lunes, 28 de octubre de 2013

Capítulo 8


Novela: "Al desnudo"
Capitulo 8
Era difícil comer mientras me reía, y él no me estaba dejando hacer ninguna de las dos cosas tranquilamente. Peter tenía muchas historias que contar, y aunque parecía que muchas de ellas estaban un poco exageradas para resultar más interesantes,  también  era  fácil  creérselas.  Él  había  estado  en  tantas partes y había hecho tantas cosas que yo me sentí como una provinciana a su lado.
—¿Cuál es tu historia, en realidad? —le pregunté yo, mientras tomábamos un poco de tarta de queso y una taza de café—. ¿Cómo has llegado aquí desde Japón?
—En realidad, he vuelto desde Holanda. Y antes estuve en Singapur. También fui a Escocia.
—Qué listillo. ¿No viniste a Pensilvania solo a visitar a Pablo?
—Bueno… Para empezar, él me invitó, y yo iba a volver a casa de todos modos. Además, tenía una pista sobre este trabajo de consultoría. Todo ha encajado a la perfección.
—¿Y dónde está tu casa?
—Soy de Ohio. Sandusky.
—¡Cedar Point! Yo he estado ahí.
—Sí, exacto —dijo él. Tomó un poco de café y se apoyó en el respaldo. Todavía llevaba la bufanda, pero  había  dejado  la  chaqueta  en  el  asiento,  a  su  lado—.  Pensé  en  ir  a  pasar  allí  las  vacaciones,  pero parece que al final me voy a quedar aquí.
—¿Y eso?
Él me miró fijamente.
—Hace mucho tiempo que no voy. Algunas veces, cuanto más tiempo estás alejado de algo, más te cuesta volver.
Yo ya sabía eso.
—Sí, tienes razón. Entonces, ¿no te llevas bien con tu familia?
Una pausa, una exhalación. Peter arqueó una ceja.
—¿Demasiado personal? —pregunté.
—No. Solo que no estoy muy seguro de cómo responder a eso.
—No tienes por qué hacerlo.
—No, no pasa nada. Dejémoslo en que no quiero volver a mi casa. Eso es todo.
—Vaya. Lo siento.
—Ya. No me llevaba bien con mi familia. Mi padre es… es un imbécil. Ya no bebe, pero de todos modos es un imbécil. Es su personalidad.
Yo le di un sorbito a mi café.
—¿Pero?
—Pero  intenta  no  serlo.  Supongo. Aunque  no  creo  que  mi  padre  y  yo  vayamos  a  ir  nunca  juntos  a pescar, ni nada por el estilo.
—Nunca se sabe.
—Sí,  eso  es  cierto.  Por  lo  menos,  habla  conmigo  por  teléfono  cuando  llamo  a  casa.  Y  cobra  los cheques que le envío. Bueno, eso lo ha hecho siempre.
Peter  se  rio.  Yo  sonreí.  Pensé  que  debería  sentirme  más  azorada  por  aquellas  confidencias  tan personales, pero… no era así.
—La gente cambia —dije.
—Todo cambia —dijo él, y apartó la mirada—. De todos modos, llevo mucho tiempo trabajando en el  extranjero.  Vendí  mi  empresa  hace  unos  años,  y  no  estaba  haciendo  nada.  Volví  a  casa  a  pasar  el verano,  y…  recordé  todos  los  motivos  por  los  que  me  había  marchado  de  allí.  Me  ofrecieron  hacer consultoría en varios sitios, y empecé una nueva empresa. Viajé durante un tiempo, y volví al extranjero. Terminé trabajando en Japón, y allí fue donde conocí a Pablo. Pero ese trabajo terminó, y tenía que irme a  otro  sitio.  Entonces,  pensé  en  viajar  por  mi  país  natal,  en  vez  de  ser  siempre  un  extraño  en  un  país extraño.
—Me encanta ese libro.
Él me miró.
—A mí también.
—Entonces, ¿qué es exactamente lo que quieres? ¿Poder ir siempre donde tú quieras, cuando quieras?
—Dormir en sofás distintos. Soy un invitado profesional.
—Eso suena… —yo me eché a reír.
Él también.
—¿Horrible?
—Un poco.
Se encogió de hombros.
—Se me da bien abusar de la hospitalidad de los demás.
—A    no  me  lo  parece  en  absoluto  —dije  yo.  Recordé  cómo  se  había  movido  por  la  cocina  de Pablo, sintiéndose cómodo, pero sin sobrepasarse—. Además, la gente no te invitaría a que te quedaras en su casa si no les cayeras bien.
—Claro. Supongo que no. Pero ya no tengo que preocuparme por eso, ¿no?
—No, no. Tengo tu primer y último mes en el bolsillo, y ya casi todo está gastado.
—Entonces,  imagino  que  no  me  vas  a  invitar  a  cenar  —dijo,  y  alargó  el  tenedor  para  pinchar  mi último pedazo de tarta de queso. Aunque yo le hubiera sacado los ojos a cualquiera que hubiera intentado hacer eso, con él solo pude reírme.
—De eso nada. Me has invitado tú.
—Es cierto. La persona que pide una cita siempre tiene que invitar.
Entonces,  me  miró  con  sus  ojos  oscuros  y  con  su  sonrisa  irónica  y,  de  nuevo,  yo  me  quedé  sin palabras, preguntándome cómo era posible que me dejara tan atontada con una mirada.
—Vamos —dijo él, y se levantó de la mesa—. Salgamos de aquí.
Y yo lo seguí.
_______
La primera indicación de que Peter se había mudado de verdad a mi casa fue que vi un coche distinto en mi aparcamiento. No era un coche nuevo, pero… ¡vaya! ¿Un Camaro amarillo con las rayas en negro? No  era  exactamente  lo  que  yo  hubiera  elegido  para  mi  nuevo  vecino  del  piso  de  abajo.  Parecía  de mediados de los ochenta; yo lo sabía porque mi hermano Bert era un fanático de los coches, y a menudo hablaba extasiado de ciertos modelos.
Aparqué junto al Camaro y me bajé para mirarlo. El coche estaba en buenas condiciones, aunque el interior estaba un poco desgastado. Me gustó el hecho de que no fuera un coche de exposición.
Habían pasado pocos días desde que habíamos sellado nuestro pacto sin escupirnos en la palma de la mano, y yo había usado ya el dinero que me había entregado Peter; había hecho la compra, había pagado algunas facturas y había comprado una impresora de fotos que no necesitaba en sentido estricto, pero que quería. No había vuelto a verlo desde el domingo, pero él me había dejado un mensaje en el buzón de voz,  diciéndome  que  se  mudaría  al  apartamento  en  algún  momento  de  aquella  semana. A  juzgar  por  el coche, y por las cajas que había en la entrada principal, había comenzado ya.
Su puerta se abrió justo cuando yo ponía el pie en el primer escalón. Me giré hacia él y apoyé la caja de la impresora en la barandilla para descansar los brazos.
—Hola.
—Lali —dijo él. Caramelo caliente y pegajoso, suave y delicioso, eso era su voz—. ¿Te echo una mano?
Le habría dicho que no, pero había sido un poco tonta y me había empeñado en acarrear no solo la impresora, sino también tres bolsas del supermercado, y me temblaban los brazos.
—Sí, sería estupendo. ¿Te importaría tomar…?
Él ya me había quitado la pesada caja de las manos.
—La tengo. Vamos, sube.
Yo repartí las bolsas de la compra entre las manos y lo precedí escaleras arriba. Abrí la puerta de mi casa y dije:
—Gracias. Deja la caja en el aparador, a los pies de la escalera.
Señalé  uno  de  los  doce  o  trece  aparadores  que  había  comprado  en  tiendas  de  muebles  de  segunda mano. Pablo lo llamaba manía. Yo lo llamaba uso práctico del espacio y tendencia a reciclar. El que le había indicado a Peter era largo y bajo, y yo lo había cubierto con un colage de artículos y fotografías de revistas  a  las  que  ya  no  estaba  suscrita. Peter dejó  la  caja  junto  a  un  montón  de  novelas  que  yo  había sacado de la biblioteca y que todavía no había podido abrir.
—Eres una gran admiradora de Jackie Collins, ¿eh?
Me eché a reír.
—Eh. Algunos libros son malos porque son malos. Otros libros son buenos porque son malos.
—Igual que la gente.
Antes de que yo pudiera responder, él se había acercado a la escalera de caracol y estaba mirando hacia arriba.
—¿Qué hay ahí arriba?
—El loft.
—¿Puedo verlo?
—Claro.
Subimos, y cuando estábamos en el piso superior, Peter soltó un silbido.
—¡Magnífico!
Abajo, el espacio abierto y la gran altura del techo hacían que mis muebles parecieran miniaturas. Sin embargo,  allí  arriba  yo  había  creado  un  espacio  acogedor  y  confortable  con  un  sofá  redondo  que provenía del vestíbulo de un hotel,  una  mesa  de  café  baja  y  muchos  cojines.  Las  ventanas  llegaban  del suelo al techo, y yo había colgado telas de colores y ristras de abalorios ante ellas.
—Leo aquí arriba —dije. No había espacio para hacer mucho más.
Peter se  agachó  mientras  caminaba  hacia  el  centro  del  loft.  No  había  peligro  de  que  se  golpeara  la cabeza, pero el techo era tan bajo que parecía posible. Me miró con una sonrisa mientras se sentaba en el sofá y botó un poco, y después se puso las manos detrás de la cabeza y posó los pies en la mesa.
—Increíble —dijo. Miró los libros que había en el suelo, junto al sofá—. ¿Más Jackie?
—Seguramente  —dije  yo,  y  me  fijé  en  los  títulos  de  los  libros.  Había  ciencia  ficción,  novelas románticas y un par de novelas de misterio—. Creo que hay un poco de todo.
Peter tomó uno de los libros.
—¿Robert R. McCammon?
Swan Song. ¿Lo has leído?
—No. ¿Debería hacerlo?
—Da mucho miedo —le dijo—. Si quieres, te lo presto.
Él sonrió, agarró el libro y se levantó.
—Gracias.

Continuará...
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

10 comentarios:

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