Capitulo 15
Su boca, suave y cálida,
presionó la mía durante unos cinco segundos antes de que yo pudiera reaccionar,
y para entonces él ya se había apartado lo suficiente como para murmurar contra
mis labios:
—No tengo bombones. Lo siento.
Yo di un paso atrás y me tapé
la boca sonriente con una mano.
—No pasa nada. No tenías por
qué hacer eso.
Él me miró fijamente.
— ¿Y por qué piensas que no
quería hacerlo?
«A Peter no le gustan las
chicas», me había dicho Pablo.
—Bueno, muchas gracias —le
dije yo—. Siento haber llorado y haberte soltado todo ese rollo. Otra vez. No
es el mejor modo de comenzar el año.
Él se puso una mano en el
estómago e inclinó un poco la cabeza.
—Ha sido un placer, de veras.
Lo de ser un caballero andante que ayuda a las damas en apuros siempre es
maravilloso para empezar el año. En realidad, es mi propósito en la vida.
Me eché a reír, con ganas. La
carcajada me hizo daño en la garganta, pero me sentí bien de todos modos.
—Deberías volver dentro.
Aparte de estar helándote aquí fuera, te estás perdiendo la fiesta.
Él miró hacia atrás, hacia la
casa.
—Claro, la fiesta. De todos
modos, creo que voy a irme a casa.
Yo asentí.
—Ah. Claro.
— ¿Estás bien para conducir?
—me preguntó él, poniéndome la mano en el hombro.
—Sí. En realidad, apenas he
bebido. Estoy perfectamente.
Él me apretó suavemente el
hombro.
— ¿Seguro? Puedo llevarte.
—No, de verdad. Estoy bien
—dije. Me estremecí, y apreté los dientes para que no castañetearan más
—. Voy a entrar. Me estoy
quedando helada.
Él se rio.
—Con esta temperatura,
cualquiera diría que estamos en tiempos de calentamiento global. Conduce con
cuidado, Lali.
—Sí, por supuesto. Y, Peter,
muchas gracias otra vez. Y feliz Año Nuevo.
Él se levantó un poco el ala
de un sombrero imaginario.
—Ya te he dicho que ha sido un
placer.
Cuando yo empecé a mover los
pies, él ya había desaparecido por una esquina de la casa. Yo iba a entrar, a
recoger mis cosas y a marcharme también. No quería volver a sentarme junto al
hermano de Pablo y seguir pensando en lo que podría haber sucedido, pero que no
iba a suceder nunca.
—¿Dónde estabas? —Me preguntó
Pablo, en cuanto entré por la puerta trasera—. Ya ha pasado la medianoche. Te
has perdido el brindis.
—Necesitaba tomar un poco el
aire.
— ¿Qué demonios estabas
haciendo? —me preguntó Pablo. Cerró los ojos y giró la cabeza, con una mano en
alto—. No importa. Te he visto.
Vi la traición reflejada en su
cara.
— ¿Que me has visto cómo?
—Con él —dijo amargamente.
— ¿Con quién? ¿Con Peter? Por
el amor de Dios, Pablo, solo ha sido…
—No importa —repitió él,
interrumpiéndome con un movimiento de la mano.
En aquel mismo instante dejé
de sentir pena. Pablo, que me estaba fulminando con la mirada, sentía celos. Y
yo, al darme cuenta por primera vez, pensé en todas las veces que él me había
alejado de posibles relaciones con otros hombres durante aquellos últimos años,
sabiendo que yo lo quería y que confiaba en su opinión de amigo.
—No tienes ningún derecho —le
dije, con la voz temblorosa.
— ¡Tengo todo el derecho!
¡Esta es mi casa!
—Ha sido un beso de Nochevieja
de un amigo. ¡Demonios, Pablo, tú te has enrollado con tíos cuando yo estaba en
la misma habitación!
Él no podía negarlo, pero no
aceptó el argumento. Me miró con ira; yo intenté recordar si lo había visto tan
enfadado alguna vez, pero no pude. Pablo y yo casi nunca discutíamos. Siempre
éramos muy amigos.
—No sé cómo has podido hacerme
esto —dijo él, finalmente.
— ¿A ti? Yo no te he hecho
nada a ti, Pablo. Ni a nadie. Si hay alguien que tiene derecho a enfadarse…
—entonces, tuve que tragarme las palabras—. Creo que debería irme.
Él me bloqueó el paso.
—No puedes marcharte así. Todo
el mundo me preguntará por qué.
— ¿Y te crees que me importa?
—pregunté. Estaba cansada, hundida, y seguía demasiado enamorada de él como
para no desearlo, pero me mantuve firme y no lo toqué—. ¿De verdad, Pablo?
¿Crees que me importa lo que piensen los demás?
—Creía que ibas a quedarte a
dormir. Es Nochevieja. Mañana tomaremos tortitas y… —entonces, vaciló.
—No me voy a quedar, Pablo. De
verdad, creo que debo marcharme. Es mejor.
—Me he acostado con él, Lali
—dijo Pablo con tirantez, después de unos instantes—. Solo una vez. Teddy no lo
sabe.
—Dios, Pablo. Dios mío.
¿Cuándo?
Él cabeceó.
—En Navidad.
— ¿En tu casa? ¿Con Teddy
aquí? ¡Pero cómo…! —yo tuve que tragar saliva. Sentía unos celos horribles—.
¿Cómo has podido? ¿Y tú estás enfadado conmigo? ¡Eso sí que es una guarrada!
—Teddy sabe que a veces me
acuesto con otros tíos…
—Así que ese es el trato que
tienen, ¿no? Que sepa quiénes son. Y cuándo lo haces. Mierda, Pablo, ojalá no
supiera nada de esto —dije. No quería saber nada de su acuerdo con Teddy, ni de
su vida sexual. Nada de nada.
—No se lo digas.
—Me da la sensación de que ni
siquiera te conozco —respondí amargamente.
Pablo carraspeó.
—No se lo digas a Teddy, La.
Por favor.
— ¿Por qué iba a decírselo? Yo
quiero a Teddy. ¿Por qué iba a hacerle tanto daño? ¿Y por qué se lo haces tú?
—le pregunté, pasándome la mano por los ojos. Aquello era insoportable—. ¿Y por
qué me has contado todo esto?
—Yo no te lo he contado. Tú me
has obligado a contártelo.
Él quería decírmelo, o no lo
habría hecho. Yo, que había empezado a entrar en calor, volví a quedarme
helada. Oí la risa de Teddy desde el otro lado del pasillo. Noté un sabor
amargo en la boca.
Me crucé de brazos; nunca me
había sentido tan celosa.
—Que te den, Pablo. Por eso no
querías que yo me relacionara con Peter, ¿verdad? No estás celoso de él, sino
de mí.
—Yo no estoy celoso —rugió
él—. Solo quiero protegerte.
— ¿De qué? Explícamelo,
¿quieres? Porque no creo que quieras protegerme de nada. Solo quieres…
¡Mierda! No sé lo que quieres
—exclamé, conteniendo las lágrimas de tristeza—. ¡Yo no soy una cafetera!
— ¿Y qué significa eso? —me
preguntó él, e intentó abrazarme.
Yo me aparté.
— ¡Significa que… que…! ¿Qué
quieres que haga? ¿Que lo eche del apartamento? ¿Que no sea su amiga solo
porque tú no eres capaz de mantener cerrada la cremallera del pantalón? ¿Qué
demonios crees que va a pasar, Pablo?
—Nada —respondió él
malhumoradamente.
Yo agité la cabeza. Pablo dio
un paso atrás. Esperé a que me dijera que lo sentía, o que hiciera ademán de
volver a tocarme, pero no lo hizo, y me alegré. No había nada que pudiera
decir, o hacer, para arreglar aquello.
—Será mejor que me vaya.
En aquella ocasión no intentó
detenerme. Tomé mi abrigo y salí a la calle.
Cuando llegué a casa, el apartamento
de Peter estaba a oscuras, silencioso. No salía luz por debajo de la puerta. En
aquella ocasión no llamé a la puerta.
— ¡Aaay!
La pequeña figura que había
detrás de un montón de cajas y bolsas que desbordaba sus brazos gritó, pero era
demasiado tarde.
Yo conseguí agarrar un par de
paquetes, pero el resto cayó al suelo, a nuestros pies. Sarah suspiró y me
miró. Yo me eché a reír, pero ella me dijo que no con el dedo índice.
—Deberías pedir que no haya
nada rompible en esas cajas.
— ¿Y por qué ibas a traerme
algo rompible? —le pregunté, mientras me agachaba a recoger las cosas que me
había traído—. ¿Dónde quieres que ponga todo esto?
—Sobre la mesa.
Sarah era la que había
encontrado la enorme mesa de comedor que había en el centro de mi estudio.
Yo decía que era de segunda
mano, y ella decía que era antigua, pero me había costado ciento sesenta dólares
en un mercadillo de la parroquia, y venía con diez sillas. Por el momento solo
había podido re tapizar dos, y el resto estaban junto a la pared, esperando su
turno. Cuando terminara, el conjunto sería estupendo e impresionante; justo lo
que siempre había soñado tener en un despacho propio.
Dejamos los paquetes en la
mesa, y Sarah los miró fijamente.
—Me da la sensación de que
había más cosas.
— ¿Más todavía?
Ella se tocó un diente con una
de sus uñas pintadas de azul mientras pensaba.
—Bueno, lo sabremos cuando los
hayamos abierto todos.
Me froté las manos.
—Entonces, ¡vamos a abrirlos!
Sarah se echó a reír, se quitó
una goma que llevaba en la muñeca y se recogió el pelo, que llevaba teñido de
color azul y morado, en una coleta, encima de la cabeza.
Se recogió las mangas de la
camiseta plateada, se puso las manos en las caderas de los pantalones ajustados
y negros, justo por encima del cinturón ancho de cuero negro. Estaba observando
atentamente el montón de cosas que había traído mientras yo la observaba a
ella, y cuando me sorprendió mirándola, se rió de nuevo.
Continuará...
__________________________________Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D
A PARTIR DE ESTE CAPITULO ME AMARAN :)
bien ósea yo quiero acción LALITER y peter está tenido acción con todos menos con lali :$ estoy confundida con respecto a que opinar ja! besos Naara
ResponderBorrarPablo celoso,y Lali ya no lo aguanta más.
ResponderBorrarmás más más maratón!!
ResponderBorrarAmiga soy Maria, me encanta te lo juro! Estoy muy enganchada a esta novela, pero tengo que decirte dos cosas:
ResponderBorrar1- si yo fuera Lali mandaria a la mierda a los dos jajajajaja a Pablo porque le tengo mucha rabia, resulta que lo de Peter era porque se acosto con el, menudo egoista y no ne gusta como es con Lali, ademas ella esta enamorada y lo pasa mal sienfo su amiga. Y a Peter porque aunque sea con buena intencion la confunde a Lali, y porque se acosto con todos los chicos, es muy putero... Y eso le quita encanto.. Jajajaj estoy indignada con los dos eh!
Bueno bueno pero me encanta, espero mas
Besosss ami!!! Tq
Que quilombo.. Me encanta! Más
ResponderBorrarNo entiendo a Pablo... o sea, le pone los cuernos a su pareja??? No entiendo eso, odio eso. La infidelidad es algo que puede conmigo. Si estando con alguien tienes que ponerle los cuernos es porque en realidad no quieres a esa persona y sino la quieres es mejor que la dejes porque si la engañas sufre más que si solo la dejas....
ResponderBorrarPeter me parecio muy tierno con lo del beso, pero no sé que pensar de él...
Besos