viernes, 8 de noviembre de 2013

Capítulo 16

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 16
—Te gusta mi pelo, ¿eh?
— ¿Por qué te has decidido por el azul?
—No lo sé. El naranja y el rojo me parecían un poco exagerados, y el verde no se me fijaba. Me gustan el azul y el morado.
A mí también. Había intentado teñirme el pelo unas cuantas veces, pero como era negro, si no me lo decoloraba primero no conseguía que ningún otro color resaltara. Así que, después de muchos intentos, lo había dejado.
—A mí también me gusta. Ya te lo había dicho.
—Sí, ya lo sé —dijo ella, agitando la mano—. Solo quería probar algo distinto.
Yo me reí.
—Claro, porque todo el mundo tiene el pelo azul y morado.
Sarah me hizo un gesto de burla y me mostró el dedo corazón.
—Que te den.
Yo le envié un beso de un soplido.
—Hoy no. Me duele la cabeza.
Ella soltó una carcajada y se dio una palmada en el muslo.
— ¿Quieres ver lo que te he traído, o no?
Claro que quería. Mi estudio estaba desnudo y en bruto cuando yo había comprado la vieja estación de bomberos. Sarah era diseñadora de interiores, y yo hubiera admirado mucho su trabajo aunque no hubiera sido amiga mía. Ella había accedido a ayudarme a convertirlo en el espacio profesional que yo deseaba, y a cambio, yo le había prometido que le haría sus folletos y la página web de su empresa, y otro tipo de elementos de diseño gráfico. Ah, y que le sacaría fotos siempre que quisiera, que era cada vez que se cambiaba el pelo de color.
No me importaba. Ella siempre me permitía poner las mejores fotos en mi página de Connex, la que tenía para el resto del mundo y no solo para los amigos. Ella siempre estaba dispuesta a posar para mí, si yo tenía alguna idea especial. A Sarah le encantaba arreglarse y maquillarse, pero no tenía ningún complejo sobre su apariencia, o por lo menos, no tantos como otras modelos con las que yo trabajaba.
Además, no le importaba hacer el tonto mientras posaba, cosa que al resto de las modelos con las que yo trabajaba sí les importaba, y mucho.
Sacó una tela de la primera bolsa.
—La compré en un mercadillo menonita el verano pasado. ¿A que es preciosa?
Me la mostró. Era un terciopelo suave de color rojizo, con un delicado bordado de tréboles.
—Es para la pared —dijo ella, señalando una expansión de muro sin ventana, largo y vacío—. Voy a clavar unos listones de madera, y sujetaré los extremos de la tela en ellos. Podrás colgar los retratos y las fotos encima de las telas.
Empezó a abrir otras bolsas, y extendió rollos de tela y retales por toda la mesa.
—Sarah, esto es demasiado. No puedo quedarme con todas tus telas. Yo iba a pintar las paredes.
Ella suspiró y se giró hacia mí. Sarah medía diez centímetros menos que yo, pero eso no le impedía acallarme con una mirada.
—La.
—Sarah.
—Si yo me muriera por comer chocolate, ¿tú no me lo comprarías?
—Ummm. ¿Sí?
—Si rompiera con mi novio, me sacarías a bailar, ¿no?
—Por supuesto.
—A mí me encantan las telas. Tengo adicción a las telas, y anhelo comprar metros y metros, rollos y rollos —dijo, y señaló lo que había en la mesa—. ¿Ves todo esto? Solo son dos cajas de mi almacén. ¿Quieres saber cuántas cajas tengo?
—Está bien. ¡Lo entiendo! —dije, riéndome. Pero ella no me dejó en paz.
— ¡Adivínalo, La!
—Diez.
—Treinta —me confesó en un susurro, como si estuviera avergonzada, aunque con una sonrisa que dejaba bien claro que no lo estaba—. Treinta cajas de telas, Lali. Quítamelas de las manos. Por favor.
Ayuda a esta hermana.
—Está bien, está bien. Pero te debo una.
—Claro que sí. Pero no te preocupes, haré que me la pagues.
Entre las dos, fuimos formando grupos de telas. Ella había elegido colores complementarios, colores que yo nunca hubiera pensado que podían encajar, pero que encajaban a la perfección. Morados con rojos, marrones y negros. Alineó las telas y sacó una caja de clavos.
—Eh —dijo, mirándola—. Estos no van a servirnos de nada sin un martillo.
—Y sin los listones de madera.
Miró a su alrededor por la habitación.
—Y sin una escalera. ¿Y no tienes cerca hombres fuertes y grandes que nos ayuden con esto? Sobre todo, si son de los que trabajan sin camisa.
Suspiré.
—Sí, claro. Si tuviera a un hombre fuerte, grande y sin camisa en mi vida, esos de los que se lo pasan bien con el bricolaje, creo que no te lo presentaría. Me lo quedaría para mí.
—Bruja egoísta —dijo ella, riéndose. Se sentó en la mesa y balanceó las piernas.
—Voy a ver si hay herramientas en el almacén. Ahí tengo una escalera, también.
—Asegúrate de que no tienes a un manitas estupendo ahí guardado —me dijo, mientras yo me acercaba a una pequeña habitación del estudio que usaba como almacén, vestuario y cocina.
Encendí la luz y miré las cajas. Algunas de ellas no había vuelto a abrirlas desde que me había mudado allí. Sabía lo que había en la mayoría de ellas, pero algunas contenían misterios. Estaba segura de que también había una caja de herramientas en alguna parte.
Después de rebuscar un momento, encontré una caja de herramientas, sí, pero no de martillos y destornilladores. Abrí la tapa de plástico de la caja. Desde fuera oí el sonido del teléfono de Sarah y su risa suave.
Dentro de la caja había un enorme pene de plástico de color natural, con sus correspondientes testículos y una ventosa en la parte de abajo, para mantenerlo fijo en una mesa o una pared. Debajo, los compartimentos estaban llenos de todo tipo de juguetes sexuales, con sus envoltorios originales, y cajas de preservativos de diferentes colores y formas, y botes de lubricante.
Aquella caja me la había regalado un grupo de amigos de la universidad. Había ido conmigo desde casa de mi padre a mi primer apartamento, en el que iba a vivir con Pablo, y que finalmente había ocupado yo sola. Y, por algún motivo, había terminado almacenada en mi estudio, junto a otras cosas.
Lo miré durante unos instantes. Cuando me la regalaron había sido una broma, y después se había convertido en una broma aún mayor, aunque tengo que admitir que tardé mucho en encontrarle la gracia.
La había escondido cuando no soportaba verla, no por el contenido, sino por lo que se suponía que significaba aquel regalo.
Pasé un dedo por aquel monstruoso consolador y agité la cabeza, riéndome. Aquello era demasiado divertido como para tenerlo guardado. Si después de todo aquel tiempo todavía no podía reírme al ver el enorme pene de plástico que me habían regalado mis amigos por mi boda con un novio gay, que finalmente se había cancelado, entonces no tenía sentido del humor.
— ¡Sarah! —grité, agarrando el consolador y sujetándolo en mi entrepierna. Entonces, comencé a girarlo como si fuera el lazo de un vaquero—. ¡Mira lo que tengo para ti! ¡Ven a buscarlo!
Por supuesto, yo no había mirado fuera antes de salir del almacén. Pensaba que Sarah seguía sola en el estudio. Y por supuesto, estaba equivocada.
Y, por supuesto, era Peter el que estaba junto a Sarah. Los dos se habían quedado mudos, y me miraban con los ojos muy abiertos.
Sarah fue la primera que se recuperó.
—Gracias, La, pero ya tengo uno como ese.
—Yo también —dijo Peter, un instante después—. Aunque el mío no es tan grande.
Sarah se echó a reír y lo señaló con el dedo pulgar.
—Me cae bien este chico.
Yo me puse frente a él con el enorme pene de goma en la mano, sin dar con nada ingenioso que decir.
—Hola, Peter.
Sarah lo miró de pies a cabeza.
—Hola, Peter, dueño de un enorme pene.
Él le dio la mano.
—Peter Lanzani.
—Sarah Roth —dijo ella, abanicándolo con las pestañas.
Él se rio.
—Encantado de conocerte, Sarah —respondió, y me miró—. Te he traído el cheque del alquiler.
Sarah arqueó las cejas.
— ¿Alquiler?
— ¿No te acuerdas de que te dije que tenía un inquilino?
—Ah, sí. Aunque se te olvidó mencionar unos cuantos detalles sobre él.
Yo me di cuenta de que tenía el consolador en la mano, apretado como si estuviera estrangulando a una anaconda. No tenía dónde dejarlo, así que lo puse sobre la mesa, entre las telas. Los tres nos quedamos mirándolo.
—Es una pena —dijo Sarah. Lo recogió, apartó la tela y pegó la ventosa a la mesa—. Así. Mucho mejor.
Todos volvimos a mirarlo.
Peter carraspeó.
—Es… eh… impresionante, ¿verdad?
Sarah le dio un golpe con la mano y lo hizo oscilar como si fuera un metrónomo.
—Bueno, chicos, me marcho. Que se diviertan. La, yo iré a la ferretería a buscar lo que necesitamos.
—No tienes por qué marcharte —le dijo Peter—. Por mí no.
Ella chasqueó los dedos.
—Claro que no, pero tengo que ir a la ferretería. Además, tengo otros planes.
— ¿Qué planes? —pregunté yo desconfiadamente—. Antes no me habías dicho nada de otros planes.
Sarah me mostró el teléfono.
—Antes no los tenía, pero ahora sí. Además, tú tienes compañía. Peter —dijo y, sonriendo, lo miró sin disimulo de arriba abajo—. Tal vez él pueda ayudarte a clavar alguna cosa. Bueno, niños. La, te llamaré luego. Peter, encantada de conocerte. Espero que nos veamos más veces.

Continuará...
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

A PARTIR DE ESTE CAPITULO ME AMARAN :)

7 comentarios:

  1. Hola nena de mami si lose... te escribo desde tu compu :) que increible que resulta que un gay bese a una chica no? jajaja es como Julian queriendote besar a ti mmm pensando no me gusta la idea -.- es peor que tener a Gaston detras tuyo en serio, te quiero mi nena linda sabes que si queres hablar aqui estoy siempre yo? SIEMPRE, te quiero bonita, nos vemos en 5 segundos cuando mires hacia mi :D SOS INCREIBLEMENTE BUENA ESCRIBIENDO en serio jajaja besos en tu nalga izquierda
    PD: SI TENGO mucha mucha suerte podre dartelo yo mismo :) CLARO QUE NO TENGO TANTA SUERTE
    adios fea (? esa es una gran mentira cualquiera que te ve una sola vez sabe que sos hermosa te quiero

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  2. quiero más más más más Naara

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  3. maratón!!! Quiero su la historia entre ellos avance! :D

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  4. Nooooooo...jajajajaa..yo si fuese en lugar de Lali me moriria de vergüenza..jajaa OMG..jajaja
    ok basta..jajaja
    @pl_mialma

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  5. Nooooooo...jajajajaa..yo si fuese en lugar de Lali me moriria de vergüenza..jajaa OMG..jajaja
    ok basta..jajaja
    @pl_mialma

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Amor y Paz :D
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