Capitulo 28
Era una buena época para
trabajar en un estudio de fotografía cuya principal clientela eran familias con niños.
La mayoría de
la gente había
llevado a sus
hijos para que
los retrataran en
octubre y noviembre. Aquellos
meses también eran los más ajetreados con respecto a las sesiones de fotografía
del colegio. En octubre y noviembre yo había trabajado mucho, había conducido
muchos kilómetros al día y había
llegado a casa
muy tarde después
del trabajo. Ahora,
sin embargo, podía
sentarme un poco y
relajarme.
O eso creía yo. El centro
comercial no estaba tan abarrotado como durante las fiestas, pero parecía que
mucha gente había decidido usar sus tarjetas-regalo. Y, debido a una campaña
publicitaria que había hecho Foto Folks en otoño, había muchas mujeres que iban
al estudio con vales para hacerse gratis una sesión fotográfica glamorosa.
Cuando llegué para cubrir
mi turno, todas las sillas de la sala de espera y de la sala de maquillaje estaban
ocupadas. Habían empezado a apuntar a la gente en una lista y a repartir
buscas, como hacían en los restaurantes muy populares. Tres de los cuatro
compartimentos que había al fondo del estudio para tomar fotos
estaban ocupados, y el cuarto
acababa de dejarlo
libre una mujer
que llevaba una
boa de plumas y una tiara.
—Vaya, vaya —murmuré.
Mindy, la peluquera y
maquilladora, acababa de terminar con una clienta y estaba junto a la máquina de
café con una taza.
—Y me lo dices a mí. No he
parado desde que abrimos.
Una mujer pasó junto a
nosotras. Llevaba una fea chaqueta roja de cuero sintético, con cremalleras. De
cintura para arriba era todo glamour. Iba peinada, llevaba pestañas postizas y
los labios pintados de rojo. De cintura abajo era menonita. Llevaba el
consabido vestido de flores, calcetines blancos y zapatillas deportivas.
— ¿Qué…?
—Va a hacerse unas fotos
para su marido.
—Pero eso… ¿no va contra…?
Ellos no…
Mindy llenó su taza y le
puso azúcar y leche.
—No lo sé. Ella llegó,
eligió esa chaqueta del perchero y me dijo cómo quería que la peinara y la maquillara.
Yo no voy a discutir.
Yo tampoco. No podía
decirle a la gente que iba al estudio cómo debía vestirse, ni cuánta sombra de
ojos debía ponerse.
—Hola. Me llamo Lali —dije
cuando entré al cubículo.
—Gretchen.
—Bien, Gretchen, ¿tienes
alguna idea en concreto?
Yo ajusté la cámara
mientras hablábamos. Gretchen sí tenía una idea bastante bien definida de lo
que quería, y me la describió, incluyendo el uso del ventilador eléctrico para
que pareciera que el viento le estaba agitando el pelo.
—Mi cuñada Helen vino antes
de Navidad e hizo lo mismo —explicó Gretchen—. Yo quiero lo que le hicieron a
ella.
Que yo no pensara hacer
nada semejante no significaba que no entendiera el atractivo de aquello. Por
su apariencia,
Gretchen no debía
de llevar una
vida muy glamorosa,
y si yo
podía conseguir que se
sintiera guapa durante media hora, y darle unas fotografías que pudiera mirar
durante el resto de su vida, lo haría.
—Bueno, deja que te vea
aquí, en este taburete —le dije, y la situé delante de la mesa, con los codos apoyados
en ella, y la barbilla en una mano. La clásica pose de glamur—. Voy a encender
el ventilador.
Gretchen y yo trabajamos
mucho. Ella se inclinó, se estiró y mantuvo la pose cuando fue necesario.
Su expresión no cambió
mucho; en algunas de las fotos parecía que estaba medio aterrorizada, y en otras
somnolienta, pero en los momentos de descanso se reía, así que yo sabía que se
lo estaba pasando bien.
Sin embargo, ya se nos
estaba acabando el tiempo de la sesión cuando tomé la foto que iba a ser la
mejor de todo el lote.
—Mira esta —le dije—. Es
estupenda. Esta es la mejor.
—¿De verdad? —preguntó
Gretchen esperanzadamente—. ¿Son bonitas?
—Preciosas —le
aseguré—. Ve a
cambiarte y reúnete
conmigo en esa
sala de ahí,
la que tiene
la puerta a la izquierda. Allí podrás ver todas las fotos y elegir las
que quieras.
En Foto
Folks utilizábamos cámaras
digitales; la fotografía
tradicional con película
había quedado obsoleta salvo para
los aficionados. En la sala que yo le había indicado a Gretchen, los clientes
veían las fotos en una pantalla grande y elegían un paquete. Podían marcharse
con ellas bajo el brazo en menos de una hora, si querían esperar. La mayoría
esperaban. Era muy distinto a lo que hacíamos cuando yo estaba en el instituto
y trabajaba para un fotógrafo local. Entonces, los clientes de una sesión
fotográfica tenían que esperar más de dos semanas antes de tener las copias en
la mano.
Yo puse
la tarjeta de
memoria en el
reproductor. Ya había
abierto el programa
de pedidos en el ordenador
para introducir en él la información de Gretchen. Ella entró en la sala sin la
chaqueta roja y con la cara lavada. Yo abrí los archivos y le mostré todas las
fotos una a una.
Gretchen no dijo casi nada
hasta que llegamos a la última. En aquella se estaba riendo; tenía la cara un
poco girara y los párpados entrecerrados.
No era como las demás, que
tenían algo forzado y artificial que me avergonzaba, aunque supiera que era lo
que ella me había pedido.
—Creo que esta es la mejor
—dije.
Gretchen la observó durante
un largo momento, en silencio.
—No me gusta.
Yo me esperaba unos elogios
efusivos, y ya tenía el cursor sobre el botón de «Añadir al pedido». De hecho,
lo apreté impulsivamente.
—Ohh.
Ella negó con la cabeza.
—Esa no parezco yo.
En aquella
fotografía se parecía
más a ella
misma que en
cualquiera de las
demás, pero no
iba a discutírselo.
—De acuerdo. Podemos elegir
otros retratos.
—Espera, por favor.
Gretchen me tocó la mano
sobre el ratón para evitar que yo cerrara la imagen que había elegido.
La observó durante mucho
tiempo, más del que yo debería haberle permitido. Sabía que había otros clientes
esperando, y Foto Folks basaba los pluses no solo en el número de retratos que
se vendían, sino también en el número de clientes atendidos. Sin embargo, no
estaba haciendo aquello solo por mí, sino por mis compañeros, que dependían de
mí para que su trabajo resultara lo suficientemente bueno en las fotos como
para que el cliente las comprara.
—No. No parezco yo. Me
gusta la foto en la que estoy con la mano en la barbilla —dijo, y no hubo forma
de convencerla de otra cosa.
Gretchen dejó la salita
después de hacer un pedido de unos cien dólares en fotos y fundas. Yo me hice la idea
de que iba
a intercambiárselas con
sus amigas, como
hacían en el
colegio los niños
a quienes también fotografiaba.
—Me alegro mucho de que
Helen me recomendara que te eligiera a ti —dijo Gretchen mientras yo la acompañaba
a la salida de la tienda—. ¡Yo se lo voy a decir a todas mis amigas!
—Muchas gracias.
Se marchó muy contenta, y
yo consideré que había hecho bien mi trabajo. Era mi turno de tomar un café,
pero cuando estaba junto a la máquina, Mindy me tocó el hombro.
—Tienes un cliente
especial.
Me giré.
—Teddy.
—Eh, hola.
A mí se me
hizo un nudo
en la garganta. Al
contrario que todas
las otras veces
que lo había
visto,
Teddy no
intentó darme un
abrazo. Nos quedamos
en silencio delante
de Mindy, que
nos observaba boquiabierta. La
sonrisa de Teddy debería haberme reconfortado, pero no lo consiguió.
—Esperaba encontrarte
trabajando hoy.
—La mayoría de los días
estoy trabajando.
—Sí —dijo él, y suspiró—.
Mira, Lali, Pablo me ha contado… lo que ocurrió.
Aquel no era un lugar
privado, y yo no podía mantener aquella conversación con Teddy allí. Fruncí el ceño.
—¿De veras?
—Por supuesto que sí —dijo
él, con tristeza—. ¿En qué estabas pensando?
Teddy siempre
había sido muy
amable conmigo, incluso
cuando no tenía
por qué serlo,
pero esa amabilidad pasada no le
daba derecho a reprocharme nada.
—No estaba pensando en
nada. Ya le dije a Pablo que lo sentía. No sé qué más quieres que diga, Teddy.
¿Te ha enviado Pablo de mensajero, o qué?
Teddy se quedó asombrado
por el tono de mi contestación.
—Está muy enfadado.
Los maquilladores y los
clientes se movían a nuestro alrededor. Algunos nos miraban con curiosidad. Yo
miré hacia mi cubículo; Mindy había llevado allí a mi próximo cliente.
—Tengo que volver a
trabajar.
—Creo que si le pidieras
disculpas…
—¿Sabes una cosa? —le
pregunté con tirantez—. Esto no es asunto tuyo, Teddy.
Él abrió la boca para
responder, pero no le di la oportunidad de hacerlo. Seguí hablando en voz baja para
mantener nuestra conversación en privado.
—Si quiere que me arrastre
por el suelo, no va a tener esa suerte. No voy a rogarle que me perdone, Teddy.
Ya lo he hecho por muchas cosas que no eran culpa mía, y no voy a hacerlo una
vez más.
Teddy se irguió.
—Bueno. No sé qué decir.
—No puedes decir nada,
porque no sabes nada. En realidad, no sabes la verdad. Tú crees que sabes
lo que
ocurrió entre Pablo y
yo, pero solo
sabes lo que
él te ha
contado, y estoy
segura de que se
describió a sí mismo con mucha indulgencia, ¿no? Se puso a sí mismo por las
nubes, porque eso es lo que le gusta pensar de las cosas. No se le da bien
asumir culpas.
Era obvio que Teddy lo
sabía, porque vivía con Pablo y lo quería.
—Creo que lo conozco lo
suficientemente bien como para…
—No sabes nada de nosotros
—repetí yo—. Solo sabes lo que él te ha contado, y yo ya he oído su versión de
la historia.
—¿Estás diciendo que Pablo
es un mentiroso?
—Estoy diciendo que su
versión de la historia es muy diferente a la mía.
—Lali, yo nunca he
intentado apartarte de la vida de Pablo…
—Y te
quiero por eso,
Teddy, de verdad.
Pero esto es
algo entre Pablo y
yo. Sé lo
que quiere.
Quiere algo más que una
disculpa. Quiere una declaración de lealtad, quiere que me humille ante él solo
para poder conservar el privilegio de su amistad. ¿Tengo razón?
Teddy bajó la mirada.
Estaba muy incómodo.
—No lo sé.
—Ahora tengo que volver al
trabajo —dije, y negué con la cabeza cuando Teddy intentó hablar una vez más—.
Te agradezco que
hayas venido a
intentar arreglar la
situación, de veras,
pero esto no es
asunto tuyo. Es algo entre Pablo y yo, Teddy. Y no estoy segura de querer
resolverlo todavía.
—Pero, Lali…
—Esto no es asunto tuyo.
Continuará...
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Hola chicas soy Cielo de http://casijuegosca.blogspot.com.ar Espero que les guste la novela! :D