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Novela: "Al desnudo"
Capitulo 49
Así pues,
lo decidimos. Yo lo preparé
todo para poder
tomarme aquellos días
libres; tuve que adelantar
mucho trabajo durante
aquellas dos semanas
previas, pero Peter
no se quejó
a pesar de no poder
verme demasiado.
Estuvo callado en muchas
cosas. Preocupado. Yo lo atribuía a la visita a Ohio, puesto que sabía que no
tenía buena relación con su familia. Intenté hablar con él sobre aquel asunto.
—Lo entenderás todo cuando
los conozcas —me explicó él.
—Pero… me gustaría
entenderlo un poco antes, para poder prepararme.
Estábamos en el sofá,
abrazados, viendo una serie de televisión. Yo no podía ver la expresión de su cara,
pero él me estrechó entre sus brazos. Suspiró, y yo noté su respiración
caliente en el cuello.
—Digamos que esta pátina de
sofisticación que tengo no me llegó naturalmente.
—Eso no le ocurre a nadie.
Él se rio un poco contra mi
nuca.
—Mi padre
es un alcohólico
que ya no
bebe. Mi madre
siempre se dejó
pisotear por él.
Mis hermanas, que Dios las bendiga, eran el tipo de chicas cuyo nombre
aparecía escrito en las paredes de los baños. Bueno, supongo que mi nombre
también.
—¿Durante el instituto?
Él se rio.
—Sin duda.
Nos quedamos un minuto en
silencio.
—Sabes que yo te voy a
querer sea como sea tu familia —le dije.
Él me estrechó contra sí.
—Eso espero.
Me giré para mirarlo.
—Lo digo en serio, Peter.
No me importa cómo sea tu familia. Me alegro de que me lleves a conocerlos.
Él frunció el ceño, y
cabeceó.
—¿Qué?
—Nada.
Por primera
vez, tuve la
sensación de que
me estaba ocultando
algo. Lo observé
atentamente, y le aparté el pelo de la frente.
—Puedes decírmelo.
—Nada —repitió él—. No es
nada.
Y, como nunca me había dado
motivos para no creer lo que me decía, me lo creí.
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Sandusky estaba
a mucha distancia
de Annville. Tardamos
nueve horas en
llegar. Entramos en el pueblo
a las tres de la tarde. Yo tenía las piernas entumecidas y me moría de ganas de
ir al baño, y tenía el estómago vacío, porque solo habíamos tomado un par de
donuts en todo el viaje.
No fuimos directamente a
casa de sus padres, tal y como yo había pensado. Primero fuimos a reservar habitación
en un hotel grande y antiguo que estaba a orillas del lago Erie, en el centro
del Cedar Point
Amusement Park.
Peter ya
lo había arreglado
todo con antelación,
y yo me
quedé sorprendida por su
elección. Él sonrió, tomó nuestras maletas y se dirigió hacia el ascensor, para
subir a nuestra suite con vistas al lago.
—Si quieres disfrutar del
parque de atracciones, tienes que estar en él —me dijo.
Yo agudicé el oído para
escuchar el sonido de la montaña rusa.
—¿Vamos a montar en las
atracciones?
—No creerás que te he
traído hasta aquí para no montar en una de las montañas rusas más altas y más rápidas
de todo el país, ¿no?
Me eché a reír.
—No, supongo que no.
Entonces, él se tendió en
la cama y arqueó una ceja.
—Vamos a probar este
colchón.
—¿No tenemos que ir a casa
de tus padres?
—Hasta el domingo no.
Yo me acerqué a la cama,
pero no dejé que él tirara de mí. Me crucé de brazos.
—En realidad, no quiero
montar en la montaña rusa con tu zumo del amor escurriéndoseme entre las piernas.
Peter hizo una mueca.
—Eres taaan estirada…
—Lo digo en serio.
Entonces, él suspiró y
cambió de táctica.
—¿Y puedo lamerte hasta que
te corras en mi cara? —me preguntó.
—Siempre y cuando te la
laves después…
A mí me gustó el brillo de
sus ojos.
—Trato hecho.
—Tal vez yo te haga lo
mismo a ti, al mismo tiempo —le dije con aire de superioridad.
Él cayó sobre los cojines
de la cama.
—¡Sí!
—No te aceleres, tigre.
Primero tengo que ir al baño a refrescarme un poco.
—Date prisa —me dijo él con
una expresión de lascivia.
—Sí, sí. Dame un minuto.
—Ya estoy contando.
Riéndome, entré en el baño
y miré a mi alrededor. Después tomé una toallita y comencé a asearme.
Después de un viaje de
nueve horas, no me sentía demasiado sexy. Tenía la puerta del baño
entreabierta, y por encima del ruido del agua del grifo, oí que sonaba el
iPhone de Alex. Respondió a la llamada. Oí un murmullo grave. Y una risa,
también grave. Profunda. Una risa sexy.
Me quedé
inmóvil frente al
lavabo, con las
manos llenas de
jabón y la
cara mojada. Pestañeé
para quitarme las gotas de las pestañas y cerré el grifo. Oía su voz,
pero solo partes de la conversación. No eran
sus padres; eso
estaba claro. No
había manera de
negar la cadencia
de sus palabras,
ni lo que implicaban.
Me quedé junto a la puerta,
escuchando. Abrí la puerta del todo, y vi a Peter.
—Que te
den, tío —estaba
diciendo—. No, que
te den a ti dos
veces. Que te
den con algo
duro y áspero. Sí,
claro. Lo que tú digas.
Sí, ya sé
que ha pasado
mucho tiempo. Sí.
Bueno, bien. Será
muy divertido.
Para otras mujeres con
otros novios, aquel simple «tío» habría sido suficiente para disipar cualquier temor… Sin
embargo, a mí
me suscitó muchas
dudas. Debí de
hacer algún ruido,
porque Peter alzó la vista y me
vio.
—Sí, allí estaremos —dijo,
y su voz cambió sutilmente delante de mí. O tal vez fuera mi imaginación
—. Sí. Hasta el lunes.
Deslizó el dedo sobre la
pantalla del teléfono móvil y colgó.
—Era Jamie, mi mejor amigo
del instituto.
—¿Ah?
—Sí —dijo Alex; tal vez se
diera cuenta, en aquel momento, de que nunca me había mencionado a aquel
amigo—. Hace unos cuantos años que no lo veo.
—¿Y sigue viviendo aquí, en
el pueblo?
—Sí. Nos ha invitado a una barbacoa
el lunes. Le he dicho que iremos.
—Claro, por supuesto. Me
gustaría conocer a tu amigo.
—Estupendo —dijo
él. Entonces, arrojó
el teléfono sobre
la cama y
se dirigió hacia
mí con una sonrisa muy familiar—. Y ahora, con
respecto al asunto del sexo oral…
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No bajamos
al parque de
atracciones hasta dos
horas después. Y pasamos
el sábado en
el parque, también. Subimos en
todas las atracciones, incluso dos veces en algunas, y tomamos comida rápida en
los puestos. Peter hizo de guía del parque, y estaba claro que se sentía
orgulloso y emocionado al mostrarme la maquinaria en la que había trabajado y
los baños que había limpiado cuando trabajaba, de adolescente, en al recinto.
Allí era diferente, supongo que de esa manera en que lo somos todos cuando
volvemos al lugar que hemos dejado atrás.
Y me
contó muchas historias.
Se mostró muy
expansivo con su
pasado, cosa que
no había hecho nunca, y yo atesoré cada uno de los
detalles que me daba. El hecho de darme cuenta de que había tantas cosas que no
sabía de él me hizo tomar la determinación de aprender todo lo que pudiera.
Caminamos tomados
de la mano
por las avenidas
del parque, participamos
en las tómbolas,
nos hicimos fotografías en una de las cabinas, yo sentada en sus
rodillas, riéndonos. Besándonos. Él ganó una estupenda rana de peluche con ojos
enormes y una corona en el tiro al plato, y me la regaló.
—¿Le doy un beso? —le
pregunté.
—Yo soy el único príncipe
que vas a necesitar, nena.
Fue un día muy bueno.
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El domingo,
antes del amanecer,
oí sonidos amortiguados
en el baño.
Me incorporé en
la cama y descubrí que Peter no estaba allí. Oí la
cisterna y el grifo de la ducha. El agua corrió durante tanto tiempo
que yo
ya estaba a
punto de llamar
a la puerta
para ver qué
ocurría, cuando el
grifo se cerró.
Pocos minutos después, Peter salió del baño y se tendió en la cama, a mi
lado, desnudo.
—¿Estás bien?
—Demasiados viajes
en la noria
y demasiados dulces
—dijo con la
voz ronca, exhausto—.
Se me pasará.
—¿Quieres que te prepare
algo?
—No.
La noche anterior habíamos
hecho el amor, y él se encontraba bien. Le puse la mano sobre la frente para
ver si tenía fiebre. Se me encogió el estómago al pensar en un virus contagiado
por un beso.
—¿Te sientes mejor?
Él se rio forzadamente.
—Me pondré bien, nena. De
verdad, te lo prometo. Solo necesito dormir un poco.
—¿Cuánto tiempo llevas
despierto?
—No he dormido.
—Oh, cariño —dije,
moviéndome entre las sábanas—. Eso es un asco.
—Sí —dijo él, y volvió a
soltar una carcajada artificial—. No pasa nada. Ahora voy a poder dormir. Una
buena diarrea siempre tiene ese efecto en mí.
Yo arrugué la nariz.
—Puaj.
Él se tumbó de costado,
dándome la espalda.
—Lo siento.
—No pasa nada. Yo soy la
que siente que no te encuentres bien. ¿Estás seguro de que no quieres nada?
—No, estoy bien, de verdad.
Es solo que… se me ha revuelto el estómago.
Entonces, lo entendí.
—¿Es por tus padres?
Su cuerpo se movió un poco,
por un estremecimiento o por su asentimiento, no lo distinguí.
—Sí. Mierda.
Yo le puse una mano sobre
el hombro.
—No tenemos por qué ir.
—Sí —dijo Peter,
gravemente, en la oscuridad—. Sí, tenemos que ir.
A mí se me encogió el
corazón por él, al pensar en que estaba tan nervioso que se había puesto malo. Aquello
tampoco ayudó mucho a que yo me tranquilizara.
—¿Quieres que hablemos de
ello?
—No, en realidad no.
Lo entendí. Le acaricié
suavemente la espalda, en círculos, hasta que se quedó dormido. Después, fui yo
la que se quedó en vela, mirando al techo en la penumbra, con un nudo de
ansiedad en el estómago.
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D
Jajaja,zumo d amor.
ResponderBorrarPobre Peter ,hasta donde llega ,el temor a enfrentar a su familia.
quiero másssssssssss besos Naara
ResponderBorrarME ENCANTA QUIERO MAS
ResponderBorrarMe encanta espero el próximo!!!!!
ResponderBorrarSe termina la nove y yo sigo con la intriga de la señora de las fotos!!
ResponderBorrarMaaaaaaaaaaaaaaaasssssssss cap hot pls
ResponderBorrarHola soy nueva me puse al corriente con la nove Me encanta mucho !!! Ya quiero leer otro capítulo ... Ay pobre de peter que pasara con sus padres que se pone tan mal ... Saludos :)
ResponderBorrarmmamss me encnataaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
ResponderBorrarMmassss
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