viernes, 13 de diciembre de 2013

Capítulo 25

Novela: "Al desnudo"
Capitulo 25
—¿Que si quiero un novio? ¿Es que te estás ofreciendo?
—Me gustas. Eres guapa…
Se me saltó una carcajada.
—Lo eres. Y tienes talento. Y eres divertida. Nunca había conocido a una mujer a la que le gustara
Harold y Maude.
—Ni siquiera hemos salido juntos —le dije.
—Pero podemos hacerlo, si quieres. Podemos tener citas.
—Ummm… Quizá podamos empezar con eso.
Él se rio.
—De acuerdo.
—Vaya, ahora sí que es raro —comenté yo.
—Ya te he dicho que no tiene por qué serlo.
—Es que hace mucho tiempo que no tengo novio, eso es todo.
—También hace mucho tiempo que yo no tengo novia. Seguramente, más que tú —dijo Peter. Después se puso en pie de un salto y me ordenó—: No te muevas de ahí.
Desapareció por la puerta del dormitorio que no utilizaba y salió un momento después, con una flor de tela deshilachada que tenía el tallo de plástico. Se puso de rodillas ante mí, con la mano en el corazón, y me la ofreció.
—Lali, ¿quieres hacerme el honor de ser mi novia? ¿O de no  ser  mi  novia,  o  de  como  quieras llamarlo?
Yo me reí con ganas y tomé la flor.
—¿De dónde has sacado esto?
—Estaba sobre la encimera del baño cuando me mudé aquí. ¿Lo ves? Es el destino.
—Es asquerosa —dije.
—Eh, las flores de verdad tienen bichos. Alégrate de que no te haya regalado una rosa infestada de pulgón, o algo así. Eso sí habría sido asqueroso.
Yo no podía mantenerme seria con él. Tiré la flor a un lado y extendí los brazos para que él se me acercara.
—Esto es una locura.
—Es  culpa  tuya  —me  susurró  al  oído,  antes  de  besarme  el  cuello  en  mi  punto  débil,  que  él  había descubierto enseguida.
Sé que él tuvo que notar cómo se me aceleró el pulso cuando me pasó los labios por la garganta. Sé que oyó mi jadeo cuando me mordisqueó ahí, y estoy segura de que notó el tirón de mis dedos en su pelo cuando me clavó los dientes.
Me desabotonó la camisa y la abrió, y me descubrió el pecho. Entonces bajó los labios por mi piel, hasta que se detuvo a succionarme uno de los pezones, y después el otro. Yo me hundí en los cojines, con los brazos por encima de la cabeza, y me abandoné a él.
—Es demasiado difícil resistirse a ti —murmuré.
Sentí su risa en la piel.
—Ya lo sé.
Noté que su miembro se hinchaba dentro de la seda. Él se movió, y el resto de su calor me presionó la piel. Yo soy una persona alta, curvilínea y rotunda, y, sin embargo, allí, en brazos de Peter, me sentía pequeña y menuda.
—No me había dado cuenta de lo grande que eres —dije, contra sus labios.
—No me sorprende, teniendo en cuenta el tamaño de tu consolador.
Yo le di unas palmaditas en el pecho.
—¡Nunca he usado eso!
Él se rio y me tendió en el futón.
—Ya…
Entonces, yo bajé la mano y agarré su miembro cubierto de seda. Lo acaricié, y oí que Peter siseaba.
—Además, no me refería a eso —añadí.
Él empujó hacia mi mano, y escondió la cara en mi cuello, para morderme y succionarme suavemente.
—Mejor, porque mi ego no puede aguantarlo todo.
Yo solté un resoplido, y cerré los dedos a su alrededor con un poco más de fuerza.
—Algo me dice que tu ego puede soportar mucho.
Entonces, él me miró. No estaba sonriendo; sus ojos tenían un brillo intenso.
—¿Lo ves? —me dijo—. Ya me conoces.
Yo puse la mano en su hombro para empujarlo cuando él intentó besarme de nuevo. Peter se detuvo.
—Lo dices como si fuera muy difícil conocerte.
Su mirada se suavizó.
—No quiero serlo.
Entonces, yo posé ambas manos en sus mejillas y estudié todas las líneas de su rostro.
—¿No quieres ser un hombre internacionalmente misterioso?
—No, en realidad no. Contigo no.
El calor se apoderó de mí, de pies a cabeza. Lo atraje hacia mí con delicadeza y lo besé. Fue un beso ligero, pequeño, pero que se hizo enorme por lo que él había dicho.
No  quería  estropear  aquel  momento  hablando.  Sé  cuándo  es  mejor  callar.  Respondí  con  mis  ojos  y con mis caricias. Con otro beso. Nuestros cuerpos se movieron con un ritmo perfecto.
Peter se  tumbó  boca  arriba,  y  yo  me  senté  a  horcajadas  sobre  él.  Lo  desnudé  por  completo,  y  él alcanzó un preservativo con su largo brazo, y me lo tendió para que yo se lo pusiera.
No  me  quité  su  camisa,  ni  siquiera  cuando  él  entró  en  mi  cuerpo.  Me  aferré  con  los  muslos  a  sus caderas, y la camisa se abrió y dejó ante su vista mis senos y mi vientre; las curvas que nunca conseguiría quitarme, por muchas dietas que hiciera.
Él deslizó la mano entre nosotros y presionó mi clítoris con el dedo pulgar.
—¿Así?
A mí me encantó que me lo preguntara, y más que eso, que lo recordara. Había tenido amantes que no sabían lo que me gustaba ni siquiera después de que nos hubiéramos acostado una docena de veces.
—Sí.
Con la otra mano me agarró el trasero y me lo estrujó.
—Muévete un poco hacia delante.
Yo  obedecí,  y  sentí  tanto  placer  que  se  me  escapó  un  jadeo.  Lo  único  que  tenía  que  hacer  era moverme un poco, ligeramente, y su miembro se deslizaba con facilidad dentro y fuera de mí, mientras mi clítoris se frotaba contra su nudillo, y algunas veces contra su vientre. Perfecto. Mágico. Cerré los ojos e incliné la cabeza. El placer me anegó de nuevo, cuando hacía una hora había dicho que estaba saciada.
Aquella vez tardamos más que las anteriores. Nos movimos más despacio. El tiempo se hizo líquido a nuestro alrededor, y yo me derretí con él
—Sí —murmuró él, cuando yo comencé a tener los primeros temblores—. Demonios, sí…
Abrí  los  ojos  y  lo  miré  a  la  cara,  que  estaba  tensa  de  deseo.  Entonces,  sus  párpados  temblaron,  y comenzó a acometerme con más fuerza. Mi orgasmo comenzó con unas ondas largas, y aunque no emití ningún sonido, él se dio cuenta. Gruñó. Aminoró su ritmo. El futón se movió debajo de nosotros.
Me tomó la mano y entrelazó sus dedos con los míos. Llegamos juntos al orgasmo, con un jadeo y un suspiro. No supe quién hacía qué ruido, pero los dos lo hicimos al mismo tiempo.
Después, ambos nos quedamos abrazados en el colchón, en un lío de brazos y piernas, estremecidos, sin aliento.
—Oh, Dios mío.
—Vamos, no digas nada de eso solo para que me sienta mejor.
—Yo no digo las cosas solo para que la gente se sienta mejor —respondí.
—Yo tampoco.
Su tono de voz tenía algo que hizo que yo me girara a mirarlo. Peter estaba observando el techo. Se humedeció los labios una vez, y después otra. Pestañeó rápidamente, como si se le hubiera metido algo en los ojos.
—Decirle a la gente lo que quiere oír solo para que se sientan mejor no es mejor que mentir —dijo, como si fuera un comentario intrascendente.
Me  miró.  No  dijimos  nada  durante  unos  segundos,  y  entonces  yo  rodé  hacia  él  y  lo  besé.  Él  me devolvió el beso.
—Así que, si te pregunto si unos vaqueros me hacen el trasero gordo, y es verdad, ¿no me dirás que no? —le pregunté, mientras escribía mi nombre en su pecho con el dedo índice.
Peter se rio y me apretó la mano contra sí.
—No diré nada.
—Entonces, yo sabré que los vaqueros me hacen el trasero gordo —le dije.
—Sí —dijo Peter, y me besó de nuevo—. Pero también sabrás que no te he mentido.

Continuará... 

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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D 

5 comentarios:

Amor y Paz :D
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