Capitulo 16
—Te gusta mi pelo, ¿eh?
— ¿Por qué te has decidido por
el azul?
—No lo sé. El naranja y el
rojo me parecían un poco exagerados, y el verde no se me fijaba. Me gustan el
azul y el morado.
A mí también. Había intentado
teñirme el pelo unas cuantas veces, pero como era negro, si no me lo decoloraba
primero no conseguía que ningún otro color resaltara. Así que, después de
muchos intentos, lo había dejado.
—A mí también me gusta. Ya te
lo había dicho.
—Sí, ya lo sé —dijo ella,
agitando la mano—. Solo quería probar algo distinto.
Yo me reí.
—Claro, porque todo el mundo
tiene el pelo azul y morado.
Sarah me hizo un gesto de
burla y me mostró el dedo corazón.
—Que te den.
Yo le envié un beso de un
soplido.
—Hoy no. Me duele la cabeza.
Ella soltó una carcajada y se
dio una palmada en el muslo.
— ¿Quieres ver lo que te he
traído, o no?
Claro que quería. Mi estudio
estaba desnudo y en bruto cuando yo había comprado la vieja estación de
bomberos. Sarah era diseñadora de interiores, y yo hubiera admirado mucho su
trabajo aunque no hubiera sido amiga mía. Ella había accedido a ayudarme a
convertirlo en el espacio profesional que yo deseaba, y a cambio, yo le había
prometido que le haría sus folletos y la página web de su empresa, y otro tipo
de elementos de diseño gráfico. Ah, y que le sacaría fotos siempre que
quisiera, que era cada vez que se cambiaba el pelo de color.
No me importaba. Ella siempre
me permitía poner las mejores fotos en mi página de Connex, la que tenía para
el resto del mundo y no solo para los amigos. Ella siempre estaba dispuesta a
posar para mí, si yo tenía alguna idea especial. A Sarah le encantaba arreglarse
y maquillarse, pero no tenía ningún complejo sobre su apariencia, o por lo
menos, no tantos como otras modelos con las que yo trabajaba.
Además, no le importaba hacer
el tonto mientras posaba, cosa que al resto de las modelos con las que yo trabajaba
sí les importaba, y mucho.
Sacó una tela de la primera
bolsa.
—La compré en un mercadillo
menonita el verano pasado. ¿A que es preciosa?
Me la mostró. Era un
terciopelo suave de color rojizo, con un delicado bordado de tréboles.
—Es para la pared —dijo ella,
señalando una expansión de muro sin ventana, largo y vacío—. Voy a clavar unos
listones de madera, y sujetaré los extremos de la tela en ellos. Podrás colgar
los retratos y las fotos encima de las telas.
Empezó a abrir otras bolsas, y
extendió rollos de tela y retales por toda la mesa.
—Sarah, esto es demasiado. No
puedo quedarme con todas tus telas. Yo iba a pintar las paredes.
Ella suspiró y se giró hacia
mí. Sarah medía diez centímetros menos que yo, pero eso no le impedía acallarme
con una mirada.
—La.
—Sarah.
—Si yo me muriera por comer
chocolate, ¿tú no me lo comprarías?
—Ummm. ¿Sí?
—Si rompiera con mi novio, me
sacarías a bailar, ¿no?
—Por supuesto.
—A mí me encantan las telas.
Tengo adicción a las telas, y anhelo comprar metros y metros, rollos y rollos
—dijo, y señaló lo que había en la mesa—. ¿Ves todo esto? Solo son dos cajas de
mi almacén. ¿Quieres saber cuántas cajas tengo?
—Está bien. ¡Lo entiendo!
—dije, riéndome. Pero ella no me dejó en paz.
— ¡Adivínalo, La!
—Diez.
—Treinta —me confesó en un
susurro, como si estuviera avergonzada, aunque con una sonrisa que dejaba bien
claro que no lo estaba—. Treinta cajas de telas, Lali. Quítamelas de las manos.
Por favor.
Ayuda a esta hermana.
—Está bien, está bien. Pero te
debo una.
—Claro que sí. Pero no te
preocupes, haré que me la pagues.
Entre las dos, fuimos formando
grupos de telas. Ella había elegido colores complementarios, colores que yo
nunca hubiera pensado que podían encajar, pero que encajaban a la perfección.
Morados con rojos, marrones y negros. Alineó las telas y sacó una caja de
clavos.
—Eh —dijo, mirándola—. Estos
no van a servirnos de nada sin un martillo.
—Y sin los listones de madera.
Miró a su alrededor por la
habitación.
—Y sin una escalera. ¿Y no
tienes cerca hombres fuertes y grandes que nos ayuden con esto? Sobre todo, si
son de los que trabajan sin camisa.
Suspiré.
—Sí, claro. Si tuviera a un
hombre fuerte, grande y sin camisa en mi vida, esos de los que se lo pasan bien
con el bricolaje, creo que no te lo presentaría. Me lo quedaría para mí.
—Bruja egoísta —dijo ella,
riéndose. Se sentó en la mesa y balanceó las piernas.
—Voy a ver si hay herramientas
en el almacén. Ahí tengo una escalera, también.
—Asegúrate de que no tienes a
un manitas estupendo ahí guardado —me dijo, mientras yo me acercaba a una
pequeña habitación del estudio que usaba como almacén, vestuario y cocina.
Encendí la luz y miré las
cajas. Algunas de ellas no había vuelto a abrirlas desde que me había mudado
allí. Sabía lo que había en la mayoría de ellas, pero algunas contenían
misterios. Estaba segura de que también había una caja de herramientas en
alguna parte.
Después de rebuscar un
momento, encontré una caja de herramientas, sí, pero no de martillos y destornilladores.
Abrí la tapa de plástico de la caja. Desde fuera oí el sonido del teléfono de
Sarah y su risa suave.
Dentro de la caja había un
enorme pene de plástico de color natural, con sus correspondientes testículos y
una ventosa en la parte de abajo, para mantenerlo fijo en una mesa o una pared.
Debajo, los compartimentos estaban llenos de todo tipo de juguetes sexuales,
con sus envoltorios originales, y cajas de preservativos de diferentes colores
y formas, y botes de lubricante.
Aquella caja me la había
regalado un grupo de amigos de la universidad. Había ido conmigo desde casa de
mi padre a mi primer apartamento, en el que iba a vivir con Pablo, y que
finalmente había ocupado yo sola. Y, por algún motivo, había terminado
almacenada en mi estudio, junto a otras cosas.
Lo miré durante unos instantes.
Cuando me la regalaron había sido una broma, y después se había convertido en
una broma aún mayor, aunque tengo que admitir que tardé mucho en encontrarle la
gracia.
La había escondido cuando no
soportaba verla, no por el contenido, sino por lo que se suponía que significaba
aquel regalo.
Pasé un dedo por aquel
monstruoso consolador y agité la cabeza, riéndome. Aquello era demasiado divertido
como para tenerlo guardado. Si después de todo aquel tiempo todavía no podía
reírme al ver el enorme pene de plástico que me habían regalado mis amigos por
mi boda con un novio gay, que finalmente se había cancelado, entonces no tenía
sentido del humor.
— ¡Sarah! —grité, agarrando el
consolador y sujetándolo en mi entrepierna. Entonces, comencé a girarlo como si
fuera el lazo de un vaquero—. ¡Mira lo que tengo para ti! ¡Ven a buscarlo!
Por supuesto, yo no había
mirado fuera antes de salir del almacén. Pensaba que Sarah seguía sola en el
estudio. Y por supuesto, estaba equivocada.
Y, por supuesto, era Peter el
que estaba junto a Sarah. Los dos se habían quedado mudos, y me miraban con los
ojos muy abiertos.
Sarah fue la primera que se
recuperó.
—Gracias, La, pero ya tengo
uno como ese.
—Yo también —dijo Peter, un
instante después—. Aunque el mío no es tan grande.
Sarah se echó a reír y lo
señaló con el dedo pulgar.
—Me cae bien este chico.
Yo me puse frente a él con el
enorme pene de goma en la mano, sin dar con nada ingenioso que decir.
—Hola, Peter.
Sarah lo miró de pies a
cabeza.
—Hola, Peter, dueño de un
enorme pene.
Él le dio la mano.
—Peter Lanzani.
—Sarah Roth —dijo ella,
abanicándolo con las pestañas.
Él se rio.
—Encantado de conocerte, Sarah
—respondió, y me miró—. Te he traído el cheque del alquiler.
Sarah arqueó las cejas.
— ¿Alquiler?
— ¿No te acuerdas de que te dije
que tenía un inquilino?
—Ah, sí. Aunque se te olvidó
mencionar unos cuantos detalles sobre él.
Yo me di cuenta de que tenía
el consolador en la mano, apretado como si estuviera estrangulando a una
anaconda. No tenía dónde dejarlo, así que lo puse sobre la mesa, entre las
telas. Los tres nos quedamos mirándolo.
—Es una pena —dijo Sarah. Lo
recogió, apartó la tela y pegó la ventosa a la mesa—. Así. Mucho mejor.
Todos volvimos a mirarlo.
Peter carraspeó.
—Es… eh… impresionante,
¿verdad?
Sarah le dio un golpe con la
mano y lo hizo oscilar como si fuera un metrónomo.
—Bueno, chicos, me marcho. Que
se diviertan. La, yo iré a la ferretería a buscar lo que necesitamos.
—No tienes por qué marcharte
—le dijo Peter—. Por mí no.
Ella chasqueó los dedos.
—Claro que no, pero tengo que
ir a la ferretería. Además, tengo otros planes.
— ¿Qué planes? —pregunté yo
desconfiadamente—. Antes no me habías dicho nada de otros planes.
Sarah me mostró el teléfono.
—Antes no los tenía, pero
ahora sí. Además, tú tienes compañía. Peter —dijo y, sonriendo, lo miró sin
disimulo de arriba abajo—. Tal vez él pueda ayudarte a clavar alguna cosa.
Bueno, niños. La, te llamaré luego. Peter, encantada de conocerte. Espero que
nos veamos más veces.
Continuará...
__________________________________Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D
A PARTIR DE ESTE CAPITULO ME AMARAN :)
Hola nena de mami si lose... te escribo desde tu compu :) que increible que resulta que un gay bese a una chica no? jajaja es como Julian queriendote besar a ti mmm pensando no me gusta la idea -.- es peor que tener a Gaston detras tuyo en serio, te quiero mi nena linda sabes que si queres hablar aqui estoy siempre yo? SIEMPRE, te quiero bonita, nos vemos en 5 segundos cuando mires hacia mi :D SOS INCREIBLEMENTE BUENA ESCRIBIENDO en serio jajaja besos en tu nalga izquierda
ResponderBorrarPD: SI TENGO mucha mucha suerte podre dartelo yo mismo :) CLARO QUE NO TENGO TANTA SUERTE
adios fea (? esa es una gran mentira cualquiera que te ve una sola vez sabe que sos hermosa te quiero
quiero más más más más Naara
ResponderBorrarmaratón!!! Quiero su la historia entre ellos avance! :D
ResponderBorrar+++++
ResponderBorrar+++++++
ResponderBorrarNooooooo...jajajajaa..yo si fuese en lugar de Lali me moriria de vergüenza..jajaa OMG..jajaja
ResponderBorrarok basta..jajaja
@pl_mialma
Nooooooo...jajajajaa..yo si fuese en lugar de Lali me moriria de vergüenza..jajaa OMG..jajaja
ResponderBorrarok basta..jajaja
@pl_mialma