Novela: "Al desnudo"
Capitulo 8
Era difícil comer mientras me reía, y él no me estaba dejando hacer ninguna de las dos cosas tranquilamente. Peter tenía muchas historias que contar, y aunque parecía que muchas de ellas estaban un poco exageradas para resultar más interesantes, también era fácil creérselas. Él había estado en tantas partes y había hecho tantas cosas que yo me sentí como una provinciana a su lado.
—¿Cuál es tu historia, en realidad? —le pregunté yo, mientras tomábamos un poco de tarta de queso y una taza de café—. ¿Cómo has llegado aquí desde Japón?
—En realidad, he vuelto desde Holanda. Y antes estuve en Singapur. También fui a Escocia.
—Qué listillo. ¿No viniste a Pensilvania solo a visitar a Pablo?
—Bueno… Para empezar, él me invitó, y yo iba a volver a casa de todos modos. Además, tenía una pista sobre este trabajo de consultoría. Todo ha encajado a la perfección.
—¿Y dónde está tu casa?
—Soy de Ohio. Sandusky.
—¡Cedar Point! Yo he estado ahí.
—Sí, exacto —dijo él. Tomó un poco de café y se apoyó en el respaldo. Todavía llevaba la bufanda, pero había dejado la chaqueta en el asiento, a su lado—. Pensé en ir a pasar allí las vacaciones, pero parece que al final me voy a quedar aquí.
—¿Y eso?
Él me miró fijamente.
—Hace mucho tiempo que no voy. Algunas veces, cuanto más tiempo estás alejado de algo, más te cuesta volver.
Yo ya sabía eso.
—Sí, tienes razón. Entonces, ¿no te llevas bien con tu familia?
Una pausa, una exhalación. Peter arqueó una ceja.
—¿Demasiado personal? —pregunté.
—No. Solo que no estoy muy seguro de cómo responder a eso.
—No tienes por qué hacerlo.
—No, no pasa nada. Dejémoslo en que no quiero volver a mi casa. Eso es todo.
—Vaya. Lo siento.
—Ya. No me llevaba bien con mi familia. Mi padre es… es un imbécil. Ya no bebe, pero de todos modos es un imbécil. Es su personalidad.
Yo le di un sorbito a mi café.
—¿Pero?
—Pero intenta no serlo. Supongo. Aunque no creo que mi padre y yo vayamos a ir nunca juntos a pescar, ni nada por el estilo.
—Nunca se sabe.
—Sí, eso es cierto. Por lo menos, habla conmigo por teléfono cuando llamo a casa. Y cobra los cheques que le envío. Bueno, eso lo ha hecho siempre.
Peter se rio. Yo sonreí. Pensé que debería sentirme más azorada por aquellas confidencias tan personales, pero… no era así.
—La gente cambia —dije.
—Todo cambia —dijo él, y apartó la mirada—. De todos modos, llevo mucho tiempo trabajando en el extranjero. Vendí mi empresa hace unos años, y no estaba haciendo nada. Volví a casa a pasar el verano, y… recordé todos los motivos por los que me había marchado de allí. Me ofrecieron hacer consultoría en varios sitios, y empecé una nueva empresa. Viajé durante un tiempo, y volví al extranjero. Terminé trabajando en Japón, y allí fue donde conocí a Pablo. Pero ese trabajo terminó, y tenía que irme a otro sitio. Entonces, pensé en viajar por mi país natal, en vez de ser siempre un extraño en un país extraño.
—Me encanta ese libro.
Él me miró.
—A mí también.
—Entonces, ¿qué es exactamente lo que quieres? ¿Poder ir siempre donde tú quieras, cuando quieras?
—Dormir en sofás distintos. Soy un invitado profesional.
—Eso suena… —yo me eché a reír.
Él también.
—¿Horrible?
—Un poco.
Se encogió de hombros.
—Se me da bien abusar de la hospitalidad de los demás.
—A mí no me lo parece en absoluto —dije yo. Recordé cómo se había movido por la cocina de Pablo, sintiéndose cómodo, pero sin sobrepasarse—. Además, la gente no te invitaría a que te quedaras en su casa si no les cayeras bien.
—Claro. Supongo que no. Pero ya no tengo que preocuparme por eso, ¿no?
—No, no. Tengo tu primer y último mes en el bolsillo, y ya casi todo está gastado.
—Entonces, imagino que no me vas a invitar a cenar —dijo, y alargó el tenedor para pinchar mi último pedazo de tarta de queso. Aunque yo le hubiera sacado los ojos a cualquiera que hubiera intentado hacer eso, con él solo pude reírme.
—De eso nada. Me has invitado tú.
—Es cierto. La persona que pide una cita siempre tiene que invitar.
Entonces, me miró con sus ojos oscuros y con su sonrisa irónica y, de nuevo, yo me quedé sin palabras, preguntándome cómo era posible que me dejara tan atontada con una mirada.
—Vamos —dijo él, y se levantó de la mesa—. Salgamos de aquí.
Y yo lo seguí.
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La primera indicación de
que Peter se había mudado de verdad a mi casa fue que vi un coche distinto en
mi aparcamiento. No era un coche nuevo, pero… ¡vaya! ¿Un Camaro amarillo con
las rayas en negro? No era exactamente
lo que yo
hubiera elegido para
mi nuevo vecino
del piso de
abajo. Parecía de mediados de los ochenta; yo lo sabía
porque mi hermano Bert era un fanático de los coches, y a menudo hablaba
extasiado de ciertos modelos.Aparqué junto al Camaro y me bajé para mirarlo. El coche estaba en buenas condiciones, aunque el interior estaba un poco desgastado. Me gustó el hecho de que no fuera un coche de exposición.
Habían pasado pocos días desde que habíamos sellado nuestro pacto sin escupirnos en la palma de la mano, y yo había usado ya el dinero que me había entregado Peter; había hecho la compra, había pagado algunas facturas y había comprado una impresora de fotos que no necesitaba en sentido estricto, pero que quería. No había vuelto a verlo desde el domingo, pero él me había dejado un mensaje en el buzón de voz, diciéndome que se mudaría al apartamento en algún momento de aquella semana. A juzgar por el coche, y por las cajas que había en la entrada principal, había comenzado ya.
Su puerta se abrió justo cuando yo ponía el pie en el primer escalón. Me giré hacia él y apoyé la caja de la impresora en la barandilla para descansar los brazos.
—Hola.
—Lali —dijo él. Caramelo caliente y pegajoso, suave y delicioso, eso era su voz—. ¿Te echo una mano?
Le habría dicho que no, pero había sido un poco tonta y me había empeñado en acarrear no solo la impresora, sino también tres bolsas del supermercado, y me temblaban los brazos.
—Sí, sería estupendo. ¿Te importaría tomar…?
Él ya me había quitado la pesada caja de las manos.
—La tengo. Vamos, sube.
Yo repartí las bolsas de la compra entre las manos y lo precedí escaleras arriba. Abrí la puerta de mi casa y dije:
—Gracias. Deja la caja en el aparador, a los pies de la escalera.
Señalé uno de los doce o trece aparadores que había comprado en tiendas de muebles de segunda mano. Pablo lo llamaba manía. Yo lo llamaba uso práctico del espacio y tendencia a reciclar. El que le había indicado a Peter era largo y bajo, y yo lo había cubierto con un colage de artículos y fotografías de revistas a las que ya no estaba suscrita. Peter dejó la caja junto a un montón de novelas que yo había sacado de la biblioteca y que todavía no había podido abrir.
—Eres una gran admiradora de Jackie Collins, ¿eh?
Me eché a reír.
—Eh. Algunos libros son malos porque son malos. Otros libros son buenos porque son malos.
—Igual que la gente.
Antes de que yo pudiera responder, él se había acercado a la escalera de caracol y estaba mirando hacia arriba.
—¿Qué hay ahí arriba?
—El loft.
—¿Puedo verlo?
—Claro.
Subimos, y cuando estábamos en el piso superior, Peter soltó un silbido.
—¡Magnífico!
Abajo, el espacio abierto y la gran altura del techo hacían que mis muebles parecieran miniaturas. Sin embargo, allí arriba yo había creado un espacio acogedor y confortable con un sofá redondo que provenía del vestíbulo de un hotel, una mesa de café baja y muchos cojines. Las ventanas llegaban del suelo al techo, y yo había colgado telas de colores y ristras de abalorios ante ellas.
—Leo aquí arriba —dije. No había espacio para hacer mucho más.
Peter se agachó mientras caminaba hacia el centro del loft. No había peligro de que se golpeara la cabeza, pero el techo era tan bajo que parecía posible. Me miró con una sonrisa mientras se sentaba en el sofá y botó un poco, y después se puso las manos detrás de la cabeza y posó los pies en la mesa.
—Increíble —dijo. Miró los libros que había en el suelo, junto al sofá—. ¿Más Jackie?
—Seguramente —dije yo, y me fijé en los títulos de los libros. Había ciencia ficción, novelas románticas y un par de novelas de misterio—. Creo que hay un poco de todo.
Peter tomó uno de los libros.
—¿Robert R. McCammon?
—Swan Song. ¿Lo has leído?
—No. ¿Debería hacerlo?
—Da mucho miedo —le dijo—. Si quieres, te lo presto.
Él sonrió, agarró el libro y se levantó.
—Gracias.
Continuará...
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D
más más más más maratón!!!
ResponderBorrarMe encanta mmass
ResponderBorrarme encantaaa! masss
ResponderBorrarsigo esperando acción! Jajaja besos Naara
ResponderBorrarMaratón!!!
ResponderBorrarCada vez me gusta mas amiga!!!!! Espero ansiosa el proximo capitulo, muy buena!!
ResponderBorrarBesoooossss:)
Maria
cada vez se hacen mas cercanos.
ResponderBorrar+++++++
ResponderBorrarSubí otro por fa!
ResponderBorrarmas mas mas
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