. Allí apagó el motor y tomó aire. No me miró.
—Lo siento, Lali. Lo siento muchísimo.
—Cariño, a mí no me importa que tu padre sea un imbécil. De verdad.
Me miró.
—Estaba provocándome.
—Sí, ya lo sé.
Yo vacilé, pensando en la conversación que habíamos mantenido John Lanzani y yo junto a la puerta del baño, y me pregunté qué ocurriría si le contaba a Peter las otras cosas que había dicho su padre.
—Debería habérselo dicho —murmuró.
Le puse la mano en el hombro y se lo acaricié.
—¿El qué?
Peter cabeceó.
—No sé. Que tiene razón. Que soy un chupapollas.
—Tú no eres eso.
Aparté la mano y la posé en mi regazo. Él tenía la respiración entrecortada, y su aliento llenaba el aire del coche, pero yo no tenía nada que decir. No podía consolarlo. Aquello era un puente poco firme sobre un


abismo muy profundo.
Él me miró de reojo.
—Pero te quiero. Quiero casarme contigo. Eso es lo que importa.
Sus palabras me animaron un poco.
—Sí, eso es lo que importa. Por lo menos a mí.
Peter asintió.
—Bien. Muy bien. Y que le den a ese viejo. Es un cabrón. Lo odio.
Se le quebró la voz. Yo volví a acariciarle el hombro, sin saber qué hacer. Peter cabeceó, exhaló un suspiro y se pasó las manos por la cara. Me sonrió, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.
—Pero le has pegado un buen corte, de todos modos, ¿no?
A mí se me escapó una carcajada áspera.
—Me he encontrado con idiotas más veces, Peter.
—Lo siento.
—Cariño,  no  lo  sientas.  Yo  me  alegro  de  que  hayamos  ido.  Me  alegro  de  haber  conocido  a  tus hermanas y a tu madre, y a tus sobrinos. Tú no puedes evitar que tu padre sea así.
—Bueno, ahora ya sabes cuál es una de las razones por las que nunca vengo a casa.
—¿De verdad? —bromeé yo, para intentar aliviar la tensión—. Con esa razón, ¿quién necesita otras?
Él no respondió, y me pregunté si había más motivos por los que no volvía nunca a casa, aparte de su padre homófobo e intolerante.
Entonces, Peter me besó con dulzura y con suavidad, y no me molesté en preguntarle nada más.

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-Maria: Amiga, gracias por siempre comentar y estar ahí para mi. Eres una gran persona, una gran lectora y una excelente amiga! Te quiero mucho!!
-Chari: Si digamos que nunca aceptó a Peter por como es -.- cabrón ah jajajajajaj
-Angie: Muchas gracias :D me encantan tus tiernos comentarios jajaja mmm no se si yo hubiese salido corriendo del padre de Peter pero si se merecía una buena trompada jajajajajaja
-Ari: No se dice pesado se dice INSOPORTABLE jajajaja di la verdad :P muchas gracias
-Anónimo: Me dices tu nombre? jajajaja bienvenida nueva lectora :D Ya descubrirás que oculta Peter jajajajaja no desesperes!
-El mundo de las novelas de Lali y Peter: Holaa, muchas gracias por comentar! Y me alegro mucho que te guste la novela.
-Anónimos y Vsyasabs_Laliter: Gracias por comentar!

Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

sábado, 8 de febrero de 2014

Capítulo 50

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 50
—Bueno, ya hemos llegado —dijo Peter, echando el freno de mano, aunque no estábamos en cuesta.
Habíamos parado delante de una casa pequeña, pero bien cuidada, de la calle principal de Sandusky.
Tenía  un  camino  que  conducía  a  un  garaje  exento,  y  un  pequeño  porche  delantero.  Los  muros  eran  de piedra gris, y la puerta y las ventanas tenían el recerco negro. La puerta estaba pintada de rojo.
Peter no  hizo  ademán  de  bajar  del  coche.  Yo  tampoco.  Miré  la  casita  a  través  del  parabrisas.  La cortina de una de las ventanas delanteras se movió.
—Cariño, no podemos quedarnos aquí para siempre.
—No —murmuró él—. Tienes razón. Vamos.
—Espera un momento —le dije. Tomé su cara con ambas manos y lo besé—. Todo va a salir bien.
Peter estaba muy sombrío.
—Te quiero, Lali.
—Bien —dije yo. No conseguí que sonriera, pero al menos lo intenté.
Él suspiró.
—Vamos.
Nos acercamos a una puerta lateral. Justo antes de abrirla, Peter me agarró con fuerza de la mano. Yo
hice  un  gesto  de  dolor  para  que  aflojara  la  presión,  pero  él  no  me  estaba  mirando. Abrió  la  puerta  y entramos a una pequeña cocina, en la que olía a pan recién hecho.
Junto al fregadero había una mujer muy delgada con el pelo sujeto con una cinta, que estaba lavando una  cazuela.  Se  giró  hacia  nosotros.  Llevaba  una  camisa  amarilla,  con  el  bajo  deshilachado,  y  unos pantalones cortos de color blanco que le quedaban grandes. Tenía las manos enrojecidas, y la cara y los brazos llenos de pecas. No llevaba maquillaje alguno.
—¡P.L.!
Al instante, vi de donde había sacado él su sonrisa amplia y sus ojos grises. Peter se parecía mucho a su madre, aunque me costaba pensar que él pudiera descuidar tanto su aspecto en alguna ocasión.
—Mamá —dijo, en un tono de voz frío y distante, muy diferente al de ella, que era de adoración—.
Te presento a Olivia.
Di un paso adelante, sonriendo. No me esperaba un abrazo afectuoso; de hecho, no me esperaba más que un apretón de manos cortés. Sin embargo, ni siquiera me ofrecieron eso.
Lo peor fue que ella se había acercado a mí con los brazos abiertos, y que se quedó helada a medio ademán.
—Ah… hola.
Vi que su mirada pasaba por mi cara, por mi pelo recogido en una trenza, y que después miraba mi mano, que su hijo apretaba con fuerza.
Yo había sido objeto de muchas miradas de curiosidad, sobre todo de gente que había conocido a mis padres antes que a mí. Y algunas veces, al revés. Me habían juzgado por el color de mi piel, antes de que
abriera  la  boca,  muchas  veces,  y  no  siempre  gente  blanca.  Sin  embargo,  nunca,  hasta  aquel  momento, había sido tan consciente ni me había sentido tan azorada e incómoda por la reacción de otra persona al verme.
—Mamá —dijo Peter con más firmeza—. Te presento a Lali. Es mi prometida.
—Ah… sí. Por supuesto. Lali.
La señora Lanzani, que todavía no tenía nombre de pila para mí, sonrió forzadamente. Tomó un trapo de


la encimera y empezó a secarse las manos una y otra vez.
—Pasen, pasen. La cena estará lista dentro de poco. Voy a avisar a tu padre; está en el sótano. Ven aquí, P.L., y dale un beso a tu madre.
Él  se  acercó  obedientemente  a  su  madre.  Ella  lo  agarró  para  poder  abrazarlo  unos  segundos  más, pero él se apartó con suavidad. Ella lo miró con avidez, con un placer tan evidente que yo no pude mirar más.
—Bueno,  pasen al  salón.  Tus  hermanas  están  ahí  con  los  niños.  Se  van  a  poner  muy  contentas  de verte. Voy a avisar a tu padre.
—De acuerdo —dijo él, y me tomó de la mano otra vez—. Vamos, nena, vamos a saludar.
Yo tragué saliva y alcé la cabeza, preparándome para más miradas de asombro, pero las hermanas de
Peter, por lo menos, no se quedaron tan horrorizadas como su madre. Tenía tres, mucho más pequeñas que él. Tanya, Johanna y Denise. Todas ellas tenían varios hijos. Había desde adolescentes hasta bebés. Sin embargo, no había ningún marido a la vista, aunque Johanna y Denise llevaban alianza.
Peter saludó a sus hermanas con más afecto que a su madre, y ellas lo abrazaron con fuerza y le dieron
palmaditas  como  siempre  hacen  las  hermanas  pequeñas  con  sus  hermanos  mayores.  Yo  lo  sabía  por experiencia.  Me  quedé  un  poco  rezagada,  porque  no  quería  participar  en  la  ronda  de  preguntas  y respuestas, pero Peter se giró y tiró de mí. No me soltó ni un segundo.
Los  niños  mayores  saludaron  con  desinterés  y  siguieron  con  sus  teléfonos  móviles  o  jugando  a  sus
videojuegos,  pero  los  tres  más  pequeños  se  colocaron  a  mi  alrededor  y  me  miraron  con  los  ojos  muy abiertos. La más pequeña de todas era una niña que llevaba un vestido de tirantes amarillo. Se subió al sofá a mi lado, y se puso a tocarme el pelo.
—Trina, déjala en paz —dijo Denise, pero no hizo ademán de apartar a la niña de mí.
Peter la tomó en brazos y le sopló en el cuello hasta que la niña se echó a reír y gritó, y después se la entregó a su madre.
—Cámbiale el pañal, por el amor de Dios.
Denise puso los ojos en blanco.
—Sí, ya. Como si tú hubieras cambiado un pañal en toda tu vida. ¿Y tú, Lali? ¿Tienes hijos?
Miré a todos los niños, y después la miré a ella.
—Yo… no.
Tanya le revolvió el pelo a Peter.
—Tal vez los tengas pronto, ¿eh? ¿El hermano mayor va a ser papá?
—Sí, será mejor que te des prisa en alcanzarnos —dijo Johanna—. Demonios, incluso Jamie tiene un niño, ¿sabes? Lo vi en el centro comercial hace dos semanas. Sigues en contacto con Jamie, ¿no?
—Claro  que  sí  —dijo  Denise  con  sorna—.  ¿Es  que  te  creías  que  ha  venido  hasta  aquí  solo  para vernos a nosotros?
Ella lo dijo en broma, pero todos notamos el peso de la verdad en sus palabras.
—Sí, sabía que Jamie tiene un niño —dijo Peter—. Se llama Cam.
—Vaya, vaya, vaya —dijo alguien con una voz resonante y grave, desde el fondo de la habitación—.
¿No es este el que se llama… hijo prostituto?
—Pródigo, papá —dijo Tanya en voz baja.
—Y  su  futura  esposa  —añadió  el  señor  Lanzani,  entrando  en  la  habitación.  Era  un  hombre corpulento.  Estaba  calvo,  pero  tenía  las  cejas  muy  pobladas,  y  mucho  pelo  en  las  orejas—.  Te 


llamas La, ¿no?
—Se llama Lali, papá —respondió Peter. Se giró hacia mí y me dijo en voz baja—: John Lanzani.
—Sí, sí —dijo John Lanzani. Su esposa debía de haberle advertido, porque no mostró tanta sorpresa como ella, aunque me miró con fijeza—. Bienvenida, hija. Llevábamos mucho tiempo esperando a que el chico trajera a alguien a casa. Y nos alegramos de que sea una chica, ¿verdad?
Él fue el único que se rio. Las hermanas de Peter apartaron la mirada, y Peter no dijo nada. Yo carraspeé.
—Me alegro de conocerlo, señor Lanzani.
—¿Señor Lanzani? Tiene buenos modales, hijo. Pero, La, no tienes que llamarme señor Lanzani. John es más que suficiente.
—Se llama Lali, papá —repitió Peter con tirantez—. No La.
Su  padre  lo  miró.  John Lanzani no  era  tan  estúpido  como  pretendía  aparentar.  Su  sonrisa  se  hizo tensa, y atravesó a su hijo con una mirada fulminante.
—Ya te he oído.
—Ummm… La cena está lista —dijo la señora Lanzani, que todavía no me había dicho su nombre de pila—. Vamos a comer, ¿de acuerdo?
John se dio unas palmaditas en el estómago.
—Sí, vamos. Vamos, La… Lali. Siéntate a mi lado.
No sé si aquello era un honor o un castigo. John Lanzani no dejó de hablar en toda la cena. Tenía mucho que decir sobre todos los temas: religión, política y prensa. Impuestos. Había muchas cosas que estaban mal en el país, en opinión de John, y todo era culpa de la gente que no se llamaba John Lanzani.
—¿Eres vegetariana?
Aquella pregunta me sorprendió. Había surgido en medio de una diatriba contra una tienda del pueblo que había dejado de vender su marca de cigarros favorita. Yo me sobresalté y miré hacia el final de la
mesa,  donde Peter estaba  entreteniendo  a  uno  de  sus  sobrinos  con  un  truco  de  magia.  Miré  mi  plato;  la mayoría de la comida había desaparecido de él.
—No.
John señaló con su cuchillo la pequeña loncha de jamón que yo me había servido por cortesía, pero que no había tocado.
—No te has comido eso.
—Papá, no jod…
—¡Eh!  —exclamó  John Lanzani,,  arqueando  las  cejas  y  atravesando  el  aire  con  el  tenedor—.  Ten cuidado con esa boca…
Algunos de los niños se rieron. Peter no. Dejó en la mesa el salero con el que estaba enseñándole el truco de magia a su sobrino.
—No tiene por qué comer nada que no le apetezca.
—John —dijo tímidamente la señora Lanzani—. El jamón está muy salado. Tal vez a Lali no le guste.
—El  jamón no tiene nada de malo, Jolene. Solo me preguntaba si La no come jamón por algún motivo.
Yo me agarré las manos sobre el regazo, para que nadie se diera cuenta de que me había echado a temblar.
—No se ofenda, señora Lanzani. Estoy segura de que está delicioso.
—Ummm… Creía que tal vez no querías comértelo porque eres una de esas… musulmanas.

—¡Papá! —exclamó Peter. Se apartó de la mesa, pero yo lo miré fijamente.
—No soy musulmana, señor Lanzani.
—Bien. Porque no voy a sentar a un maldito musulmán en mi mesa.
Johanna, que estaba sentada frente a mí, dejó caer la cabeza sobre una mano.
—Papá, por Dios.                                                                   
—¿Qué es un musulmán? —preguntó uno de los niños.
Nadie dijo una palabra.
John me sonrió, mostrándome sus dientes amarillentos y torcidos.
—Siempre y cuando tú no lo seas…
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

-Chari: Gracias por siempre comentar y leer mis novelas, me reí mucho con tu comentario :P
-Anónimos: Gracias por pasarse
-Angie: BIENVENIDA, lectora nueva, me alegro mucho que te guste la nove y gracias por comentar :)